30 de abril de 2006

De cómo dejé de tomar café en abril de 1982. Parte 1

Trabajaba en el periódico El día, de México, hoy virtualmente desaparecido, pero que en esos momentos tenía una sección internacional bastante buena, de la que era subjefe desde enero de 1980. Durante siete meses, entre 1981 y 1982 (no recuerdo las fechas), estuve como reportero de la sección cultural para tener un poco más de tiempo para dedicarme a Salpress, la agencia de prensa fundada por las Fuerzas Populares de Liberación, organización con la que colaboraba desde 1978.
A principios de 1980 había hablado con Hato Hasbún para armarla. Había un montón de cosas que tomar en cuenta: corresponsales, infraestructura, etcétera. Yo no era militante de las FPL; colaboraba cantando en actos de solidaridad, escribiendo cosas, haciendo algunas investigaciones para apoyar trabajos de mi padre, armando contactos y qué sé yo. Todo el mundo creía que yo militaba, y se ponían a hablar conmigo y a contarme cosas que se suponía que yo no debía saber, y menos a mis 20 años de edad. Cuando trataba de decirles que yo de eso no debía saber, ya habían contado demasiado, y ni modo de decirles que estaban metiendo la pata. Al final aprendí a oír, a decir que sí y a olvidarme de lo que escuchaba.
A mí me daba terror la militancia; había empezado en el Partido Socialista Costarricense, y había salido corriendo por no sé qué tonteras que se les ocurrieron. Para ese entonces no era de lo más amigo de hacer amigos, y no creo que hubiera club social o círculo literario, no digamos partido político, en el que hubiera durado mucho. (Como pasó.)
En lo de Salpress, yo iba a ayudar en especial en conseguir información, a concebir la estructura, a dar contactos con periodistas para que publicaran los materiales y algunos detalles más. No tenía idea de cómo iba a funcionar el contacto con El Salvador desde México, cómo iba a ser lo administrativo, lo político, ni era el caso; la idea era armar la agencia, y yo trataría de facilitarlo. Cuando íbamos a lanzarla, a mediados del año, apareció publicada en el periódico Uno más uno información de Salpress que no habíamos generado nosotros: no teníamos ni siquiera un redactor. Se armó el revuelo. A averiguar qué era eso, y resultó que la Resistencia Nacional se había "adelantado" y había lanzado su propia agencia, curiosamente con el mismo nombre. Hasta donde sabía, era un acuerdo en el FMLN que sería de las FPL, y que trabajaría para la unidad. No sería una instancia colectiva.
No recuerdo los detalles, porque ha pasado mucho tiempo. Sé que en casa hubo una reunión con Hato, creo que Joaquín Samayoa (aunque no estoy seguro; él de seguro llegó para octubre), mi padre, alguien más a quien no recuerdo, yo y dos personas de la RN. Estas dos personas iban a explicar que, bueno, se habían adelantado, sí, pero podíamos hacer una agencia en común, bajo términos comunes, etcétera. El director sería Demetrio Olaciregui, un periodista panameño que era corresponsal de UPI, por tener amplia experiencia en periodismo (así era), y él proporcionaría un equipo de profesionales que se harían cargo de lo técnico.
La reunión fue tensa, y los de la RN se exasperaron y se fueron en no muy buenos términos. No recuerdo que nadie de mi lado los haya agredido, pero tampoco era necesario; ya era claro desde antes que no iba a ser agradable. La única vez que se me ocurrió abrir la boca, Olaciregui me cortó en el plan de "tú, niño, no sabes de periodismo y no vas a hablar", y a lo mejor era cierto, pero estaba en mi casa. No creo que haya hablado más para decir que si querían café o algo, pero igual debí decirlo con ironía. E igual ni siquiera empecé a hablar antes de que el otro me diera el parón. (Entre periodistas es más importante la lucha de egos que oír lo que el otro tenga que decir. Por eso a veces me harto del "medio", como le dicen, y me dedico a otra cosa.)
Después de negociaciones en las que no estuve, porque no era mi papel y porque fueron entre las comandancias de las FPL y la RN, en Managua, en octubre llegó Benjamín Valiente Álvarez (Juan Ángel) a trabajar en la redacción de Salpress, y Joaquín Samayoa como director. Una agencia de dos personas. No, yo no era redactor ni nada en ese momento. Mi papel era ayudar a que empezara a funcionar. Y no había nada.
El contacto con El Salvador era mínimo e inseguro, y no había modo de pasar información por teléfono, por télex ni por ningún medio, al menos de manera regular. Lo que llegaba de Managua era obsoleto, porque las agencias de verdad lo traían. Así que nos fuimos el plan B: Benjamín llegaría todas las tardes a El día, copiaría la información de los cables (teníamos catorce agencias, más algunas independientes e institucionales), la procesaría y la distribuiría... incluso a El día. Algo publicaríamos de allí, más para darle crédito que porque no tuviéramos la información. Esto fue hablado con mi jefe y maestro, Carlos Vanella, y él a su vez consultó con la dirección del periódico. Hasta se logró más: como no había dinero, y como El día era una cooperativa, ésta haría donaciones de materiales. Juan Ángel salía no sólo con las notas, sino también con clips, resmas de papel de empaque (o papel revolución, como sabiamente se le dice en México), lápices, plumas y cintas para máquina.
Varias noches por semana me pasaba por Salpress --previsiblemente estaba en Avenida Revolución, por Mixcoac-- para platicar con Benjamín y con Joaquín; a veces llevaba algunos tacos, a veces nos íbamos a cenar por allí, a veces nada.
En enero o febrero llegó el que sería el equipo de Salpress, formado por unas ocho o nueve personas, incluido un nuevo director y (gulp) la responsable política. El primero se presentó como José Ventura; yo lo había conocido un par de años antes como Enrique Salvador Castro, cuando llegó a casa como parte de no sé qué delagación de periodistas que iba a no sé qué evento, y habían querido conocer a mi padre. Me dio dos impresiones: una, que era un tipo que cambiaba de opinión con una facilidad irritante, según lo que pensara su interlocutor; dos, que se preocupaba más por hablar que por oír, o sea que era un periodista de los que no me gustan.
La responsable política se presentó como Antonieta, una señora severa y bastante sólida físicamente hablando. Hablé con ellos y decidí que no, que no me caían bien y que no iba a trabajar más en Salpress. Dije bienvenidos, mucho gusto, y me fui a mis cosas.
La primera y muy sabia decisión que tomaron fue dejar el local en avenida Revolución y pasarse a Insurgentes Centro 125, a una oficina mucho más pequeña pero más céntrica. Fue sabia porque El día estaba en Insurgentes Centro 123, a pared de por medio, y para ese momento era el único medio que publicaba a Salpress. El Uno más uno también, pero a la "otra" Salpress, que sobrevivió algunos meses más y luego se convirtió en la Agencia Independiente de Prensa.
Entre lo primero que hizo Antonieta fue ir a platicar conmigo. La intención era obvia: quería que trabajara en Salpress. En primer lugar yo no quería, porque ella no me caía bien. En segundo, tenía poco tiempo. Estudiaba música por las mañanas, trabajaba por las tardes y cantaba por las noches, además de los ensayos en fines de semana. Y tenía una familia. Además, seguía colaborando con las FPL a través de otras instancias, a través de mi padre y de otras personas. Estaba bien así.
Ella no sabía que yo no era militante, y me dijo que me iba a pedir a la estructura en la que trabajaba. Le dije que no pertenecía a ninguna y se lanzó a convencerme de que militara, que el pueblo, que mi obligación moral y todo lo demás. Como no quería ser brusco (ahora no me molesta tanto serlo, y lo aprendí con ella y con otros como ella), le dije que estaba escribiendo una novela y que no pensaba meterme en más cosas mientras no la terminara. Me dijo que qué bien que fuera escritor, que le gustaría conocer el material, que ella era maestra universitaria de letras, y que cuánto tiempo calculaba para terminarla. "Octubre", le dije por decir algo. Me dijo que estaba bien, que si quería discutiéramos lo que llevaba escrito, y le dije que no, gracias.
Y era cierto. Estaba escribiendo desde hacía unos meses la Historia del traidor de Nunca Jamás y no le encontraba entrada ni salida. Pensaba que me tardaría mucho más, y que ya en octubre se me ocurriría otra cosa.
Antonieta siguió llegando cada semana a platicar conmigo, en el plan de "ganar" mi confianza. Era tan burdo y obvio el asunto que me costaba ser amable. Pepe Ventura llegaba también a dejar la información y me empezaba a hablar de poesía comprometida, de que él también escribía, y me enseñó varios trabajos. Sonreí y le dije que qué bonitos, pero nunca serví para mentir y debió notar que me parecían infames, mucho peores que los míos, que no eran de lo mejorcito que se estaba escribiendo en el mundo, como se ve en algunos ejemplos de este blog.
También iba a menudo a Salpress, a platicar con los compañeros, y les ayudaba con algunas cosas técnicas y qué sé yo; no eran periodistas profesionales, pero se estaban formando rápido y bien. Creo que fueron ellos los que me convencieron de que trabajara en la agencia: Juan Ángel, Rocío, Jorge Sampson (aquí encuentro un artículo de él) y una chava extraordinaria, María, la recepcionista, quien había sido secretaria del arzobispo Romero y debió huir cuando mataron a una compañera; su verdadero nombre era Ana Vicenta. (Si alguien, con esas coordenadas, sabe quién es, por favor avíseme; será un gusto saber de ella.)
"Octubre" se convirtió en "septiembre", que fue cuando terminé la novela. Debí callármelo, pero se lo dije a Antonieta en la visita semanal. Bien, me dijo, cuando quisiera podía empezar a trabajar, y ya tenía al que sería mi responsable político. Suspiré y dije "Bueno".

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A todo esto Rafa, desde que comencé a leer tu blog, siempre me he preguntado qué tipo de música cantabas, te asocio a tantos tipos que no se me ocurre qué cantabas a finales de los setenta.
Llena de chamba, imposible llegar hasta nueva orden. Un abrazo.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

De la que me pagaban. Igual le entraba al rock que a las baladas y a la folklórica. Mercenario, nimásnimenosmente. ¿Cuál me gustaba? De toda, igual que ahora. Yo quería ser director de orquesta, je.

Anónimo dijo...

Gracias, maestro.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Usté manda. Además, estoy oyendo a Joaquin Phoenix cantando cosas de Johnny Cash; uno se pone raro en esos momentos.