Querido Diario (III)...
Así como quien no quiere, ya pasé de los 600 posts (por uno o dos, no creas que es para tanto), algunos largos, algunos apenas de trámite, a veces varios días sin escribir, a veces un par diarios. A veces, también, me voy al archivo y me pongo a leer cosas de hace dos o tres años (¡mi primer post es del 4 de noviembre de 2004!, ¡feliz cumpleaños a nosotros!) y es como si el que escribiera fuera otro, y me divierto. Y de eso se trata también esto de los blogs: hay cosas que uno escribe porque espera olvidarlas, y porque quizá valga la pena leerlas después. Mesmamente lo que pasa con la literatura.
Por ejemplo, estoy escribiendo una novela que comencé en Toulouse hace cosa de un mes, y he agarrado velocidad. Hay capítulos que sé cómo irán, y con unas cuantas anotaciones basta para tenerlos claros, etcétera. Hago las anotaciones con los detalles más importantes y listo, los dejo para después. Hay otros que uno sabe que olvidará si no los escribe en el momento, y allí es donde agarra la compulsión por escribir, y no hay santo del cielo que pueda detenerlo a uno. (Bueno, sí, pero mejor que no lo intente.) He escrito los capítulos en el siguiente orden: 1, 2, 4, 3, 7, 5, 6 y 8. Además hay partes que vendrán después que necesito escribir antes, para que el capitulo que lleva a ellas tenga más sentido y no deba escribirlo dos veces, o corregir demasiado. Después de 31 o 32 años de andar en ésas, uno ya más o menos sabe.
Como sea, creo que los dos viajes largos de este año (si descontamos el importantísimo pero corto a Guatemala en enero) me sirvieron bastante para cambiar de registro, temática y todo lo demás. No reconozco ni siquiera mi fraseo en lo que estoy escribiendo, y eso me gusta; después de terminar Breve recuento de todas las cosas, hace tres años, y de escribir una novela policial más, junto con apuntes para otras cosas, me estaba sintiendo estancado, como que lo que hacía era la repetición de algo que ya había escrito, y así qué chiste. Durante cerca de año y medio estuve esperando "algo" para empezar otra etapa.
Y ya está. En Toulouse, una de las ciudades más tranquilas y encantadoras que me ha sido dado conocer (¡cuatro verbos en hilera!; no me gusta, pero lo dejo), escribí las primeras páginas. Eran violentas y sórdidas, quizá por contraste con el ambiente, quizá por costumbre. Avancé lo que pude durante el resto del viaje a Francia, y un poco en la semana que estuve en El Salvador, pero corría el riesgo de que los apuntes no pasaran de ser apuntes. Y estaba bien, porque había soltado mano y había encontrado pistas acerca de cómo y qué escribir que no se pareciera a lo anterior.
Pero cuando llegué a Los Ángeles encontré el eje de la novela, y estaba tan a la vista que el mismísimo primer día ya tenía claro de qué se trataba. Tuvo que ver con el incendio en San Diego, que a su vez hizo que se llenaran los hoteles de Los Ángeles, que a su vez nos limitó la cantidad de hoteles a los que podíamos acceder con el presupuesto que llevábamos, que a su vez nos envió al hotel Garden Suites en pleno Korea Town, o sea el Barrio Coreano.
Tuvo que ver, también, con lo que ya conté en un post anterior acerca del McDonalds: en la parte de afuera, ancianos coreanos disputan --pacíficamente, pero muy en serio-- las mesas con latinos, y por las tardes se ponen a jugar un juego que se llama Yut, del que no entendí absolutamente nada, ni era el caso (aunque también tenga su parte en la novela). Y tuvo que ver, sin duda, con que existieran dos mundos paralelos que ocupan el mismo espacio: el de los coreanos --que son los que mandan-- y los salvadoreños, guatemaltecos y algunos mexicanos, que son quienes se encargan de la cocina, la limpieza, etcétera. Me llamó la atención en especial que oyera más a guatemaltecos y salvadoreños que a mexicanos, pero tiene sentido: el barrio coreano antes era un barrio mexicano, pero los mexicanos fueron migrando hacia otras partes. Además, han instalado pequeños negocios en los alrededores, algunos manejan sus propios taxis, etcétera. Donde no faltan es en las cocinas; son buenos para eso.
Ya dije por allí que es una novela rara, una mezcla de ciencia ficción con género negro y lo que vaya saliendo, o sea literatura. Me estoy divirtiendo, y me han salido unos personajes en serio disparados. La buena y el malo (o el bueno y la mala, según el ángulo en que se mire) salieron bien interesantes, y hay otros personajes de apoyo que no me están quedando nada mal.
Estoy dividiendo la novela en dos partes. El cuaderno rojo que puse hace unas semanas por aquí ya casi se llenó con la primera. Estoy decidiendo si usar uno verde o uno naranja para la segunda. Y, como siempre, encuentro más realidad a ratos en la ciencia ficción y el género negro que en muchs novelas "realistas", "comprometidas" o llámales como quieras.
A propósito de realidad, mis imbéciles particulares siguen siendo imbéciles, que es lo que se espera de ellos, pero además están mal informados. Durante la guerra conocí a imbéciles que al menos trataban de leer un poco para documentar su ignorancia.
Por ejemplo, ahora hay uno (o una) que me sale con que soy un "desgraciado" (suena a "una") porque dije que a Simón Bolívar no le gustaba la gente de color pardo, o sea el pueblo, y que armó el relajo que armó, y luego lo negoció, a modo de tener alejado al pueblo de lo que estaba haciendo.
Eso, querido diario, no me lo inventé yo, ni mis imbéciles, sino Simón Bolívar. No se me pega la gana poner documentación, pero basta con hacer una búsqueda en Google que diga Bolívar y pardocracia para encontrar un par de toneladas de referencias: los de derecha lo atacan por eso, los de cierta izquierda justifican lo de evitar la llegada de "los pardos" como una genialidad política del señor, y otros nomás lo registran o se meten a especular acerca de lo que hbiera pasado o no hubiera pasado si.
Libertador de las Américas o no, a mí me salen con que alguien es de ideología bolivariana y mejor me pongo a buscar en otra parte del catálogo, sobre todo si el que habla es precisamente... uh... pardo, por decirlo del modo "revolucionario", porque ellos ya quedaron en que Bolivar es revolucionario, y por tanto todo lo que diga. Yo lo que veo es a un criollo defendiendo sus intereses.
Mesmamente --me gustó la palabra-- como José Matías Delgado, los hermanos Aguilar, Manuel José Arce y otros padres de la patria: declararon la independencia en Guatemala, en 1821, para que el proceso fuera ordenado y evitar que el pueblo se tomara lo que tendría que haberse tomado. De los verdaderos líderes populares no se habla mucho, como de Pedro Pablo Castillo, quien debió irse a Honduras porque en serio que sus "compañeros" se empezaron a poner siniestros, y el asesinado Santiago José Celis, cuyo nombre ostenta ahora una calle de malevaje y prostitución extremos.
Volvamos al tema anterior, o al anterior al anterior, que son los viajes.
En general me gusta poco viajar. Quizá si uno no se tardara tantas horas metido en un mal asiento para llegar a otro lado, lo haría más a menudo, pero tampoco es que me fascine eso de andar viendo piedras viejas y lugares en los que estuvo gente a la que no conocí. Quizá me gusta viajar de vez en cuando precisamente para conocer a algunas personas interesantes, que siempre se aparecen en donde sea, incluso la casa de uno.
Ha habido dos novelas que han tenido que ver con viajes, o que las han desatado viajes: Instrucciones para vivir sin piel y la que estoy armando ahora. La primera no fue motivada por el viaje en sí, sino por circunstancias que ocurrieron en él, y que igual no ocurrían u ocurrían en otra parte. (Claro que no hay modo de saberlo.) Ahora sí tuvieron que ver los lugares, especialmente el segundo, o sea Los Ángeles, aunque el modo en que llegué al Barrio Coreano suena más a coincidencia que a causalidad.
De todas maneras hubiera salido algo tarde o temprano; me alegra que fuera temprano.
Por ejemplo, estoy escribiendo una novela que comencé en Toulouse hace cosa de un mes, y he agarrado velocidad. Hay capítulos que sé cómo irán, y con unas cuantas anotaciones basta para tenerlos claros, etcétera. Hago las anotaciones con los detalles más importantes y listo, los dejo para después. Hay otros que uno sabe que olvidará si no los escribe en el momento, y allí es donde agarra la compulsión por escribir, y no hay santo del cielo que pueda detenerlo a uno. (Bueno, sí, pero mejor que no lo intente.) He escrito los capítulos en el siguiente orden: 1, 2, 4, 3, 7, 5, 6 y 8. Además hay partes que vendrán después que necesito escribir antes, para que el capitulo que lleva a ellas tenga más sentido y no deba escribirlo dos veces, o corregir demasiado. Después de 31 o 32 años de andar en ésas, uno ya más o menos sabe.
Como sea, creo que los dos viajes largos de este año (si descontamos el importantísimo pero corto a Guatemala en enero) me sirvieron bastante para cambiar de registro, temática y todo lo demás. No reconozco ni siquiera mi fraseo en lo que estoy escribiendo, y eso me gusta; después de terminar Breve recuento de todas las cosas, hace tres años, y de escribir una novela policial más, junto con apuntes para otras cosas, me estaba sintiendo estancado, como que lo que hacía era la repetición de algo que ya había escrito, y así qué chiste. Durante cerca de año y medio estuve esperando "algo" para empezar otra etapa.
Y ya está. En Toulouse, una de las ciudades más tranquilas y encantadoras que me ha sido dado conocer (¡cuatro verbos en hilera!; no me gusta, pero lo dejo), escribí las primeras páginas. Eran violentas y sórdidas, quizá por contraste con el ambiente, quizá por costumbre. Avancé lo que pude durante el resto del viaje a Francia, y un poco en la semana que estuve en El Salvador, pero corría el riesgo de que los apuntes no pasaran de ser apuntes. Y estaba bien, porque había soltado mano y había encontrado pistas acerca de cómo y qué escribir que no se pareciera a lo anterior.
Pero cuando llegué a Los Ángeles encontré el eje de la novela, y estaba tan a la vista que el mismísimo primer día ya tenía claro de qué se trataba. Tuvo que ver con el incendio en San Diego, que a su vez hizo que se llenaran los hoteles de Los Ángeles, que a su vez nos limitó la cantidad de hoteles a los que podíamos acceder con el presupuesto que llevábamos, que a su vez nos envió al hotel Garden Suites en pleno Korea Town, o sea el Barrio Coreano.
Tuvo que ver, también, con lo que ya conté en un post anterior acerca del McDonalds: en la parte de afuera, ancianos coreanos disputan --pacíficamente, pero muy en serio-- las mesas con latinos, y por las tardes se ponen a jugar un juego que se llama Yut, del que no entendí absolutamente nada, ni era el caso (aunque también tenga su parte en la novela). Y tuvo que ver, sin duda, con que existieran dos mundos paralelos que ocupan el mismo espacio: el de los coreanos --que son los que mandan-- y los salvadoreños, guatemaltecos y algunos mexicanos, que son quienes se encargan de la cocina, la limpieza, etcétera. Me llamó la atención en especial que oyera más a guatemaltecos y salvadoreños que a mexicanos, pero tiene sentido: el barrio coreano antes era un barrio mexicano, pero los mexicanos fueron migrando hacia otras partes. Además, han instalado pequeños negocios en los alrededores, algunos manejan sus propios taxis, etcétera. Donde no faltan es en las cocinas; son buenos para eso.
Ya dije por allí que es una novela rara, una mezcla de ciencia ficción con género negro y lo que vaya saliendo, o sea literatura. Me estoy divirtiendo, y me han salido unos personajes en serio disparados. La buena y el malo (o el bueno y la mala, según el ángulo en que se mire) salieron bien interesantes, y hay otros personajes de apoyo que no me están quedando nada mal.
Estoy dividiendo la novela en dos partes. El cuaderno rojo que puse hace unas semanas por aquí ya casi se llenó con la primera. Estoy decidiendo si usar uno verde o uno naranja para la segunda. Y, como siempre, encuentro más realidad a ratos en la ciencia ficción y el género negro que en muchs novelas "realistas", "comprometidas" o llámales como quieras.
A propósito de realidad, mis imbéciles particulares siguen siendo imbéciles, que es lo que se espera de ellos, pero además están mal informados. Durante la guerra conocí a imbéciles que al menos trataban de leer un poco para documentar su ignorancia.
Por ejemplo, ahora hay uno (o una) que me sale con que soy un "desgraciado" (suena a "una") porque dije que a Simón Bolívar no le gustaba la gente de color pardo, o sea el pueblo, y que armó el relajo que armó, y luego lo negoció, a modo de tener alejado al pueblo de lo que estaba haciendo.
Eso, querido diario, no me lo inventé yo, ni mis imbéciles, sino Simón Bolívar. No se me pega la gana poner documentación, pero basta con hacer una búsqueda en Google que diga Bolívar y pardocracia para encontrar un par de toneladas de referencias: los de derecha lo atacan por eso, los de cierta izquierda justifican lo de evitar la llegada de "los pardos" como una genialidad política del señor, y otros nomás lo registran o se meten a especular acerca de lo que hbiera pasado o no hubiera pasado si.
Libertador de las Américas o no, a mí me salen con que alguien es de ideología bolivariana y mejor me pongo a buscar en otra parte del catálogo, sobre todo si el que habla es precisamente... uh... pardo, por decirlo del modo "revolucionario", porque ellos ya quedaron en que Bolivar es revolucionario, y por tanto todo lo que diga. Yo lo que veo es a un criollo defendiendo sus intereses.
Mesmamente --me gustó la palabra-- como José Matías Delgado, los hermanos Aguilar, Manuel José Arce y otros padres de la patria: declararon la independencia en Guatemala, en 1821, para que el proceso fuera ordenado y evitar que el pueblo se tomara lo que tendría que haberse tomado. De los verdaderos líderes populares no se habla mucho, como de Pedro Pablo Castillo, quien debió irse a Honduras porque en serio que sus "compañeros" se empezaron a poner siniestros, y el asesinado Santiago José Celis, cuyo nombre ostenta ahora una calle de malevaje y prostitución extremos.
Volvamos al tema anterior, o al anterior al anterior, que son los viajes.
En general me gusta poco viajar. Quizá si uno no se tardara tantas horas metido en un mal asiento para llegar a otro lado, lo haría más a menudo, pero tampoco es que me fascine eso de andar viendo piedras viejas y lugares en los que estuvo gente a la que no conocí. Quizá me gusta viajar de vez en cuando precisamente para conocer a algunas personas interesantes, que siempre se aparecen en donde sea, incluso la casa de uno.
Ha habido dos novelas que han tenido que ver con viajes, o que las han desatado viajes: Instrucciones para vivir sin piel y la que estoy armando ahora. La primera no fue motivada por el viaje en sí, sino por circunstancias que ocurrieron en él, y que igual no ocurrían u ocurrían en otra parte. (Claro que no hay modo de saberlo.) Ahora sí tuvieron que ver los lugares, especialmente el segundo, o sea Los Ángeles, aunque el modo en que llegué al Barrio Coreano suena más a coincidencia que a causalidad.
De todas maneras hubiera salido algo tarde o temprano; me alegra que fuera temprano.
1 comentario:
Suena repetitivo, pero es bueno que estés de regreso. Interesante el jueguito coreano.
Ya revisaremos un par de libras de estas toneladas de Bolívar y la pardocracia.
saludos
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