Un poema número 16
En poesía, como en otras cosas, poca gente está conforme con lo que tiene, y más bien hace lo que hace porque eso le sale. (Habrá casos excepcionales, y más que excepciones serán la norma, pero no hablo de ellos, sino de gente que simplemente trabaja.) Los que hacen poemas muy largos darían cualquier cosa por hacer un haikú, y los que hacen poemas de un par de líneas quisieran echarse La Odisea cada vez que se sientan frente a la máquina o al cuaderno; los que trabajan versos largos buscan las pocas sílabas, y los más concisos suspiran frente a un verso de Eliot o Pasos. Y está bien; mientras buscan cambiar el estilo, lo logren o no, aprenderán muchísimo, y ya los años dirán para qué nacieron y el devenir de la obra los pondrá donde deban estar.
Hace tres años (es decir a sus 16), Nathaly Castillo Menjívar llegó a casa (vivíamos frente a la suya) en un drama terrible: por más que lo intentara, sus poemas no pasaban de los cinco o seis versos. Escribía textos de una página o dos, y después de corregirlos sobrevivía una mínima parte, o salían dos o tres poemas igualmente pequeños. Lo curioso es que todos la envidiábamos verdemente por eso, por su capacidad de concisión, y porque cada poema suyo era un golpe de los que uno tarda un buen rato en recuperarse. Y no es que le salieran muy rápido: esos tres versos le llevaban uno o dos meses de trabajo, lo mismo que a --digamos-- Tere Andrade, quien escribía unos poemas largos y de versos generosos. (Ahora ha cambiado un poco su estilo y hace unos poemas de, digamos, diez o quince versos, e igual se lleva un montón de tiempo.)
No sabía cómo convencerla de que se podía decir muchas cosas en muy poco espacio, y que lo suyo más bien era una virtud, y lo único que se me ocurrió fue agarrar un cuaderno y ponerme a escribir textos pequeños, quince en total. Y más bien fueron catorce, y uno más que era el cierre de la serie. Los poemas aún están inéditos, y no creo que sean tan buenos como los suyos, pero la pusieron de buen humor, y ése era el objetivo. Krisma le mostró sus primeros trabajos, los de antes de La era del llanto, que eran pequeñitos, y también de algo sirvió.
Lo que no recordaba era que había un poema número 16 en el cuaderno, escrito quién sabe cuándo (los otros tienen fecha del 7 de abril de 2004). Hoy, mientras buscaba un cuaderno para escribir unas notas, encontré el que me había servido para los 15 poemas, y me extrañó encontrarlo; lo había olvidado.
Por supuesto que lo corregí, pero había algo que no me gustaba: después de dos versos, se abre un paréntesis, y el poema termina cuando se cierra el paréntesis. O sea: son dos versos de poema y cinco entre paréntesis, como una anotación o explicación o lo que sea. No supe si eso era bueno o malo, pero no vi otro modo de resolverlo que dejarlo como estaba. Pongo a continuación lo que quedó después de corregirlo, siempre sujeto a cambios:
Duerme en el fondo de unos brazos vacíos. No resistas
la gana de estar sola, como se está ante una foto en blanco y negro.
(Los sueños no son nada
más que nostalgia de ese último suspiro que no llega,
que se retrasa y arde. Los sueños, en fin, son el pretexto
para un ronquido hastiado, para cerrar sin culpa los ojos y dejar
que las sábanas mojen tus párpados de nieve.)
(Está medio raro el corte de verso.)
Hace tres años (es decir a sus 16), Nathaly Castillo Menjívar llegó a casa (vivíamos frente a la suya) en un drama terrible: por más que lo intentara, sus poemas no pasaban de los cinco o seis versos. Escribía textos de una página o dos, y después de corregirlos sobrevivía una mínima parte, o salían dos o tres poemas igualmente pequeños. Lo curioso es que todos la envidiábamos verdemente por eso, por su capacidad de concisión, y porque cada poema suyo era un golpe de los que uno tarda un buen rato en recuperarse. Y no es que le salieran muy rápido: esos tres versos le llevaban uno o dos meses de trabajo, lo mismo que a --digamos-- Tere Andrade, quien escribía unos poemas largos y de versos generosos. (Ahora ha cambiado un poco su estilo y hace unos poemas de, digamos, diez o quince versos, e igual se lleva un montón de tiempo.)
No sabía cómo convencerla de que se podía decir muchas cosas en muy poco espacio, y que lo suyo más bien era una virtud, y lo único que se me ocurrió fue agarrar un cuaderno y ponerme a escribir textos pequeños, quince en total. Y más bien fueron catorce, y uno más que era el cierre de la serie. Los poemas aún están inéditos, y no creo que sean tan buenos como los suyos, pero la pusieron de buen humor, y ése era el objetivo. Krisma le mostró sus primeros trabajos, los de antes de La era del llanto, que eran pequeñitos, y también de algo sirvió.
Lo que no recordaba era que había un poema número 16 en el cuaderno, escrito quién sabe cuándo (los otros tienen fecha del 7 de abril de 2004). Hoy, mientras buscaba un cuaderno para escribir unas notas, encontré el que me había servido para los 15 poemas, y me extrañó encontrarlo; lo había olvidado.
Por supuesto que lo corregí, pero había algo que no me gustaba: después de dos versos, se abre un paréntesis, y el poema termina cuando se cierra el paréntesis. O sea: son dos versos de poema y cinco entre paréntesis, como una anotación o explicación o lo que sea. No supe si eso era bueno o malo, pero no vi otro modo de resolverlo que dejarlo como estaba. Pongo a continuación lo que quedó después de corregirlo, siempre sujeto a cambios:
Duerme en el fondo de unos brazos vacíos. No resistas
la gana de estar sola, como se está ante una foto en blanco y negro.
(Los sueños no son nada
más que nostalgia de ese último suspiro que no llega,
que se retrasa y arde. Los sueños, en fin, son el pretexto
para un ronquido hastiado, para cerrar sin culpa los ojos y dejar
que las sábanas mojen tus párpados de nieve.)
(Está medio raro el corte de verso.)
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