Columna
Por ahora no tengo mucho que decir, excepto que estoy terminando de leer, no sé por qué vez, El arpa y la sombra, de Alejo Carpentier. Ya hablaré de él cuando lo termine y tenga algo de tiempo. Mientras, va la columna de esta semana en Centroamérica 21. El texto en línea puede hallarse en este link. (Interesante, por cierto, la nota acerca del centro y las candidaturas existentes y aliazas posibles. Se puede hallar aquí.)
Se clasifica al periodismo según diferentes rubros: político, cultural, educativo, científico, etcétera. La clasificación es falsa: no tiene que ver con el periodismo, sino con las secciones del medio para el cual se escribe y, sobre todo, con las capacidades personales del reportero.
El periodismo que se aprende en una universidad sólo será un punto de referencia a la hora de ejercer el oficio. Lo que se ha aprendido en la escuela son algunas generalidades, algo de teoría de la comunicación –que tiene un valor académico, pero no práctico, y el periodismo es sobre todo práctica– y, quizá, algo sobre el valor social del periodismo, no siempre de los mejores maestros y no siempre con la receptividad necesaria.
Ante todo, el periodismo es una serie de técnicas para el manejo y transmisión de información. En el plano personal, requiere de vocación, y con ella la necesidad constante de alimentar sus conocimientos, mejorar las técnicas y especializarse en ciertos temas o géneros.
Como en cualquier carrera, lo aprendido en la universidad es una guía para que el profesional siga formándose con cierto orden. La formación autodidacta es fundamental; poco se enseña en las escuelas acerca de los métodos y temas con que el reportero deberá trabajar al aterrizar en la realidad.
La verdadera escuela es la redacción misma, y los maestros –en rigor– son los periodistas de mayor experiencia. Éstos guiarán a los periodistas nuevos y los irán colocando en los lugares en los que, según su potencial, puedan desarrollarse mejor.
“Potencial” es la palabra clave: un periodista puede tener aptitudes para cierto género o para cierta sección, pero es necesario que las desarrolle. Para eso se requiere de que tome la iniciativa y no sólo desarrolle la buena memoria que los caracteriza –que ayuda al indispensable manejo de datos–, sino también a la comprensión de los fenómenos sobre los que trabaja.
Cuando se trata del manejo de información general, de las notas “del día”, bastará con que el reportero sepa redactar, conozca estructuras básicas –como la pirámide invertida– y tenga algunos antecedentes del tema, que en todo caso podrá obtener del editor. En rubros más especializados hace falta una mayor iniciativa.
Por ejemplo, si se maneja la fuente legislativa, será importante no sólo conocer los nombres de los diputados y los partidos a los que pertenece, sino también saber acerca de teoría del estado, de leyes y legislación, haber leído al menos la Constitución –y comprenderla–, ciertos códigos y decretos y, desde luego, tener claros los antecedentes históricos de los partidos políticos, el origen de sus ideologías y su desempeño a lo largo del tiempo. Si no, siempre habrá confusiones, imprecisiones o absurdos.
Un caso desconcertante es el de muchos periodistas del rubro cultural. En ocasiones hacen notas acerca de literatura, y no han leído los trabajos a los que se refieren; casi siempre recurren a las opiniones de “expertos”, como críticos y escritores, o de los propios autores. El problema es cómo saber qué tan objetivos son los criterios que van a reflejar, si ni siquiera conocen el tema del que hablan.
Lo mismo puede aplicarse a quienes cubren las muestras de teatro, conciertos, festivales de danza... Su desconocimiento los lleva a dos posibles resultados: notas mal elaboradas –en general ambiguas y ampulosas– o la búsqueda de enfoques que los eximan de hablar de la cosa en sí y poner énfasis en aspectos externos: la hora a la que empezó la función –generalmente tarde–, la mala organización, los errores –que siempre los hay– en la ejecución, etcétera. Se convierten en “críticos” de algo que no conocen, y lo hacen por deficiencias, no porque sepan de lo que hablan, o porque les interese.
Hay dos comunidades dentro del gremio que podrían ser parámetros de un buen trabajo periodístico. En primer lugar, los reporteros de nota roja, por el manejo de la técnica. Hechos muy similares, con pocas variantes –crímenes, fraudes, etcétera–, deben ser presentados siempre de manera novedosa, desde ángulos inéditos. Eso necesariamente afila la técnica, bajo el riesgo de volverse tediosos y perder lectores y hasta el trabajo. En segundo lugar, los periodistas deportivos. Pocos hay que no tengan claro el deporte acerca del que escriben, lo hayan practicado o no, y ello viene del placer o el interés que encuentran en el objeto de su trabajo.
Muchas deficiencias del periodismo vienen de las malas concepciones que se encuentran en las escuelas y en los medios, pero también son responsabilidad de los periodistas. Y es un asunto de simple vocación.
¿Qué le pasó al periodismo salvadoreño? IV
Rafael Menjívar OchoaSe clasifica al periodismo según diferentes rubros: político, cultural, educativo, científico, etcétera. La clasificación es falsa: no tiene que ver con el periodismo, sino con las secciones del medio para el cual se escribe y, sobre todo, con las capacidades personales del reportero.
El periodismo que se aprende en una universidad sólo será un punto de referencia a la hora de ejercer el oficio. Lo que se ha aprendido en la escuela son algunas generalidades, algo de teoría de la comunicación –que tiene un valor académico, pero no práctico, y el periodismo es sobre todo práctica– y, quizá, algo sobre el valor social del periodismo, no siempre de los mejores maestros y no siempre con la receptividad necesaria.
Ante todo, el periodismo es una serie de técnicas para el manejo y transmisión de información. En el plano personal, requiere de vocación, y con ella la necesidad constante de alimentar sus conocimientos, mejorar las técnicas y especializarse en ciertos temas o géneros.
Como en cualquier carrera, lo aprendido en la universidad es una guía para que el profesional siga formándose con cierto orden. La formación autodidacta es fundamental; poco se enseña en las escuelas acerca de los métodos y temas con que el reportero deberá trabajar al aterrizar en la realidad.
La verdadera escuela es la redacción misma, y los maestros –en rigor– son los periodistas de mayor experiencia. Éstos guiarán a los periodistas nuevos y los irán colocando en los lugares en los que, según su potencial, puedan desarrollarse mejor.
“Potencial” es la palabra clave: un periodista puede tener aptitudes para cierto género o para cierta sección, pero es necesario que las desarrolle. Para eso se requiere de que tome la iniciativa y no sólo desarrolle la buena memoria que los caracteriza –que ayuda al indispensable manejo de datos–, sino también a la comprensión de los fenómenos sobre los que trabaja.
Cuando se trata del manejo de información general, de las notas “del día”, bastará con que el reportero sepa redactar, conozca estructuras básicas –como la pirámide invertida– y tenga algunos antecedentes del tema, que en todo caso podrá obtener del editor. En rubros más especializados hace falta una mayor iniciativa.
Por ejemplo, si se maneja la fuente legislativa, será importante no sólo conocer los nombres de los diputados y los partidos a los que pertenece, sino también saber acerca de teoría del estado, de leyes y legislación, haber leído al menos la Constitución –y comprenderla–, ciertos códigos y decretos y, desde luego, tener claros los antecedentes históricos de los partidos políticos, el origen de sus ideologías y su desempeño a lo largo del tiempo. Si no, siempre habrá confusiones, imprecisiones o absurdos.
Un caso desconcertante es el de muchos periodistas del rubro cultural. En ocasiones hacen notas acerca de literatura, y no han leído los trabajos a los que se refieren; casi siempre recurren a las opiniones de “expertos”, como críticos y escritores, o de los propios autores. El problema es cómo saber qué tan objetivos son los criterios que van a reflejar, si ni siquiera conocen el tema del que hablan.
Lo mismo puede aplicarse a quienes cubren las muestras de teatro, conciertos, festivales de danza... Su desconocimiento los lleva a dos posibles resultados: notas mal elaboradas –en general ambiguas y ampulosas– o la búsqueda de enfoques que los eximan de hablar de la cosa en sí y poner énfasis en aspectos externos: la hora a la que empezó la función –generalmente tarde–, la mala organización, los errores –que siempre los hay– en la ejecución, etcétera. Se convierten en “críticos” de algo que no conocen, y lo hacen por deficiencias, no porque sepan de lo que hablan, o porque les interese.
Hay dos comunidades dentro del gremio que podrían ser parámetros de un buen trabajo periodístico. En primer lugar, los reporteros de nota roja, por el manejo de la técnica. Hechos muy similares, con pocas variantes –crímenes, fraudes, etcétera–, deben ser presentados siempre de manera novedosa, desde ángulos inéditos. Eso necesariamente afila la técnica, bajo el riesgo de volverse tediosos y perder lectores y hasta el trabajo. En segundo lugar, los periodistas deportivos. Pocos hay que no tengan claro el deporte acerca del que escriben, lo hayan practicado o no, y ello viene del placer o el interés que encuentran en el objeto de su trabajo.
Muchas deficiencias del periodismo vienen de las malas concepciones que se encuentran en las escuelas y en los medios, pero también son responsabilidad de los periodistas. Y es un asunto de simple vocación.
5 comentarios:
Mirá, no sé si nuestros periodistas de notas deportivas son buenos, puesto que no los leo; así que te tomo la palabra.
¿Pero los de la nota roja? Es usual ver que dejen por fuera ya sea el quién, el qué, el dónde, el cuándo, el porqué, o el cómo. Aún cuando alguno de dichos elementos es desconocido, es importante indicar que dicho elemento no estaba disponible al momento de ir a prensa.
La única excusa que los reporteros responsables podrían presentar es que sus nota sí tenían los seis elementos, pero que el editor se las truncó toscamente.
Estimados compañeros.
Estoy de acuerdo con El visitador. Los dos colectivos mencionados (periodistas deportivos y de crónica roja) son, quizá, dos de los que peor ubicados quedarían en un hipotético ranking sobre cómo se cubren las diferentes áreas.
Creo, Rafael, que fuiste demasiado benevolente en tu juicio sobre la situación del periodismo local, del que yo también formo parte.
De ciento en viento se publica algo medio interesante, pero rara vez coincide con los grandes temas de agenda nacional, aquellas que más tinta y ondas hertzianas consumen.
Roberto
http://robertogasteiz.blogspot.com/
Leí "El arpa y la sombra" cuando estaba recién salida del horno (la novela, no yo) y no la he releído, pero ahora ya se me antojó hacerlo, recuerdo que el fantasma Cristóbal Colón me dio mucha ternurita.
Maestro,
Le envie un correo a su privado, no se si le habra llegado..
En todo caso, deseo pedirle permiso para publicar sus articulos acerca del peridismo en mi blog de
amigosguanacos.blogspot.com
me avisa,
gracias
Con gusto, pero por favor haga una referencia a mi blog y al lugar donde fueron publicados, es decir CA21.
Gracias.
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