12 de enero de 2007

Trece


Estoy como niño con juguete nuevo: hace un rato fui a recoger al correo ejemplares de Treize y Miroirs (o sea Trece y Espejos, pero en traducción de Thierry Davo y publicado por Cénomane, del heroico editor Alain Mala). Ya había puesto las portadas en el blog; se pueden encontrar aquí. Es un tanto dramático tener casi que casi deletrar lo que he ido leyendo, porque mi conocimiento del francés no pasa mucho del nivel de silabario de Mantilla, pero logro reconocer los aciertos de Thierry. Gracias, carnal.
Comencé a escribir Trece después de leer The New Arabian Nights, de R.L. Stevenson, en especial los textos pertenecientes al ciclo de "El club de los suicidas". La historia básica (de Stevenson) es sencilla: unos amigos dados a la "bohemia", por curiosidad, se inscriben en un club, y resulta que es un club de suicidas. En algún momento les llegará la orden de que se maten, y deberán hacerlo, o serán asesinados. Y ellos no quieren morirse. No recuerdo demasiado del libro (lo leí en 1989, y no recuerdo haberlo releído), pero de inmediato me puse a escribir, con ánimo bastante más sombrío que Stevenson. Notas nada más, porque por esos días estaba terminando Los años marchitos, tenía un primer borrador de Terceras personas y estaba preparando materiales que luego servirían para Los héroes tienen sueño y De vez en cuando la muerte.
Las primeras notas (por allí debe estar el cuaderno) trataban de un sacerdote, ex sacerdote o seminarista que fantaseaba en jugar a la ruleta rusa, o lo hacía, y de alguien que le decía: "Pegarse un tiro: eso es aventura. A lo mejor después de todo sí existe Dios. O a lo mejor no hay nada del otro lado, no hay otro lado, y perdiste lo único que tenías." El título del proyecto era El club de los suicidas, como el de una sección del libro de Stevenson; no pensaba titularlo así si acaso llegaba a terminarlo. El segundo título fue Diario del suicida, que se caía de obvio, y terminó en Trece.
(Las cosas que pasan: por los días en que terminé el primer borrador de Trece, por allí de 1997, apareció un best seller que podía matarme el título: Thirteen Days
Hasta 1993 escribí montones de notas para el libro, pero no lograba encontrar el eje. No era un club. Era un solo suicida que sin embargo no parecía querer matarse, sino simplemente hacer un morboso viaje alrededor del suicidio. Ese año, por semana santa, me fui a Acapulco a armar un diario con varios compañeros y a quitarme una depresión clínica que no sabía aún que tenía, pero que descubrí en esos días. Había una amiga, Susana, con la que nos íbamos a caminar por la playa a eso de la medianoche, a la salida del trabajo, hasta entrada la madrugada. No hay mucho que quiera contar al respecto, excepto que un día ella estaba terriblemente desconcertad: un par de días antes un amigo suyo se había matado, el día de su cumpleaños, con una pistola que le acababan de regalar, una Lugger de colección. Hubo fiesta, se la pasaron bien, su esposa se fue a la recámara a esperarlo y de repente, pum, sonó el disparo y el tipo estaba muerto. Ninguna señal previa, aparentemente ningún motivo. Lo único extraño fue que encontraron el teléfono descolgado.
La escena quedó en Trece (con las modificaciones de rigor) como algo secundario, que sirve si acaso para dar pie a ciertos pensamientos del personaje central. En la práctica fue el eje alrededor del cual estructuré toda la novela. Armé el grupo de amigos que había estado en la fiesta de cumpleaños, les puse ciertas características, una dinámica común, modos de relacionarse, etcétera. El único que no había estado en la fiesta fue el personaje que había estado construyendo en los años anteriores, y tuve que averiguar por qué había faltado. Tiene que ver con el desenlace de la novela, así que no lo voy a contar.
Pude empezar a escribir Trece, ya en forma, después del drama de terminar De vez en cuando la muerte. Compré un bonito cuaderno y conseguí un trabajo con la Michelin Travel Corporation, recopilando información turística en varios estados mexicanos. Entre descanso y descanso, me fui varias veces a Tlaxcala a escribir; me gusta ese lugar para estar tranquilo.
En 1997 me encontré con que tenía toneladas de fragmentos que no tenían mucho que ver entre sí. Ya lo había visto desde 1995, y me puse a experimentar con De vez en cuando para ver cómo los armaría. Y me dediqué a armar, con varios criterios en mente:
1. Era el diario de un suicida, de su proceso de suicidio. Esto es: debía parecer un diario, y dar la impresión de que había sido escrito al vuelo.
2. Debía ser factible que lo hubiera escrito en trece días, el plazo que se pone para matarse. Había que dar la impresión de que le daba tiempo de vivir ciertas cosas, dormir (o no dormir), comer, etcétera, y que le diera tiempo de escribir lo que le había pasado, qué había pensado y qué había recordado.
3. El lenguaje tenía que ser bueno, pero no tanto como para que pareciera "corregido", es decir que perdiera espontaneidad. Aunque terminé la novela en 1998, el proceso de corrección se llevó hasta 2001, precisamente para lograr eso y lo anterior.
Y otros criterios más.
El problema de estructuración fue interesante. Se trata de una cuenta regresiva (el libro empieza en el capítulo XIII), pero también de una cuenta progresiva: aunque la cuenta "formal" es de adelante hacia atrás, el personaje vive la vida en la dirección exacta de las manecillas del reloj. El riesgo (no sé si lo fuera, pero así lo percibí) era que ambas cuentas llegaran a un punto neutro y simplemente le quitaran "energía cinética" a la novela. Así que me puse a trabajar otros tiempos: no sólo el pasado (que es tiempo presente), sino también tiempos probables, paralelos, a veces asíncronos... Suena sangrón y complicado, pero no lo es: la propia novela me iba pidiendo cosas que hacía, y sólo después trataba de ponerles nombre.
Según sabía en ese momento, una depresión clínica es un proceso que en algún momento lleva a tener ideas suicidas que pueden cumplirse o no. Si se pasa el momento de suicidarse, el depresivo simplemente se paraliza y llega convertirse en una especie de vegetal pensante y sufriente. En mi depresión no llegué al grado de pensar en el suicidio, pero cuando estudié un poco sobre el tema me dio terror la posibilidad de haber llegado hasta allí. Y peor: de haber terminado en una depresión profunda, una muerte en vida. Ahora sé que hay depresivos a los que nunca se les cruzará por la cabeza matarse, y quizá yo fuera de ésos, pero en el momento ese terror me hizo enterarme más, y leí cientos de páginas de libros, de internet y de investigaciones de todo tipo. Lo que escribí con Trece, pues, fue el momento en que alguien decide matarse --y en esa medida "renace"--, merced a una depresión que no sabía que tenía, y su preparación para la muerte. El tipo, según yo, se mata, pero queda bastante abierto y hasta habría pistas en contrario.
Aunque Terceras personas es mi libro favorito entre los que he escrito, creo que Trece es el más sólido. Es una novela de la que me siento orgulloso en serio; no hay allí nada que no haya querido que estuviera (como en TP). Aunque la temática es densa y bastante sórdida, y el personaje no hace lo posible para suavizarla, es un libro que se lee con facilidad y rapidez. (Algo aprendí con De vez en cuando.) Creo que mis mejores personajes están allí. A todos ellos se les identifica sólo por iniciales ("R.", "S.", "A.", "M."), y una de las más importantes ni siquiera tiene una inicial propia: es "la prima de S."
Aunque hubo un par de ofertas razonables de publicación, acepté publicarlo en Toluca, en el Instituto Mexiquense de la Cultura, por dos razones: me lo pidió un buen amigo, Hugo Ortoiz, y me encantaron las ediciones, diseñadas precisamente por Hugo. La tipografía (Bodoni antigua de 11 sobre 13 puntos), la caja, el papel son sensacionales, Si no me voy a ganar la vida de eso, quiero tener libros bien publicados. Por eso --entre lo más importante-- publico con Alain en Francia: sus ediciones son verdaderas joyas de artesanía. Por eso acepté de inmediato publicar con F&G Editores el de Cualquier forma de morir, por el buen gusto de Raúl Figueroa para las ediciones. (Él va a publicar Trece este año, en Guatemala, y hay otra posibilidad en Europa, en otro idioma, que aún no se concreta.)
Si Terceras personas me planteó problemas que no me había planteado ningún libro (y sólo un par más me han vuelto a plantear: la validez de los géneros, ni más ni menos), Trece es el que más orden y disciplina me ha exigido, junto con Breve recuento de todas las cosas, una extrañísima novela que supongo experimental. La he leído varias veces desde su publicación, a finales de 2003 y, sí, logré escribir un libro que me hubiera gustado leer, pero que no existía, y no hubiera existido si no se me ocurre escribirlo. Creo que no hay mejor satisfacción para un escritor.
No sé si seguir con estos recuentos de los libros que he publicado. Sé que es mi blog y aquí escribo lo que quiera, y sé que hay algunas personas a las que les interesa, pero también otras a las que podría resultarles indiferente. A mí me sirven para poner un poco en orden lo que he hecho hasta ahora y para recordar procesos que a veces se olvidan y es necesario reaprender, y no siempre es necesario.
No sé. El asunto es que estoy contento porque llegaron ejemplares de Treize y que la plaquetita en la que apareció Miroirs es encantadora. Y que es hora de irse a dormir; el Rivotril lo exige.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Mi favorito es M. , es genial el tipo.

Aldebarán dijo...

A mí me parecen interesantes, pero al fin y al cabo es tu blog, Tu decides.

Nancy dijo...

Sabes, en lo personal aprendì mucho sobre la construcciòn de personajes con esta novela.
Gracias.