12 de mayo de 2006

Thierry y Alain


En agosto de 2002 vinieron Thierry Davo (al centro) y Alain Mala (izquierda) a El Salvador. Thierry vino a dar un taller de lectura de Pedro Páramo para La Casa del Escritor (hay gente que lo recuerda y le brillan los ojos; fue excelente); ya había estado aquí los dos años anteriores, porque se pasaba los veranos en Costa Rica. Alain vino a que negociáramos la publicación de una serie de libros míos en su editorial, Cénomane, aprovechando que Thierry andaría cerca. Las negociaciones fueron tan arduas y tan encontradas que, con Thierry en el papel de intérprete, duraron unos quince minutos y se sellaron con un apretón de manos, como todo buen trato. En resumen, acepté lo que ofreció y el aceptó lo que le pedí.
Y es que con Alain es difícil ponerse mal; es un tipo espléndido. Cuando apenas apareció mi primera novela, la primera también que traducía Thierry, se aventó a publicarla en el plan de "hay que apostarles a estos jóvenes", aun sabiendo que a quién rayos se le iba a ocurrir comprarla y que lo más probable fuera que se quedara con buena parte de la edición en las bodegas. (Todavía hay ejemplares desde 1989...) Su rollo era otro. A través de Thierry se mantuvo informado durante años y un día decidió que era hora de publicar más cosas mías, y escogió para eso uno de mis libros menos comerciales y más experimentales, y luego otro, y otro, y en ésas estamos. Claro que es un fan abyecto de lo que se da en llamar "música contemporánea", y eso explicaría que le gusten las cosas raras. Para la música tiene un gusto excelente, y por esas fechas nos pasamos oyendo de las cosas más excéntricas que encontré en mi discoteca, que son varias.
La noche en que nos tomaron la foto estábamos revisando la traducción de Instrucciones para vivir sin piel, línea por línea y casi letra por letra, porque así es Thierry de minucioso, y Alain bastante peor. Habíamos cenado cualquier cosa (veo por allí unas salchichas fritas) junto con Krisma y mis hijos Eduardo y Margarita. Al terminar comenzamos con la traducción y... uh... a ninguno se le ocurrió recoger la mesa para tener más espacio, o sea que nos estuvimos hasta bien entrada la madrugada con el manuscrito en el pedacito de mesa que se ve libre. Me di cuenta al día siguiente, cuando pasé las fotos a la computadora. Como justificación se puede decir que cada cierto tiempo alguno de nosotros picoteaba un pedazo de salchicha o se servía un poco de refresco.
Unos días después de la foto Alain hizo un spaghetti a la bolognesa que durante un par de años fue la medida de cómo se debía cocinar en casa. Apenas pude quitarme el estigma un día en que inventé mi propio plato, unos camarones con uvas y papas en salsa blanca, y dijeron: "Bueno, casi como el spaghetti de Alain." Juro que son mejores mis camarones que su spaghetti, pero Alain ya había entrado a la categoría de mito, y así no hay quién pueda competir.
La otra foto me la acaba de mandar Thierry; la tomó después de la representación de Instrucciones para vivir sin piel que está dirigiendo Claude Esnault (el señor de barba). A la izquierda aparece Marie-Aimée, esposa de Alain. No conozco a ninguno de los dos, pero les agradezco todo lo que han hecho y hacen.

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Una receta de emergencia para una salsa agridulce:
A propósito del tema de la comida, hace unas semanas tenía que hacer un pollo rápido y rico, y no tenía salsas ni modo de hacerlas. Ni paciencia. Lo único que había era catsup (o ketchup), que compro en cantidades industriales, así que le eché al pollo una cantidad respetable de salsa y luego un chile chipotle pequeño, y cociné hasta que empezó a pegarse. Quedó excelente. Como podía ser casualidad, hace cuatro días (o cinco) repetí la receta y quedó incluso mejor. El secreto no está tanto en la salsa, sino en cómo se condimenta el pollo, friéndolo a fuego lento y dejando después que los condimentos se integren a la salsa. Los chefs se retorcerían de dolor, pero no está mal para una urgencia.
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

No hay que ponerse a pelear contra los mitos, se lleva las de perder siempre.

Interesante la receta, la probaré algún día.

Que bueno que le podemos poner rostro a Thierry. Un saludo para él.

Anónimo dijo...

Despues de perder mi tiempo viendo otros blogs o desesperandome viendo los periodicos salvadoreños por internet. Siempre me gusta llegar a su blog, para leer algo humano, bien escrito y que por un momento me hace olvidar todo lo que me rodea. Gracias por su blog!

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Aldebarán: Estaba rico el espaghetti de Alain, la verdad. Me salvó que ya había probado de todos los colores y porciones (¡me encanta la pasta!), o hubiera caído miserablemente. Y me salvó el ego también: además de revoluciones francesas, ¿qué puede hacer un francés que no pueda hacer un salvadoreño, niños franceses incluidos? (Tengo amigos salvadoreños con hijos franceses, y hasta amigos franceses con hijos salvadoreños.) Igual hice trampa: lo exótico de las uvas mezcladas con camarón tiene su lado perverso. (Hay que freír los camarones a fuego lento con algunos clavos de olor. Por allí anda el secreto.) Y Thierry tiene rostro, cómo no. Cuando lo conocí esperaba a un señor de unos cincuenta años, y me apareció alguien que hasta era más joven que yo... (Un año o menos, tampoco hay que darle ventaja.)
dr. kabuto: Gracias por el comentario. Con gusto seguié por aquí, y espero seguir haciendo lo mejor que se pueda. (No respondo por herejías y cosas así, pero serán de corazón.)

Anónimo dijo...

Aldebarán: otro saludo para ti. Por cierto tengo rostro, pero lo más hermoso que tengo es la camisa ¿no? A poca gente le gusta, pero a mí sí. No existen fotos a color de la época para saber si es del mismo matiz que la famosa blusa amarilla de Mayakovski, pero no importa. Me gusta.