11 de abril de 2007

Texto vs. género

Cuando empecé a escribir quería hacer de todo, es decir cuatro cosas: poesía, cuento, novela y teatro. Con los años descubriría que la vida y el pellejo en general dan --si acaso-- para una sola, y para tratar de entender un poco las demás. Hay excepciones notables, y sin duda no soy una de ellas. También descubriría, con algo de ayuda, que pensar en "cuatro cosas" era ponerse una barrera, que en cierto momento --el del aprendizaje básico-- puede ser importante por simple autodefensa, pero que debe saberse cuándo abrir, traspasar o demoler.
Cuando escribía poesía me apegaba mucho a los cánones: métrica, acentuación, ciertos modos de rimar o de no hacerlo. Gracias a Ricardo Jaimes Freyre y sus Leyes de la versificación castellana descubrí varias cosas: los periodos acentuales o rítmicos (antes de él aún se hablaba de "silabas largas" y "sílabas cortas", que no existen en el español), la compatibilidad entre ciertos metros y, con la práctica, cómo romper con ellos. Traté de entrar en el verso libre (o "métrica libre", como la llama Krisma, con gran acierto) y nunca me sentí muy cómodo. Aún soy bastante cuadrado cuando se trata de hacer poemas, pero los hago porque es un placer, un reto y, en suma, porque se me pega la gana, que es el motivo por el que en definitiva deberían hacerse ciertas cosas.
Mi problema con el teatro era que pensaba en cómo impresionar a un público, no en cómo poner a cierta cantidad de personajes a interactuar y a armar su(s) historia(s). Después de algunos fracasos, logré un par de piezas decentes que por aquí andan (a una de ellas tengo que modificarle el final; la otra ya quedó). No es que eso me haga dramaturgo, ni mucho menos; nada más logré armar un par de piezas divertidas, que no sé si publicaré o se representarán alguna vez. La primera me llevó de 1987 a la fecha; la segunda, de 1998 a 2005, aunque escribí el borrador en sólo tres días. No han sido mi récord de rapidez, pero tampoco de lentitud.
La novela, como buena obra de ingeniería, es asunto de trabajar y trabajar y trabajar, y tarde o temprano saldrá algo. Lo malo fue que no empecé con el pie derecho, ni siquiera con el izquierdo. Desde el principio traté de "romper", "innovar", qué sé yo, y estaba bien para mis diecisiete años, pero no para armar una carrera. Después de la Historia del traidor, tuve que replantearme todo lo que sabía y hacer una modesta novela más o menos lineal, tan by the book como se pudiera, y apenas a mis 30 años salió Los años marchitos, que también tuvo sus tribulaciones y sus asteriscos.
Mi problema siempre fue con los cuentos. ¡Eran malísimos! Todo previsible, los personajes tiesos, diálogos plomosos --a pesar de que en la novela siempre me salieron bien--, etcétera. Todo muy correcto, pero no había nada allí que pudiera decirse original. Mientras, mis primeras novelas --que desaparecieron, AMDG-- tenían un exceso de originalidad, es decir que a veces eran casi ilegibles, y lo del teatro era una serie de pirotecnias que no llegaban a ningún lado. Y, sí, estaba tan confundido que a cada rato decidía dejar de escribir, y seguía haciéndolo "sólo para pasar el rato".
Como a eso de mis 21 o 22 años, cuando ya estaba cocinando El traidor, le planteé el problema a Luis Melgar Brizuela, que vivía a un par de cuadras de mi casa, en Coyoacán. Nos reuníamos una noche a la semana (generalmente los martes) a platicar de literatura hasta bien entrada la madrugada, y a él le debo el conocimiento de Huidobro (en especial de Altazor), de Los Contemporáneos, del Primero sueño (o El sueño) de Sor Juana y de los estructuralistas, entre muchos. Siempre conseguía licores y aguardientes exóticos para él en los lugares a los que iba o que algunos amigos me llevaban para convencerme de que dejara lo abstemio (Luis era apóstol de esa causa, y tampoco lo logró); yo, desde luego, tomaba café, hasta que un comisario de las FPL me quitó el gusto, como he contado aquí, aquí y aquí.
--Tu problema --me dijo Luis, muy estructuralista él-- es que estás pensando en géneros. Tenés que pensar en textos. Un género tenés que seguirlo o que romperlo. Un texto no. Un texto es lo que es, y podés usar recursos de todos los géneros.
Vi la luz, por supuesto, pero estaba demasiado lejos; pasarían dos o tres años para que pudiera empezar a asimilarlo. No conceptualmente, que eso es fácil, sino en la práctica. A finales de 1984 o principios de 1985 empezaría a escribir Terceras personas, y la idea era precisamente hacer textos, que a su vez formaran una unidad. Una pequeña novela fallida se convirtió en el primer "relato", el segundo texto es un cuento con todas las de ley, el tercero no sé qué diablos sea y el cuarto es un falso monólogo teatral. Luego, un montón de microtextos que de algún modo le dan sentido al libro. Apenas en 1995 lograría terminarlo, después de escribir un par de novelas policiales. (Otro que me dio una clave fundamental fue Leo Argüello: me enseñó cómo funcionan los personajes, cómo se arman, y me dio a conocer a Stanislavsky, además de otros autores fundamentales. Gracias, carnal.)
Hay libros con partes que he debido resolver con recursos poéticos, como Instrucciones para vivir sin piel, o con estructuras de cuento, como Trece, (¡Ese libro era un pedacerío! Armarlo como novela es de lo más difícil que me ha pasado.) Mis cuentos, en general, son "micronovelas", aunque un par entran en el "género", como El Cubano, y otros ni se acercan, como Espejos. Están pensados como textos, nada más, y cualquier acercamiento al "género" es coincidencia.
Claro que la diferencia entre un cuento y una novela y un poema y una pieza de teatro siguen existiendo, y hay cosas que distinguen a los géneros. Estructuras, digamos. Escribir un cuento o una novela es harto diferente: se requiere de diferentes lógicas, de diferentes conformaciones mentales (y literarias), de intenciones radicalmente distintas.
La ventaja de pensar en textos es en parte psicológica (no trazarse límites previos), pero también tiene un lado práctico interesante: aprovechar los recursos que se poseen de la mejor manera posible. (Y, si no, aprenderlos.) El plus es que resulta también más divertido.
A la larga, la idea es darle al texto lo que necesita, y tener en la mano lo que sea menester. Mencioné la palabra "intención", que es clave al desarrollar un texto: a veces lo que diferencia una novela de un cuento es la intención del autor, no sólo la extensión o las estructuras; a veces lo que hace un poema, o deja de hacerlo, es lo mismo. Las diferencias pueden ser harto sutiles, pero ciertas.


* * *

Y a propósito de cuentos, "Diario de enero" ha resultado ser uno de los pocos que me han salido como Dios y Cortázar mandan (si es que no son la misma persona cuando se habla de cuentos).


Sí, me puse a corregir aún más el texto (hablo de él aquí), pasé las correcciones, imprimí y, muy satisfecho, me puse a revisarlo con la esperanza de encontrar algunos errores de dedo y listo, después de siete años podía dejar de pensar en él. Y pues no. Sólo en el principio hallé cosas que sobraban, frases imprecisas, la necesidad de cortar párrafos y hasta alguna incómoda repetición de palabras. El resto del texto está por el estilo, así que voy a darle una pasada y lo dejaré unas semanas para, ahora sí --¿cuántas veces lo habré dicho?--, sacar una versión definitiva.
Eso sí: el final nuevo quedó bonito. No, no me decidí por dejarlo "abierto", aunque no deja de ser un final un tanto brusco, como me gustan. Con un poco de cirugía mayor logré darle a la historia el giro que necesitaba, y rematarlo bien. Creo. Espero. Ojalá. Al menos eso me dijo Krisma, quien lo leyó por primera vez y encontró las claves sin que le dijera nada.
Comencé a revisar otro texto que empecé en 2004 (del que conté que no encontraba el final en mis cuadernos, y aún no lo encuentro) y que más o menos terminé en 2006. Creo que esos dos, más un tercero, pueden armar un libro coherente, aunque un tanto excéntrico. Ya consultaré con Thierry, que sabe de eso más que yo.

4 comentarios:

Unknown dijo...

me gustó, y bastante!

Saludos.

Anónimo dijo...

Hey Luis Melgar,como que vivio en Col
Roma alla por Guanajuto por Alvaro Obregon cerca de Insurgetes y Yucatan.el edificio creo que se cayo
con el terremoto del 85

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Sip, recién llegó, por allí de 1977 y como hasta 1977; nunca supe su dirección, pero sé que era en la Roma. Yo vivía también a unas cuadras, en Córdova y Álvaro Obregón; Después me pasé a Churubusco, a Eleuterio Méndez y Héroes del 47, y él a Hidalgo, que era la prolongació de Héroes, pero del lado de Coyoacán. Vivió allí durante un montón de años; yo nomás hasta 1983 o principios de 1984.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

De 1977 a 1979, quise decir.
Yo me pasé a Churubusco en 1978.