M.A. Espino y la novela
Jacinta Escudos escribió en su blog un post acerca de la novela en El Salvador, con base en una nota publicada hace un par de días en La prensa gráfica, que puede encontrarse aquí. Transcribo la nota:
Además de los puntos que señala Jacinta, que en lo general comparto, hay otros que me gustaría señalar.
No veo que en El Salvador exista una novelística, ni siquiera una tradición en materia de novela. Si lo forzamos un poco, tampoco veo una literatura nacional, si lo de "nacional" tiene alguna importancia en términos, digamos, literarios; quizá para los académicos, historiadores y críticos (los de verdad, muy pocos, o los de andar por casa, que son demasiados) la tenga en función de una ubicación geográfica más o menos arbitraria o de una --menos arbitraria-- formación social, cultural y hasta política. Lo que hay, y ha habido, es algunos escritores que hacen lo suyo y que han tenido o tienen la importancia que les toque en una cierta línea de tiempo, en medio de algunas decenas de escritores "nacionales", y en medio de miles y miles de escritores a secas, que andan soltando sus obras simultáneamente por esos mundos de Dios o de quien sean los mundos.
Como todo es relativo a un observador, y sin duda a un entorno, habría que ver cuál es el punto de observación y el entorno de quien escribió la nota de LPG, y qué tanto conoce de lo que escriben los compatriotas, de lo que han hecho, o de dónde comienza la novelística y empieza el simple dato y de qué es eso de la literatura.
Por ejemplo, no estoy muy de acuerdo con que una sola novela haga a un novelista, y si hay excepciones es porque deben confirmar la norma. Miguel Ángel Espino, ni más ni menos, publicó dos: Trenes (1940) y Hombres contra la muerte (1947). Hace unos años se decía que "la gran novela" de Espino, la fundacional de nuestra literatura, la inimitable, era Trenes; supongo que sería en 2000, también a sesenta años de su publicación, y la emoción le había ganado (otra vez) a la sensatez.
Si se trata de buscar efemérides y de hablar de cosas fundacionales, se les pasó que Salarrué publicó El Cristo negro en 1926, o sea que el año pasado se les fue la posibilidad de hacer una nota laudatoria muy similar a la que ya transcribí y a las que se publicaron seguramente en el aniversario de Trenes. También que Salarrué publicó cuatro novelas: además de la anterior, El señor de La Burbuja (1927; aún es tiempo de dedicarle su nota), La sed de Sling Bader (1971) y Catleya Luna (1974).
Si se trata de literatura, una vez leí Trenes completa, y varias por pedacitos. La he utilizado como ejemplo de cómo no se hace novela, de por qué la poesía y la narrativa son universos harto diferentes, de cómo no es nada sano ponerse a hacer narrativa con herramientas de la prosa (y las excepciones son bien pocas, como excepciones que son), y viceversa, y de que, en fin, lo que en un género es revelación en el otro es ocultamiento.
Allí viene el otro punto, que tiene que ver con los determinismos. Según la nota, los novelistas salvadoreños somos hijos de Miguel Ángel Espino, concretamente a Hombres contra la muerte, y allí debemos ubicarnos con nuestra respectiva humildad y condenados de antemano a no ser "los mejores" (como si eso fuera importante; ya Jacinta lo dejó en claro).
En mi caso personal, niego esa paternidad con todo conocimiento de causa. Simplemente no he leído Hombres contra la muerte. Allí tengo el libro, esperando el momento en que se me ocurra leerlo, que supongo será hoy mismo, para salir de dudas. Si hay salvadoreños a los que les deba algo en lo que escribo, son Manlio Argueta (Caperucita en la zona roja), Roque Dalton (casi todo lo suyo, y algunas páginas notables de Pobrecito poeta que era yo), Álvaro Menen Desleal (¿y cómo no?) y Hugo Lindo (especialmente Espejos paralelos; la poesía la conocí mucho después). Pero más les debo a otros escritores, como a Sallinger (a quien conocí por Manlio), Borges, García Márquez, Camus, Cortázar, Shakespeare y varias decenas más que a uno del que sólo he leído un libro que me pareció malísimo.
Rulfo sólo escribió una novela, Pedro Páramo, y le bastó para cambiar la idea que teníamos desde Dafnis y Cloe, de Longo, o desde El asno de oro, de Apuleyo, pasando por todo lo demás. Fue una de las excepciones a la regla, al igual que en el cuento: le bastó con El llano en llamas para ser un magnífico cuentista. Pero las cosas no son así para nosotros los mortales: uno se va dando cuenta de que es novelista por allí del tercer o cuarto o quinto libro, cuando empieza a manejar las herramientas con cierta fluidez.
Si les interesan ejemplos, tomemos a Gabriel García Márquez, de quien están celebrándose los ochenta años de vida. Su primera novela, La hojarasca, tiene su encanto... por ejemplo el de ser la primera novela de GGM. Si hubiera dejado sólo ésa, quizá no lo recordaríamos mucho; hay aún torpeza en su ejecución. La segunda, El coronel no tiene quien le escriba, es muy buena, aunque si uno más o menos sabe leer encuentra que está escrita by the book y que más bien es un excelente cuentote. En La mala hora ya tiene afiladas las herramientas del oficio y las usa con fluidez (en lo particular, creo que es una excelente novela negra ubicada en medio de la selva, algo interesante, pues la novela negra es eminentemente urbana). Y viene Cien años de soledad, su primera espectacularidad. Allí vemos al contador de historias que se prefiguraba en sus novelas y cuentos anteriores, y es un libro maravilloso, con una salvedad: a partir de cierto punto --quizá desde la escena de la matanza de los trabajadores de la bananera--, el relato decae seriamente, y sólo logra levantar en las últimas páginas. Es algo que se perdona y hasta se olvida, porque aun lo de menos calidad tiene bastante calidad. Después, una maravilla de la técnica, una novela de una complejidad y una perfección inusual: El otoño del patriarca, su libro más vilipendiado. Si alguien busca al García Márquez maduro, allí está. Lo que pasa es que no tendrá el éxito de Cien años (no es un libro fácil de leer), y quizá pocos críticos o reseñadores quieran tomarse el trabajo de llegar tan lejos y les sale más fácil negarlo. Después del aburridísimo El general en su laberinto, llegó su obra maestra: Crónica de una muerte anunciada, la novela perfecta que a casi cualquier escritor le hubiera gustado firmar... después de escribirla, claro. Lo que sigue a la Crónica es lo que es; me gusta El amor y otros demonios como un buen dulce, y Memorias de mis putas tristes me parece triste, como lo dije aquí, recién inaugurado este blog.
En otras palabras: sí, hace falta más de una novela para ser novelista (Espino escribió dos); no, no veo punto de comparación entre Rulfo y Espino; no, no es Espino "el padre" de la novela salvadoreña, sino Salarrué, si lo que quieren son datos; sí, voy a vencer mi ignorancia y a leer Hombres contra la muerte y la comentaré por aquí en su momento.
Lo que veo en la nota es un entusiasmo municipal sin mucho conocimiento de causa. (Me acaba de decir Salvador Canjura que la nota tampoco viene firmada en la edición impresa.) También veo la mentalidad que mantuvo a la poesía estática y --paradójicamene-- errática durante tantos años: Roque Dalton es el poeta insuperable, lo único que nos queda es escribir como él o perecer. Y no veo que nadie esté autorizado para decir quién es "mejor" o "peor" que quién, o cuál es la trascendencia o no de la obra de un escritor. O sea: qué feo asunto ése de hacerse el taxativo y el muy enterado a costillas de gente a la que de seguro no se ha leído, nomás porque siente un gusto especial por un novelista salvadoreño que publicó dos novelas (no una) hace muchos años, la primera de las cuales fue calificada de lo mismo en la efemérides anterior.
Quizá tiene que ver con el punto de vista del observador: El Salvador está lleno de novelistas de una o dos novelas, como Rodríguez Ruiz, Ambrogi y qué sé yo. Y también está lleno de autores autopublicados con libros ante los que Trenes, en serio, equivale a una de Dostoyevsky. Lo que podría hacer el autor o autora de la nota es leer un poco más, enterarse de lo que hay fuera del país desde hace algunos miles de años y, quizá, dentro de él desde hace menos de un siglo.
Sic transit et coetera.
No es necesario escribir 20 novelas para ser novelista. Con una basta. Eso me lo enseñó hace años Miguel Ángel Espino con “Hombres contra la muerte”.
Mañana la DPI lanza una edición de este libro y me alegra demasiado saber que la gran novela salvadoreña vuelve a estar en los estantes. Mi edición de “Hombres contra la muerte” es de 1986, las páginas están amarillas y huele a libro viejo. Pero me huele también a madera. A esa madera de Belice donde los hombres mueren, enferman o se vuelven locos.
Cuando Espino escribió “Hombres contra la muerte”, el mundo estaba sumido en el inicio de una segunda guerra mundial, seguían los ecos del romanticismo de América inmortal, la gran América de Martí, y este eco del cubano se me vino mientras la leía. Entonces, leyendo, se me vino a la cabeza otra cosa: esta era la mejor novela escrita por un salvadoreño. Y esa idea se me sigue vieniendo. Y quiero confirmarla.
“Hombres contra la muerte” es la mejor novela salvadoreña que he leído, y no lo es por la tesis americanista que dosifica a medida vamos leyendo ni por el contexto por demás colapsado. “Hombres contra la muerte” es la gran novela salvadoreña, la de un país donde casi no se escribe o casi no se publica este género —tengo mis dudas sobre estas tesis—, por su manera de narrar y crear personajes, esa manera tan prosopoética de parir una novela que se inventó Espino. Esa manera tan viva. Que vive la novela misma.
Entiendo que la novela salvadoreña tomó mayor forma y peso como género entre los sesenta, setenta y ochenta. Eso se le debemos a dos boom: el latinoamericano y el de las bombas, nuestra guerra civil. Aquí, entiendo, la novela tiene a Manlio Argueta como patriarca, y luego han venido Horacio Castellanos Moya, Rafael Menjívar Ochoa y Jacinta Escudos.
Pero entiendo también otra cosa: que Miguel Ángel Espino le abrió la puerta al género para que toda esta gente pasara. Miguel Ángel Espino tomó ese largo aliento que se necesita para escribir una novela —como dice Manlio Argueta— y caminó hasta Belice, se enfermó de paludismo, se volvió loco y se hizo árbol con y como los hombres que hizo nacer contra la muerte.
Y a veces eso se nos olvida. Se nos olvida que el género no es muy escrito o no es muy leído —sigo con esa duda— en este país. Y se nos olvida que vivimos pidiendo a nuestros escritores la gran novela salvadoreña, que esperamos algún cataclismo para que nuestros novelistas vivos y los que nacerán la escriban, cuando, en realidad, ya está escrita
Además de los puntos que señala Jacinta, que en lo general comparto, hay otros que me gustaría señalar.
No veo que en El Salvador exista una novelística, ni siquiera una tradición en materia de novela. Si lo forzamos un poco, tampoco veo una literatura nacional, si lo de "nacional" tiene alguna importancia en términos, digamos, literarios; quizá para los académicos, historiadores y críticos (los de verdad, muy pocos, o los de andar por casa, que son demasiados) la tenga en función de una ubicación geográfica más o menos arbitraria o de una --menos arbitraria-- formación social, cultural y hasta política. Lo que hay, y ha habido, es algunos escritores que hacen lo suyo y que han tenido o tienen la importancia que les toque en una cierta línea de tiempo, en medio de algunas decenas de escritores "nacionales", y en medio de miles y miles de escritores a secas, que andan soltando sus obras simultáneamente por esos mundos de Dios o de quien sean los mundos.
Como todo es relativo a un observador, y sin duda a un entorno, habría que ver cuál es el punto de observación y el entorno de quien escribió la nota de LPG, y qué tanto conoce de lo que escriben los compatriotas, de lo que han hecho, o de dónde comienza la novelística y empieza el simple dato y de qué es eso de la literatura.
Por ejemplo, no estoy muy de acuerdo con que una sola novela haga a un novelista, y si hay excepciones es porque deben confirmar la norma. Miguel Ángel Espino, ni más ni menos, publicó dos: Trenes (1940) y Hombres contra la muerte (1947). Hace unos años se decía que "la gran novela" de Espino, la fundacional de nuestra literatura, la inimitable, era Trenes; supongo que sería en 2000, también a sesenta años de su publicación, y la emoción le había ganado (otra vez) a la sensatez.
Si se trata de buscar efemérides y de hablar de cosas fundacionales, se les pasó que Salarrué publicó El Cristo negro en 1926, o sea que el año pasado se les fue la posibilidad de hacer una nota laudatoria muy similar a la que ya transcribí y a las que se publicaron seguramente en el aniversario de Trenes. También que Salarrué publicó cuatro novelas: además de la anterior, El señor de La Burbuja (1927; aún es tiempo de dedicarle su nota), La sed de Sling Bader (1971) y Catleya Luna (1974).
Si se trata de literatura, una vez leí Trenes completa, y varias por pedacitos. La he utilizado como ejemplo de cómo no se hace novela, de por qué la poesía y la narrativa son universos harto diferentes, de cómo no es nada sano ponerse a hacer narrativa con herramientas de la prosa (y las excepciones son bien pocas, como excepciones que son), y viceversa, y de que, en fin, lo que en un género es revelación en el otro es ocultamiento.
Allí viene el otro punto, que tiene que ver con los determinismos. Según la nota, los novelistas salvadoreños somos hijos de Miguel Ángel Espino, concretamente a Hombres contra la muerte, y allí debemos ubicarnos con nuestra respectiva humildad y condenados de antemano a no ser "los mejores" (como si eso fuera importante; ya Jacinta lo dejó en claro).
En mi caso personal, niego esa paternidad con todo conocimiento de causa. Simplemente no he leído Hombres contra la muerte. Allí tengo el libro, esperando el momento en que se me ocurra leerlo, que supongo será hoy mismo, para salir de dudas. Si hay salvadoreños a los que les deba algo en lo que escribo, son Manlio Argueta (Caperucita en la zona roja), Roque Dalton (casi todo lo suyo, y algunas páginas notables de Pobrecito poeta que era yo), Álvaro Menen Desleal (¿y cómo no?) y Hugo Lindo (especialmente Espejos paralelos; la poesía la conocí mucho después). Pero más les debo a otros escritores, como a Sallinger (a quien conocí por Manlio), Borges, García Márquez, Camus, Cortázar, Shakespeare y varias decenas más que a uno del que sólo he leído un libro que me pareció malísimo.
Rulfo sólo escribió una novela, Pedro Páramo, y le bastó para cambiar la idea que teníamos desde Dafnis y Cloe, de Longo, o desde El asno de oro, de Apuleyo, pasando por todo lo demás. Fue una de las excepciones a la regla, al igual que en el cuento: le bastó con El llano en llamas para ser un magnífico cuentista. Pero las cosas no son así para nosotros los mortales: uno se va dando cuenta de que es novelista por allí del tercer o cuarto o quinto libro, cuando empieza a manejar las herramientas con cierta fluidez.
Si les interesan ejemplos, tomemos a Gabriel García Márquez, de quien están celebrándose los ochenta años de vida. Su primera novela, La hojarasca, tiene su encanto... por ejemplo el de ser la primera novela de GGM. Si hubiera dejado sólo ésa, quizá no lo recordaríamos mucho; hay aún torpeza en su ejecución. La segunda, El coronel no tiene quien le escriba, es muy buena, aunque si uno más o menos sabe leer encuentra que está escrita by the book y que más bien es un excelente cuentote. En La mala hora ya tiene afiladas las herramientas del oficio y las usa con fluidez (en lo particular, creo que es una excelente novela negra ubicada en medio de la selva, algo interesante, pues la novela negra es eminentemente urbana). Y viene Cien años de soledad, su primera espectacularidad. Allí vemos al contador de historias que se prefiguraba en sus novelas y cuentos anteriores, y es un libro maravilloso, con una salvedad: a partir de cierto punto --quizá desde la escena de la matanza de los trabajadores de la bananera--, el relato decae seriamente, y sólo logra levantar en las últimas páginas. Es algo que se perdona y hasta se olvida, porque aun lo de menos calidad tiene bastante calidad. Después, una maravilla de la técnica, una novela de una complejidad y una perfección inusual: El otoño del patriarca, su libro más vilipendiado. Si alguien busca al García Márquez maduro, allí está. Lo que pasa es que no tendrá el éxito de Cien años (no es un libro fácil de leer), y quizá pocos críticos o reseñadores quieran tomarse el trabajo de llegar tan lejos y les sale más fácil negarlo. Después del aburridísimo El general en su laberinto, llegó su obra maestra: Crónica de una muerte anunciada, la novela perfecta que a casi cualquier escritor le hubiera gustado firmar... después de escribirla, claro. Lo que sigue a la Crónica es lo que es; me gusta El amor y otros demonios como un buen dulce, y Memorias de mis putas tristes me parece triste, como lo dije aquí, recién inaugurado este blog.
En otras palabras: sí, hace falta más de una novela para ser novelista (Espino escribió dos); no, no veo punto de comparación entre Rulfo y Espino; no, no es Espino "el padre" de la novela salvadoreña, sino Salarrué, si lo que quieren son datos; sí, voy a vencer mi ignorancia y a leer Hombres contra la muerte y la comentaré por aquí en su momento.
Lo que veo en la nota es un entusiasmo municipal sin mucho conocimiento de causa. (Me acaba de decir Salvador Canjura que la nota tampoco viene firmada en la edición impresa.) También veo la mentalidad que mantuvo a la poesía estática y --paradójicamene-- errática durante tantos años: Roque Dalton es el poeta insuperable, lo único que nos queda es escribir como él o perecer. Y no veo que nadie esté autorizado para decir quién es "mejor" o "peor" que quién, o cuál es la trascendencia o no de la obra de un escritor. O sea: qué feo asunto ése de hacerse el taxativo y el muy enterado a costillas de gente a la que de seguro no se ha leído, nomás porque siente un gusto especial por un novelista salvadoreño que publicó dos novelas (no una) hace muchos años, la primera de las cuales fue calificada de lo mismo en la efemérides anterior.
Quizá tiene que ver con el punto de vista del observador: El Salvador está lleno de novelistas de una o dos novelas, como Rodríguez Ruiz, Ambrogi y qué sé yo. Y también está lleno de autores autopublicados con libros ante los que Trenes, en serio, equivale a una de Dostoyevsky. Lo que podría hacer el autor o autora de la nota es leer un poco más, enterarse de lo que hay fuera del país desde hace algunos miles de años y, quizá, dentro de él desde hace menos de un siglo.
Sic transit et coetera.
6 comentarios:
Yo lei tambien la nota en la prensa, en la version impresa y me quede buscando el autor. Y me habia quedado esperando su comentario, pues la nota trataba sobre la novela, que es el genero que usted trabaja y adivine que algo diría.
Empeze a leer "hombres..." en la adolecencia pero no la termine. Me aburri y cuando eso me pasa me quedo con una sensacion de culpabilidad de que soy un mal lector y no leo lo que DEBERIA leer. Bueno, quizas despues de leerlo aprendo que uno no es malo necesariamente por que no le guste leer lo que todo el mundo dice que es LO MEJOR en literatura.
A mi no me gusto, "cien años de soledad", de hecho, no la termine de leer, porque me aburrio... ahora, ya no me siento tan mal...
Saludos
Apenas me di cuenta anoche, porque Jacinta me avisó y me preguntó acerca de mis novelas inéditas. Esperé a que Jacinta escribiera su post para poner el mío y no repetirme.
Ahora voy a buscar la de Hombres para actualizar mis prejuicios. Tengo la edición vieja, que compré en Segunda Lectura hace ya rato con la lejana intención de leerlo alguna vez; creo que es el momento, para ver si la gente de LPG tiene razón.
Borges dice por allí que uno debe leer por placer. Si a uno le aburre algo, pues lo deja y a lo que sigue. Leí en mi vida muchísimas cosas por disciplina, y no es que me arrepienta, pero es de las cosas que no volvería a hacer.
Por ejemplo, no pasé de cien páginas en La guerra y la paz; no lo soporté. Del Ulises conozco el mero principio y cosas intermedias que es necesario conocer, por oficio. La montaña mágica, de Mann, me llenó de bostezos, y lo mismo otras cosas suyas; de Günter Grass he leído muy poco, he terminado poco y he aprendido algo. Y así.
Fregado leer por obligación o por status. Peor es no leer y hablar de cosas que uno no conoce, un deporte nacional bastante practicado.
Trenes es una delicia...poesía, poesía y más poesía, a cada renglón casi.....es densa en comparación a otras novelas pero yo la disfrute a morir
Creo que tú has estado las veces en que hemos "retrabajado" Trenes: lo cortas en versos, le quitas algunas partes... uh... narrativas y puede quedar algo magnífico. Y tiene --como digo en un post que voy a poner más tarde-- frases espectaculares. El hombre sin duda era poeta, muchísimo más que su hermano el versificador. Pero pos trató de hacer una novela, y lo que salió fue una mezcla demasiado densa. Hubiera sido un gran poemario.
Saludos Sr. Menjivar Ochoa:
Sigo con Menén Desleal (Pero es basico en la narrativa salvadoreña, ¿no?). Pero hoy tambien te apoyo a tu comentario sobre Rulfo, que es un grande tambien (Talvez Sabato tambien, a el lo elogió hasta Camus, ¿o no?).
Si te das cuenta, en la narrativa salvadoreña los novelistas y las novelistas buscan experimentar con la narrativa, así, podemos ver muchos experimentos que rompen los esquemas de lo real, lo lineal e incluso de los cánones mas basicos de este género por que la misma novela lo pide, ya vemos a Desleal, con su influencia Oriental y con sus tendencias Kafkianas en muchas de sus escritos, a Rafael Menjivar (...ejem) y a muchos novelistas locales que estan tomando influencias del surrealismo, la novela policiaca, el esoterismo, los mitos y la religion
Una buena novela (asi como, dices tu, es un buen poema)es la que te toma del cuello de la camisa y no te suelta hasta el final de la obra. Y yo siento que los caminos para llegar a eso son tan diversos como las personas que escriben.
Saludos. Rafa. Animo a pesar de cualquier imbecil que los ataque.
P.D.Por cierto, Hidobro escribio una, o un par de novelas, ¿se podria considerar que va entre las escepciones poeta-novelista (creo que hay que meter a Jorge Galan en esa categoría tambien)?.
Huidobro, perdón, que errorazo.
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