Almuerzo de Navidad y columna
Compañeros de La Casa y amigos, este próximo domingo 23 será el almuerzo de Navidad --y de fin de año, aprovechando el viaje-- en el lugar de siempre --Villa Montserrat--, en la misma ciudad --Los Planes de Renderos, aunque no es ciudad-- y con la misma gente, más algunos compañeros nuevos y amigos que nos quieran acompañar.
Es de estricto traje. De preferencia traigan comida --sin descartar gaseosas, pan, postres--, que siempre se acaba el mole y el arroz y los frijoles antes de que terminen de llegar los que llegan.
A las 12 del día.
Listo. Sigue la columna de esta semana en Centroamérica 21, que puede encontrarse aquí.
Concepto, plagio y mediocridad I
Rafael Menjívar Ochoa
Hace algunos años, en un país centroamericano cuyo nombre es mejor no mencionar, surgió una corriente poética amparada bajo las dudosas alas del posmodernismo. El modo de hacer poesía de sus seguidores era audaz, por decirlo de algún modo: el poeta tomaba un poema que le gustara, cambiaba alguna palabra, algún verso, lo firmaba y lo presentaba como propio en recitales y publicaciones, sin hacer referencia al trabajo original. Se había “apropiado” del poema, y había todo un aparato de explicaciones que no lograban ocultar lo evidente: aquello, más que un plagio –que lo era–, se trataba de una apología y un reconocimiento de la mediocridad de los “autores”.
Si los “poetas” se hubiesen “apropiado” de textos de Quevedo, Eliot, Vallejo, siquiera de alguna gloria local, quizá hasta hubiese algo de humor en lo que hacían. Pero buscaban en los libros de sus contemporáneos, en las autopublicaciones, en revistas, y tomaban poemas de poco probable trascendencia para simplemente robárselos mediante el expediente de modificar algo, lo que fuera. Era un juego municipal, de alcances municipales.
También municipales eran las aspiraciones de los poetas en cuestión: era tan obvia su mediocridad que lo menos dotado de las letras nacionales era objeto de disputa por derechos de autor, con notas de escándalo en los periódicos y revistas –quizá el objetivo central de hacer algo así: aparecer en los diarios, figurar a cualquier costo, como starlette sin esperanzas–, mesas redondas, lo que fuera.
Terminó en lo que tenía que terminar: en nada. Hubo amenazas y alguna demanda por plagio, los mediocres se hicieron los ofendidos y ya nadie se acuerda de ellos ni de mucho de lo que “se apropiaron”. Antes de retirarse, se hicieron los incomprendidos y dijeron algo así como que lo importante era “el concepto”, “la idea”: tomar un poema y convertirlo en algo radicalmente diferente –y mejor– con unos cuantos retoques. Según ellos, “eso” era el colmo de la creatividad y la originalidad.
Lo de “tomar prestados” temas, personajes, situaciones, fragmentos completos, no es nuevo, y tiene su lado interesante.
A William Shakespeare –además de algunos mediocres han intentado demostrar su inexistencia, en vano– se le acusó de plagiar a su contemporáneo Christopher Marlowe, por la utilización de temas y situaciones similares. Si uno los lee a ambos, se dará cuenta de que se trata de obras radicalmente diferentes, con gran ventaja para el primero. Lo único que los une es el rey del que se habla.
Gabriel García Márquez levantó su carrera con Cien años de soledad, que bien podría ser un excelente remake de ¡Absalón, Absalón!, del premio Nobel William Faulkner, trasladado del profundo sur estadounidense a las selvas tropicales de un lugar muy semejante a Colombia. Las dos obras son de calidad excepcional, y su parentesco es incidental; no se trata sólo de cambiar algunos detalles y presentar como propio algo que a otro se le ocurrió. Un nuevo intento de García Márquez de parafrasear a otro Nobel fue muchísimo menos afortunado: Memoria de mis putas tristes es una muy pálida versión de La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata, quizá de los libros más sutiles e impactantes que produjo el siglo XX. Tampoco se trataría de un plagio: se toma un tema, se desarrolla de otro modo y en otro estilo y ya funcionará –como Cien años– o no –como Memorias.
En el plano nacional, durante años se acusó a Álvaro Menen Desleal de haber plagiado al Borges de Cuentos breves y extraordinarios con su libro Cuentos breves y maravillosos. Los acusadores obviamente no leyeron alguno de los dos libros, o ninguno. Lo que hizo Menen Desleal fue jugar al juego del maestro: textos apócrifos, la paradoja como tema y un cierto modo de plantear los textos. Es cierto que Borges inventó el juego, pero todos los juegos de todas las artes han sido inventados por alguien, se convierten luego en convenciones y, finalmente, en recursos válidos. Hay allí también diferencias de fondo con el asunto de las “apropiaciones”.
En un texto que quizá no sea del todo comprendido, “Pierre Menard, autor de El Quijote”, Borges habla de un tipo que se pasa años escribiendo, letra por letra, coma por coma, el libro de Cervantes. No reescribiéndolo, sino haciéndolo de nuevo por completo. El resultado –según el cuento– no es un plagio, sino una novela radicalmente diferente, con significados e implicaciones diferentes: no es lo mismo El Quijote escrito en el siglo XVII que en el XX, y la crítica y el público –dentro del texto también– lo enfocan de manera diferente, como una obra de gran audacia.
Lo que Borges hizo, en realidad, fue un texto harto irónico acerca de un “mediocre clásico” que no tiene nada que decir, ni el talento o la disciplina para crear algo propio, nuevo y original, y recurre al “concepto” para “apropiarse” de algo que no es suyo, y que jamás lo será. Lo interesante es que críticos y escritores de la vida real se lo toman en serio y hasta hay sesudos ensayos y “apropiaciones” basados en lo que no deja de ser una broma. Y por algo será.
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Nota bene: De Memoria de mis putas tristes hablé al principios de este blog, en 2004. (¡Tres años ya!) El post puede encontrarse aquí.
Es de estricto traje. De preferencia traigan comida --sin descartar gaseosas, pan, postres--, que siempre se acaba el mole y el arroz y los frijoles antes de que terminen de llegar los que llegan.
A las 12 del día.
Listo. Sigue la columna de esta semana en Centroamérica 21, que puede encontrarse aquí.
Concepto, plagio y mediocridad I
Rafael Menjívar Ochoa
Hace algunos años, en un país centroamericano cuyo nombre es mejor no mencionar, surgió una corriente poética amparada bajo las dudosas alas del posmodernismo. El modo de hacer poesía de sus seguidores era audaz, por decirlo de algún modo: el poeta tomaba un poema que le gustara, cambiaba alguna palabra, algún verso, lo firmaba y lo presentaba como propio en recitales y publicaciones, sin hacer referencia al trabajo original. Se había “apropiado” del poema, y había todo un aparato de explicaciones que no lograban ocultar lo evidente: aquello, más que un plagio –que lo era–, se trataba de una apología y un reconocimiento de la mediocridad de los “autores”.
Si los “poetas” se hubiesen “apropiado” de textos de Quevedo, Eliot, Vallejo, siquiera de alguna gloria local, quizá hasta hubiese algo de humor en lo que hacían. Pero buscaban en los libros de sus contemporáneos, en las autopublicaciones, en revistas, y tomaban poemas de poco probable trascendencia para simplemente robárselos mediante el expediente de modificar algo, lo que fuera. Era un juego municipal, de alcances municipales.
También municipales eran las aspiraciones de los poetas en cuestión: era tan obvia su mediocridad que lo menos dotado de las letras nacionales era objeto de disputa por derechos de autor, con notas de escándalo en los periódicos y revistas –quizá el objetivo central de hacer algo así: aparecer en los diarios, figurar a cualquier costo, como starlette sin esperanzas–, mesas redondas, lo que fuera.
Terminó en lo que tenía que terminar: en nada. Hubo amenazas y alguna demanda por plagio, los mediocres se hicieron los ofendidos y ya nadie se acuerda de ellos ni de mucho de lo que “se apropiaron”. Antes de retirarse, se hicieron los incomprendidos y dijeron algo así como que lo importante era “el concepto”, “la idea”: tomar un poema y convertirlo en algo radicalmente diferente –y mejor– con unos cuantos retoques. Según ellos, “eso” era el colmo de la creatividad y la originalidad.
Lo de “tomar prestados” temas, personajes, situaciones, fragmentos completos, no es nuevo, y tiene su lado interesante.
A William Shakespeare –además de algunos mediocres han intentado demostrar su inexistencia, en vano– se le acusó de plagiar a su contemporáneo Christopher Marlowe, por la utilización de temas y situaciones similares. Si uno los lee a ambos, se dará cuenta de que se trata de obras radicalmente diferentes, con gran ventaja para el primero. Lo único que los une es el rey del que se habla.
Gabriel García Márquez levantó su carrera con Cien años de soledad, que bien podría ser un excelente remake de ¡Absalón, Absalón!, del premio Nobel William Faulkner, trasladado del profundo sur estadounidense a las selvas tropicales de un lugar muy semejante a Colombia. Las dos obras son de calidad excepcional, y su parentesco es incidental; no se trata sólo de cambiar algunos detalles y presentar como propio algo que a otro se le ocurrió. Un nuevo intento de García Márquez de parafrasear a otro Nobel fue muchísimo menos afortunado: Memoria de mis putas tristes es una muy pálida versión de La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata, quizá de los libros más sutiles e impactantes que produjo el siglo XX. Tampoco se trataría de un plagio: se toma un tema, se desarrolla de otro modo y en otro estilo y ya funcionará –como Cien años– o no –como Memorias.
En el plano nacional, durante años se acusó a Álvaro Menen Desleal de haber plagiado al Borges de Cuentos breves y extraordinarios con su libro Cuentos breves y maravillosos. Los acusadores obviamente no leyeron alguno de los dos libros, o ninguno. Lo que hizo Menen Desleal fue jugar al juego del maestro: textos apócrifos, la paradoja como tema y un cierto modo de plantear los textos. Es cierto que Borges inventó el juego, pero todos los juegos de todas las artes han sido inventados por alguien, se convierten luego en convenciones y, finalmente, en recursos válidos. Hay allí también diferencias de fondo con el asunto de las “apropiaciones”.
En un texto que quizá no sea del todo comprendido, “Pierre Menard, autor de El Quijote”, Borges habla de un tipo que se pasa años escribiendo, letra por letra, coma por coma, el libro de Cervantes. No reescribiéndolo, sino haciéndolo de nuevo por completo. El resultado –según el cuento– no es un plagio, sino una novela radicalmente diferente, con significados e implicaciones diferentes: no es lo mismo El Quijote escrito en el siglo XVII que en el XX, y la crítica y el público –dentro del texto también– lo enfocan de manera diferente, como una obra de gran audacia.
Lo que Borges hizo, en realidad, fue un texto harto irónico acerca de un “mediocre clásico” que no tiene nada que decir, ni el talento o la disciplina para crear algo propio, nuevo y original, y recurre al “concepto” para “apropiarse” de algo que no es suyo, y que jamás lo será. Lo interesante es que críticos y escritores de la vida real se lo toman en serio y hasta hay sesudos ensayos y “apropiaciones” basados en lo que no deja de ser una broma. Y por algo será.
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Nota bene: De Memoria de mis putas tristes hablé al principios de este blog, en 2004. (¡Tres años ya!) El post puede encontrarse aquí.
1 comentario:
Caballero Menjivar;
Es un honor saber que en mi vida terrenal, existen personas como Usted.
Espero que sepa que muchos consideramos y apreciamos la labor descomunal que desarrolla en nuestro pais.
Tanto para los jovenes de edad como para los jovenes de espiritu.
Le suplico deje de fumar, para que su presencia se alargue y podamos seguir gozando de su capacidad intelectual.
Cordialmente,
RiGal
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