16 de noviembre de 2007

Política y soneto según San Huidobro

"La política es una enfermedad contagiosa, muy traidora. Para muchos, es un negocio. Cuestión de colocarse del lado conveniente y colocar a los suyos y a todos sus peones, bien instalados en el tablero. ¡Ah! y una cuestión olfativa. El lacayo sigue a su amo, el perro al salchichón, etc. La política es el arte de mentir, camuflar, falsificar, ensuciar la vida, comprar y vender conciencias (si se puede llamar así a un simple artículo de compraventa), especular sobre ideas que no se comprenden y opiniones que suben y bajan en un termómetro de saliva. La ciencia del salto mortal, de la pirueta tenebrosa, de la venalidad. Para sostener un partido, hay que gastar enormes sumas, hay que tener radios, diarios, salas de conferencias. Dinero, mucho dinero. No basta la verdad. La verdad no entra sino envuelta en un billetito especial y de agradable color. El ojo humano rechaza los colores amorfos..."

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"No me preocupa el soneto porque preocupó a sus abuelos. Seguir teniendo los mismos problemas de los abuelos me parece algo muy triste y síntoma demasiado grave.
"Hay muchos hombres que son abuelos de sus abuelos. Otros querrían ser nietos de sus nietos. las dos posiciones son falsas. Yo prefiero la segunda. Pero la verdadera es ser hombre de su tiempo vuelto hacia el porvenir, mirando hacia adelante y trabajando en el presente para el futuro. Es necesario conocer las experiencias del ayer, no para repetirlas, sino para la seguridad en la marcha hacia nuevos horizontes. Los hombres vueltos hacia el pasado pueden ser historiadores, pero no serán poetas. Poema, poesía, del griego poiem, significa crear, creación, no repetición.
"Los que miran demasiado hacia atrás corren el riesgo de convertirse en estatuas de sal; ellos van a llenar la tierra de esas bellas estatuas, las cuales pueden tener cierta atracción, y desde luego es seguro que las irán a lamer todas las vacas del mundo."

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Los textos anteriores vienen en Vicente Huidobro. Poesía y poética (1911-1948).
Quizá algo se me atraviesa en la memoria, pero recuerdo un soneto de Huidobro dedicado a Lenin o a la Revolución de Octubre (de 1917, no de 1944, porque así bautizaron en Guatemala a lo de Árbenz), con lo cual caía en un doble pecado. Y son pecados, me imagino, que hay que cometer en algún momento, y ojalá ese momento sea pronto para no convertirse en un adolescente anciano, o más bien viceversa.
Lo primero que conocí de Huidobro fue Altazor, en 1979 o 1980, gracias a Luis Melgar Brizuela, en una edición chilena. Después conocería la de Premiá Editores, y con los años sería amigo del responsable de la edición y del estudio crítico, Bernardo Ruiz; él publicó Terceras personas cuando fue director de Promoción Cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana.
No hay muchas cosas que me hayan impresionado tanto, ni de las que haya aprendido tanto como Altazor. Lo leí minuciosamente muchas veces, y aún de tarde en tarde leo algún canto, algún fragmento, o todo de un tiro, y puedo ser feliz. (Recomiendo en especial el Canto II. ¡Qué poema de amor!)
Lo que hizo Huidobro en Altazor fue una lección magistral de cómo se hace poesía. Allí están todos --o muchísimos-- recursos, técnicas, trucos, lo que sea. Se tardó década y media en armarlo, con un par de versiones intermedias publicadas, y vale su peso en uranio. ¿Que le sobran cosas? Sin duda. ¿Que hay partes aburridas o desesperantes? Pues sí. Pero nadie se ha arriesgado a tanto, y nadie ha logrado lo que él logró con una materia tan inestable como son las palabras.
Leo Poesía y poética y encuentro que Altazor es el centro de toda la obra de Huidobro, y me duele que no haya muchas más cosas de él que puedan emocionarme o impresionarme, quizá por comparación. Y es injusto, pero así es. En muchos de sus poemas encuentro relaciones mecánicas, combinaciones a veces brillantes, aunque muchas otras forzadas. Antes de Altazor aún no había llegado; después, ya había pasado de su punto culminante. La misma impresión me da Octavio Paz con Piedra de sol; no hallo antes o después algo que quiera leer nuevamente, y a veces ni siquiera la primera vez.
Hay un caso interesante, el de Joaquín Pasos, con el Canto de guerra de las cosas. Es el acierto único de un joven de menos de 30 años, un acierto maravilloso. El resto de su obra puede ser tan torpe en ocasiones que no parece salida de la misma cabeza ni de la misma mano. Incluso el Canto tiene sus asegunes. Así como se publica generalmente, como un solo bloque de texto, es de lo más confuso. Hay que cortarlo en partes para que tenga sentido, y a veces es peligroso caer en la arbitrariedad. Quizá ofrezca un día de éstos la versión que usamos como biblia en La Casa del Escritor. (¿Biblia? Pues sí. En ese poema están aplicadas todas las técnicas básicas necesarias para cualquiera que quiera hacer poesía. En serio. Eso y un poco de San Juan de la Cruz y estamos listos para lo que sea.)
Igual José Gorostiza: aparte de Muerte sin fin, que es monumental, no hay mucho en su obra donde ponerse a escarbar.
En fin, buenos días. Es hora de ponerse a trabajar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante. Rafael.
Gracias.

Anónimo dijo...

El Canto VII no tiene sentido y quizá Huidobro no debería haberlo incluído en el libro, pero se lo perdono por los logros de los otros Cantos... por eso también le perdono el chorro de molinos en el Canto V. Fuera de eso es una maravilla de libro. Lo he leído dos veces y media. Se me perdió en la tercera leída, pero lo voví a encontrar hace un par de días.

Anónimo dijo...

Sé de antemano que voy a meter la pata, y que mi intervención va a causar un silencio un poco condescenente. ¿Quién es ese polito que se atreve a hablar de narrativa a propósito de un post dedicado a poesía? Pues yo. Huidobro ha escrito también una novelita, Papá o el Diario de Alicia Mir, que no es ninguna obra maestra, o sea que no es una casualidad si no se conoce tanto como Los hermanos Karamazov o el Quijote, pero que sí vale la pena leer, es encantadora.