Blanco y negro
Me gusta la fotografía en blanco y negro, en especial los retratos. Me parece que los colores a veces no dejan ver lo que es más importante de transmitir: expresiones, miradas, detalles que son los que revelan qué o quién es una persona.
Alguna vez traté de entrar en la fotografía más en serio. Descubrí, además de que tenía poco tiempo, que era un hobbie que no podía costearme; ya tenía otros hobbies que se llevaban el poco dinero que --no-- me sobraba. Aun así comencé con una Pentax A2 (creo que ése era el modelo), y luego seguí con una Canon AE1 Program que terminó vendida en un momento de necesidad, que fue cuando decidí que la fotografía no era para mí, o yo no era para ella. No estuvo mal: me había salido baratísima, comprada a un suizo que las sacaba de la fábrica, les ganaba un poco y de eso vivía. Le vendí casi al doble de lo que me costó, después de usarla durante un buen rato.
A falta de laboratorio, PhotoShop, con la desventaja de que uno no puede regular tan bien el tiempo de exposición, el papel, las texturas, y la ventaja de que no quedan las manos amarillas. (¿Revelar con guantes de látex? ¡Por Dios...!)
La ventaja ahora es que no es necesario imprimir las fotos para saber cómo quedaron, ni siquiera pasarlas a la computadora. Las cámaras digitales también pueden ser más baratas, y mucho: las primeras tres fotos que aparecen abajo fueron tomadas con una mínima instamátic digital comprada en Arizona en 2002, en una oferta de Office Depot. Aún anda por allí y suele servir como webcam. Toma fotos de 640x480 en su máxima resolución. Aun así, varias de las fotos de la serie a la que pertenece la segunda que aparece allá abajo se han publicado en varias partes, incluso en la solapa del Viaje al imperio de las ventanas cerradas.
Después de que tronara una CyberShot de Sony, de respetable capacidad y más respetable precio, volví por unos días a una camarita instamátic de Spider Man, que me costó lo mismo que la primera, nomás que ya no en oferta y su máxima resolución es como de 1280x1024. Ahora tengo una Kodak EasyShare C713, baratita, a 7 megapixeles, y no está mal. La última foto fue tomada con ésa.
Van las fotos y algunas explicaciones.
Krisma a principios de agosto de 2002. Ya empezábamos a trabajar en cosas de poesía (el taller de La Casa no se había abierto aún; ella fue la primera) y, como resulta obvio, a vernos con ojos de mucho agrado.
Ésta fue tomada no mucho después, cuando ya nos veíamos con más ojos de agrado aún. Ella está sentada en la mesa del comedor de mi casa, en la Colonia Buenos Aires. Tomé cerca de 80 fotos, de las que salieron bien unas diez. Nada mal.
Ésta debió tomarse a finales de 2002 o principios de 2003, cuando ya compartíamos sueños, catre y macarrones, como dice el tío Joan Manuel. Sí, lo de nosotros fue un proceso bien acelerado, y ha valido cada segundo. De esos días es un poema, de los primeros que produjo en el taller, que presento en exclusiva. Créanme: no lo van a leer en otra parte.
Ésta la tomé en 2006 con una cámara de video que. entre otros chistes, puede tomar fotos de emergencia.
Y ésta la tomé apenas ayer, de una serie que enviamos para un encuentro de poetas en el que estará dentro de un par de semanas.
Todas se tomaron en color, pero hay algo que las hace más interesantes en blanco y negro. Quizá sea, como digo, que los colores no distraen de lo más importante, que es la propia persona fotografiada.
Alguna vez traté de entrar en la fotografía más en serio. Descubrí, además de que tenía poco tiempo, que era un hobbie que no podía costearme; ya tenía otros hobbies que se llevaban el poco dinero que --no-- me sobraba. Aun así comencé con una Pentax A2 (creo que ése era el modelo), y luego seguí con una Canon AE1 Program que terminó vendida en un momento de necesidad, que fue cuando decidí que la fotografía no era para mí, o yo no era para ella. No estuvo mal: me había salido baratísima, comprada a un suizo que las sacaba de la fábrica, les ganaba un poco y de eso vivía. Le vendí casi al doble de lo que me costó, después de usarla durante un buen rato.
A falta de laboratorio, PhotoShop, con la desventaja de que uno no puede regular tan bien el tiempo de exposición, el papel, las texturas, y la ventaja de que no quedan las manos amarillas. (¿Revelar con guantes de látex? ¡Por Dios...!)
La ventaja ahora es que no es necesario imprimir las fotos para saber cómo quedaron, ni siquiera pasarlas a la computadora. Las cámaras digitales también pueden ser más baratas, y mucho: las primeras tres fotos que aparecen abajo fueron tomadas con una mínima instamátic digital comprada en Arizona en 2002, en una oferta de Office Depot. Aún anda por allí y suele servir como webcam. Toma fotos de 640x480 en su máxima resolución. Aun así, varias de las fotos de la serie a la que pertenece la segunda que aparece allá abajo se han publicado en varias partes, incluso en la solapa del Viaje al imperio de las ventanas cerradas.
Después de que tronara una CyberShot de Sony, de respetable capacidad y más respetable precio, volví por unos días a una camarita instamátic de Spider Man, que me costó lo mismo que la primera, nomás que ya no en oferta y su máxima resolución es como de 1280x1024. Ahora tengo una Kodak EasyShare C713, baratita, a 7 megapixeles, y no está mal. La última foto fue tomada con ésa.
Van las fotos y algunas explicaciones.
Krisma a principios de agosto de 2002. Ya empezábamos a trabajar en cosas de poesía (el taller de La Casa no se había abierto aún; ella fue la primera) y, como resulta obvio, a vernos con ojos de mucho agrado.
Ésta fue tomada no mucho después, cuando ya nos veíamos con más ojos de agrado aún. Ella está sentada en la mesa del comedor de mi casa, en la Colonia Buenos Aires. Tomé cerca de 80 fotos, de las que salieron bien unas diez. Nada mal.
Ésta debió tomarse a finales de 2002 o principios de 2003, cuando ya compartíamos sueños, catre y macarrones, como dice el tío Joan Manuel. Sí, lo de nosotros fue un proceso bien acelerado, y ha valido cada segundo. De esos días es un poema, de los primeros que produjo en el taller, que presento en exclusiva. Créanme: no lo van a leer en otra parte.
En las fauces de mi gata
hay cien hombres espejos.
Qué miras,
preguntan al abrir el abismo de sus ojos.
Una mujer,
contesto,
una mujer invisible,
hambrienta de imágenes.
Ésta la tomé en 2006 con una cámara de video que. entre otros chistes, puede tomar fotos de emergencia.
Y ésta la tomé apenas ayer, de una serie que enviamos para un encuentro de poetas en el que estará dentro de un par de semanas.
Todas se tomaron en color, pero hay algo que las hace más interesantes en blanco y negro. Quizá sea, como digo, que los colores no distraen de lo más importante, que es la propia persona fotografiada.
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