24 de abril de 2007

Intolerancia, el Ishto y otros poemas

Ya está en línea el segundo número de Centroamerica 21, el nuevo periódico salvadoreño digital. Trae materiales bien interesantes, como una entrevista de Teresa Andrade a Alfonso Kijadurías. Creo que refleja muy bien al poeta.
Hay también una nota que me emocionó: la historia de Walter Rojas, "el Ishto" (así le puso un compañero guatemalteco, porque siempre pareció un niño), un muy buen amigo que también estuvo en aquello de las FPL. Vino hace poco a El Salvador desde Australia, donde vive, me llamó a La Casa a eso de la medianoche, le dejó un número de celular al guardia, llamé y... estaba equivocado. No tuve modo de comunicarme con él, y supongo que ya habrá regresado a Australia. Lo vi por última vez hace unos cuatro años, la vez anterior en que vino. Toca el oboe como pocos, y su historia es digna de leerse.
Me parece interesante algo en este número de la revista: la recuperación de historias de la izquierda radical de los años ochenta. No tengo mucha idea de qué vaya el proyecto (Lafitte Fernández y Geovani Galeas me pidieron una columna acerca de lo que quisiera, y eso hago), pero ese lado, al menos en este número, me suena a algo pendiente y que hay que hacer. Curioso que no lo haga la propia izquierda...
A propósito de publicaciones digitales, me conmovió mucho una crónica que hace Rosarlin Hernández en El faro, titulada La lotería de los olvidados.
En fin, mi columna de esta semana va sobre la tolerancia y de cómo puede convertirse muy fácilmente en todo lo contrario. La transcribo, sin detrimento de que se vayan a dar una vuelta a la publicación.

Intolerancia
Rafael Menjívar Ochoa

Se habla de la “tolerancia” como un objetivo personal y social deseable y positivo, cuando es sólo un frágil punto de partida, su carácter es provisional y por sí misma no lleva a ningún lado en el que se quiera estar durante mucho tiempo.
La primera acepción del verbo “tolerar”, en el Diccionario de la Real Academia Española (edición 21, versión electrónica), es “sufrir”, y eso da una medida de lo que se trata. No es aceptar (“aprobar, dar por bueno”) las diferencias entre individuos o grupos, sino de sufrirlas, “llevar[las] con paciencia”, con una sonrisa congelada y la falsa impresión de que todo está bien. El DRAE lo dice en su segunda acepción: “Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”, esto es: soportar lo insoportable, y callarlo.
Se puede tolerar cierto color de piel, status social, ideología religiosa o política, sin considerarlos lícitos (“justo, permitido, según justicia o razón”), con lo que el conflicto permanece latente, siempre a punto de estallar. Detrás del que “tolera” sigue existiendo alguien que sufre, y el sufrimiento sólo puede llevar al hartazgo, la desesperación y la violencia.
El concepto de tolerancia, en el caso de sociedades que salen de un conflicto como el que vivió El Salvador, no es un fin, sino una plataforma mínima que apenas servirá como soporte para lo que deba seguir: la discusión de las diferencias, su aceptación o rechazo dentro de marcos de convivencia política; el reconocer (“examinar con cuidado a una persona o cosa para enterarse de su identidad, naturaleza y circunstancias”) al adversario y fijar mecanismos de confrontación aceptables para la comunidad.
En un sistema político estructurado alrededor de partidos, se presupone que éstos representan al conjunto de la sociedad, o a una mayoría significativa. Sus plataformas deberían ajustarse a necesidades o exigencias de sectores diversos, y tomar en cuenta factores como clases sociales, etnias, sexo (eso que malamente se llama “género”), nacionalismo o globalización, etcétera, resumidos en una ideología.
En la práctica, en El Salvador, los partidos políticos mayoritarios no sólo están conformados con base en las exigencias sociales, y desde allí plantean los espacios de enfrentamiento; la tendencia es crear los motivos de la confrontación, o sostener y reciclar los antiguos, a partir de temas no resueltos, postergados en aras de la “tolerancia”.
Pareciera que las casi permanentes campañas electorales, preelectorales y postelectorales obligan a echar mano de mecanismos inmediatos de confrontación, y el más recurrido es poner en duda la “licitud” del contrincante; parece mucho más fácil y redituable que la generación de pensamiento político, el reconocimiento del adversario y un debate entre organizaciones que se convierta en debate social.
Los partidos mayoritarios juegan, en gran medida, a obtener “el voto del miedo”, “el voto de castigo”: un voto irreflexivo, que explote el lado negativo de la “tolerancia”. Al parecer funciona, pero no necesariamente se refleja en la cotidianeidad; la prueba, simple y empírica, es que los enfrentamientos “intolerantes” se producen en la Asamblea Legislativa y los medios de comunicación, y muy de vez en cuando, bajo directrices partidarias, entre la población y en espacios públicos.
“La gente”, convive mucho más allá de la “tolerancia”, y en términos políticos se ve reducida a escoger entre lo que hay, a votar por lo que los partidos ofrecen o a no votar. Si se examina sin prejuicios, se trata de una votación razonada, en la que el “miedo” o el “castigo” son factores secundarios, y hasta podría entenderse el abstencionismo –que los partidos atribuyen a la apatía– como un modo activo de participar en los espacios políticos permitidos.
Aun así, se corre el riesgo que en sectores significativos de la sociedad la “tolerancia”, a fuerza de esa política de cuerda floja, deje salir su lado oscuro. Lo ideal sería que, a tantos años de terminada la guerra, comience a convertirse en una palabra obsoleta, incluso en una mala palabra.

2 comentarios:

reyzope dijo...

Y QUÉ ES ''AQUELLO'' DE LAS FPL?

COSA INNOMBRABLE?

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

A ver, pongámonos de acuerdo: ¿estuve en las FPL o no? Porque hay muchos que dicen que no, y sólo yo y algunos compañeros que no andan metiendo chismes ni insultos para hacerse los muy revolucionarios estamos seguros de que sí. (Oficialmente, siete meses; extraoficialmente, cinco años; los motivos no te los voy a explicar porque están claramente escritos en varias partes de este blog y no quiero repetirme.) Si digo que estuve, soy arenazi; si no lo digo, arenazi; si digo que soy de izquierda, arenazi; si hablo acerca de Ana Nicole Smith, arenazi. Si se tratara de una democracia, estaría en minoría: la votación dice que es paja que estuviera en las FPL, y que además soy arenazi. O sea: eso es profundidad de análisis y de discusión.
Aclárame: ¿qué y cómo debo decirlo, que sea la verdad y al mismo tiempo que no me jodan? Mi experiencia me dice que no hay modo; ergo, lo digo irónicamente para que me contesten algo como lo que tú pusiste, y divertirme un rato con las reacciones, y si acaso contestar con algo muy hiriente (cosa que no estoy haciendo por tratarse de ti); un provocador que no se divierte, no lo es, y de todas maneras voy a ser arenazi y mentiroso...
"Aquello de las FPL" lo puedes leer en este blog, con algunos pelos y muchas señales. Y, como siempre, con mi nombre y apellidos.
¿Cosa innombrable? No sé. Tú eres el de izquierda, y un montón de anónimos que andan por allí; yo soy arenazi, ¿no? ¿O no puedo nombrar a las FPL porque es marca registrada de alguien?
¿No te habrá hackeado alguien tu cuenta? No esperaba de ti una pregunta tan... uh... Tan.