Limpieza de armario
Así como de vez en cuando toca revisar los armarios para tirar lo que sobra –en este caso no se permite regalarlo–, me puse a revisar qué textos tengo en el disco duro, para poner un poco de orden mental y, sobre todo, ver qué rayos está pendiente y qué voy a hacer con lo que haya, si vale la pena hacer algo.
En la carpeta de los libros inéditos encuentro un poema largo que alguna vez debía ser una cantata, con música del maestro mexicano Leonardo Velázquez, fallecido hace un par de años. El proyecto, iniciado en 1990, no se concretó, no sé si lo he contado por aquí. El maestro estaba haciendo la música, por encargo de la UNAM, y la cantata debía estrenarse para el 500 aniversario de la llegada de Colón a América, el 12 de octubre de 1992, en la Sala Nezahualcóyotl. Bien impresionante. De repente, unos meses antes, un viraje político y el proyecto fue cancelado. El poema en cuestión no me gusta mucho, pero Thierry Davo le encontró un lado bien interesante e hizo una traducción que, en serio, está mucho mejor que el original. Alguna vez pensé en publicarlo en una plaquette, pero resistí la tentación. No está del todo inédito; el poema se publicó, en español y flamenco, en una revista holandesa, por allí de 1992 o 1993. Nunca me mandaron un ejemplar, perdí contacto con la editora y no volví a establecerlo. No recuerdo siquiera del nombre de la traductora (porque fue una traductora); tenía un apellido larguísimo y un nombre con una “y” con diéresis.
Hay otro poemario, que me han ofrecido publicar un par de veces, pero he resistido. No me parece que aporte nada nuevo, aunque tiene un par de cosas buenas; les dejo el espacio a los que han hecho más méritos que yo en materia de poesía. (Del único que publiqué, Algunas de las muertes, en 1986, me arrepiento, me arrepiento, me arrepiento. Eso sí, han aparecido poemas sueltos por todas partes a lo largo de los años.)
Hay una pieza de teatro terminada, y bien bonita, que escribí de una sentada de tres días en 1998. Claro que la fui corrigiendo a lo largo de años, y gracias a amigos teatreros ha llegado a ponerse interesante. No le he hecho mucho caso, pero allí está.
Hay un ensayo acerca del “género” testimonial, que escribí en colaboración con la doctora Karen Schairer, de la Northern Arizona University, entre 1999 y 2001. He puesto por acá un par de capítulos. Hay cosas que han cambiado desde su escritura, y hará falta una ligera reingeniería. (“Ligera” y “reingeniería” rara vez son palabras compatibles; espero que en este caso sí.)
Hay varias novelas terminadas, corregidas e inéditas, concretamente tres; una de ellas se publicará en Francia este año, Breve recuento de todas las cosas. Lo paradójico es que ésa y otra ya publicada allá, Instrucciones para vivir sin piel, técnicamente seguirán inéditas: no están publicadas en español, y no creo que se publiquen pronto. Son rarísimas para lo que estilan las editoriales en español, incluso las independientes. (Lo más que me publicarán, este año, será Trece, en Guatemala.) Peor todavía: me gustan, y sería una maravilla poder verlas en un libro, en español, que para eso escribe uno: para leer lo que nadie más haría si uno no lo hace, y disfrutarlo.
Hay, también, uno de historia reciente, que escribí en 2002. Acabo de revisarlo y, sí, quiero que se publique ya. Hace cinco años era demasiado pronto; ahora va a funcionar bien y a cumplir el cometido que debe cumplir. Tengo posibles editores desde que lo escribí, pero no era el tiempo.
En fin, sea lo que sea, algo ocurrirá con esos libros; mi teoría –que no me ha fallado hasta ahora– es que uno no tiene que hacer demasiado para que los libros se publiquen; todos tienen su tiempo y su editor, y lo encuentran solos. El problema está con los proyectos iniciados y ya bien avanzados que, por algún motivo, no he podido terminar. En algún momento me trabé y dejé los textos para mejor ocasión, y llegó a darse el caso –según veo ahora– que simplemente los olvidé, y algo hay que hacer con ellos.
Hay una novela a la que le faltan unos cuatro capítulos de diez; el borrador está bueno, el tema está bueno, todo parece ir bien, pero no veo el modo de avanzar sin que se me disperse. O sea que tengo que buscar dónde está el error (tiene que haberlo), en medio de cien páginas, más o menos, que me trancó el texto. (Aquí entre nos, creo que no debí matar al Secretario General. Voy a ver qué pasa si sólo lo dejo herido. No lo quiero ileso, eso es seguro.)
Hay otra pieza de teatro, para dos actores –como la que ya terminé–, que está divertida y siniestra. Tiene partes muy tristes también, en especial la primera parte. Es de las que había olvidado. Hay que cambiar el último cuadro, y ajustar algunas cosas en medio. Ya lo había hecho, pero tenía los arreglos en la máquina de La Casa, se jodió el disco duro y.
Hay una novela que empecé a escribir en 1980, y no he podido terminarla. Creo que tampoco he querido; el tema cada vez se aleja más de lo que me interesa literariamente. Hace poco hablé por acá de que había encontrado una versión de 1983, y que podría salir algo interesante; pero acabo de encontrar una de 2003 (además de una de 2001, que deseché con justicia) y me parece mucho más sólida. Pasa algo interesante: aunque ha evolucionado de manera que se trata de dos novelas radicalmente diferentes, son excluyentes, porque los personajes y el núcleo son los mismos en ambas. Creo que me decidiré por la versión más “técnica”.
¡Hay unos capítulos de una novela de ciencia ficción! El tema y el título me los dio Hugo Martínez Téllez. Más bien se los pedí. Resulta que un día escribió una columna en un periódico acerca de un escritor que no existía, y de su obra, y una de sus novelas tenía un tema genial, del que no hablaré. Le dije que era una lástima que se quedara en eso, y me los regaló. Y, aunque no he avanzado más que unas treinta cuartillas –es de las que he olvidado–, bastaría con un mes de trabajo para tener un buen borrador. La historia es sencilla; lo difícil es la trama y –¿cómo no?– el manejo del tiempo: son historias paralelas que ocurren con diecisiete mil años de diferencia, y no sólo paralelas: una es espejo de la otra. Un espejo desfasado, pero espejo al fin. Bonito reto.
Hay dos textos muy raros, que deben terminar en novelas cortitas, digamos de unas 50 cuartillas cada una. El problema es que no he escrito nada que se le parezca, y me cuesta resolverlas; aunque el estilo parece sencillo, tiene sus complicaciones: uno corre el riesgo de ser innecesariamente denso y el otro innecesariamente ligero. El innecesariamente denso es del que hablé hace unos días, del que he perdido el final en algún cuaderno (y aún no lo encuentro); del otro no le he contado a nadie. Tiene que ver con una amiga a la que asesinaron hace años en México. Un día se fue a un bar y levantó al psicópata equivocado. La encontraron el día de navidad en su departamento, muerta como en las peores películas del género. Ése no es el tema central, pero sí el que me sirvió de arranque. El pretexto es una entrevista con el que supuestamente la mató, que habla de su mejor amigo. Algo así.
Y un montón de textos cortos. Un montón es un montón. La mayor parte son... uh... lo que entiendo por cuentos, aunque sé que no lo son. A algunos sólo hay que darles una corrección de rutina, otros hay que terminarlos, de otros sólo hay esbozos.
Y un rollo autobiográfico –no, no son unas memorias– que he estado trabajando desde enero, más por salud y orden mental que porque quiera publicarlo. Mi problema allí es que se habla de cosas terribles, pero está escrito de modo que resulta ameno, no dramático. Hasta tierno es el pinche libro. Me imagino que voy a tener que dejarlo descansar un muy rato, cuando lo termine, para poder asimilarlo.
No me voy a meter por ahora con las notas que tengo en cuadernos. Hay por lo menos cuatro novelas iniciadas, que no pintan mal, pero no es su momento.
El asunto, por lo que veo, es si me alcanzará la vida no ya para escribir unos libros más, sino para terminar los que tengo pendientes. Como buen escritor compulsivo, espero que sí. Ya imprimí un montón de páginas, a espacio sencillo, y me pondré a ver qué es lo más fácil de terminar sin que tenga que forzarlo, y sobre eso me iré.
Y pensar que hubo un momento en que me ofrecieron publicarme un libro y tuve que decir que no, porque acababa de salir el único que tenía terminado, y aun así le faltaba corrección... Eso fue en 1990, con Los años marchitos.
De verdad que alcanza la vida para un montón de cosas. Muchas de ellas las he quitado del currículum, porque no valen la pena, con todo y que se llevaron su buen tiempo. Quizá hable de eso mañana o pasado o un día de éstos. Ahora voy a cenar unos huevos con tocino, aprovechando que es vigilia.
En la carpeta de los libros inéditos encuentro un poema largo que alguna vez debía ser una cantata, con música del maestro mexicano Leonardo Velázquez, fallecido hace un par de años. El proyecto, iniciado en 1990, no se concretó, no sé si lo he contado por aquí. El maestro estaba haciendo la música, por encargo de la UNAM, y la cantata debía estrenarse para el 500 aniversario de la llegada de Colón a América, el 12 de octubre de 1992, en la Sala Nezahualcóyotl. Bien impresionante. De repente, unos meses antes, un viraje político y el proyecto fue cancelado. El poema en cuestión no me gusta mucho, pero Thierry Davo le encontró un lado bien interesante e hizo una traducción que, en serio, está mucho mejor que el original. Alguna vez pensé en publicarlo en una plaquette, pero resistí la tentación. No está del todo inédito; el poema se publicó, en español y flamenco, en una revista holandesa, por allí de 1992 o 1993. Nunca me mandaron un ejemplar, perdí contacto con la editora y no volví a establecerlo. No recuerdo siquiera del nombre de la traductora (porque fue una traductora); tenía un apellido larguísimo y un nombre con una “y” con diéresis.
Hay otro poemario, que me han ofrecido publicar un par de veces, pero he resistido. No me parece que aporte nada nuevo, aunque tiene un par de cosas buenas; les dejo el espacio a los que han hecho más méritos que yo en materia de poesía. (Del único que publiqué, Algunas de las muertes, en 1986, me arrepiento, me arrepiento, me arrepiento. Eso sí, han aparecido poemas sueltos por todas partes a lo largo de los años.)
Hay una pieza de teatro terminada, y bien bonita, que escribí de una sentada de tres días en 1998. Claro que la fui corrigiendo a lo largo de años, y gracias a amigos teatreros ha llegado a ponerse interesante. No le he hecho mucho caso, pero allí está.
Hay un ensayo acerca del “género” testimonial, que escribí en colaboración con la doctora Karen Schairer, de la Northern Arizona University, entre 1999 y 2001. He puesto por acá un par de capítulos. Hay cosas que han cambiado desde su escritura, y hará falta una ligera reingeniería. (“Ligera” y “reingeniería” rara vez son palabras compatibles; espero que en este caso sí.)
Hay varias novelas terminadas, corregidas e inéditas, concretamente tres; una de ellas se publicará en Francia este año, Breve recuento de todas las cosas. Lo paradójico es que ésa y otra ya publicada allá, Instrucciones para vivir sin piel, técnicamente seguirán inéditas: no están publicadas en español, y no creo que se publiquen pronto. Son rarísimas para lo que estilan las editoriales en español, incluso las independientes. (Lo más que me publicarán, este año, será Trece, en Guatemala.) Peor todavía: me gustan, y sería una maravilla poder verlas en un libro, en español, que para eso escribe uno: para leer lo que nadie más haría si uno no lo hace, y disfrutarlo.
Hay, también, uno de historia reciente, que escribí en 2002. Acabo de revisarlo y, sí, quiero que se publique ya. Hace cinco años era demasiado pronto; ahora va a funcionar bien y a cumplir el cometido que debe cumplir. Tengo posibles editores desde que lo escribí, pero no era el tiempo.
En fin, sea lo que sea, algo ocurrirá con esos libros; mi teoría –que no me ha fallado hasta ahora– es que uno no tiene que hacer demasiado para que los libros se publiquen; todos tienen su tiempo y su editor, y lo encuentran solos. El problema está con los proyectos iniciados y ya bien avanzados que, por algún motivo, no he podido terminar. En algún momento me trabé y dejé los textos para mejor ocasión, y llegó a darse el caso –según veo ahora– que simplemente los olvidé, y algo hay que hacer con ellos.
Hay una novela a la que le faltan unos cuatro capítulos de diez; el borrador está bueno, el tema está bueno, todo parece ir bien, pero no veo el modo de avanzar sin que se me disperse. O sea que tengo que buscar dónde está el error (tiene que haberlo), en medio de cien páginas, más o menos, que me trancó el texto. (Aquí entre nos, creo que no debí matar al Secretario General. Voy a ver qué pasa si sólo lo dejo herido. No lo quiero ileso, eso es seguro.)
Hay otra pieza de teatro, para dos actores –como la que ya terminé–, que está divertida y siniestra. Tiene partes muy tristes también, en especial la primera parte. Es de las que había olvidado. Hay que cambiar el último cuadro, y ajustar algunas cosas en medio. Ya lo había hecho, pero tenía los arreglos en la máquina de La Casa, se jodió el disco duro y.
Hay una novela que empecé a escribir en 1980, y no he podido terminarla. Creo que tampoco he querido; el tema cada vez se aleja más de lo que me interesa literariamente. Hace poco hablé por acá de que había encontrado una versión de 1983, y que podría salir algo interesante; pero acabo de encontrar una de 2003 (además de una de 2001, que deseché con justicia) y me parece mucho más sólida. Pasa algo interesante: aunque ha evolucionado de manera que se trata de dos novelas radicalmente diferentes, son excluyentes, porque los personajes y el núcleo son los mismos en ambas. Creo que me decidiré por la versión más “técnica”.
¡Hay unos capítulos de una novela de ciencia ficción! El tema y el título me los dio Hugo Martínez Téllez. Más bien se los pedí. Resulta que un día escribió una columna en un periódico acerca de un escritor que no existía, y de su obra, y una de sus novelas tenía un tema genial, del que no hablaré. Le dije que era una lástima que se quedara en eso, y me los regaló. Y, aunque no he avanzado más que unas treinta cuartillas –es de las que he olvidado–, bastaría con un mes de trabajo para tener un buen borrador. La historia es sencilla; lo difícil es la trama y –¿cómo no?– el manejo del tiempo: son historias paralelas que ocurren con diecisiete mil años de diferencia, y no sólo paralelas: una es espejo de la otra. Un espejo desfasado, pero espejo al fin. Bonito reto.
Hay dos textos muy raros, que deben terminar en novelas cortitas, digamos de unas 50 cuartillas cada una. El problema es que no he escrito nada que se le parezca, y me cuesta resolverlas; aunque el estilo parece sencillo, tiene sus complicaciones: uno corre el riesgo de ser innecesariamente denso y el otro innecesariamente ligero. El innecesariamente denso es del que hablé hace unos días, del que he perdido el final en algún cuaderno (y aún no lo encuentro); del otro no le he contado a nadie. Tiene que ver con una amiga a la que asesinaron hace años en México. Un día se fue a un bar y levantó al psicópata equivocado. La encontraron el día de navidad en su departamento, muerta como en las peores películas del género. Ése no es el tema central, pero sí el que me sirvió de arranque. El pretexto es una entrevista con el que supuestamente la mató, que habla de su mejor amigo. Algo así.
Y un montón de textos cortos. Un montón es un montón. La mayor parte son... uh... lo que entiendo por cuentos, aunque sé que no lo son. A algunos sólo hay que darles una corrección de rutina, otros hay que terminarlos, de otros sólo hay esbozos.
Y un rollo autobiográfico –no, no son unas memorias– que he estado trabajando desde enero, más por salud y orden mental que porque quiera publicarlo. Mi problema allí es que se habla de cosas terribles, pero está escrito de modo que resulta ameno, no dramático. Hasta tierno es el pinche libro. Me imagino que voy a tener que dejarlo descansar un muy rato, cuando lo termine, para poder asimilarlo.
No me voy a meter por ahora con las notas que tengo en cuadernos. Hay por lo menos cuatro novelas iniciadas, que no pintan mal, pero no es su momento.
El asunto, por lo que veo, es si me alcanzará la vida no ya para escribir unos libros más, sino para terminar los que tengo pendientes. Como buen escritor compulsivo, espero que sí. Ya imprimí un montón de páginas, a espacio sencillo, y me pondré a ver qué es lo más fácil de terminar sin que tenga que forzarlo, y sobre eso me iré.
Y pensar que hubo un momento en que me ofrecieron publicarme un libro y tuve que decir que no, porque acababa de salir el único que tenía terminado, y aun así le faltaba corrección... Eso fue en 1990, con Los años marchitos.
De verdad que alcanza la vida para un montón de cosas. Muchas de ellas las he quitado del currículum, porque no valen la pena, con todo y que se llevaron su buen tiempo. Quizá hable de eso mañana o pasado o un día de éstos. Ahora voy a cenar unos huevos con tocino, aprovechando que es vigilia.
1 comentario:
Ah pues ya vi en que andás con tu escritura... y me parece que andás bien ocupado. Me he pasado la noche de anoche y la tarde entera hilando... ahí vamos, creo que va bien, al menos ya tengo una esquinita de la colcha. Ahí te cuento más luego. Saludos. Vanessa
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