Columna y poco más
Hoy no tengo mucho que decir. Más bien sí, pero también tengo muchas cosas que hacer. De algunas de ellas quizá comience a platicar mañana, que sin duda será otro día.
Mi columna de esta semana en Centroamérica 21 es parte de un rollo que preparé para un taller de periodismo que armé el año pasado, y quizá siga hablando del tema al menos la semana que sigue.
En este caso, la pregunta es: ¿se puede ser imparcial y objetivo? Durante muchos años pensé que no, y lo escribí en algunas ocasiones. Ahora pienso que se puede hasta un buen grado, y que dependerá de la cantidad y calidad de información con la que se cuente y de qué tanto pueda desligarse el periodista emocionalmente de lo que trate.
El tema, como siempre, tiene que ver con la ética, pero hasta eso es relativísimo; en México hay un dicho en el medio periodístico, acuñado por cierto por el periodista salvadoreño René Arteaga, que dice: "Dinero que no te corrompa, tómalo." No sé si lo habrá dicho como broma, pero muchos se lo toman en serio, y en serio que tienen conciencias limpias junto con carros incomprables con sus sueldos, que nunca son lo suficientemente altos. Pero ése es otro tema, demasiado denso para la hora y para la ocasión.
La columna de esta semana puede encontrarse en este link.
Objetividad e imparcialidad
Rafael Menjívar Ochoa
El periodismo es una serie de técnicas bien específicas y delimitadas que tienen como objetivo la transmisión de información de la manera más directa y “limpia” posible a un eventual lector, televidente o radioescucha. Nada más, nada menos.
Hay dos palabras clave para esta transmisión de información: objetividad e imparcialidad. A lo largo de años han estado sujetas a interpretaciones, manipulaciones y malos entendidos, y han perdido su valor esencial, que es el valor esencial del oficio. Ambos términos son de fácil definición y asimilación.
“Objetividad” significa que la información –y en algún momento su interpretación– debe estar basada en “objetos”. Los “objetos” en este caso serían los hechos, las palabras, sus consecuencias, las personas a las que afecta y el modo en que las afecta, entre otros –y muy pocos– factores.
Mientras mayor sea la cantidad de “objetos” referidos a un hecho que maneje un periodista –digamos un reportero–, más posibilidades habrá de que logre transmitir un mejor y más amplio panorama con respecto a un suceso. Siempre habrá diferentes versiones, ángulos e interpretaciones de los hechos, y el papel del periodista no será escoger los que le parezcan más adecuados, sino presentarlos de manera que el receptor tenga ante sí un buen espectro de posibilidades. El reporte de hechos será priorizado de modo que se refleje cómo ocurrieron, o cómo indica la evidencia que ocurrieron.
Un aspecto fundamental es que la información no es generada por los periodistas: ésta siempre preexiste. El periodista se encuentra ante hechos consumados o en proceso de consumación; en ciertos casos, busca la información, la procesa y la transmite, pero no forma parte de ella. No la crea: la encuentra y la reporta.
Aquí tiene sentido el segundo término: la imparcialidad. El periodista no es parte de lo que transmite en el sentido –si se quiere– judicial: no tiene interés personal en los hechos que va a reportar, y éstos, de manera ideal, no lo influyen emocionalmente. La aseveración es válida incluso en los casos en los que el periodista se ve involucrado en lo que reporta; las técnicas que se aprenden –o deberían aprenderse– en las escuelas y salas de redacción tienen como fin lograr un distanciamiento que permita, en todo caso, ser fiel a los hechos.
Si se sigue la analogía judicial, un periodista no es juez, parte, jurado, abogado ni acusador, y menos aún guardián: es un testigo. Para que sea un testigo fiel, cuenta no sólo con técnicas para las que son necesarias tantos años de estudio, sino también con herramientas como el cuaderno y la grabadora, pasando por la cámara fotográfica, de video y los materiales documentales, bases de datos, etcétera. Estas herramientas no sirven para convencer a los receptores de que la información es verídica –son fácilmente manipulables–, sino que el reporte sea lo más preciso que se pueda. Presentar los materiales al receptor es un valor agregado.
El testigo–periodista no necesariamente ha presenciado los hechos, aunque sería ideal, y tiene que recurrir a otros testigos o personas capaces de explicarlos. Algo que no debe olvidarse es que los hechos generalmente tienen voz propia: son lo que son, o lo que han sido. Mientras mayor sea la cantidad de testigos directos, en rigor se llegará más cerca de las causas y del hecho en sí; pero también, mientras más interpretaciones se busque, mayor será la posibilidad de alejarse del hecho puro y convertirlo en algo diferente.
Y se vuelve al principio: el periodismo no es más que una serie de técnicas que sirven para que la transmisión de información a un eventual receptor. A veces las teorías acerca de la comunicación que se enseñan en las escuelas, si no están bien asumidas, pueden hacer que el periodista pierda el horizonte y le otorgue a su oficio características que no tiene, o no debería tener.
La tentación de creer que el periodismo sirve para influir en la realidad, que es un arma de presión contra el poder –o contra la oposición, si es el caso–, que el papel social del periodista es ser la “conciencia moral”, o el adjetivo que se desee, sólo lleva a un periodismo deficiente.
La información bien manejada –objetiva, imparcial– tiene el suficiente poder para cumplir con ésos y otros papeles. Lo único que debe y puede hacer un periodista para que su labor sea influyente es seguir ciertas técnicas, muchas de ellas básicas, y escribir bien. Lo demás llega por su cuenta.
Mi columna de esta semana en Centroamérica 21 es parte de un rollo que preparé para un taller de periodismo que armé el año pasado, y quizá siga hablando del tema al menos la semana que sigue.
En este caso, la pregunta es: ¿se puede ser imparcial y objetivo? Durante muchos años pensé que no, y lo escribí en algunas ocasiones. Ahora pienso que se puede hasta un buen grado, y que dependerá de la cantidad y calidad de información con la que se cuente y de qué tanto pueda desligarse el periodista emocionalmente de lo que trate.
El tema, como siempre, tiene que ver con la ética, pero hasta eso es relativísimo; en México hay un dicho en el medio periodístico, acuñado por cierto por el periodista salvadoreño René Arteaga, que dice: "Dinero que no te corrompa, tómalo." No sé si lo habrá dicho como broma, pero muchos se lo toman en serio, y en serio que tienen conciencias limpias junto con carros incomprables con sus sueldos, que nunca son lo suficientemente altos. Pero ése es otro tema, demasiado denso para la hora y para la ocasión.
La columna de esta semana puede encontrarse en este link.
Objetividad e imparcialidad
Rafael Menjívar Ochoa
El periodismo es una serie de técnicas bien específicas y delimitadas que tienen como objetivo la transmisión de información de la manera más directa y “limpia” posible a un eventual lector, televidente o radioescucha. Nada más, nada menos.
Hay dos palabras clave para esta transmisión de información: objetividad e imparcialidad. A lo largo de años han estado sujetas a interpretaciones, manipulaciones y malos entendidos, y han perdido su valor esencial, que es el valor esencial del oficio. Ambos términos son de fácil definición y asimilación.
“Objetividad” significa que la información –y en algún momento su interpretación– debe estar basada en “objetos”. Los “objetos” en este caso serían los hechos, las palabras, sus consecuencias, las personas a las que afecta y el modo en que las afecta, entre otros –y muy pocos– factores.
Mientras mayor sea la cantidad de “objetos” referidos a un hecho que maneje un periodista –digamos un reportero–, más posibilidades habrá de que logre transmitir un mejor y más amplio panorama con respecto a un suceso. Siempre habrá diferentes versiones, ángulos e interpretaciones de los hechos, y el papel del periodista no será escoger los que le parezcan más adecuados, sino presentarlos de manera que el receptor tenga ante sí un buen espectro de posibilidades. El reporte de hechos será priorizado de modo que se refleje cómo ocurrieron, o cómo indica la evidencia que ocurrieron.
Un aspecto fundamental es que la información no es generada por los periodistas: ésta siempre preexiste. El periodista se encuentra ante hechos consumados o en proceso de consumación; en ciertos casos, busca la información, la procesa y la transmite, pero no forma parte de ella. No la crea: la encuentra y la reporta.
Aquí tiene sentido el segundo término: la imparcialidad. El periodista no es parte de lo que transmite en el sentido –si se quiere– judicial: no tiene interés personal en los hechos que va a reportar, y éstos, de manera ideal, no lo influyen emocionalmente. La aseveración es válida incluso en los casos en los que el periodista se ve involucrado en lo que reporta; las técnicas que se aprenden –o deberían aprenderse– en las escuelas y salas de redacción tienen como fin lograr un distanciamiento que permita, en todo caso, ser fiel a los hechos.
Si se sigue la analogía judicial, un periodista no es juez, parte, jurado, abogado ni acusador, y menos aún guardián: es un testigo. Para que sea un testigo fiel, cuenta no sólo con técnicas para las que son necesarias tantos años de estudio, sino también con herramientas como el cuaderno y la grabadora, pasando por la cámara fotográfica, de video y los materiales documentales, bases de datos, etcétera. Estas herramientas no sirven para convencer a los receptores de que la información es verídica –son fácilmente manipulables–, sino que el reporte sea lo más preciso que se pueda. Presentar los materiales al receptor es un valor agregado.
El testigo–periodista no necesariamente ha presenciado los hechos, aunque sería ideal, y tiene que recurrir a otros testigos o personas capaces de explicarlos. Algo que no debe olvidarse es que los hechos generalmente tienen voz propia: son lo que son, o lo que han sido. Mientras mayor sea la cantidad de testigos directos, en rigor se llegará más cerca de las causas y del hecho en sí; pero también, mientras más interpretaciones se busque, mayor será la posibilidad de alejarse del hecho puro y convertirlo en algo diferente.
Y se vuelve al principio: el periodismo no es más que una serie de técnicas que sirven para que la transmisión de información a un eventual receptor. A veces las teorías acerca de la comunicación que se enseñan en las escuelas, si no están bien asumidas, pueden hacer que el periodista pierda el horizonte y le otorgue a su oficio características que no tiene, o no debería tener.
La tentación de creer que el periodismo sirve para influir en la realidad, que es un arma de presión contra el poder –o contra la oposición, si es el caso–, que el papel social del periodista es ser la “conciencia moral”, o el adjetivo que se desee, sólo lleva a un periodismo deficiente.
La información bien manejada –objetiva, imparcial– tiene el suficiente poder para cumplir con ésos y otros papeles. Lo único que debe y puede hacer un periodista para que su labor sea influyente es seguir ciertas técnicas, muchas de ellas básicas, y escribir bien. Lo demás llega por su cuenta.
1 comentario:
"La tentación de creer que el periodismo sirve para influir en la realidad, que es un arma de presión contra el poder –o contra la oposición, si es el caso–, que el papel social del periodista es ser la “conciencia moral”, o el adjetivo que se desee, sólo lleva a un periodismo deficiente."
Solo puedo aplaudirte Rafael,
estoy 100% de acuerdo.
Para actuar sobre la realidad y transformarla están otros, esos que son noticia (en el Estado o em la sociedad) y aún los que no lo son (noticia) porque permiten que las cosas se perpetúen a causa de la pasividad, permisibilidad.
He leído "bien intencionadas" noticias que sólo hicieron mas daño que bien.
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