Un poco más acerca de la depresión
En vista de que el post anterior --que eran notas más acerca del tiempo que de la depresión-- tuvo varios y buenos comentarios, sigo un poco con el tema. (Hubo dos comentarios que no publiqué. Uno porque me pidieron que no lo hiciera; otro porque... bueno... el lenguaje era un poco pesado, con todo y que decía cosas sensatas.)
William Styron escribió un libro acerca de su propio proceso depresivo, Esa visible oscuridad, que es una excelente guía para el depresivo primerizo. Tiene un error de base, con el que hay que tener cuidado: hay depresivos que son suicidas, y hay unos que no lo son (somos, dijo el otro). Igual habrá suicidas que no son depresivos, supongo; en mi familia hubo dos tíos que murieron jugando a la ruleta rusa, más en un alarde de machismo que con ganas de volarse un pedazo de cabeza, con la vida de por medio. Ambos eran adolescentes (17 y 19 años).
Styron nota algo muy importante: uno no se da cuenta de que está deprimido. El proceso es gradual, puede llevar muchos años, y de repente, zaz, uno está en medio y cree que es tan feliz como era antes y que todo está normal... excepto porque no lo está. Mantener esa sensación de normalidad se lleva una cantidad de energías terribles, y la propia depresión es cansadísima.
Hay quien cree que una depresión es estar siempre triste, y ya. Ése será si acaso uno de los primeros síntomas, y a veces no llega a cuajar en algo más severo. En general es una depresión "normal". Luego, están las depresiones temporales: una muerte, falta de dinero, desarraigo, pueden llevar no sólo a la tristeza, sino también a estados de angustia de alguna potencia. Y luego está la depresión clínica, que no tiene que ver con las anteriores excepto por el nombre.
Esta depresión se caracteriza por la angustia constante. Una angustia tras otra, encima de otra, debajo de otra. Son tantos los motivos de angustia que uno se inmoviliza: no hay modo de arreglar nada, no hay modo de hacer nada, no hay modo de volver a la normalidad. Desde fuera se ve a un tipo triste que mira hacia ninguna parte; desde dentro, lo que hay es una máquina enloquecida a punto de estallar. Pero no estalla. No estalla. No estalla. Y, si estalla, lo hace hacia dentro. El mejor símil es la película Awakenings, con Robert de Niro y Robin Williams. En ella De Niro tiene una especie de Parkinson que lo hace temblar tanto que lo deja por completo paralizado.
En el momento álgido de la angustia, muchos caen en las ideas de suicidio, y en el propio suicidio. La angustia es tal que provoca dolor. No necesariamente un dolor físico, aunque lo psicosomático es parte del asunto: es un dolor del alma, un dolor por la pérdida de uno mismo, por la imposibilidad de salir del dolor. Un loop bastante desagradable.
Si uno pasa de esta etapa, o sale vivo de ella, viene lo peor, que es la parálisis. En casos de depresión profunda, puede parecerse a la catatonia, aunque el sujeto está consciente de lo que pasa a su alrededor. No reacciona porque simplemente no le importa nada. Es como un cadáver que oye, ve, huele, pero no le importa nada. Supongo que finalmente llegará la pérdida de la conciencia.
Uno de los comentarios al post anterior dice algo clave: uno puede regocijarse en la depresión, en la angustia y el dolor, y así lo anota Styron. No hay placer, pero "eso" es mejor que enfrentarse a las causas psicológicas de la depresión, digamos. Por otro lado, para llegar a un cierto estado, hace falta que la autoestima sea bajísima --y de verdad que puede seguir bajando--, y uno puede creer que es justo el pago por... híjole... por lo que sea. Todo se convierte en culpa, y la culpa en angustia, y la angustia en culpa, etcétera.
Hay un síntoma bien particular, además de la percepción del tiempo: el mal manejo de las emociones. Una emoción "buena" y una emoción "mala" son provocadas por descargas de adrenalina, y éstas son exactamente iguales para un caso o para el otro. Es uno el que las decodifica y les da el valor adecuado. Y los valores están trastocados. Así, puede pasar algo bueno y uno podrá ponerse a llorar o se angustiará y lo sumará a la larga lista de motivos para sufrir; puede pasar algo desagradable y provocar euforia, y así.
Por allí de 1994-1995 escribí un ensayo acerca de la depresión en el que hablaba de eso. Nunca lo terminé, no sé por qué motivos; creo que lo dejé demasiado tiempo y ya no pude entrar en su lógica. Aun así se publicó en medios electrónicos, y no recuerdo si en papel y tinta. Lo he puesto en mi otro blog, en este link. No sé si tenga razón; así me tocó, y espero que no vuelva a tocarme.
También escribí una novela, Trece, que trata de lo mismo, aunque desde un ángulo particular. Trata de un tipo que despierta una mañana y decide matarse trece días después. A medida que se acerca el plazo, se vuelve más consciente, más lúcido, más vital. Es lo que ocurre con los depresivos suicidas: cuando fijan una fecha, y en efecto quieren cumplirla, parece que mejoran y que se han curado, o van para allá. Lo que ocurre es que el plazo los pone de buen humor, y viene la paradoja: ven la vida color de rosa porque ya la van a dejar. No sé qué ocurra si no logran suicidarse; me ha tocado ver a gente que se asusta y mejor se mete a tratamiento, y otros que esperan la siguiente oportunidad. La escribí porque, cuando salí de la mía, me dio miedo la idea de que se me hubiera ocurrido matarme. Estoy muy contento de este lado. Algo bueno salió, en todo caso.
William Styron escribió un libro acerca de su propio proceso depresivo, Esa visible oscuridad, que es una excelente guía para el depresivo primerizo. Tiene un error de base, con el que hay que tener cuidado: hay depresivos que son suicidas, y hay unos que no lo son (somos, dijo el otro). Igual habrá suicidas que no son depresivos, supongo; en mi familia hubo dos tíos que murieron jugando a la ruleta rusa, más en un alarde de machismo que con ganas de volarse un pedazo de cabeza, con la vida de por medio. Ambos eran adolescentes (17 y 19 años).
Styron nota algo muy importante: uno no se da cuenta de que está deprimido. El proceso es gradual, puede llevar muchos años, y de repente, zaz, uno está en medio y cree que es tan feliz como era antes y que todo está normal... excepto porque no lo está. Mantener esa sensación de normalidad se lleva una cantidad de energías terribles, y la propia depresión es cansadísima.
Hay quien cree que una depresión es estar siempre triste, y ya. Ése será si acaso uno de los primeros síntomas, y a veces no llega a cuajar en algo más severo. En general es una depresión "normal". Luego, están las depresiones temporales: una muerte, falta de dinero, desarraigo, pueden llevar no sólo a la tristeza, sino también a estados de angustia de alguna potencia. Y luego está la depresión clínica, que no tiene que ver con las anteriores excepto por el nombre.
Esta depresión se caracteriza por la angustia constante. Una angustia tras otra, encima de otra, debajo de otra. Son tantos los motivos de angustia que uno se inmoviliza: no hay modo de arreglar nada, no hay modo de hacer nada, no hay modo de volver a la normalidad. Desde fuera se ve a un tipo triste que mira hacia ninguna parte; desde dentro, lo que hay es una máquina enloquecida a punto de estallar. Pero no estalla. No estalla. No estalla. Y, si estalla, lo hace hacia dentro. El mejor símil es la película Awakenings, con Robert de Niro y Robin Williams. En ella De Niro tiene una especie de Parkinson que lo hace temblar tanto que lo deja por completo paralizado.
En el momento álgido de la angustia, muchos caen en las ideas de suicidio, y en el propio suicidio. La angustia es tal que provoca dolor. No necesariamente un dolor físico, aunque lo psicosomático es parte del asunto: es un dolor del alma, un dolor por la pérdida de uno mismo, por la imposibilidad de salir del dolor. Un loop bastante desagradable.
Si uno pasa de esta etapa, o sale vivo de ella, viene lo peor, que es la parálisis. En casos de depresión profunda, puede parecerse a la catatonia, aunque el sujeto está consciente de lo que pasa a su alrededor. No reacciona porque simplemente no le importa nada. Es como un cadáver que oye, ve, huele, pero no le importa nada. Supongo que finalmente llegará la pérdida de la conciencia.
Uno de los comentarios al post anterior dice algo clave: uno puede regocijarse en la depresión, en la angustia y el dolor, y así lo anota Styron. No hay placer, pero "eso" es mejor que enfrentarse a las causas psicológicas de la depresión, digamos. Por otro lado, para llegar a un cierto estado, hace falta que la autoestima sea bajísima --y de verdad que puede seguir bajando--, y uno puede creer que es justo el pago por... híjole... por lo que sea. Todo se convierte en culpa, y la culpa en angustia, y la angustia en culpa, etcétera.
Hay un síntoma bien particular, además de la percepción del tiempo: el mal manejo de las emociones. Una emoción "buena" y una emoción "mala" son provocadas por descargas de adrenalina, y éstas son exactamente iguales para un caso o para el otro. Es uno el que las decodifica y les da el valor adecuado. Y los valores están trastocados. Así, puede pasar algo bueno y uno podrá ponerse a llorar o se angustiará y lo sumará a la larga lista de motivos para sufrir; puede pasar algo desagradable y provocar euforia, y así.
Por allí de 1994-1995 escribí un ensayo acerca de la depresión en el que hablaba de eso. Nunca lo terminé, no sé por qué motivos; creo que lo dejé demasiado tiempo y ya no pude entrar en su lógica. Aun así se publicó en medios electrónicos, y no recuerdo si en papel y tinta. Lo he puesto en mi otro blog, en este link. No sé si tenga razón; así me tocó, y espero que no vuelva a tocarme.
También escribí una novela, Trece, que trata de lo mismo, aunque desde un ángulo particular. Trata de un tipo que despierta una mañana y decide matarse trece días después. A medida que se acerca el plazo, se vuelve más consciente, más lúcido, más vital. Es lo que ocurre con los depresivos suicidas: cuando fijan una fecha, y en efecto quieren cumplirla, parece que mejoran y que se han curado, o van para allá. Lo que ocurre es que el plazo los pone de buen humor, y viene la paradoja: ven la vida color de rosa porque ya la van a dejar. No sé qué ocurra si no logran suicidarse; me ha tocado ver a gente que se asusta y mejor se mete a tratamiento, y otros que esperan la siguiente oportunidad. La escribí porque, cuando salí de la mía, me dio miedo la idea de que se me hubiera ocurrido matarme. Estoy muy contento de este lado. Algo bueno salió, en todo caso.
3 comentarios:
Eso de la depresión a veces la gente se lo toma a la ligera...por allá por el 2002 entré en una y no es nada agradable, y a veces la gente que esta cerca de uno ni siquiera lo nota, eso lo angustiante, nadie sabe lo que te pasa y no lo pueden entender.
Bueno le invito ademas a un jueguito
http://mascarasdebk.blogspot.com/2007/08/el-juego.html
Este articulo lo envio unicamente porque me parece que puede ser de su interes. No es para publicarlo o responderlo. Suerte, Trilce
treatments tested By MALCOLM RITTER, AP Science Writer
Sun Sep 2, 2:15 PM ET
NEW YORK - Scientists are testing seasickness patches and other surprising options in a challenging search for new ways to treat the crushing depression and uncontrolled mania of bipolar disorder.
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Also called manic-depression, it's an illness that can rip careers and marriages apart and drive people to suicide. And it's so complex and mysterious that researchers haven't developed a medication specifically for it since lithium, more than half a century ago.
Yet bipolar appears in various forms and severity in about 1 in every 25 American adults at some point in their lives, according to a major study published in May.
Current medicines help, but often fall short.
They "certainly reduce symptoms but don't do a good enough job," said Dr. Husseini Manji of the National Institute of Mental Health. "Many patients are helped, but they're not well."
Nobody knows yet whether the latest crop of possible treatments will pan out. Besides the motion sickness patch, unusual choices include a drug that treats Lou Gehrig's disease and a device that produces an electric field around the brain. Even the breast cancer drug tamoxifen has been tested.
Some of these approaches were identified by logic, and others by pure chance. Scientists already have early evidence that someday they may prove useful against bipolar.
The disorder's classic feature is episodes of mania, which are periods of boosted energy and restlessness that can run for a week or more.
"You have so much energy, you have so many great ideas" said Tamara, 26, a Pittsburgh resident who was diagnosed several years ago. She asked that her last name not be used.
"You feel like you're thinking so clear, you've got the answer for everybody. You need to tell them, you need to phone all your friends... It's so hard to sleep. You keep thinking of all sorts of things."
But mania can also bring extreme irritability. Tamara's energetic charisma made her the life of the party, but "if somebody spilled a drink on me, I would just explode," she recalled. "It's like all your emotions are just completely intensified."
She got into fights and experienced road rage. She made bad decisions, plagiarizing a college paper and behaving promiscuously.
"A lot of things sound like a good idea when you're manic," she said, "and they're really not."
During manic episodes many people even get hallucinations or delusions, and Tamara experienced those too. "I was convinced I could hear other people's thoughts, or at least know what they were," she recalled. "I thought everybody was saying bad things about me."
The other side of the bipolar coin is episodes of depression that last a week or more. For Tamara, depression was life turning gray.
"Nothing is interesting. You're bored with everything... Nothing sounds fun anymore. All you want to do is sleep. I slept days and days away."
In her senior year of college, thoughts of suicide frightened her into seeking help.
Doctors currently treat bipolar with a variety of drugs including lithium, anticonvulsant medications that can stabilize mood, and antipsychotics. Psychological therapy and patient education greatly boost the effectiveness of the drugs.
Tamara takes lithium and another drug, and says, "I'm doing fine right now."
She's lucky. Bipolar disorder is hard to treat chiefly because the depressive episodes are more severe and more resistant to therapy than ordinary "unipolar" depression, notes Dr. Andrea Fagiolini, an associate professor of psychiatry at the University of Pittsburgh.
What's more, many patients can't tolerate current bipolar medications because of side effects like weight gain, sleepiness, tremor, and the sense of feeling "drugged," Fagiolini said. (Some patients also stop taking their medicine because they miss the "highs" of the disease, he noted).
A study of treated patients published last year found that about 60 percent got well for at least eight weeks, but only half of that group remained well when followed for up to two years. And this was with very good therapy, noted Dr. Andrew Nierenberg, professor of psychiatry at Harvard Medical School.
"That means there's a lot of room for improvement," Nierenberg said. "That's why we need new treatments."
But there's a basic problem. Just as heart attacks come from chronic heart disease, the manic and depressive episodes come from an underlying chronic brain disease. And "we just don't really understand what's behind the illness," said Dr. Gary Sachs, who directs bipolar research at Harvard's Massachusetts General Hospital.
That mystery and the complexity of the disorder have discouraged scientists from trying to develop drugs for bipolar, Manji said. Not since lithium, developed more than 50 years ago, have they developed a drug specifically for bipolar, Manji said.
Like lithium, some of the latest crop of early candidate drugs revealed their potential simply by chance.
Take the experience of NIMH researchers Maura Furey and Dr. Wayne Drevets with the drug scopolamine, which is normally used to keep people from getting seasick or carsick. Several years ago, they were studying whether scopolamine could improve memory and attention in depressed people. So they gave the drug intravenously to depressed patients, trying to find the right dose for a brain-imaging study.
But then they noticed an odd thing. These patients started feeling less depressed the night after the injections, a remarkable thing since most antidepressants take weeks to kick in.
"Some patients would say it was the best night of sleep they'd had in many years, and the next morning they woke up feeling a substantial lifting of their depression," Drevets said. "In many cases that improvement persisted for weeks or even months."
Drevets and Furey quickly changed their research focus to test the drug's effect on depression itself. And in October 2006 they published an encouraging, though preliminary, result with a small group of depressed patients, some of whom had bipolar.
Now Furey is leading a study using scopolamine skin patches — like those travelers wear to prevent motion sickness — to treat depression in bipolar disorder as well as ordinary depression. For now, people shouldn't try patch treatment for depression on their own, she said.
A similar bit of serendipity showed up at McLean Hospital in Belmont, Mass., in 2001. Depressed bipolar patients who were getting their brains scanned for a study of brain chemistry suddenly felt a lot better. Alerted by a research assistant, scientists started taking a closer look. And in 2004, they published their conclusion that the electric fields produced by the brain scans might lift depression. It's still not clear how.
Follow-up studies have had inconsistent results. But researchers have now built a device that resembles a hair-salon dryer to produce electric fields. They plan to start testing it this fall.
Apart from luck, researchers have taken advantage of the few insights they have into bipolar disease to develop potential treatments.
That's the story with riluzole, now used to treat the paralyzing disorder Lou Gehrig's disease, also known as ALS or amyotrophic lateral sclerosis. Scientists found that a drug that's effective against depression in bipolar disorder boosts the abundance of a certain protein in rat brain cells, and that riluzole does too. So the researchers tried riluzole in a small number of depressed bipolar patients, and in some patients the symptoms virtually disappeared, Manji said.
So riluzole, which is distributed by Sanofi-Aventis, might become a treatment for bipolar disorder, he said.
Similar research used an off-the-shelf drug to get a lead for developing a new medication. Studies in rats showed that lithium and another anti-mania drug hamper the effect of a particular enzyme in the brain. That suggested that other drugs that hamper that enzyme might work against mania too, Manji said.
The best available candidate: tamoxifen, used to fight breast cancer. And sure enough, Manji's recent study in a small group of bipolar patients found that tamoxifen quickly quelled mania. Other studies have found similar results, he said.
That shows the value of blocking the enzyme, and now Manji is trying to develop other drugs that will do that, perhaps for use in emergency rooms. He wants to avoid tamoxifen itself because of concern about long-term side effects, since his work requires a higher dose than women use to stave off breast cancer for years.
Scientists say the real key to unlocking the mysteries of bipolar disorder — and thereby exposing targets for drugs — lies in a new generation of research into DNA.
In recent months, scientific journals have begun to publish the early results of a revolution in DNA analysis: the ability to scan entire genomes in detail to find genetic variants that predispose people to particular diseases. Some of the new work is implicating dozens of variants in bipolar disorder.
Such work can expose the hidden biological underpinnings of disease, and so tip off researchers to unsuspected targets for intervening.
"We've been stumbling in the dark for most of our history" of bipolar research, said gene expert Dr. Francis McMahon of NIMH. But "these kinds of studies ... will really give us the chance to reason from biological insights back to the patient."
Sachs, of Harvard, agreed: "I think these whole-genome scans will in fact be the important bridge to better treatments."
And not just in some far-distant future. The new gene studies, Sachs said, help give "a great potential to advance the field in our lifetimes and treat people who are living now."
___
On the Net:
Bipolar information: http://www.nimh.nih.gov/healthinformation/bipolarmenu.cfm
National Alliance on Mental Illness: http://www.nami.org
Depression and Bipolar Support Alliance: http://www.ndmda.org
Disease treatment studies: http://www.clinicaltrials.gov
Trilce: Gracias por el artículo. Me permití publicarlo porque me parece que puede ser de interés para muchas personas, yo incluido.
Pero en serio (lo digo por otros amigos también) que no soy bipolar, no tengo ideas suicidas y el Rivotril lo he estado tomando por una cosas que se me volvió crónica, y a la cual lo nervioso contribuye, pero no determina. Lo de la depre, en mi caso, pasó jhace mucho tiempo, aunque de vez en cuando necesito mantenimiento para que no se me olvide que puedo olvidar.
Escribo a deshoras --a propósito de Rivotril-- porque me quedé dormido en la sala viendo tele, me desperté y, bueno, antes de ir a dormirme otra vez me di cuenta de que no he puesto mi columna de esta semana. Y como puedo dormir a la hora que se me dé la gana, porque mañana descanso, aprovecho el viaje.
Conozco a gente bipolar --lo que antes se conocía como maniaco-depresiva-- y es algo terrible y puede ser progresivo, aunque se puede vivir con ello con un buen tratamiento y mucha voluntad. Es el caso de la gente a la que conozco, y a la que admiro por su perpetua lucha y porque logra llevar una vida más que razonable.
Gracias de nuevo.
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