13 de noviembre de 2007

Guerras y batallas perdidas y ganadas


Exactamente a la edad que tengo ahora, el 12 de abril de 1983, mi padre perdió una guerra.
Había dedicado 20 años a la lucha política, y de algún modo lograba hacerla compatible con su trabajo académico y administrativo en la Universidad de El Salvador.
Comenzó en el Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR) en 1963, justo el año en que lo eligieron decano de la Facultad de Economía. Aunque el FUAR, dirigido por Schafik Hándal, debía dedicarse a la lucha armada, a lo más que llegaron fue a entrenamientos azarosos con armas de palo y a arduas labores de pinta en las que anunciaban que con el FUAR iniciaba la lucha armada.
Alguna vez le pregunté por qué se había salido del FUAR, y me dijo que no estaba para perder el tiempo ni para arriesgarse en tonterías, aunque reconoció que lo divertía lo de hacer pintas en la madrugada, con la Guardia Nacional por todas partes. Me contó que decidió salirse del FUAR un día en que le dijo a Schafik que la cosa se estaba poniendo peligrosa y que había que empezar a armarse en serio. "Bueno, en mi casa tengo una 38...", le contestó Schafik, y él mejor se dedicó a ser decano como Dios manda (con todo lo comecuras que era en esas épocas). Una 38 era lo más lejos que estaban dispuestos a llegar, y a él le gustaba jugar a todo o nada.


En 1966 estuvo en la reactivación del Partido de Acción Renovadora, de Ascencio Menéndez. Era vicepresidente del partido, se lanzó a orador de plaza durante la campaña de 1967 (era pésimo para eso, aunque muy bueno para las charlas académicas), hizo pintas y pegas, y se movía en un Volkswagen 1963 que había conservado muy bien y se acabó en unos meses. Fue de los que preparó el plan de gobierno, en especial lo relacionado con una reforma agraria, su fuerte.
Cuando les cancelaron el registro, estuvo durante un tiempo en la organización del Partido Revolucionario (PR), pero resultó claro que el Partido Comunista trataría de hegemonizarlo, como lo había intentado con el PAR, y mejor se dedicó a escribir libros, a comprar una computadora para la UES --de decano pasó a gerente general-- y a estar con la familia.
En 1975, según veo en su carta de renuncia a la organización, entró a militar en las Fuerzas Populares de Liberacion "Farabundo Martí". Allí hizo de todo. Hay cosas que ya he dicho, otras que no vale la pena decir y otras que es mejor dejar como están. Su obra maestra fue el Acuerdo México-Francia para el reconocimiento del FMLN como fuerza política representativa en El Salvador, lo cual le otorgaba legitimidad internacional.
En mayo de 1983, antes de renunciar oficialmente, entregó lo que tenía de las FPL a la dirigencia en Managua. Se le dijo que lo enviarían a Cuba, como... eh... invitado del gobierno de La Habana, un bonito eufemismo para la palabra "preso". Esa noche escapó a Costa Rica, sobornando guardias --sandinistas, ejem-- en la frontera, y un par de días después era secretario académico de Flacso Latinoamérica. Le dieron pasaporte diplomático, y con él regresó a Nicaragua a entregar su renuncia a Salvador Sánchez Cerén, Leonel, quien sustituyó como primer responsable de las FPL a Salvador Cayetano Carpio, Marcial. La "invitación" a Cuba quedó sin efecto.


El que mi padre haya perdido una guerra no significa que la guerra no haya continuado. Al contrario: se prolongó durante nueve años más, pero ya los objetivos eran otros, no esa toma del poder para crear un régimen socialista que nos parecía el sueño ideal. (A mí también, aunque sabía que no podría vivir en El Salvador después del triunfo; los pequeño burgueses como yo sabemos nuestro lugar en la vida,.)
El 12 de abril de 1983 murió su amigo Marcial, de quien había sido un cercano asesor en los siete años anteriores. Se dedicó sobre todo a la diplomacia, aunque trabajó en el proyecto de un Gobierno Democrático Revolucionario desde 1980 hasta después de la ofensiva de 1981 y, en sus ratos libres, nos poníamos a armar folletos mimeografiados. Se convirtió en un apestado para el FMLN, que nunca le quitó el ojo de encima. Siempre intentaron descalificarlo, pero no les salio bien; el hombre tenía lo suyo. Igual le pedían asesoría, y aceptó darla sólo a través de ciertas personas, que él mismo escogió. Había otros con los que no quería el menor contacto.
Cuando la firma de los Acuerdos de Paz, en enero 1992, lo invitaron a México, pero no a la firma en sí ni a la celebración principal. Nos paramos frente a la ventana trasera de mi departamento, desde donde se veía el Castillo de Chapultepec, y pusimos el televisor entre la ventana y nosotros. Fue un momento triste.
Sabíamos que la paz era necesaria. Sabíamos que era lo mejor. Sabíamos que la utopía era una utopía. No sabíamos --y él se lo recriminó hasta la muerte, por la parte que le tocó de refilón-- si había valido la pena tanta sangre y tanto dolor y tanto miedo y tanta destrucción, física y del alma. Creo que logré convencerlo, antes de que muriera, de que había hecho lo que había creído justo y correcto, y que los espacios abiertos en el país eran amplios, que el precio había sido alto, pero el único posible.
Esa noche fue a una fiesta donde estaban muchos dirigentes del FMLN. Allí se vio, después de nueve años, con viejos amigos. Regresó a casa con mucho vino dentro y una sonrisa que no dejaba de ser triste, pero tampoco dejaba de ser sonrisa. Me contó varias veces cada una de las pláticas que tuvo esa noche, con más vino de por medio. (En ese entonces yo era adicto a los jugos de fruta. Debí consumir una cantidad respetable.)


A mis 48 años he perdido muchas batallas, pero no una guerra. Sé que estoy haciendo lo que me corresponde, y lo hago con orgullo. Es una lástima que mi padre no pudiera verlo ni leer los poemas, cuentos y novelas que están creando los compañeros de La Casa. Quizá los hubiera disfrutado tanto como yo, o más; le encantaba la literatura, y en algún momento de su juventud --como me confesó por allí de 1985-- quiso ser escritor. Escogió la economía, y desde allí hizo lo que tenía que hacer.
Qué fría está la madrugada, por cierto. Suerte que ya los vientos se han calmado bastante.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Don Rafael, soy la misma chismosa :

Escriba algo acerca de lo que diría su padre si estuviera vivo y si supiera que usted está al servicio de la prensa derechista.

Eso sería muy interesante!

PS: No haga hablar a su padre por medio de su pluma. ESO SÍ QUE ES DE MAL GUSTO!

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Bueno, pues es el último, doña chismosa.
No entienden, ¿verdad?
El mejor juez es siempre el tiempo, y temgo paciencia. Nos vemos en diez años.

Aldebarán dijo...

Sólo el trabajo del Acuerdo México-Francia es un gran logro diplomático.

Interesantes los sellos en el pasaporte.

Medio desnudo dijo...

Hola Rafael: Conoci a don Lito en CR, era amigo de Arroyo, J. un amigo mío, hicimos un trabajito juntos para OIT, y em sorprendió su agudez. Luego supe de su enfermedad y Lamenté muchisimo. Don Lito, toda una persona. Ahh se me olvidaba casi: Nada mas cobarde que un anónimo.