Algo huele bien mal en
Dinamarca, Horacio amigo
A principios de 1998, quizá a finales de 1997, Facundo Burgos (a la izquierda en esta foto), para entonces editor de la colección MECyF del Grupo Editorial Vid, me pidió que armara una antología de cuentos que se publicaría bajo el título Del amor de la muerte. Había trabajado con él en la Universidad Autónoma Metropolitana en la edición de una plaquette, una traducción que hice de una polémica acerca del socialismo entre G.K. Chesterton y Bernard Shaw, realizada en 1928 o 1929, publicada también en el número más reciente de la excelente revista española Archipiélago.
La edición de la antología es un lujo. El libro está forrado en tela, con una camisa de couché; la portadilla es de papel amate, con una serigrafía especial para ese título, y el papel para el texto es cremoso y estriado. A pesar de que el texto corrido es un Times normalito, la tipografía de los títulos y capitulares es espectacular. En fin, es el libro que todo el mundo quiere publicar alguna vez, aunque sólo sea el antologador y traductor.
Una de las condiciones para la antología era que todos los textos debían pertenecer al dominio público, excepto el último, que debía ser de un escritor latinoamericano vivo y en plena producción. La condición que me autoimpuse fue que no debía verse un cadáver en ningún relato, y de ser posible que no hubiera muertos, a pesar de que la antología trataba precisamente sobre la muerte. Así que me puse a traducir textos que me encantaban. Del inglés, porque otro idioma extranjero no conozco (a veces ni el español).
El índice está bien bonito: "Una modesta proposición", de Jonathan Swift; "El mortal inmortal", de Mary Shelley, que aún estaba inédito en español; "Berenice", de Edgar Allan Poe (allí descubrí que las traducciones de Cortázar son malas, y peores las de Aguilar); "Mi asesinato favorito", de Ambrose Bierce; "La ventana abierta", de Saki; "Mil muertes", de Jack London; "Una casa encantada", de Virginia Woolf... y "Amaranta", de Horacio Castellanos Moya.
Fue más o menos difícil tomar la decisión. Se me ocurrió pedirle textos a un par de escritores mexicanos, pero pensé que era bueno meter a un centroamericano, de ser posible salvadoreño. No conocía aún la obra de Claudia Hernández (ni a Claudia), o quizá le hubiera pedido "Hechos de un buen ciudadano I y II", que ya se había publicado; ni a Jacinta Escudos, que hubiera cabido con "¿Y ese pequeño rasguño en tu mejilla?", y los escritores con los que tenía contacto no escribían cuentos, sino poesía o novela. Más de uno, antes y después de que se publicara la antología, me dijo que no incluyera a Horacio, que era meterme en problemas. No me lo pareció, y sigue sin parecérmelo, así que fue Horacio.
"Amaranta" me pareció un tanto gross en relación con los demás relatos de la antología, y con poca artesanía de lenguaje y estructura. De sus cuentos sólo conocía los de ¿Qué signo es usted, niña Berta?, publicado en Honduras, varios de ellos llenos de propuestas nuevas en materia de estructura, con una buena utilización del lenguaje y tramas sórdidas, pero bien creíbles. Un buen primer libro como para esperar algo mejor en el segundo, y mucho más en el sexto o séptimo. De sus novelas conocía una que nunca publicó, La travesía, tan mala como la primera novela de cualquiera, y La diáspora, un tanto torpe pero, igual que los cuentos, con planteamientos interesantes para alguien de veintialgo de años. Trazando una perspectiva, esperaba algo demoledor, porque la gente evoluciona.
Pero no vi eso en "Amaranta", sino más bien un relato de lo más concencional, aunque tenía lo suficiente para funcionar y provocar un poco a los lectores. Me preocupó que tuviera que insertarse justo después de la brillante y extraña prosa de Virginia Woolf, e incluso Facundo me dijo que le justificara su inclusión, y algo me inventé para convencernos.
Había un motivo más para incluir a Horacio: en El Salvador estaba mal, me imagino que con motivos. No se integraba, le habían fallado un par de proyectos, y sin embargo no se alejaba y seguía en el mismo círculo de amargura. (Así se lo dije a Miguel Huezo Mixco cuando lo conocí por esos días, antes de que me publicara Los héroes tienen sueño, DPI, 1998.) Horacio vivía en Guatemala en esos días, aunque viajaba para acá a menudo. Pensé que la publicación podía darle un chance de empezar a proyectarse hacia fuera de El Salvador.
No sé si habrá servido de algo, porque Horacio se mueve solo y sin ayuda, pero algún impulso le habrá dado. Después de una temporada en Europa se fue a México y empezó a publicar en la versión local de Tusquets, luego en la española, y en eso salió un libro en alemán y hace poco en francés. Me alegré, porque siempre es bueno que a un compañero de armas le vaya bien. Regresó a Guatemala y de repente resulta que se va refugiado a Alemania porque aquí lo quieren matar, y se hace escándalo de eso...
No es cierto que lo quieran matar, no más que a cualquier salvadoreño que camine por el centro de San Salvador. Y sin duda mucho menos que a uno que camine por la ciudad de Guatemala; he andado por allí y la gente ni siquiera se vuelve a mirarlo a uno. Aun así le dije que qué bueno que estuviera allá, que escribiera a gusto y que qué diablos.
Hace unos días, como consta en este blog, en una entrevista con Liberation de Francia, borró a todos los escritores salvadoreños de un plumazo, y habló de lo terrible que es que no lo publiquen ni lo lean a uno en su país. Y ya vimos que es falso: hay varios libros suyos por acá (seis al menos), casi todos publicados por editoriales locales... dos por la editorial "del gobierno". Si no se han vendido no es porque no estén en las librerías.
Ahora una amiga y también escritora me envía un link hacia la revista cultural de El mercurio, de Chile, en el cual le hacen una entrevista muy similar a la de Liberation, pero las respuestas aún son más amargas. Por ejemplo:
La cerveza a la que se refiere es la Pílsener, que en efecto menciona en El asco, quizá su mejor novela y la única suya que he leído más de una vez. Creo que los cerveceros están más preocupados porque han entrado dos marcas nuevas, Bahía y Brahva, más efectivas que las referencias en una novela. Y los verdaderos consumidores de la Pílsener no se van a poner a leer El asco (ni nada cercano a la literatura, francamente), así que está descartado un linchamiento cuando Horacio baje del avión o del autobús como lo ha hecho muchas veces desde 1998, fecha de aparición del libro. (No, no ha venido clandestino. Varias veces me comentaron que en ese momento estaba en tal o cual bar, y una noche en que fui a saludarlo y ya se había ido.)
Sobre el papel de Roberto D'Aubuisson en el asesinato de Romero hay decenas de recordatorios semanales, y los hace gente que da sus nombres y apellidos, y no se ha ejecutado a nadie por eso desde 1992, que yo sepa. Y que conste que muere una cantidad industrial de personas al día, pero no por eso. Para hacer un poco de historia, el primero que lo "recordó" después de la guerra fue Belisario Betancur, que nada tiene de izquierdista, en el informe de la Comisión de la Verdad. Más bien la derecha ha hecho campañas para limpiar a D'Aubuisson, que nadie se traga, y ARENA sigue ganando elecciones presidenciales de manera aplastante.
Los "personeros de la guerrilla" ahora son una serie de señores con pancita (o panzota) que se la pasan peleándose entre ellos, y quién no sabe de las masacres que armó el comandante Mayo Sibrián en el oriente del país, y cómo fue ejecutado por la propia guerrilla a mediados de los ochenta. Claro que el tipo estuvo varios años haciendo de las suyas, primero con asesinatos individuales, para terminar con una matanza en regla, quizá menos espectacular y menos sistemática que las del ejército, pero también con un lugar en la historia universal de la cabronada. Los muertos, hasta donde sé, fueron cerca de trescientos y, sí, sería bueno que el FMLN aclarara por qué no lo detuvieron antes, porque de que sabían lo que estaba haciendo, lo sabían. Me consta.
Porque Mayo Sibrián pertenecía a las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), la misma organización de la que fuimos militantes Horacio y yo, más o menos en la misma época. Ambos estábamos en la misma "facción estalinista", ambos sabíamos que Sibrián andaba en ésas en ese preciso momento y hasta escribimos notas en Salpress, hablando de sus acciones militares. Por cierto, me tocó fundar Salpress en 1980, junto con Joaquín Samayoa y Jato Hasbún. El primer redactor fue Benjamín Valiente Álvarez, asesinado en Chalatenango en 1981. Horacio llegó, si mal no recuerdo, a finales de 1981; a mí me expulsaron a principios de 1982 y ya no supe en qué terminó él, ni se lo pregunté después.
En fin, Horacio se está haciendo buena publicidad como víctima de una sociedad enferma e insoportable que lo detesta y quiere eliminarlo, y como adalid de unas denuncias que cualquiera hace abiertamente todos los días, aquí mismo y en público. Y esta sociedad no está precisamente sana, pero tampoco está obsesionada con él.
Lo que me parece es que un escritor que necesita de ese tipo de publicidad para lograr notoriedad, y que ya eliminó (al menos en un par de diarios y revistas) a sus compañeros de oficio, algo tendría que cuestionarse con respecto a la calidad de su obra. Por otro lado, qué bien que se promueva como se promueve; está estableciendo nuevas medidas en el mundo de las letras en cuanto a lo que es necesario para abrirse paso, y no es un aporte pequeño, aunque tampoco sea el más interesante. Lo curioso es que siempre que hace algo así se arma un escándalo en El Salvador, y esta vez lo han ignorado... Eso también es una lástima: los escándalos hacen saltar a gente a la que uno le gusta oír diciendo tonterías, sórdido que es uno.
Y pensar que había un par de cuentos muy buenos que pudieron entrar en aquella antología, realizada por un escritor que nunca existió...
Nadie sabe para quién trabaja. En serio.
La edición de la antología es un lujo. El libro está forrado en tela, con una camisa de couché; la portadilla es de papel amate, con una serigrafía especial para ese título, y el papel para el texto es cremoso y estriado. A pesar de que el texto corrido es un Times normalito, la tipografía de los títulos y capitulares es espectacular. En fin, es el libro que todo el mundo quiere publicar alguna vez, aunque sólo sea el antologador y traductor.
Una de las condiciones para la antología era que todos los textos debían pertenecer al dominio público, excepto el último, que debía ser de un escritor latinoamericano vivo y en plena producción. La condición que me autoimpuse fue que no debía verse un cadáver en ningún relato, y de ser posible que no hubiera muertos, a pesar de que la antología trataba precisamente sobre la muerte. Así que me puse a traducir textos que me encantaban. Del inglés, porque otro idioma extranjero no conozco (a veces ni el español).
El índice está bien bonito: "Una modesta proposición", de Jonathan Swift; "El mortal inmortal", de Mary Shelley, que aún estaba inédito en español; "Berenice", de Edgar Allan Poe (allí descubrí que las traducciones de Cortázar son malas, y peores las de Aguilar); "Mi asesinato favorito", de Ambrose Bierce; "La ventana abierta", de Saki; "Mil muertes", de Jack London; "Una casa encantada", de Virginia Woolf... y "Amaranta", de Horacio Castellanos Moya.
Fue más o menos difícil tomar la decisión. Se me ocurrió pedirle textos a un par de escritores mexicanos, pero pensé que era bueno meter a un centroamericano, de ser posible salvadoreño. No conocía aún la obra de Claudia Hernández (ni a Claudia), o quizá le hubiera pedido "Hechos de un buen ciudadano I y II", que ya se había publicado; ni a Jacinta Escudos, que hubiera cabido con "¿Y ese pequeño rasguño en tu mejilla?", y los escritores con los que tenía contacto no escribían cuentos, sino poesía o novela. Más de uno, antes y después de que se publicara la antología, me dijo que no incluyera a Horacio, que era meterme en problemas. No me lo pareció, y sigue sin parecérmelo, así que fue Horacio.
"Amaranta" me pareció un tanto gross en relación con los demás relatos de la antología, y con poca artesanía de lenguaje y estructura. De sus cuentos sólo conocía los de ¿Qué signo es usted, niña Berta?, publicado en Honduras, varios de ellos llenos de propuestas nuevas en materia de estructura, con una buena utilización del lenguaje y tramas sórdidas, pero bien creíbles. Un buen primer libro como para esperar algo mejor en el segundo, y mucho más en el sexto o séptimo. De sus novelas conocía una que nunca publicó, La travesía, tan mala como la primera novela de cualquiera, y La diáspora, un tanto torpe pero, igual que los cuentos, con planteamientos interesantes para alguien de veintialgo de años. Trazando una perspectiva, esperaba algo demoledor, porque la gente evoluciona.
Pero no vi eso en "Amaranta", sino más bien un relato de lo más concencional, aunque tenía lo suficiente para funcionar y provocar un poco a los lectores. Me preocupó que tuviera que insertarse justo después de la brillante y extraña prosa de Virginia Woolf, e incluso Facundo me dijo que le justificara su inclusión, y algo me inventé para convencernos.
Había un motivo más para incluir a Horacio: en El Salvador estaba mal, me imagino que con motivos. No se integraba, le habían fallado un par de proyectos, y sin embargo no se alejaba y seguía en el mismo círculo de amargura. (Así se lo dije a Miguel Huezo Mixco cuando lo conocí por esos días, antes de que me publicara Los héroes tienen sueño, DPI, 1998.) Horacio vivía en Guatemala en esos días, aunque viajaba para acá a menudo. Pensé que la publicación podía darle un chance de empezar a proyectarse hacia fuera de El Salvador.
No sé si habrá servido de algo, porque Horacio se mueve solo y sin ayuda, pero algún impulso le habrá dado. Después de una temporada en Europa se fue a México y empezó a publicar en la versión local de Tusquets, luego en la española, y en eso salió un libro en alemán y hace poco en francés. Me alegré, porque siempre es bueno que a un compañero de armas le vaya bien. Regresó a Guatemala y de repente resulta que se va refugiado a Alemania porque aquí lo quieren matar, y se hace escándalo de eso...
No es cierto que lo quieran matar, no más que a cualquier salvadoreño que camine por el centro de San Salvador. Y sin duda mucho menos que a uno que camine por la ciudad de Guatemala; he andado por allí y la gente ni siquiera se vuelve a mirarlo a uno. Aun así le dije que qué bueno que estuviera allá, que escribiera a gusto y que qué diablos.
Hace unos días, como consta en este blog, en una entrevista con Liberation de Francia, borró a todos los escritores salvadoreños de un plumazo, y habló de lo terrible que es que no lo publiquen ni lo lean a uno en su país. Y ya vimos que es falso: hay varios libros suyos por acá (seis al menos), casi todos publicados por editoriales locales... dos por la editorial "del gobierno". Si no se han vendido no es porque no estén en las librerías.
Ahora una amiga y también escritora me envía un link hacia la revista cultural de El mercurio, de Chile, en el cual le hacen una entrevista muy similar a la de Liberation, pero las respuestas aún son más amargas. Por ejemplo:
-¿Quiénes te amenazaron de muerte?
-Quién hizo las amenazas, no puedo precisarlo, porque se escudaron en el anonimato. Pero sí puedo mencionar a algunos que se molestaron mucho: los dueños del monopolio cervecero de El Salvador, porque en la novela se destruye a la cerveza que han convertido en un símbolo de su supuesta identidad nacional; los personeros del partido de gobierno, porque les recuerdo que su fundador, Roberto D'Aubuisson, ordenó el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero; y los personeros de la guerrilla, porque les recuerdo que uno de sus comandantes mandó a ejecutar a medio millar de campesinos militantes por sus sospechas paranoico-estalinistas.
La cerveza a la que se refiere es la Pílsener, que en efecto menciona en El asco, quizá su mejor novela y la única suya que he leído más de una vez. Creo que los cerveceros están más preocupados porque han entrado dos marcas nuevas, Bahía y Brahva, más efectivas que las referencias en una novela. Y los verdaderos consumidores de la Pílsener no se van a poner a leer El asco (ni nada cercano a la literatura, francamente), así que está descartado un linchamiento cuando Horacio baje del avión o del autobús como lo ha hecho muchas veces desde 1998, fecha de aparición del libro. (No, no ha venido clandestino. Varias veces me comentaron que en ese momento estaba en tal o cual bar, y una noche en que fui a saludarlo y ya se había ido.)
Sobre el papel de Roberto D'Aubuisson en el asesinato de Romero hay decenas de recordatorios semanales, y los hace gente que da sus nombres y apellidos, y no se ha ejecutado a nadie por eso desde 1992, que yo sepa. Y que conste que muere una cantidad industrial de personas al día, pero no por eso. Para hacer un poco de historia, el primero que lo "recordó" después de la guerra fue Belisario Betancur, que nada tiene de izquierdista, en el informe de la Comisión de la Verdad. Más bien la derecha ha hecho campañas para limpiar a D'Aubuisson, que nadie se traga, y ARENA sigue ganando elecciones presidenciales de manera aplastante.
Los "personeros de la guerrilla" ahora son una serie de señores con pancita (o panzota) que se la pasan peleándose entre ellos, y quién no sabe de las masacres que armó el comandante Mayo Sibrián en el oriente del país, y cómo fue ejecutado por la propia guerrilla a mediados de los ochenta. Claro que el tipo estuvo varios años haciendo de las suyas, primero con asesinatos individuales, para terminar con una matanza en regla, quizá menos espectacular y menos sistemática que las del ejército, pero también con un lugar en la historia universal de la cabronada. Los muertos, hasta donde sé, fueron cerca de trescientos y, sí, sería bueno que el FMLN aclarara por qué no lo detuvieron antes, porque de que sabían lo que estaba haciendo, lo sabían. Me consta.
Porque Mayo Sibrián pertenecía a las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), la misma organización de la que fuimos militantes Horacio y yo, más o menos en la misma época. Ambos estábamos en la misma "facción estalinista", ambos sabíamos que Sibrián andaba en ésas en ese preciso momento y hasta escribimos notas en Salpress, hablando de sus acciones militares. Por cierto, me tocó fundar Salpress en 1980, junto con Joaquín Samayoa y Jato Hasbún. El primer redactor fue Benjamín Valiente Álvarez, asesinado en Chalatenango en 1981. Horacio llegó, si mal no recuerdo, a finales de 1981; a mí me expulsaron a principios de 1982 y ya no supe en qué terminó él, ni se lo pregunté después.
En fin, Horacio se está haciendo buena publicidad como víctima de una sociedad enferma e insoportable que lo detesta y quiere eliminarlo, y como adalid de unas denuncias que cualquiera hace abiertamente todos los días, aquí mismo y en público. Y esta sociedad no está precisamente sana, pero tampoco está obsesionada con él.
Lo que me parece es que un escritor que necesita de ese tipo de publicidad para lograr notoriedad, y que ya eliminó (al menos en un par de diarios y revistas) a sus compañeros de oficio, algo tendría que cuestionarse con respecto a la calidad de su obra. Por otro lado, qué bien que se promueva como se promueve; está estableciendo nuevas medidas en el mundo de las letras en cuanto a lo que es necesario para abrirse paso, y no es un aporte pequeño, aunque tampoco sea el más interesante. Lo curioso es que siempre que hace algo así se arma un escándalo en El Salvador, y esta vez lo han ignorado... Eso también es una lástima: los escándalos hacen saltar a gente a la que uno le gusta oír diciendo tonterías, sórdido que es uno.
Y pensar que había un par de cuentos muy buenos que pudieron entrar en aquella antología, realizada por un escritor que nunca existió...
Nadie sabe para quién trabaja. En serio.
1 comentario:
Tengo algunos días de querer hacer un comentario, pero sólo me salen frases impublicables en este espacio. Igual, me da un.... grrrrrrrr
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