1 de julio de 2005

Valeria revisited


Valeria y su galleta en La Casa del Escritor.

Diana Valeria no aparecía por aquí desde que tenía 5 meses de edad, en noviembre pasado. Ahora tiene casi un año con un mes. Entre otras cosas que ocurren a esa edad, le están saliendo ocho muelas a la vez, y sería suficiente para tenerla mal. Pero se pone a morder de todo, como corresponde, y además va a la guardería, donde uno agarra hasta lo que no le pegan, y ha pescado una infección en la garganta que le afecta el estómago y la pobre no sabe si va o viene.
El médico, como todos los médicos, sabe de medicina, pero no tiene mucha idea de la vida real, o no le importa. Durante todo el día hay que estar dándole medicinas, pero en la noche el asunto llega a niveles de tortura. Hay que darle dos a las siete de la noche, una a las ocho, una a las diez, y de allí se brinca hasta la una de la mañana, y luego a las dos, y luego a las cinco, y luego a las seis, que es su hora normal de despertarse.
Tiene paciencia suficiente para aguantar de todo y hasta permanecer sonriente, pero las medicinas no le gustan y sufre con cada cucharada. Y nosotros también, porque hay que detenerle las manos para que no la rechace, y a veces hay que abrirle también la boca y sostenerle la cabeza y las piernas. Todo un drama. Después de un par de abrazos se queda tranquila y otra vez sonriente, y se duerme casi de inmediato, hasta la siguiente toma.
Krisma está molida, yo no sé ni en qué horas estoy y la Vale es bebé y se acomoda a todo. Y cada vez pienso que el médico no debe tener hijos ni piedad por los ajenos; esos horarios son heródicos. No tendría que ser tan complicado, pero hay unos medicamentos que deben administrarse distantes entre sí en por lo menos una hora; dos deben darse cada cuatro horas, uno cada seis, uno cada ocho... y por suerte hoy es el último día del tratamiento.
Y cuando llegan a los quince años los pobres se ponen tan insoportables y le echan en cara a uno tantas cosas, como el descuido al que uno los sometió, que es de las favoritas. Y uno se calla, claro, o protesta enérgicamente y dice cosas que ni vienen al caso, porque en el fondo es un juego -el juego de la vida- y uno sabe que esas negaciones y esas confrontaciones son necesarias para que lleguen a algún lado. Mientras ese glorioso día se aproxima, tengo bastante sueño y me duele todo. Al menos he estado oyendo Captain Fantastic, algunas de las clásicas de Police y algunas cosas de jazz mientras trabajo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Recuerdo haber presenciado un par de "trincadas" a infantes para darles las medicinas. Impresionante la capacidad de las chiquitinas para resistirse.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Tienen mucha fuerza y una gran agilidad. Y uno no puede usar más que una cantidad limitada, porque se rompen bien fácil, y tampoco es el caso darles muestras de poder, sino la medicina.
Hoy la Vale hizo lo más sano: se despertó unos minutos antes de la 1 de la mañana y ya estaba lista para tomar la medicina. Después jugamos un rato y se volvió a dormir. Por suerte la medicina que causó todo el relajo, que no podía juntarse con las demás, ya se acabó (se trataba de dársela hasta que se acabara), y le tocó dormir hasta las 5 de la mañana. Estoy en la guardia, haciendo un trabajo, y a esa hora me podré dormir; la que sigue le toca a las 7 (y ya Krisma estará despìerta), luego una como a las 10 y la última toma al mediodía.