3 de mayo de 2007

Prólogo a Taberna

Transcribo el prólogo para la edición de Taberna y otros lugares, de Roque Dalton, publicado por la editorial Baile del Sol, de Tenerife, en Canarias.

Morir cantando a los cuarenta
Pedro Flores

Este libro que hoy edita Baile del Sol es el más emblemático de los libros de un poeta legendario, si tal término es aplicable a un poeta. Su vida azarosa, su obra vital y profunda, su muerte temprana y confusa son los ingredientes que confluyen para llevarlo al te¬rritorio del mito.
Aquí están algunos de los textos más conocidos y celebrados de un «poeta de culto». Dijo en una oca¬sión Paul Valery de Stéphane Mallarmé: «Hay, en cada ciudad de Francia, un joven secreto que se dejaría matar por usted»; Roque Dalton es uno de esos poetas que tiene, quizá en cada rincón del idioma, uno de esos lec¬tores apasionados, un coleccionista de sus versos y sus avatares increíbles y quevedescos. He encontrado «daltónicos» en Argentina y en Holanda, por supuesto en Cuba, en Portugal, en muchos lugares de España... Para todos ellos Dalton es un poeta mítico, pero a la vez de una mitología palpable, cercana y carnal.
Como ya apuntábamos en Taberna y otros lugares se congregan los poemas acaso más emblemáticos del autor salvadoreño:
Ameticalatina, EI descanso del guerrero, La segura mano de Dios, OEA, Buscándome líos, Sobre dolores de cabeza, Revisionismo o el largo «poema collage», como el mismo Roque lo definiera, que da título al libro, entre otros.
‘La taberna’ es la más célebre cervecería de Praga, U-Fleku, en los convulsos y esperanzados tiempos que precedieron al fin, manu militari., de la Primavera de Praga y del Socialismo «de rostro humano» que preco¬nizara Alexander Dubcek. Los «otros lugares» son, esen¬cialmente, El Salvador y la Cuba de sus amores y sus desengaños, la misma cuyo gobierno aprobaría, para es¬panto y vergüenza de gran parte de la intelectualidad de izquierdas de la época (que en gran medida rompe a partir de ahí con el castrismo) la oprobiosa invasión del país de la Taberna.
En 1969, un jurado compuesto por Antonio Cisneros, René Depestre, José Agustín Goytisolo, Efraín Huerta y Roberto Fernández Retamar otorga, por una¬nimidad, el premio de Poesía Casa de las Américas al libro que llevaba el número 87 y que llevaba el seudó¬nimo de «Farabundo».
Desde mil novecientos sesenta la Casa de las Américas cubana se convirtió en lugar de reunión y ebullición de buena parte de los literatos más significa¬dos de América latina, también de España. Muchos de ellos formaron parte de los jurados de los premios; el propio Dalton lo fue al año siguiente de conseguirlo. El rápido final de ese corto idilio del régimen con la cultu¬ra marca el inicio de un lento pero ya imparable declive de la Casa y del premio, pero aún en ese año 69 persis¬tía el espejismo y un poeta revolucionario, aunque muy poco marcial, formaba, en su medida, parte de ello.
Las tres primeras partes del libro (El País 1, II, y III) son un recorrido por ciertos episodios y realidades de una nación convulsa El Salvador, «el Pulgarcito de América», como el poeta lo llamara:

Antes creía que solamente eras muy chico
que no alcanzabas a tener de una vez
Norte y Sur
(El gran despacho).

Marcado tristemente por la violencia en un istmo violento de un subcontinente violento, El Salvador, sus avatares políticos sociales, la lucha guerrillera y la re¬presión militar, marcan también la obra y la vida de Dalton, pero ni la adhesión a una causa lo convierte nunca en un poeta panfletario, ni el desgarro vital lo transforma en un poeta pesimista. Es más, la duda, una ironía mordaz e inteligente, y una negativa constante al dogmatismo y la marcialidad que tanto daño, Roque era consciente de ello, hacían a los procesos de cambio y, en otro orden de cosas, a la literatura en América Latina, provocaron su muerte. La alegría, la autocrítica, la falta de las «solemni¬dades convencionales», la capacidad para reírse de sí mismo, son ingredientes que espantan al autoritarismo; también al autoritarismo policial y burocrático en el que pronto degenera el proceso revolucionario cubano y en el que no tenían sitio muchos verdaderos rebeldes. Pro¬bablemente Roque Dalton era un personaje hasta cier¬to punto incómodo para la ortodoxia, la de su país de acogida durante aquellos años, Cuba, y la de los propios movimientos y grupúsculos de la disidencia salva¬doreña.
Buen ejemplo del talante de Roque a este respec¬to es el poema Buscándome líos:

Fundadores de confederaciones y de huelgas mostraban cierta ronquera y me dijeron que debía
escoger un seudónimo
que me iba a tocar pagar cinco pesos al mes

o cuando dice en Con Palabras, de la parte del libro titulada Poemas en prosa:

Deberíamos recordar lo que le pasó a Stalin por hacer de las palabras excepciones del materialismo dia¬léctico...

La misma inclusión protagonista del poema Taberna, que es virtualmente una crónica de los esquemas mentales de la juventud checa de los años previos a la Primavera de Praga, no lo olvidemos, publicado en una Cuba cuyo mandatario aprobó la intervención armada que la abortó, y en el seno de una izquierda intelectual próxima a un cisma, convierten a este texto en un do¬cumento de un extraordinario valor, no sólo literario, sino también histórico.
Taberna es una serie de opiniones yuxtapuestas, dotadas de cierto montaje (hay en Dalton una fuerte influencia del cine) pero no jerarquizadas entre sí.
Todo este libro, reeditado hoy veinticinco años después por Baile del Sol, justo el año en que se cumplen treinta años del asesinato del poeta, es precisa¬mente, entre otras cosas, un alegato contra el anquilo¬samiento, la falta de humor y de amor, la jerarquización y la falta de diálogo. Es también, por supuesto, una in¬vitación a la creencia de que otro mundo es posible a pesar de los desengaños provocados por procesos en principio ilusionantes.
La figura y la obra de Roque Dalton se agrandan y, creo que lo seguirán haciendo, con los años. Esta es la oportunidad de descubrir al poeta en el más signifi¬cativo de sus libros, publicado por primera vez pocos años antes de morir, a los cuarenta, cómo no, cantando.

2 comentarios:

Ernesto Bautista dijo...

Y el de Mario Benedetti. ¿Habia uno o me equivoco?

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Sip. A La ventana en el rostro. Es muy largo para ponerlo aquí.