Krisma, la risa y lo demás
Krisma tiene el don de la risa. Se la pasa riéndose -al menos sonriendo- en todo momento y circunstancia. Es difícil asociarla con lo que escribe: poemas violentos, sórdidos, que llegan a lugares en los que uno prefiere generalmente no meterse. Nada que ver con su risa fácil y su carácter.
Publicó su primer libro, La era del llanto (DPI, San Salvador, 2004), una semana antes de que naciera Valeria. No sabíamos si la presentación se convertiría en un performance en el que el acto principal sería un parto; Krisma es pequeñita (1.48m) y Valeria nació inmensa (55 cms., 4.5 kilos). Y entre los seis poetas que presentaban sus libros, como parte de la colección Nueva Palabra, destacaba por dos cosas: la panza inmensa y su sonrisa blindada, uno de los motivos por los que me enamoré de ella.
Pongo por aquí, como contraste con la foto, un fragmento del poema largo "La puerta de los suicidas", que viene en La era del llanto.
IV. Instrumentos
Soy la cuerda con nudos atada a la voluntad de tu aliento. Mi misión es no dejarte caer de la silla. No dejarte caer.
Murió de amor dirán al cerrarme la boca.
Murió llena de miedo dirán al meterme en la bolsa negra (cancha reglamentaria para difuntos ilegalmente plastificados).
Y tras las ventanas seguirán desplomándose adolescentes envenenados y te dará envidia ver cómo disfrutan el sabor de un día húmedo.
“Duelen los dientes bajo la lluvia. Paño de seda sobre la lengua”, recitarán los sepulcros con su voz distorsionada como pirámide al revés.
No sé arrastrar los pies y el destino del linaje es un mar tormentoso que me alborota los sonidos.
El psiquiatra me aconseja tomar las pastillas rosadas para señalar el rastro de las arañas.
Pero él no sabe que adoro los puentes. Breves instantes equilibrados sobre la corriente, abismos ilustres, prófugos elegantes que anhelan el crecimiento larvario dentro de mis venas.
Las manos tiemblan ante los filos como sucede con los ebrios al desenterrar a su dama de cristal.
En el apartamento de arriba la bailarina ya no duerme con su amante. Al parecer se cortaron las alas en una pirueta mortal. El techo fue tan débil que la sangre se empeña en hacer bosquejos del suceso sobre mi alfombra.
Presentí a mi madre. (Solsticio / Proximidad al cuchillo / Palo / Estaca verde.) Fue el día en que la encontraron en el baño eternamente dormida con sus polvos angelicales inundándole la nariz. Años después la volví a ver: tenía el mismo perfil indiferente de una Bella Durmiente estampada en la pared. Sin mirarme a la cara me limpió las uñas y en un descuido me devoró la nariz.
Pero no lloré.
No lloré.
Fui valiente.
Escríbeme desde un beso estrictamente clandestino y déjame dormir en una huelga de labios roídos.
Publicó su primer libro, La era del llanto (DPI, San Salvador, 2004), una semana antes de que naciera Valeria. No sabíamos si la presentación se convertiría en un performance en el que el acto principal sería un parto; Krisma es pequeñita (1.48m) y Valeria nació inmensa (55 cms., 4.5 kilos). Y entre los seis poetas que presentaban sus libros, como parte de la colección Nueva Palabra, destacaba por dos cosas: la panza inmensa y su sonrisa blindada, uno de los motivos por los que me enamoré de ella.
Pongo por aquí, como contraste con la foto, un fragmento del poema largo "La puerta de los suicidas", que viene en La era del llanto.
IV. Instrumentos
Soy la cuerda con nudos atada a la voluntad de tu aliento. Mi misión es no dejarte caer de la silla. No dejarte caer.
Murió de amor dirán al cerrarme la boca.
Murió llena de miedo dirán al meterme en la bolsa negra (cancha reglamentaria para difuntos ilegalmente plastificados).
Y tras las ventanas seguirán desplomándose adolescentes envenenados y te dará envidia ver cómo disfrutan el sabor de un día húmedo.
“Duelen los dientes bajo la lluvia. Paño de seda sobre la lengua”, recitarán los sepulcros con su voz distorsionada como pirámide al revés.
No sé arrastrar los pies y el destino del linaje es un mar tormentoso que me alborota los sonidos.
El psiquiatra me aconseja tomar las pastillas rosadas para señalar el rastro de las arañas.
Pero él no sabe que adoro los puentes. Breves instantes equilibrados sobre la corriente, abismos ilustres, prófugos elegantes que anhelan el crecimiento larvario dentro de mis venas.
Las manos tiemblan ante los filos como sucede con los ebrios al desenterrar a su dama de cristal.
En el apartamento de arriba la bailarina ya no duerme con su amante. Al parecer se cortaron las alas en una pirueta mortal. El techo fue tan débil que la sangre se empeña en hacer bosquejos del suceso sobre mi alfombra.
Presentí a mi madre. (Solsticio / Proximidad al cuchillo / Palo / Estaca verde.) Fue el día en que la encontraron en el baño eternamente dormida con sus polvos angelicales inundándole la nariz. Años después la volví a ver: tenía el mismo perfil indiferente de una Bella Durmiente estampada en la pared. Sin mirarme a la cara me limpió las uñas y en un descuido me devoró la nariz.
Pero no lloré.
No lloré.
Fui valiente.
Escríbeme desde un beso estrictamente clandestino y déjame dormir en una huelga de labios roídos.
2 comentarios:
La foto le hace más justicia que la primera que publicaste en noviembre de 2004, con Valeria chineada y donde hice mi primer comentario a tu blog.
Dos cosas me impactan de tu post:
tu primera frase: Krisma tiene el don de la risa" (por que la foto evidencia que tienes razón) y el fragmento del poema, que es escalofriante.
Gracias por el post.
En general, me gusta que la poesía me provoque cosas intensas, y Krisma tiene ese don, además del de la risa. No sería fácil vivir con alguien que no se riera después de escribir algo así... Curiosamente tengo un libro que trata más o menos de lo mismo, y está más o menos en el mismo tono. (Trece. Krisma no lo había leído cuando hizo "La puerta".) Creo que nos gusta jugar rudo con cosas bien serias; otro punto de acuerdo.
Ahora la van a publicar en Barcelona, en una bonita antología. Le acaban de mandar la portada.
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