28 de enero de 2007

Imbéciles anónimos

Imbéciles siempre ha habido, con conocimiento --propio-- de causa, y desde siempre han recurrido --y recurrirán-- al anonimato para soltar sus desbarajustes, anhelos personales incumplidos por falta de talento o trabajo, y sus frustraciones. No es internet quien ha inventado a los imbéciles anónimos; simplemente los ha globalizado.
Desde antes de que se abandonara la pluma de ganso, y desde mucho antes de su adopción, andan por allí, pululando y viendo de dónde extraer sangre fresca y de buena cepa para nutrir su imbecilidad, y de cómo destruir el trabajo ajeno, a falta de ingenio para el propio. (De esos imbéciles casi todos tienen obra, y basta con leer un par de párrafos para olvidarla.) Y no son pocos los que sacan también provecho de la obra que dicen despreciar. Si no lograran el tal provecho, con descargar un poco de envidia y una dosis --mortal para otros, para ellos inocua-- de su probrediablismo es recompensa suficiente; hay otros que no tienen límites... siempre y cuando su nombre no se vea manchado por sus pequeñeces y vileza.
Hay uno en especial que debe su fama precisamente a su anonimato y a su bajeza. Nueve años después de la publicación de El ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, uno antes de aparecer El ingenioso caballero, publicó el Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, que puede hallarse aquí en versión de texto electrónico, y acá en edición facsimilar.
No sólo se adueñó del personaje de Cervantes (lo que ahora llamaríamos un plagio), sino que lo puso a hacer y decir cosas que el verdadero Don Quijote jamás hubiera dicho ni hecho. Del hombre inspirado, alucinado y sabio hizo monigote de cartón piedra, y de su fiel Sancho poco menos que la idea que un imbécil pueda tener de "un hombre simple". Eso ya hubiese sido materia suficiente de desprecio, pero llegó a más: en el prólogo al apócrifo se dedica a insultar al que le da motivo de fama, si fama es la imbecilidad, como en su caso lo ha sido. Dice en el prólogo de su libro:

Se prosigue [la Historia de Don Quijote de la Mancha] con la autoridad que él [Cervantes] la comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron (y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola una, y hablando tanto de todos hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos), pero quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte. [...] Y pues Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes y por los años tan mal contentadizo que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos que, cuando quisiera adornar sus libros con sonetos campanudos, había de ahijarlos (como él dice) al Preste Juan de las Indias o al emperador de Trapisonda, por no hallar título quizás en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca, con permitir tantos, bajan los suyos en los principios de los libros del autor de quien murmura, y plegue a Dios aún deje ahora que se ha acogido a la iglesia y sagrado. Conténtese con su Galatea y Comedias en prosa, que eso son las más de sus novelas. No nos canse. Santo Tomás en la 2.2.q.36 enseña que la envidia es tristeza del bien y aumento ajeno. Dotrina que la tomó de San Juan Damasceno. A este vicio da por hijos San Gregorio, en el lib. 31, cap. 31 de la exposición moral que hizo a la historia del Santo Job, aludio, susurración, detracción del próximo, gozo de sus pesares y pesar de sus buenas dichas, y bien se llama este pecado invidia a non videndo, quia invidus non potest vi dere bona aliorum; efetos todos tan infernales como su causa, y tan contrarios a los de la caridad cristiana de quien dijo San Pablo, I Cor.13. Charitas patiens est, benigna est, non aemulatur, non agit perperam, non inflatur, non est ambitiosa, congaudet veritati, etc. Pero disculpan los hierros de su primera parte en esta materia el haberse escrito entre los de una cárcel. y así no pudo dejar de salir tiznada dellos, ni salir menos que quejosa, murmuradora, impaciente y colérica cual lo están los encarcelados. [Gregorio Mayans y Siscar: Vida de Miguel de Cervantes.]

O sea que no sólo plagia --y mal-- a Cervantes, sino que lo acusa de mediocre por no haber hecho bien el trabajo que está plagiando, lo acusa de ex presidiario (lo fue al ser capturado en batalla, y alguna vez por deudas, si no me equivoco), de viejo, manco y envidioso del propio Avellaneda, que quién sabe quién rayos era. Hasta se permite hacer un juicio literario acerca de su obra, de la cual dice que valen la pena La Galatea (la primera parte al menos) y sus "comedias".
Un par de días ha, en un departamento ubicado en una colonia de Guatemala de cuyo nombre no puedo acordarme, revisábamos con Denise Phé Funchal el prólogo de Cervantes al Ingenioso caballero, y comentábamos acerca de cómo nada ha cambiado desde Cervantes (y quizá desde Longo, el autor de Dafnis y Cloé, de la que puede encontrarse aquí una traducción de Valera; ni que decir que Moisés y Salomón también tendrían a su sombra imbéciles acechantes y a la medida, y hasta el mismísimo Hammurabi). No otra cosa se desprende del citado prólogo, y no otra actitud más sana que la de Cervantes, que ve en Avellaneda a un escritor mediocre amparado en las ya para entonces monacales faldas de Lope de Vega. (Hay quien defiende a Lope, hay quien lo ataca. Lo cierto es que tiene obra buena y suficiente para sostenerse con nombre propio.) Dice Cervantes:

¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote; digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te he dar este contento; que, puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guían a los demás al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años.
He sentido también que me llame invidioso, y que, como a ignorante, me describa qué cosa sea la invidia; que, en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bien intencionada; y, siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo: que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas; y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo.
Paréceme que me dices que ando muy limitado y que me contengo mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha de añadir aflición al afligido, y que la que debe de tener este señor sin duda es grande, pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad. Si, por ventura, llegares a conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado: que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle a un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro, con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama; y, para confirmación desto, quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento:
«Había en Sevilla un loco que dio en el más gracioso disparate y tema que dio loco en el mundo. Y fue que hizo un cañuto de caña puntiagudo en el fin, y, en cogiendo algún perro en la calle, o en cualquiera otra parte, con el un pie le cogía el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podía le acomodaba el cañuto en la parte que, soplándole, le ponía redondo como una pelota; y, en teniéndolo desta suerte, le daba dos palmaditas en la barriga, y le soltaba, diciendo a los circunstantes, que siempre eran muchos: “¿Pensarán vuestras mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro?”»
¿Pensará vuestra merced ahora que es poco trabajo hacer un libro?
Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, éste, que también es de loco y de perro:
«Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y, en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso. Amohinábase el perro, y, dando ladridos y aullidos, no paraba en tres calles. Sucedió, pues, que, entre los perros que descargó la carga, fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo y sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco y no le dejó hueso sano; y cada palo que le daba decía: “Perro ladrón, ¿a mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?” Y, repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña. Escarmentó el loco y retiróse, y en más de un mes no salió a la plaza; al cabo del cual tiempo, volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro, y, mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar la piedra, decía: “Este es podenco: ¡guarda!” En efeto, todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos, o gozques, decía que eran podencos; y así, no soltó más el canto.»
Quizá de esta suerte le podrá acontecer a este historiador: que no se atreverá a soltar más la presa de su ingenio en libros que, en siendo malos, son más duros que las peñas.

Aprovecha también para avisar que, con la muerte de Quijano en la segunda parte, se evita que alguien más lo tome para hacer imbecilidades, y de algún modo se adelanta a la avalancha de académicos, críticos y advenedizos que medrarían a su costa al decir que "bastan los [testimonios] pasados y basta también que un hombre honrado haya dado noticia destas discretas locuras", es decir: que basta con el texto, que lo que se diga después no pasa de ser cosa innecesaria. (¡Ah, qué terribles las ediciones anotadas de El Quijote!) Sigue diciendo, pues:

Y no le digas más, ni yo quiero decirte más a ti, sino advertirte que consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco es cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera, y que en ella te doy a don Quijote dilatado, y, finalmente, muerto y sepultado, porque ninguno se atreva a levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados y basta también que un hombre honrado haya dado noticia destas discretas locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas: que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestía, aun de las malas, se estima en algo. Olvídaseme de decirte que esperes el Persiles, que ya estoy acabando, y la segunda parte de Galatea.

Para terminar, y para que con su pan se lo coman, repito a mis imbéciles particulares, lo que leí en la defensa de un autobús en el Distrito Federal: "Si hablaron de Cristo, ¿qué no dirán de mí, víboras?"
Sea mi desprecio más compasivo para ellos, Dios en la eternidad y yo en lo mío.

2 comentarios:

Ricardo Hernández Pereira dijo...

Es como un desesperado "aquí estoy, mirenme, por favor, lo necesito" No le tomes importancia.

Hey hoy apareció tu blog y el de Krisma en enfoques de LPG. Chécalo

Ricardo Hernández Pereira dijo...

Perdón, quise decir en la revista dominical.
Ciao