Mata Hari
Mata Hari era en casa, cuando yo era niño, sinónimo de "espionaje", y "espionaje" era sinónimo de algo exótico, emocionante, por lo que podía perderse la vida a cambio de... uh... no sé muy bien qué; lo del patriotismo no se me da.
A mi padre le brillaban los ojos cada vez que la mencionaba, y mi madre no hacía el menor gesto ni el menor comentario, señal de que
a) No era un tema que pudiera tratarse en familia durante mucho tiempo (es decir que mencionarla ya era más que demasiado) ni era adecuado para que un niño oyera de eso o
b) El tema le tenía sin el menor cuidado o
c) Era una de "esas cosas" con las que mi papá se emocionaba cíclicamente, como cuando le agarró, por allí de 1976, por leer todo lo relativo al triángulo de las Bermudas, y mucho antes de eso por coleccionar lentes para sol. (No muy caros; los primeros Ray Ban que usó, y que le encantaban, fueron unos que le presté en alguna ocasión, por allí de 1994; no quiso que se los regalara.)
Intuyo que el motivo de mi madre iba más por c) que por a), con un mucho de b), y que ninguno de los dos habría visto una foto de la Mata Hari de verdad, o él no me hubiera hablado de ella y mi madre hubiese puesto el grito en la estratósfera de haberlo hecho. Ambos tenían --y mi madre aún tiene-- una buena cultura cinematográfica, y un gusto por el cine que me transmitieron. Lo más probable es que mi padre no me hablara de la Mata Hari de verdad, sino de la versión de Greta Garbo, a la que él adoraba y que a mí siempre me cayó tan mal como María Félix, no sé por qué.
Además de lo que seguramente decía la película, mi padre me hablaba de Mata Hari con datos que habría leído en algunas revistas no muy fiables (también me transmitió la adicción a leer cuanta cosa esté impresa, posologías y hojas volantes incluidas) y con algunos otros que habrá exagerado o inventado, porque en algunos temas le daba por fantasear, y era lo emocionante de platicar con él de esos temas: tenía el rigor de un economista (en ocasiones casi un rigor mortis), y no hablaba ni escribía de nada que no tuviera bien comprobado; pero, cuando se ponía como niño y hablaba como niño, los temas daban para lo que fuera, y Mata Hari era uno de esos temas. De agente doble Mata Hari se convirtió en agente triple, y quizá cuádruple, y era una bailarina excepcional, y viajó por todas partes y qué sé yo.
No se perdió tampoco las primeras películas de James Bond. Las de Sean Connery le gustaban, y las vi con él. Dejó de verlas cuando pusieron a Roger Moore; entonces el vicio de James Bond se le transmitió a mi madre, que se derretía por él y no se perdía un capítulo de El Santo. James Bond no era uno de mis personajes favoritos, y más bien los acompañaba por estar con él o porque no me quedaba de otra (con mi madre también tuve que tirarme todas las de Elvis, las de Pili y Mili, las de Marisol, las de Enrique Guzmán, las de María Victoria, Travesuras de Paquita incluidas...); no me parecía, intuitivamente, que un agente secreto pudiera ser tan ostentoso, y me caía mal eso de estar metiéndose en lo que a uno no le importa y robándoles cosas a los demás, así estuviera de por medio la salvación del mundo. Tampoco que gustaba --ni me gusta--, en mucho del género de espionaje y de cierto cine de aventuras, que los malos de la película tengan siempre defectos físicos evidentes o ciertos rasgos raciales exagerados. (Dos excepciones: el Malvado Ming de Flash Gordon me caía muy bien, y uno de mis primeros amores platónicos --además de Elizabeth Montgomery y la primera Emma Peel, es decir Diana Rigg, de Los vengadores-- fue su hija, la Princesa Aura, representada por Priscila Lawson. La otra es el Fu Manchú de Boris Karloff, y también su hija, protagonizada ni más ni menos que por Myrna Loy.)
Un día me puse a leer a John Le Carré --no paré hasta que los leí todos-- y me fascinó. Se hablaba allí de espías de verdad, de gente con poco o ningún glamour, pero que eran los que verdaderamente hacían que se moviera el mundo de la información: choferes, secretarias, la esposa de alguien, el señor que barre, el maestro de escuela... Me puse a leer también acerca del "espionaje real", y algún estudio sobre el tema decía que James Bond no duraría ni quince minutos como espía: era demasiado visible, demasiada parafernalia. El único motivo por el que el MI-6 británico lo usaría sería para quemarlo en la primera cena con alguna espía rusa igualmente quemable o para que lo mataran de inmediato. Me enteré de ciertos espías sorprendentes como Kim Philby, quien trabajó durante casi dos décadas para el MI-5 y el MI-6 y logró buenas posiciones, cuando desde el principio había sido agente soviético. Y acerca de los espías que pasaban información al enemigo para evitar la predominancia nuclear o tecnológica de su superpotencia sobre la superpotencia contraria, a quienes debemos quizá que no tengamos escamas, tres ojos e invierno nuclear. Casi siempre eran nerds, y en muchos casos terminaron ejecutados. (Mi solidaridad con los hermanos caídos en luchas perdidas de antemano.) Y las infamias, como el rollo racista y anticomunista de los esposos Rosenberg, un remake barato del affaire Sacco y Vanzetti, pero en nombre de la seguridad nacional.
A mi padre le brillaban los ojos cada vez que la mencionaba, y mi madre no hacía el menor gesto ni el menor comentario, señal de que
a) No era un tema que pudiera tratarse en familia durante mucho tiempo (es decir que mencionarla ya era más que demasiado) ni era adecuado para que un niño oyera de eso o
b) El tema le tenía sin el menor cuidado o
c) Era una de "esas cosas" con las que mi papá se emocionaba cíclicamente, como cuando le agarró, por allí de 1976, por leer todo lo relativo al triángulo de las Bermudas, y mucho antes de eso por coleccionar lentes para sol. (No muy caros; los primeros Ray Ban que usó, y que le encantaban, fueron unos que le presté en alguna ocasión, por allí de 1994; no quiso que se los regalara.)
Intuyo que el motivo de mi madre iba más por c) que por a), con un mucho de b), y que ninguno de los dos habría visto una foto de la Mata Hari de verdad, o él no me hubiera hablado de ella y mi madre hubiese puesto el grito en la estratósfera de haberlo hecho. Ambos tenían --y mi madre aún tiene-- una buena cultura cinematográfica, y un gusto por el cine que me transmitieron. Lo más probable es que mi padre no me hablara de la Mata Hari de verdad, sino de la versión de Greta Garbo, a la que él adoraba y que a mí siempre me cayó tan mal como María Félix, no sé por qué.
Además de lo que seguramente decía la película, mi padre me hablaba de Mata Hari con datos que habría leído en algunas revistas no muy fiables (también me transmitió la adicción a leer cuanta cosa esté impresa, posologías y hojas volantes incluidas) y con algunos otros que habrá exagerado o inventado, porque en algunos temas le daba por fantasear, y era lo emocionante de platicar con él de esos temas: tenía el rigor de un economista (en ocasiones casi un rigor mortis), y no hablaba ni escribía de nada que no tuviera bien comprobado; pero, cuando se ponía como niño y hablaba como niño, los temas daban para lo que fuera, y Mata Hari era uno de esos temas. De agente doble Mata Hari se convirtió en agente triple, y quizá cuádruple, y era una bailarina excepcional, y viajó por todas partes y qué sé yo.
No se perdió tampoco las primeras películas de James Bond. Las de Sean Connery le gustaban, y las vi con él. Dejó de verlas cuando pusieron a Roger Moore; entonces el vicio de James Bond se le transmitió a mi madre, que se derretía por él y no se perdía un capítulo de El Santo. James Bond no era uno de mis personajes favoritos, y más bien los acompañaba por estar con él o porque no me quedaba de otra (con mi madre también tuve que tirarme todas las de Elvis, las de Pili y Mili, las de Marisol, las de Enrique Guzmán, las de María Victoria, Travesuras de Paquita incluidas...); no me parecía, intuitivamente, que un agente secreto pudiera ser tan ostentoso, y me caía mal eso de estar metiéndose en lo que a uno no le importa y robándoles cosas a los demás, así estuviera de por medio la salvación del mundo. Tampoco que gustaba --ni me gusta--, en mucho del género de espionaje y de cierto cine de aventuras, que los malos de la película tengan siempre defectos físicos evidentes o ciertos rasgos raciales exagerados. (Dos excepciones: el Malvado Ming de Flash Gordon me caía muy bien, y uno de mis primeros amores platónicos --además de Elizabeth Montgomery y la primera Emma Peel, es decir Diana Rigg, de Los vengadores-- fue su hija, la Princesa Aura, representada por Priscila Lawson. La otra es el Fu Manchú de Boris Karloff, y también su hija, protagonizada ni más ni menos que por Myrna Loy.)
Un día me puse a leer a John Le Carré --no paré hasta que los leí todos-- y me fascinó. Se hablaba allí de espías de verdad, de gente con poco o ningún glamour, pero que eran los que verdaderamente hacían que se moviera el mundo de la información: choferes, secretarias, la esposa de alguien, el señor que barre, el maestro de escuela... Me puse a leer también acerca del "espionaje real", y algún estudio sobre el tema decía que James Bond no duraría ni quince minutos como espía: era demasiado visible, demasiada parafernalia. El único motivo por el que el MI-6 británico lo usaría sería para quemarlo en la primera cena con alguna espía rusa igualmente quemable o para que lo mataran de inmediato. Me enteré de ciertos espías sorprendentes como Kim Philby, quien trabajó durante casi dos décadas para el MI-5 y el MI-6 y logró buenas posiciones, cuando desde el principio había sido agente soviético. Y acerca de los espías que pasaban información al enemigo para evitar la predominancia nuclear o tecnológica de su superpotencia sobre la superpotencia contraria, a quienes debemos quizá que no tengamos escamas, tres ojos e invierno nuclear. Casi siempre eran nerds, y en muchos casos terminaron ejecutados. (Mi solidaridad con los hermanos caídos en luchas perdidas de antemano.) Y las infamias, como el rollo racista y anticomunista de los esposos Rosenberg, un remake barato del affaire Sacco y Vanzetti, pero en nombre de la seguridad nacional.
Cuando me enteré más de la "verdadera historia" de Mata Hari resultó que no era para tanto. Nada de ser hija y nieta y tataranieta de príncipes orientales, sino holandesa e hija de holandeses. Y nada de ser quíntuple agente que viajaba por todo el mundo consiguiéndose amantes extravagantes y poderosos, sino una cortesana y bailarina que, aparte de un cuerpo bien trabajado, como lo muestran las fotos que se consiguen en internet, no tenía demasiado que ofrecer. Además de trabajar alguna vez para la inteligencia francesa, se puso a espiar para los nazis, la agarraron casi de inmediato y la ejecutaron. Punto final para ella, pero así se abrió una leyenda. (No sé si le hubiera consolado saberlo de antemano.)
Y allí resultó que Le Carré y otros tenían razón: el problema de Mata Hari --como el de James Bond-- era que resultaba demasiado visible, excesivamente visible en su caso (hay quien dice que fue la primera stripper, un dato harto dudoso), y quizá a su fantasía de provenir de sacerdotisas orientales se mezclara con la de ser una espía tipo James Bond, antes de que a Ian Flemming se le ocurriera inventarlo. Todo esto no se lo dije a mi padre, porque el personaje nunca dejó de fascinarle y no dejó de añadirle detalles a su leyenda particular. Tampoco le dije que un día fui a ver la versión de Mata Hari con Sylvia Kristel, una de las películas más aburridas de todas las que he visto, y ya son varias; si como Emmanuelle ya me resultaba plomosa...
Como venganza o burla histórica, en 1970 se transmitió una serie que se llamaba Lancelot Link: Secret Chimp, protagonizada por chimpancés. La novia de Link, también espía, se llamaba Mata Hairy. No la vi mucho tampoco, excepto cuando iba a casa del tío Juan Menjívar expresamente para eso; a él le fascinaba, y durante un tiempo fue nuestro tema de conversación. (Con él vi también buena parte de la saga de Wang Yu y sus películas delirantes de boxeo chino, como El espadachín manco, El regreso del espadachín manco y otros regresos.)
Abajo, la antítesis de la bailarina oriental: Margaretha Geertruida Zelle (el verdadero nombre de Mata Hari) poco antes de ser ejecutada por los franceses en 1917, a los 41 años de su edad.
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Todo lo anterior es porque ayer leí un bonito libro titulado Espionaje, así a secas, con poco texto y muchas ilustraciones, pasta dura y papel couché. Viene de todo: cámaras microscópicas, cómo se guardan los agentes cosas en el tacón de los zapatos, aparatos y técnicas de escucha, codificacion y decodificación de claves, agentes famosos... Pensé que el hecho de que esos agentes secretos sean famosos es la muestra más patente de su fracaso. Sic transit gloria Jamesbondi.
Y allí resultó que Le Carré y otros tenían razón: el problema de Mata Hari --como el de James Bond-- era que resultaba demasiado visible, excesivamente visible en su caso (hay quien dice que fue la primera stripper, un dato harto dudoso), y quizá a su fantasía de provenir de sacerdotisas orientales se mezclara con la de ser una espía tipo James Bond, antes de que a Ian Flemming se le ocurriera inventarlo. Todo esto no se lo dije a mi padre, porque el personaje nunca dejó de fascinarle y no dejó de añadirle detalles a su leyenda particular. Tampoco le dije que un día fui a ver la versión de Mata Hari con Sylvia Kristel, una de las películas más aburridas de todas las que he visto, y ya son varias; si como Emmanuelle ya me resultaba plomosa...
Como venganza o burla histórica, en 1970 se transmitió una serie que se llamaba Lancelot Link: Secret Chimp, protagonizada por chimpancés. La novia de Link, también espía, se llamaba Mata Hairy. No la vi mucho tampoco, excepto cuando iba a casa del tío Juan Menjívar expresamente para eso; a él le fascinaba, y durante un tiempo fue nuestro tema de conversación. (Con él vi también buena parte de la saga de Wang Yu y sus películas delirantes de boxeo chino, como El espadachín manco, El regreso del espadachín manco y otros regresos.)
Abajo, la antítesis de la bailarina oriental: Margaretha Geertruida Zelle (el verdadero nombre de Mata Hari) poco antes de ser ejecutada por los franceses en 1917, a los 41 años de su edad.
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Todo lo anterior es porque ayer leí un bonito libro titulado Espionaje, así a secas, con poco texto y muchas ilustraciones, pasta dura y papel couché. Viene de todo: cámaras microscópicas, cómo se guardan los agentes cosas en el tacón de los zapatos, aparatos y técnicas de escucha, codificacion y decodificación de claves, agentes famosos... Pensé que el hecho de que esos agentes secretos sean famosos es la muestra más patente de su fracaso. Sic transit gloria Jamesbondi.
4 comentarios:
Maestrísimo:
Bien por la desmitificación de la Mata Hari.
Yo veía el programa de Lancelot Link (¡cómo me hacía reír!). Pero creo que su chava (¿o su changa?) se llamaba Marta, Marta Hairy... apodo que le pusimos en la secundaria a una maestra de biología, que se parecía mucho a la peluda espía.
Lo que me parece terriblemente llamativo es el libro "Espionaje". Lo buscaré en alguna biblioteca. A veces, los objetos que una persona usa o la rodean hablan más de sus trabajos o personalidades.
Saludos!
El libro es parte de un lote que nos donaron para la biblioteca de La Casa, para préstamo. Si no lo hallas, ya sabes dónde está.
El libro es de Richad Platt, publicado por Altea.
Hugo: Mata Hairy, confirmado en IMDB, aquí:
http://imdb.com/title/tt0065309/
La voz original de Lancelot Link, dice, era de Mel Blanc. ¡Qué tipo genial para hacer voces!
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