Un cable muy viejo
Hace unos seis años, quizá más, contraté el servicio de Integra. Una maravilla, ni más ni menos: tele por cable, teléfono y una conexión a internet a la insoportable velocidad de 64Kbps.
Vivía en una casa grandísima, llena de cuartos grandísimos, y me gustó la idea de poder llevarme la compu, con todo y conexión, a cualquier rincón más o menos habitable. Lo hice un par de veces, pero me sentía bien en el estudio, donde estaba el módem o DSL o como se llame lo que pusieron, un aparato blanco del tamaño de un refrigerador pequeño. Como fui de los primeros que contrataron el servicio de Integra, me trataron bien. Entre otras cosas, los técnicos me dejaron como cuarenta metros de cable de red para que, en efecto, pudiera mover la compu donde se me diera la gana. El rollo a veces estaba en el estudio, a veces en el clóset, a veces en un rincón de la sala de tele que, además de la tele y un sofá cama, no tenía nada más.
Cuando me cambié a Los Planes de Renderos me llevé los cuarenta metros de cable, que estuvieron guardados durante un año porque donde vivíamos no había nada de Integra ni de Turbonett ni de esas cosas; de hecho, cuando nos instalaron el teléfono, se tardaron un montón porque tuvieron que colocar un poste en la entrada del pasaje y otro fuera de casa.
Cuando nos pasamos a vivir cerca de la gasolinera contratamos tele por satélite, aprovechando que la antena nos costaba un dólar (allí la tenemos todavía, sin oficio ni beneficio), y Turbonett y un teléfono extra. No sé por qué, pero el paquete completo costaba más barato que sólo tener tele por cable, y no íbamos a protestar. Cuando llegaron a instalar el asunto, los técnicos vieron que teníamos un rollote de cable de red y usaron un buen pedazo, en plan de no desperdiciar. Me cayó un trabajo extra, con el que compré las dos compus de escritorio que tenemos ahora, más que ya tenía mi hijo Eduardo, conseguí un hub y armamos una red con acceso a internet para todas las máquinas, ¡a 128Kbps, y luego a 256! Usamos, claro está, un poco de lo que quedaba de aquel cable que me dejaron los de Integra.
Nos cambiamos de nuevo, a Casa de Piedra, y los de Telecom pusieron tantos problemas para trasladar cable, teléfonos e internet que cancelé todo y los mandé al diablo. (Acabo de hacer lo mismo con el teléfono que teníamos; pasó tres meses descompuesto y se pasaron mintiéndome sin hacer nada para arreglarlo.) Los de Amnet trajeron cables y todo, pero también aprovecharon un poco del que nos quedaba para conectar la compu. Sí, sólo una compu conectada a internet, teniendo dos (tres con la Vaio que, por cierto, es verde), y una más que ya está viejita pero con cambiarle la fuente de poder vuelve a jalar.
Hubo problemas logísticos: a veces Krisma necesita colgarse de internet al mismo tiempo que yo, y más o menos durante la misma cantidad de horas. Ayer la benzodiazepina dejó de hecerme efecto durante unos minutos y dije "Al carajo". Fui a Metrocentro, compré este router D-Link que se veía guapo y barato y regresé a casa a instalarlo.
Y, como era de esperarse, usé el cable que venía incluido para conectar el router con el módem y tres pedazos del cable aquel de seis años atrás para conectar mi compu, la de Krisma y la Vaio, ejem, verde, y ya después vería qué onda con la conexión inalámbrica.
Otros dos gramos de benzodiazepina no bastaron para quitarme la frustración. No hubo modo de conectar nada a ninguna parte ni de que funcionara de ningún modo. Llamé a soporte técnico de Amnet. Me atendieron amablemente cuatro personas en cuatro diferentes ocasiones, para un total de dos horas, y me dieron como ocho soluciones posibles. Excepto encender veladoras, probamos de todo, y nada. La batalla ya no era siquiera por conectar el router al módem y de allí a internet, sino entrar siquiera a la configuración del aparatejo.
Me dormí temprano, calculé que la tienda estuviera abierta, y a las nueve de la mañana estaba en Metrocentro preguntando qué diablos pasaba. Como buenos técnicos, además del gesto de desprecio, en cuatro segundos hicieron funcionar el router. El dueño llegó más allá: me dijo que el asunto no era tan fácil como decía el manual, que instalar un router no era así nomás y que tendría que contratar a un técnico, que él podía recomendarme alguno, y me sonó a unos cincuenta dólares, sin tomar en cuenta el sobreprecio por venir hasta Los Planes. Y pues no, porque no seré muy brillante, pero sé reconocer a los que buscan bastante lana a cambio de muy poco. (Tengo mi vergonzoso pasado al respecto. Cuando vivía en Acapulco y era paupérrimo, llegué a cobrar carísimo por poner unas pantallitas llenas de colores antes de arreglar todo con un simple chkdsk.)
Regresé a casa a intentarlo de nuevo, y lo mismo: nada. Las compus no detectaban la conexión, el router no reconocía las computadoras, yo no me reconocía a mí mismo. Me llamó Salvador Canjura para preguntarme algo y aproveché para que me ayudara. Hice todo lo que me dijo varias veces, además de los treinta modos que había probado antes. Nada.
Recurrí al caso extremo: llamé al Hombre Cuyo Nombre No Se Menciona, y que en estos lares se le conoce con el merecido nick de la estrella más brillante de la constelación de Tauro. Después de rendirle tributo durante las tres horas que marca el protocolo, me dijo "Prueba con la Vaio conectándote así y así; te llamo en un rato porque en estas tres horas ya me dio hambre y me voy a comer". Y, milagro, conecté la Vaio al router y logré entrar en el menú de configuración. No a internet, pero algo era algo.
No es que sea especialmente perceptivo con un Rivotril entre pecho, espalda y madre, pero noté que había funcionado con el cable que venía en el paquete: bien forrado, blindado, con protecciones en los extremos, y hasta bonito se veía el condenado. Y sería lo que fuera, pero no dejaba de ser un pinche cable como los otros, y servía para lo mismo: conectar cosas. Los mismos colorcitos por dentro, las nismas terminales, todo, nomás que menos fancy. Así que cuando El Que Mora En Los Circuitos Celestiales me llamó y me dijo que venía a casa a ver qué podía hacer por este pobre humano, le pregunté: "¿Podrían ser los cables?" Así que de camino compró uno de siete metros y medio y otro de dos, bien empacaditos y de colores chidos (se los pagué de inmediato, centavo a centavo en monedas pequeñas, para que se viera muchote), y me dijo: "Conectemos primero la..."
Para ese momento ya había conectado las dos compus y tenía la Vaio encendida, con el puerto inalámbrico activado y... uh... en unos segundos tenía tres compus conectadas a internet y dos de ellas conectadas entre sí, sin siquiea hacer las cosas en el estricto orden que estipulaba el manual. (Sí, me aprendí el pinche manual de memoria.)
Claro que después El Preclaro (pero sólo él es nerd) configuró cosas de seguridad, el asunto inalámbrico, etcétera, y me explicó cosas reservadas a los elegidos, y se lo asgradeceré eternamente. Lo cierto es que se trataba de que el router, o sea, sólo aceptaba cables de buena calidad, no pedazos reciclados que quién sabe por qué manos hayan pasado ni que estúpida información hayan transmitido; hasta para eso hay clases.
Ahora el problema es qué diablos hago con veintitantos metros de cable que para algo deben servir, pero no sé para qué. Y después de seis años hasta les he agarrado cariño.
Eso sí: me encanta estar tirado panza abajo escribiendo este post en la laptop mientras veo Narda y el verano en Cine Latino y Krisma, en la sala, arma el suyo en su compu, y hasta hay una apagada...
Vanidad: tu nombre es computación.
Vivía en una casa grandísima, llena de cuartos grandísimos, y me gustó la idea de poder llevarme la compu, con todo y conexión, a cualquier rincón más o menos habitable. Lo hice un par de veces, pero me sentía bien en el estudio, donde estaba el módem o DSL o como se llame lo que pusieron, un aparato blanco del tamaño de un refrigerador pequeño. Como fui de los primeros que contrataron el servicio de Integra, me trataron bien. Entre otras cosas, los técnicos me dejaron como cuarenta metros de cable de red para que, en efecto, pudiera mover la compu donde se me diera la gana. El rollo a veces estaba en el estudio, a veces en el clóset, a veces en un rincón de la sala de tele que, además de la tele y un sofá cama, no tenía nada más.
Cuando me cambié a Los Planes de Renderos me llevé los cuarenta metros de cable, que estuvieron guardados durante un año porque donde vivíamos no había nada de Integra ni de Turbonett ni de esas cosas; de hecho, cuando nos instalaron el teléfono, se tardaron un montón porque tuvieron que colocar un poste en la entrada del pasaje y otro fuera de casa.
Cuando nos pasamos a vivir cerca de la gasolinera contratamos tele por satélite, aprovechando que la antena nos costaba un dólar (allí la tenemos todavía, sin oficio ni beneficio), y Turbonett y un teléfono extra. No sé por qué, pero el paquete completo costaba más barato que sólo tener tele por cable, y no íbamos a protestar. Cuando llegaron a instalar el asunto, los técnicos vieron que teníamos un rollote de cable de red y usaron un buen pedazo, en plan de no desperdiciar. Me cayó un trabajo extra, con el que compré las dos compus de escritorio que tenemos ahora, más que ya tenía mi hijo Eduardo, conseguí un hub y armamos una red con acceso a internet para todas las máquinas, ¡a 128Kbps, y luego a 256! Usamos, claro está, un poco de lo que quedaba de aquel cable que me dejaron los de Integra.
Nos cambiamos de nuevo, a Casa de Piedra, y los de Telecom pusieron tantos problemas para trasladar cable, teléfonos e internet que cancelé todo y los mandé al diablo. (Acabo de hacer lo mismo con el teléfono que teníamos; pasó tres meses descompuesto y se pasaron mintiéndome sin hacer nada para arreglarlo.) Los de Amnet trajeron cables y todo, pero también aprovecharon un poco del que nos quedaba para conectar la compu. Sí, sólo una compu conectada a internet, teniendo dos (tres con la Vaio que, por cierto, es verde), y una más que ya está viejita pero con cambiarle la fuente de poder vuelve a jalar.
Hubo problemas logísticos: a veces Krisma necesita colgarse de internet al mismo tiempo que yo, y más o menos durante la misma cantidad de horas. Ayer la benzodiazepina dejó de hecerme efecto durante unos minutos y dije "Al carajo". Fui a Metrocentro, compré este router D-Link que se veía guapo y barato y regresé a casa a instalarlo.
Y, como era de esperarse, usé el cable que venía incluido para conectar el router con el módem y tres pedazos del cable aquel de seis años atrás para conectar mi compu, la de Krisma y la Vaio, ejem, verde, y ya después vería qué onda con la conexión inalámbrica.
Otros dos gramos de benzodiazepina no bastaron para quitarme la frustración. No hubo modo de conectar nada a ninguna parte ni de que funcionara de ningún modo. Llamé a soporte técnico de Amnet. Me atendieron amablemente cuatro personas en cuatro diferentes ocasiones, para un total de dos horas, y me dieron como ocho soluciones posibles. Excepto encender veladoras, probamos de todo, y nada. La batalla ya no era siquiera por conectar el router al módem y de allí a internet, sino entrar siquiera a la configuración del aparatejo.
Me dormí temprano, calculé que la tienda estuviera abierta, y a las nueve de la mañana estaba en Metrocentro preguntando qué diablos pasaba. Como buenos técnicos, además del gesto de desprecio, en cuatro segundos hicieron funcionar el router. El dueño llegó más allá: me dijo que el asunto no era tan fácil como decía el manual, que instalar un router no era así nomás y que tendría que contratar a un técnico, que él podía recomendarme alguno, y me sonó a unos cincuenta dólares, sin tomar en cuenta el sobreprecio por venir hasta Los Planes. Y pues no, porque no seré muy brillante, pero sé reconocer a los que buscan bastante lana a cambio de muy poco. (Tengo mi vergonzoso pasado al respecto. Cuando vivía en Acapulco y era paupérrimo, llegué a cobrar carísimo por poner unas pantallitas llenas de colores antes de arreglar todo con un simple chkdsk.)
Regresé a casa a intentarlo de nuevo, y lo mismo: nada. Las compus no detectaban la conexión, el router no reconocía las computadoras, yo no me reconocía a mí mismo. Me llamó Salvador Canjura para preguntarme algo y aproveché para que me ayudara. Hice todo lo que me dijo varias veces, además de los treinta modos que había probado antes. Nada.
Recurrí al caso extremo: llamé al Hombre Cuyo Nombre No Se Menciona, y que en estos lares se le conoce con el merecido nick de la estrella más brillante de la constelación de Tauro. Después de rendirle tributo durante las tres horas que marca el protocolo, me dijo "Prueba con la Vaio conectándote así y así; te llamo en un rato porque en estas tres horas ya me dio hambre y me voy a comer". Y, milagro, conecté la Vaio al router y logré entrar en el menú de configuración. No a internet, pero algo era algo.
No es que sea especialmente perceptivo con un Rivotril entre pecho, espalda y madre, pero noté que había funcionado con el cable que venía en el paquete: bien forrado, blindado, con protecciones en los extremos, y hasta bonito se veía el condenado. Y sería lo que fuera, pero no dejaba de ser un pinche cable como los otros, y servía para lo mismo: conectar cosas. Los mismos colorcitos por dentro, las nismas terminales, todo, nomás que menos fancy. Así que cuando El Que Mora En Los Circuitos Celestiales me llamó y me dijo que venía a casa a ver qué podía hacer por este pobre humano, le pregunté: "¿Podrían ser los cables?" Así que de camino compró uno de siete metros y medio y otro de dos, bien empacaditos y de colores chidos (se los pagué de inmediato, centavo a centavo en monedas pequeñas, para que se viera muchote), y me dijo: "Conectemos primero la..."
Para ese momento ya había conectado las dos compus y tenía la Vaio encendida, con el puerto inalámbrico activado y... uh... en unos segundos tenía tres compus conectadas a internet y dos de ellas conectadas entre sí, sin siquiea hacer las cosas en el estricto orden que estipulaba el manual. (Sí, me aprendí el pinche manual de memoria.)
Claro que después El Preclaro (pero sólo él es nerd) configuró cosas de seguridad, el asunto inalámbrico, etcétera, y me explicó cosas reservadas a los elegidos, y se lo asgradeceré eternamente. Lo cierto es que se trataba de que el router, o sea, sólo aceptaba cables de buena calidad, no pedazos reciclados que quién sabe por qué manos hayan pasado ni que estúpida información hayan transmitido; hasta para eso hay clases.
Ahora el problema es qué diablos hago con veintitantos metros de cable que para algo deben servir, pero no sé para qué. Y después de seis años hasta les he agarrado cariño.
Eso sí: me encanta estar tirado panza abajo escribiendo este post en la laptop mientras veo Narda y el verano en Cine Latino y Krisma, en la sala, arma el suyo en su compu, y hasta hay una apagada...
Vanidad: tu nombre es computación.
4 comentarios:
Jeje, se me ocurre que con los metros de cable, podrías hacer un performance de protesta contra la tecnología, podrías tender el cable de la Casa del Escritor a la clínica que tienen enfrente, tomar un paraguas y caminar sobre el cable, al tiempo que lées poemas antitecnología. :D
Un abrazo!
¡Me niego a hacer performance! Me parece el refugio de gente que no tiene nada interesante que hacer y que usa la palabra "concepto" para ocultar que no sabe lo que eso quiere decir, ya no digamos las palabras "arte", "trabajo", "disciplina" y "buen gusto".
Igual el cable no es tan fuerte. Es un pinche cable de red de más de seis años de edad.
¿Quién escribiría los poemas antitecnología? Creo que allí estaría el problema.
Podemos pararnos a media calle con trozos de cable mal cortados, llamar a la prensa y decir que es para protestar por la falta de comunicación entre las personas (además de llevar el arte al alcance del pueblo, no se te olvide ésa), llevamos a un niño pobre y golpeado (o lo golpeamos allí mismo, pero pobre ya debe ser) y terminamos repartiendo galletas de animalitos con leche a la que le hemos echado malathion, para afirmar nuestra calidad de insectos.
Na, si no es tan malo el arte conceptual... Tú dime cuándo.
todo esto me sonó a la versión "comercial" o "para los medios" del por qué del nombre de mi grupo, a los cables para conectar instrumentos les decimos "pitas", en esta versión nos referimos a una "pita" bastante vieja que nunca se arruinó y siempre nos sacaba de aguas cuando alguna de las nuevas fallaba...la versión real es menos tecnológica...te la debo para la próxima, chido que ya que estás conectado.
René F.
Me alegra que El Que No Puede Ser Nombrado pudiera ayudarte. No se me ocurrió que el problema fuera con los cables.
¡Loor a aquel cuyo nombre provoca la muerte si es pronunciado en vano!
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