25 de octubre de 2006

Poetas y solemnes 3

Dentro de un par de días cumpliré cinco años de trabajar en Concultura, y ha sido una de las experiencias más interesantes, más extrañas y más alentadoras de mi vida. Ha habido de todo, desde lo muy bueno hasta lo más o menos malo (no, no me han pasado cosas terribles); desde cosas bien frustrantes hasta orgullos de ésos que hacen que uno no pueda hablar, y sólo un largo rato después logre decir: "Pues sí."
Ya he contado aquí un poco de cómo un par de días después de mi nombramiento me inauguré, en Santa Ana, como coordinador de letras (feo título), en un encuentro de poetas centroamericanos. Después de una sesión de lectura de poemas en el Teatro Nacional local (una belleza de teatro, por cierto), fui a unas ponencias que iban a dar dos invitados de fuera y uno salvadoreño. El salvadoreño también trabajaba en Concultura, pero por algún motivo decidió a última hora que no estaría en la mesa y que se regresaría a la capital. Me pidieron que lo sustituyera, y acepté. Había unas 125-150 personas en el auditorio, en especial poetas de varios talleres y grupos. Todos se presentaban como escritores jóvenes, y más de dos estaban a punto de llegar a mi edad (en ese momento 42 años), la mayoría andaba en la treintena y sólo algunos tenían menos de 25 años.
El que iba a participar en la mesa no se fue para San Salvador; se quedó en segunda fila y no me quitó la vista de encima. Como buen veterano de Concultura, sabía lo que seguía, y yo no.
Y lo que siguió fue que el ponente que estaba a mi derecha comenzó a atacar con especial saña a "algunos escritores" que cuando empezaban a trabajar con "el gobierno" (¿es tan difícil entender que Concultura es una institución de estado?) se olvidaban de los demás escritores, se volvían mediocres o mostraban cuán mediocres eran (por suerte ya declaré mi mediocridad hace unos posts; espero que vaya en mi descargo), se corrompían, hacían negocios a partir de su posición y luego se dedicaban a no hacer nada y a ganar sueldos altísimos a cambio de estar en un escritorio de 8 a 4. El auditorio lo interrumpió varias veces para aplaudirlo, y me di cuenta de que estaba en un problema. Cuando me tocó hablar le pregunté al poeta en cuestión (nicaragüense, desde luego) si se refería a mí.
--A todos --dijo sin verme.
--Tú no me conoces --le dije.
--Todos son iguales.
Allí empezó lo interesante. Me purgó que el tipo me hubiera echado encima a la poetada y ni siquiera me viera a la cara. Y ya que tenía el toro encima, y ya que el toro tenía demasiados cuernos como para pescarlo de ellos, dije que no iba a hablar de lo que tenía que hablar, que prefería más bien conversar con los presentes para saber por qué esos aplausos el nicaragüense y los chiflidos dedicados a mí.
Me tocó de todo. Me acusaron de todo. Me insultaron de todos los modos posibles. Bien bonito. Nunca fui alcohólico (nunca he tomado), pero una vez, por falta de dinero, logré salir de una depresión clínica con el método de AA, y decidí aplicarlo: un tema a la vez, un poeta a la vez. Y aceptar de entrada que estaba derrotado, y que lo que saliera sería bueno. Por de pronto tenía de dos: quedar como un estúpido o quedar como un maldito. Escogí la segunda, más por afán de sobrevivencia personal que como declaración de principios.
Un tipo me dijo que tenía escritos "como mil poemas", y mostró un par de volúmenes monstruosos, empastados, con hojas mecanografiadas y poemas larguísimos. Hizo una pausa para que todos consideraran la cantidad que había escrito, y para demostrar que eso lo validaba como poeta.
--Creo que todos los que estamos aquí te envidiamos --le dije, aprovechando la pausa--. No he conocido en persona a nadie que haya escrito tantos poemas en su vida.
(Ahora me doy cuenta de que no es cierto; hay un par de amigos que han hecho un poema diario durante veinte o treinta años. Uno diario! ¡Qué angustia! ¡Y no los corrigen! ¡Y hasta han publicado y se han autopublicado varios cientos!)
Insistió:
--Más de mil poemas.
--¿Y son buenos? --le pregunté, juro que con poca mala fe; estoy convencido de que uno sabe cuándo escribe bien y cuándo escribe mal.
--No soy yo el más capacitado para decirlo.
--Por supuesto que sí. De esos mil, ¿cuántos son buenos?
--Ése no es el punto. El punto es que en El Salvador no hay posibilidades de publicación. No hay editoriales, y la DPI rechaza a todos y sólo se publican entre ellos. No estimula a los jóvenes.
Le aclaré que yo estaba en la Dirección de Artes, no en la de Promoción y Difusión, y que mi trabajo no tenía nada que ver con publicaciones. (De hecho era un cargo nuevo, y a mí me tocaba ver a qué se iba a dedicar el señor coordinador de letras de allí en adelante, o mientras yo estuviera allí. Mes y medio después plantée lo de La Casa del Escritor.)
--Es que a mí no me interesa publicar --me dijo--. No escribo para publicar, y si me lo ofrecen lo voy a rechazar. Pienso en los demás compañeros, que no tienen ninguna oportunidad de ver que sus cosas impresas.
--Creo que estamos de acuerdo en algo: tú no quieres publicar y yo no tengo posibilidades de publicarte. No veo ningún problema allí. Lo que habría que preguntarse es si el trabajo de los compañeros es de calidad para que los publique no sólo la DPI, sino cualquier editorial, de cualquier país. Un buen libro siempre termina publicándose. Y allí no puedes defender a nadie; en eso cada uno se defiende como puede.
Uno menos, pero brincaron varios miembros de un conocido y respetado grupo literario nacional, que estaban sentados todos juntos arriba, a mi derecha. Uno de ellos (no recuerdo cuál; en realidad me aventé como quince discusiones en un par de horas, y apenas distinguía caras o voces; no sentía lo duro, sino lo tupido) me dijo que yo era igual que los demás, y que de seguro mi línea iría por el mismo lado que la línea de la DPI: iba a querer que todo fuera escrito con métrica, puros sonetos y cosas así. Y, claro, mi papel era tratar de hacer una literatura oficial, que neutralizara las "nuevas tendencias", a las cuales ignoraría y, de preferencia, atacaría. (No sé que la DPI haya tenido nunca una tendencia a publicar puros sonetos, y en lo que a mí respecta no me dedico a promover la creación una literatura oficial; las experiencias de la URSS, Cuba y Nicaragua son lo suficientemente deprimentes para meterme en estupideces.)
--Estás partiendo de un supuesto falso --le dije--: que por el hecho de ser funcionario público soy estúpido. No soy estúpido, o por lo menos no soy de ese tipo de estúpidos. Soy escritor, y en el peor de los casos un escritor estúpido, pero escritor.
El que tenía que estar en la mesa seguía viéndome sin parpadear. En ese momento supe que ese mismo día, a más tardar el lunes (era viernes), pasaría un reporte a mis jefes, y no me iba a hacer el menor favor. Lo menos que diría sería que había provocado un enfrentamiento con los escritores a los que debía acercarme. Y no sería un reporte escrito, porque de ésos quedan pruebas siempre, y siempre me pasaban copia de lo que tenía que ver conmigo. Aún trabajaba en El diario de hoy, porque el nombramiento se había hecho de un día para otro (tras algunos meses de espera) y no había renunciado porque tenía algunas obligaciones pendientes; no me había encariñado con el cargo, porque en dos días es imposible, y menos con lo que estaba pasando, así que bien podía decir lo que tenía que decir del modo en que tuviera que decirlo. (La costumbre se me quedó. Es difícil deshacerse de mañas antiguas.) La declaración, además, la hice viendo a la cara al poeta por el que me habían encaramado allí.
Le hice una propuesta, extensible a todos los poetas presentes: armar una especie de comité con tres poetas internacionales, que evaluarían los poemarios que me darían en las próximas semanas.
--¿Cómo podemos saber que va a ser un comité imparcial?
--No pueden saber, pero es lo que les ofrezco. Si dos o tres de los miembros del comité dicen que un poemario sirve, voy a hacer todo lo posible para que se publique, aunque me corran.
No me iban a correr por hacer mi trabajo, pero había que darle dramatismo al momento. Y vi cómo muchos ojos brillaban; la oportunidad era buena.
--¿Y si el comité lo rechaza?
--Entran a talleres de escritura conmigo.
--¿Va a haber que escribir con métrica? --alcanzó a preguntar alguien con voz finita.
--Si los rechaza un comité como el que planteo, lo menos importante va a ser la métrica --dije ya en plan sádico--. ¿Quién se avienta?
Nadie aceptó en ese momento, y fue una pena, porque en mayo siguiente comenzamos con una serie de talleres bastante buenos (a los que fueron algunos de los asistentes a esa bacanal, hay que decirlo) y en septiembre el taller que tenemos en la actualidad, que ya va por la quinta hornada en cuatro años y tantos. Y no fue una boutade de mi parte: si aceptaban, al día siguiente hubiéramos comenzado.
El tercer ponente ya no alcanzó a decir nada. Se dio por cerrada la sesión y la gente de la UES, que era la que organizaba el asunto (lo inauguró la rectora Rodríguez y todo), me ofreció traerme de regreso a San Salvador.
En el camino del auditorio al microbús se me acercaron varios de los poetas más fieros (otros me vieron muy mal y de lejitos) para platicar un rato y darme sus poemarios, todos autoeditados. (Esa misma noche los revisé. Excepto algunos poemas aquí y allá, eran malos. Había talento en algunos, pero nada firme. La mayor parte decía cosas del estilo "El poeta es..." o "La poesía es..." Roger Guzmán llama a eso "escribir sobre escribir". Una plaga poética: uno no puede hacer algo interesante si se la pasa en una permanente ars poética, es decir viéndose el ombligo y considerándolo el más bonito de todos.) Otros, no pocos, me dieron teléfonos y correos electrónicos para que les avisara de actividades, y en su momento les mandé invitaciones y algunos asistieron a encuentros y talleres. El que se me acercó bastante hostil, pero razonable, fue un muchacho que en algún momento se paró en el pasillo, en medio del auditorio, y empezó a gritarme cosas sin micrófono ni nada. Fue el más fiero y el más difícil de contener; lo peor era que casi siempre tenía razón en lo que decía. Platicamos un rato y creo que más o menos nos entendimos. Aun así, en los meses siguientes, él y otro poeta más se paraban siempre en las actividades que organizábamos de parte de la coordinación y me lanzaban unos golpes bien fuertes y bien acertados, que me zafaba como mejor podía, generalmente con algo de humor. Eran William Alfaro y Osvaldo Hernández, quienes después me ayudaron a trazar algunos lineamientos que siguen vigentes, y con quienes en varias ocasiones he trabajado de lo más bien.
En los días siguientes llegaron varias quejas a Concultura a partir de esa reunión, incluido el "informe verbal" del que sustituí (se regresó a San Salvador al mismo tiempo que yo). La más generalizada era que había atacado a todos y que me había burlado de ellos. Recordé a la patrulla romana de Astérix: "Hemos sido atacados por dos galos numéricamente superiores." La otra, que mi idea de literatura era "elitista". Si se piensa en el mal modo en que se usa el término en ocasiones (para unos pocos privilegiados), sigue sin ser cierto. Si se piensa en lo que dice Eliot en Notas para la definición de la cultura (un grupo que recibe, genera, concentra y redistribuye ciertos conocimientos), sí, es cierto. Por esos días estaba traduciendo ese libro, nada más para entenderlo un poco mejor, y le perdí el miedo a la palabreja. Entre otras cosas, Eliot dice que cada clase social y cada oficio tiene sus propias elites, y que...
Después pongo unos fragmentos, porque no es el tema.
Pasé un reporte escrito a mis jefes, porque así son las reglas, y luego uno verbal. Esa reunión fue de lo mejor que me ha pasado en los últimos cinco años: me enteré de muchas cosas, y después me pasé meses hablando persona por persona con los que estuvieron allí y con muchos más. Algunos aún no me perdonan que les haya dicho cosas como que las autopublicaciones no validan a nadie como escritor, que la actitud personal (ropa negra incluida) y la literatura no tienen nada que ver, que la inspiración es un mito, que los recitales y festivales no tienen ninguna relación con la poesía (si acaso serán una consecuencia extraliteraria), etcétera. No sé si tenía razón, y no sé si la tengo, porque aún lo pienso. En la práctica algunas de esas ideas han funcionado, y otras se han ido afinando o modificando con el tiempo. Y de allí salieron buenos amigos, y poetas bastante buenos.

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No, no tengo ningún club de autoelogios. El que lo dude está invitado a asistir al taller cualquier domingo a partir de las tres de la tarde; que lleve sus trabajos, aprovechando el viaje. Tampoco tengo un taller para satisfacer mi vanidad, sino para... uh... hablar de literatura. De entrada, todos los participantes del taller tienen prohibido leer cualquier cosa mía mientras no hayan hecho su primer libro. No, no formo parte de una elite; nomás soy un escritor que escribe. Sí, ojalá hubiera una, dos, tres elites (al estilo de las que habla Eliot) para que se transmitiera mejor el conocimiento literario. No, tampoco soy parte de ninguna "argolla" o como le llamen. Esas cosas son destructivas. Además qué pereza reunirse los lunes por la mañana con gente amargada para decir:
--¿Qué vamos a hacer esta semana?
--Lo mismo que todas las semanas.
--¿Comer pollo frito?
--¡No! ¡Tratar de arruinarle la vida a algún poeta!
No, ya no soy coordinador de letras, sino Mario Noel Rodríguez. Dejé de serlo a principios de 2003, y pasé sólo al proyecto de La Casa, que se inauguró en octubre de ese año. Es parte de la Dirección Nacional de Espacios de Desarrollo Cultural.
Y, sí, estaba asustado ese día en Santa Ana, y me temo que hice lo que hago cuando me asusto: me pongo a reír. Pero algo aprendí en México, en especial de la gente del Distrito Federal: uno puede perder el honor, la virginidad y hasta la vida, pero si pierde el estilo se lo llevó el diablo. Y si deja de reírse, sobre todo de sí mismo, se convierte en un solemne. Y qué pereza los solemnes metidos a escritores. (Por eso me caen mal D'Anunzio y Céline.)
Cosas de uno, pues.

10 comentarios:

Unknown dijo...

Cuando decís en esta nota que aceptaste la derrota desde el principio me recordaste a Maqroll el Gaviero. Ésa es su filosofía de vida.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Pos ya qué me quedaba...
A la larga resultó divertido. (Pregúntale al William.) Creo que si hubiera pensado en "ganar" me hubiera angustiado y me hubiera puesto solemne o autoritario, y no va con mi rollo. Y no se trataba de ganar. Igual sí se me pasó la mano con la ironía.
Tengo aquí las novelas completas de Maqroll desde hace dos años y no las he leído; me las regalaron en una feria del libro. Voy a darme unas horas esta semana para leer al menos una. Vi una película, Ilona vuelve con la lluvia, que no me pareció mal; Margarita Rosa de Francisco actúa bien.

Santiago Vásquez dijo...

Por aquí algunas personas no se recuperan aún de ese evento.Aunque no estuve presente en la actividad que describís ,se que tipo de acusaciones te hicieron. Aquí en Santa Ana( quizás en todo El Salvador ) existen “artistas”, que creen que acercarse a La Casa del Escritor)significa vender el culo al gobierno, algo que no es cierto; pero, algo que si es cierto que hay ocasiones que las personas opinan sin conocer a fondo la temática sobre la que se discute. Los que te acusaron de ser promotor de Sonetos, deberían revisar el trabajo que actualmente se esta realizando en La Casa; pues curiosamente ,solamente dos integrantes de este proyecto trabajan Sonetos. Si es cierto que te gustan los Sonetos(revisar Poetas y solemnes 2);pero no creo que al estar en un consejo editorial fueras capas de seleccionar únicamente Sonetos para las publicaciones. Los que en algunos momento han especulado que sos un cuadrado de métrica clásica , están equivocados.

P.D.
Rafael e es de las personas que me ha recomendado liberar algunos poemas que he encarcelado en Sonetos.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Los sonetos son chidos. Tengo algunos escritos, pero me salen mejor las novelas.
Y, sí, tienes una gran facilidad para escribirlos, pero a veces es una forma que te puede quedar como el plastiquito a un chorizo de Quezalte.
Pongo un link a tu blog.

Anónimo dijo...

Hey el Santiago... viendo tu nota aclaratoria veo que me tienen harta a mi ciertos comentarios en mi blog que estoy a punto de dejar de ignorar... que se le va a hacer... Por el momento tengo que re-escribir... lo de ars poética... le llamo metaliteratura... literatura sobre literatura :P y puede ser divertida en alguna narrativa si se puede manejar al narrador como un personaje muy "chido" como decís vos... Jaludos, me hizo falta el mole, las risas y decirte que encontré la canción de Silvio, se llama "Resumen de Noticias" (no... no te chingo más, digo esto porque te imagino diciendome "No me chingues"), y dice "He preferido un polvo, así sencillamente" ja!. Me voy

bonampak dijo...

Que destino es el que nos depara la
afortunada coincidencia de como decia
la abuela mas vale llegar a tiempo que ser invitado,(media vez sea como un invitado ya la de protagonista mejor, paso,si es cierto quienes mas gozan en las fiestas son los invitados que despreocupadamente se abandonan al jolgorio)es curioso pero se
me hace que es algo ya como de manual el atacar a las autoridades que para su suerte esten en el podio siendo en todo caso la encarnacion de el ente represor y se sople la tandalada de criticas y eso sin deberlas ni tenerlas,quizas digo en mi apreciacion que no deja de ser bastente ingenua pero bueno es lo que pienso,que el artista siempre critica que el estado no lo apoya,que no le da prevendas,que lo
tiene olvidado y sabemos lo dificil de la situacion de TODOS pero por que no proponer la salida viable y
consciente de la traba financiera
en donde veamos con propuestas te
rrestres(porque las hay siderales)
como hacerle para que sea rentable
,se quizas que no sea la especialidad de el gremio de artistas pero,(recordando un encuentro de los artistas y los metidos que llegamos,con la cupula
del FMLN fue de lo absurdo a lo surrealista y como siempre derivo en los ungidos y los profanos)se oyeron propuestas varias pero hubo
un elemento que inquieto y pues, esa era la intencion de estar todos sentados ahi(mentira,era la cena de
choto) y el estado?que esperamos que haga y como lo haga,lo unico que senti fue que cada quien trata de llevar agua a su pozo al fin la
discusion seguiria hasta que se congelara el infierno,gracias a
un afortunado accidente tecnico, se dispuso arreglar la humanidad para otra ocasion pero quien quita
que la politica de estado en algun
momento haga punto en comun con el clamor artistico(no me escapa la idea de que sea una relacion de esos de amor apache).

Aldebarán dijo...

Interesante el cuento, con todos sus curiosos detalles.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Cuento, mangos. Como dice Santiago, hay gente que todavía no me quiere (ni es el caso) luego de cinco años.
Después de esa reunión, por motivos un tanto extraños pero válidos, íbamos a armar La Casa en Santa Ana, en el Centro de las Artes (creo que así se llama), en la segunda planta, y de allí la ampliaríamos a San Salvador en un par de años. Pero hubo gente a la que no le gustó, y no era de Concultura; lo que le molestaba a esa gente era que no tendría control sobre lo que pasara. En Concu les gustó desde el principio, hay que decirlo, por eso se aprobó en apenas un par de meses.
En Santa Ana, de repente me di cuenta de que tenía que negociar con todo el mundo cosas que no son negociables (cómo se hace literatura, digamos, o cómo se dan talleres, o quiénes participan y quiénes no, y por qué cada cosa), y se iba a convertir en un asunto político, no literario. No había tiempo para eso, ni tenía ganas de meterme en debates áridos e innecesarios. Un proyecto de verdad simple iba a ser casi casi un frente amplio en el que las tendencias iban a estar en pugna. Y pues no. Así que se armó en San Salvador, como siempre.
Hubo varios locales en los que se planeó: la Casa de la Cultura del Centro, pero es demasiado ruidosa. Luego, la de la Centroamérica, pero había que compartirla. Luego, la de la Miramontes, antes de que se asignara director. En ésas estábamos cuando se compró la de Salarrué, y decidieron juntar dos proyectos: el del museo y el de La Casa. No tenían nada que ver el uno con el otro, pero se complementaron bien. El primero era una idea de Francisco Flores y Gustavo Herodier, y habían trabajado en ella durante un par de años; el segundo era mío, y ahora de ustedes, cómo no.
Por suerte no me rescindieron la visa para entrar a Santa Ana; soy hijo de santaneco y puedo ir cuando quiera. Ya dije.

Anónimo dijo...

Sigue siendo carlos clará director de la dpi? q pasó con ese pintor-poeta?

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Hola.
No es director, sino editor; el director es el que se encarga del asunto administrativo. No sabía que anduviera en lo de la poesía, pero lo conozco muy poco en plano personal. En poesía está haciendo cosas muy buenas, y espero que lo publiquen muy pronto, porque lo merece.