8 de noviembre de 2007

Camisa de once varas y columna

Me he metido en camisa de once varas en las últimas columnas de Centroamérica 21 --y todavía hay más-- con el tema del periodismo. No porque no crea que tengo razón, sino porque quién soy yo para andar hablando de esas cosas, excepto un tipo que tiene 29 años en el oficio, aunque el tiempo no siempre es garantía de mucho.
Hará más de un año, junto con Carmen Molina Tamacas, estuvimos en dos programas de Universo crítico, con Geovani Galeas, hablando acerca del periodismo cultural, y señalábamos sus severas deficiencias. Geovani nos transmitió lo que los periodistas aludidos pensaban acerca de lo que dijimos: que éramos malos periodistas y que no iban a hacer caso de malos periodistas. Lo cual, en definitiva, está bien: yo tampoco haría caso de los consejos de ellos.
El problema potencial es que hay reporteros altamente vengativos, y alguno --o alguna, por qué no-- estará leyendo estas líneas. El consuelo es que aquéllos --y aquéllas, por qué no-- en los que estoy pensando de todas maneras parecen traer cruzada contra un servidor, aun en casos en que han intentado ponerse en buen plan.
Por ejemplo, nunca, jamás, ni una sola vez --bueno, sí, un par, y fue Carmen Tamacas--, han publicado una sola frase textual mía, asçi hayan puesto mis declaraciones entre comillas. Y casi todos han llegado con grabadora y cuaderno, y articulo las frases lo más sencillamente que se pueda, y las reitero, para que no haya dudas. Hubo alguien que llegó a tales extremos que le dije que nunca más le daría declaraciones personales o acerca de mi carrera. Si quería mi opinión como empleado de Concultura, con todo gusto, porque es mi obligación, pero que no volvería a hablarle de mí ni de mis asuntos. Esta persona no sólo dejó de hablarme, sino que una vez estaba conversando con un amigo, antes de un recital de poesía, y pasó a mi lado empujándome con el hombro. Es una de las que dice que soy mal periodista, y, ya puestos en ese plan, estaría de acuerdo con eso, si la medida es lo que hizo. Nunca dejé de hablarle a nadie por no darme declaraciones --todo su derecho--, ni lo empujé cuando iba pasando, ni borré su nombre de una nota en la que no podía faltar. (Sí: en cierta ocasión había un acto en el que yo era de los protagonistas. Esta persona hizo la nota y me quitó, a pesar de que se trataba de un boletín casi copiado textualmente.)
Hay más casos, de los que quizá hable después. El asunto es que, siendo ya jueves, apenas pongo mi columna de esta semana, y prometo otra acerca de periodismo para la próxima. La columna puede encontrarse en este link.

¿Qué le pasó al periodismo salvadoreño?
Rafael Menjívar Ochoa

Los principales problemas del periodismo en El Salvador –y en otras partes; no es el caso ahora– tienen que ver con la formación de los nuevos periodistas, pero también con las deficiencias de sus maestros, o de quienes debieran fungir como tales.
El problema más básico son los maestros universitarios que nunca han ejercido el oficio (es importante destacar la palabra “oficio”). Terminan sus estudios y, antes de pisar una redacción, o en lugar de ello, se enrolan como maestros universitarios, para enseñar materias sobre las cuales no tienen conocimientos prácticos. Y el periodismo es ante todo práctica: una serie de técnicas que, en abstracto, no sirven para mucho, excepto para calificar –y mal– exámenes mensuales.
Una variante es que periodistas que aún están en formación, haciendo sus primeras armas en los medios, son reclutados como profesores, y lo que logran es reproducir sus propios errores, desde los más básicos –redacción, ortografía– hasta lo más complejos –concepción del periodismo y su papel social.
Como todo oficio –una disciplina conformada por técnicas, sin fundamentos científicos discernibles–, el periodismo se transmite al estilo de los viejos oficios medievales: del maestro al oficial, del oficial al aprendiz. En las escuelas de periodismo se obtienen fundamentos teóricos o casi teóricos, y las prácticas se ajustan a los tiempos del año lectivo, no de una redacción de verdad.
Cuando un periodista llega a una redacción con su título reluciente, sus nociones de periodismo aún están poco relacionadas con la práctica; las materias que ha cursado le darán una pálida idea de lo que es el asunto. Lo que pasa, en general, es que el joven periodista tendrá que aprender “todo”, y la escuela le servirá como un referente no siempre fiel.
En parte quizá sea porque sus maestros forman parte de los grupos que se menciona en los primeros párrafos, quizá porque aquéllos pertenecen a otra especie: los que nunca lograron destacar y huyeron hacia la academia. Son los más peligrosos: ven el oficio con amargura, y no logran descifrar el mundo a través de herramientas que no saben manejar, pero pretenden que sí. Esta actitud puede calar muy hondo en los jóvenes más impresionables o que no tienen clara su vocación.
Lo cierto es que la verdadera escuela de los periodistas es la redacción. El papel de “oficiales” –los que transmiten el oficio– está en general a cargo de los editores, y alguno de ellos –quizá el editor jefe– fungirá como maestro, esto es: quien está a cargo de dar cohesión a la línea editorial, al orden de las secciones y del periódico y de supervisar la formación y avance de los jóvenes, con los editores como mediadores.
A mediados y finales de los noventa se dio en El Salvador la aparición de una camada de periodistas jóvenes que quizá llevaron al periodismo a lo que hasta ahora podría ser el inicio de una edad de oro que se vio truncada en pocos años.
Los motivos fueron simples, además de los ya anotados. En primer lugar, la mayor parte fueron entrenados como reporteros, y hay muchos nombres que podría mencionarse sin levantar protestas. A la hora en que los editores se retiraron o fueron retirados, se tomó a los reporteros más destacados y se los colocó en su lugar. El error fue grave.
El oficio de editor es tan específico como el de reportero o el de fotógrafo. Requiere de una formación especial, de vocación, de un cierto talento, y en el peor de los casos de técnicas que el reporteo no ofrece. Así, los medios fueron ganando editores deficientes y sin noción del oficio, y perdiendo excelentes reporteros. En el rincón desde el cual un buen editor brilla, un reportero languidece.
Los reporteros fueron obviamente sustituidos por otros, y era de esperarse que siguiera la cadena natural de hechos: los oficiales –los editores–, con una visión más amplia del periodismo y con una experiencia mayor, debían cumplir con la tarea de transmitir el oficio. Pero ¿cómo hacerlo sin los conocimientos necesarios, más allá de la noción de corregir y llenar páginas? ¿Cómo, si desde el origen algo anduvo mal? ¿Cómo, si los medios apostaron a algo de una manera tan rotunda que no podía haber marcha atrás?
Esas deficiencias y males no afectan a todos los periodistas salvadoreños, pero sí hay una constante que mantiene al periodismo en un nivel que vale la pena cuestionarse. Y el descenso continúa.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi me parece usted una persona altamenta dada a los conflictos. Diria que de cada 10 post, uno es para hablar de los conflictos que ha tenido, tiene o podria tener con sus colegas, congeneres o personas que solo pasaban por ahi.

No es que diga que usted los provoca o los busca, pero si yo tuviera el don de encontrarme un dolar, asi como usted tiene la predisposicion de hallarse en conflictos con otros, ya seria yo, un millonario.

Por cierto, felicitaciones por todas sus actividades realizadas en Francia y en California que tiene a bien compartir, y feliciteme a Aniuxita tambien.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

SoySal: Me da la impresión de que temgo un imán para los pendejos --perdón por la palabra, pero "imbéciles" no funciona aquí--, sobre todo los que quieren medir fuerzas con alguien que no hace pesas de la pura pereza. A veces estoy metido en líos y ni siquiera me enteré de que empezaron.
Por suerte no son conflictos serios, y por suerte los pendejos siempre creen que ganaron una competencia en la que no estuve metido. Los peores son los que se ponen a jugar a ser los chistosos. Como dice un buen amigo mío, "no peleo batallas de ingenio contra gente desarmada". Pero, si te das cuenta, con la gente con la que me llevo, me llevo muy bien. Puedo presumir de que tengo amigos envidiables y compañeros a los que admiro y respeto.
Aquí hay un post bien interesante acerca de cómo empiezan algunos conflictos. De paso, si puedes, lee el blog; es excelente. Me gusta el tono, que es el adecuado para que los pendejos brinquen sin que los menciones por su nombre. No pueden ver a gente divirtiéndose porque empiezan a poner reglas y a descalificar. Y todos som igualitos. Universalidad, que le llaman.
Ni aguantan nada...

Anónimo dijo...

¿Qué sería la vida sin conflicto?
Respuesta: aburrida. Para eso hay escritores... para no complicarnos la vida los humanos comunes y corrientes y sigamos siendo los personajes.

Anónimo dijo...

"A mi me parece usted una persona altamenta dada a los conflictos...": TIRA LA PIEDRA.
"Por cierto, felicitaciones por todas sus actividades realizadas en Francia y en California que tiene a bien....":ESCONDE LA MANO
Cómo se llama el juego escondido en ese comentario??
quizá maicol yacson sepa

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Quod erat demonstrandum :)
Descanso mi maletín. (Bastaba con el latinazo como para poner en inglés lo de "rest my case".)

Raúl Marín dijo...

Jajaja.Muy buen uso del latin. Y como se extraña ese programa... Pq la Tv Educativa nos quito Universo Critico??

Anónimo dijo...

Ta' bien, ojala asi me hubieran explicado algunos teoremas de matematicas. Hubiese sido mas facil la travesia en mis años estudiantiles.
Saludos

Aldebarán dijo...

En algún lado he leído que odiamos en el Otro las cosas que no nos toleremos a nosotros mismos. Esta puede ser una explicación de porqué vives rodeados de conflictos detonados por los de siempre. Otra posible causa es que pones el dedo en la llaga con algunos de tus comentarios y a nadie le gusta que le saquen sus trapitos sucios.

En fin, basta de poner por escrito lo evidente.

saludos