22 de octubre de 2006

Poetas y solemnes 2

Cuando uno piensa en el Siglo de Oro español se le alza la ceja izquierda (alguno preferirá la derecha; a mí no me sale) y dice: "¡Ah! ¡Quevedo! ¡Lope! ¡Góngora! ¡Garcilaso!", y trata de acordarse al menos de un buen soneto para no quedar como ignorante ante sí mismo. Y, aparte de versos como "Un soneto me manda a hacer Violante" y "Polvo serán, mas polvo enamorado", no mucho se viene a la cabeza. De algo está uno claro: eran "excelsos", "sublimes", "inefables" y algunos calificativos igual de ampulosos y allí, señoras y señores, se forjó el buen castilla, y la Real Academia con los manteles largos y la barbilla apuntando en cuarenta y cinco grados hacia la posteridad.
Pero, en medio de tanta solemninad, uno no puede olvidar cómo arreglaban sus asuntos personales los tales clásicos, y uno da un malintencionado aplausito de niño travieso y transcribe:

DESENGAÑO DE LAS MUJERES
Francisco de Quevedo

Puto es el hombre que de putas fía,
y puto el que sus gustos apetece;
puto es el estipendio que se ofrece
en pago de su puta compañía.

Puto es el gusto, y puta la alegría
que el rato putaril nos encarece;
y yo diré que es puto a quien parece
que no sois puta vos, señora mía.

Mas llámenme a mí puto enamorado,
si al cabo para puta no os dejare;
y como puto muera yo quemado

si de otras tales putas me pagare,
porque las putas graves son costosas,
y las putillas viles, afrentosas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Puta, de lo mejor que he leido de Quevedo, buen poema.