6 de julio de 2007

Dos momentos

Cuando viví en Acapulco, en 1993, mi trabajo oficial era como editor de internacionales del diario El Sur, que fundamos junto con varios compañeros de La Jornada, Novedades del Distrito Federal, y de Diario 16 y Novedades de Acapulco, e independientes, como lo era yo en ese momento.
En un medio político autoritario en el cual --según decía un compañero-- la mayor parte de periódicos no hacían cierre de edición, sino corte de caja, no nos fue demasiado bien con la publicidad. De las primeras cosas que hizo el diario fue un reportaje en el que se descubría y revelaba que los violadores y asesinos de una turista europea no habían sido dos pescadores, ya presos y condenados, sino policías estatales, avalados por sus jefes. En el camino se destapó una red de ladrones de carros, que además extorsionaban a los pescadores, policías todos. Los pescadores fueron liberados, los policías presos, cayeron varias cabezas y, en fin, nos hicimos fama de "comunistas", porque eso apenas fue para empezar, y ninguno aceptó los sobornos que desde luego nos ofrecieron. La mayoría era gente de izquierda, pero eso no era importante,k sino que estábamos haciendo lo que siempre habíamos querido hacer: periodismo de verdad.


El dinero alcanzó para dos meses y medio de salarios, que de por sí estaban bastante cortos. Después, tuvimos que buscar otros modos de ganarnos la vida para poder seguir en lo que estábamos. En mi caso escribía guiones de historieta, pero la industria empezaba a decaer, así que me puse a dar clases de historia contemporánea en la Universidad Loyola del Pacífico y a diagramar la revista Tiempo Libre Acapulco, un proyecto que apenas duró unos meses. La editora a cargo era espantosamente histérica y espantosamente inexperta. Al principio traté de ayudarle un poco con la edición, pero lo que empezó como un favor terminó en obligación, un día se puso a gritarme y renuncié.
La credencial que aparece arriba me la dieron porque necesitaban un par de reseñas de películas de la muestra de cine de ese año. Recuerdo que vi Principio y fin, de Ripstein, que me pareció muy buena, y un par más que no lo habrán sido tanto.
Los anteojos que tengo en la foto aún andan por allí. Los compré en 1990 o 91, y les actualicé los lentes hasta hace unos cuatro años, cuando se me quebró uno en una mudanza. El cabello lo llegué a tener mucho más largo de lo que aparece allí (no lo corté en un año). Como es rizado, me llegó hasta un poco abajo de los hombros; mojado, a media espalda.
La otra credencial me la dieron en 1996, cuando trabajé para la Comisión Federal de Electricidad, bajo la égida de Salvador de la Mora, el hermano que nos proporciona el dominio y el hosting para la página de La Casa del Escritor, a través de la empresa ColegioWeb.
En el momento era una maravilla de credencial: dentro traía un circuito con toooooda mi información, y había que ponerla frente a un aparato para poder entrar a la CFE. Por supuesto incluía una serie de cosas como accesos, derechos, qué sé yo. Se suponía que tenía que devolverla al terminar el contrato, pero por algún motivo no lo hice.
Mi trabajo en la CFE era múltiple y a la vez singular. Lo principal era escribir manuales de usuario para el software que se desarrollaba en la CFE, diseñado por Salvador e "implementado" por un equipo de ingenieros que no entendían para qué escribir manuales, si el funcionamiento de los programas era tan obvio. (Nunca lo es.) También debía hacer manuales de procedimientos, y no sé todavía cómo logré armar diagramas de flujo que tuvieran alguna coherencia; nunca acabé de entenderlos. Luego, informes de urgencia, o sea todos: a veces el gerente pedía el resultado de meses de trabajo, escrito y bien explicado, para dos días después, y me tocaba quedarme dos días con sus noches escribiendo sin parar cuarenta o cincuenta páginas de cosas bien técnicas, comiendo chocolate y tomando coca cola con azúcar para permanecer despierto. Luego, tres días recuperándome en casa, en calidad de trapo usado.
Lo más difícil fue hacer escribir a un montón de ingenieros que no querían hacerlo, o a quienes no les interesaba que los entendieran más que otros ingenieros. Logré que armaran informes bien redactados, bien ordenados y, sobre todo, comprensibles para los mortales. Es el taller más difícil que di en mi vida, y quizá del que más aprendí.
En la foto de la primera credencial aparezco con una depresión clínica del carajo, en medio de una separación bien complicada. En la segunda, cuando ya iba de salida de la depre y, en fin, trataba de ser feliz. (No he parado hasta ahora en el intento, con los altibajos de rigor, pero resultados idóneos.) En la primera trataba desesperadamente de escribir, y no salía nada de nada; la sequía duró cinco años. En la segunda estaba armando el primer borrador de Trece con materiales acumulados a lo largo de años.
Por allí hay algunas credenciales más. Quizá un día ponga alguna otra; hay varias divertidas.

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Tomado de La prensa gráfica:
Hoy hace 75 años
Miércoles 6 de julio de 1932
La Asamblea Legislativa conoce un proyecto de decreto presentado por el diputado Juan Padilla para conceder amnistía a personas que aparezcan como responsables de actos delictivos al combatir a los comunistas en enero.

1 comentario:

Carlos Abrego dijo...

La tradición, tenemos tradiciones y las respetamos...