3 de mayo de 2006

De cómo dejé de tomar café en abril de 1982. Parte 3

En la ofensiva de 1981, según el análisis de Salvador Cayetano Carpio, faltó una organización estratificada en las estructuras de los grupos de masas. En otras palabras, a todos los trabajadores, estudiantes y etcétera se les tomaba como si fueran lo mismo: gente que se rebelaría en el momento en que el FMLN llamara a la insurrección. Hablaba de que no existía un aparato partidario fuerte, y eso en buena medida llevó al fracaso, si se pensaba como una "ofensiva final". Ponía como ejemplo que del medio millón de personas que movía el Bloque Popular Revolucionario estaban encargadas sólo cinco células partidarias, o sea entre quince y veinticinco personas: una microcefalia pavorosa.
El ERP y la RN creían, por su parte, que si se mostraba una decisión de combate y un poder de fuego suficientes, "las masas" se iban a insurreccionar sin necesidad de que existiera una vinculación orgánica, en la lógica de lo establecido por Régis Debray y el Che Guevara en la teoría del foco insurreccional. Eso fue lo que se intentó también en 1989, con resultados conocidos: la gente simplemente no se sumó, organizada o no. Y ni modo de reclamarle.
Como sea, la gran debilidad de las FPL fue precisamente que había muy poca gente dirigiendo a demasiada. Si se permite un símil, las FPL no crecieron, sino que engordaron. Además, desde 1980 habían comenzado las pugnas para sacar a Carpio de la comandancia general de las FPL, encabezadas por Mélida Anaya Montes, con el apoyo de los comandantes de las demás organizaciones. En casos así, las dirigencias se ensimisman y poco importa lo que esté pasando alrededor, y debajo, y los cuadros medios adquieren una cantidad de poder terrible y desarticulado.
En México habría cerca de 150 militantes y colaboradores muy cercanos de las FPL, más muchas decenas de simpatizantes. Todos ellos dependían de una célula de militantes de alto nivel. Los militantes eran cuatro: José Belisario Peña, un viejo extraordinario y grandote, de los oficiales jóvenes que se levantaron en 1944 contra Maximiliano Hernández Martínez; era padre de Felipe Peña, uno de los primeros militantes de las FPL, muerto junto con su esposa en un enfrentamiento en 1975; Rubén Aguilar Valenzuela, ex sacerdote jesuita mexicano; mi padre y otra persona de la que no voy a mencionar el nombre, uno de los tipos más inteligentes y mejor preparados de que tengo noticia.
Rubén llegaba a casa, siempre sonriente y siempre simpático, con su barba y su pelo largos y canosos, mochila y una voz bien cultivada. Conmigo no hablaba, y no lo culpo; tenía 20 años y era más bien sombrío. Hola, gusto de verte, adiós.
En lo que me consta, llegaba cada cierto tiempo a Salpress, generalmente en las noches o ya tarde en la tarde, se encerraba con Antonieta (a veces Pepe Ventura entraba, a veces no), supongo que a discutir cosas importantes, saludaba y le daba la mano a todo el mundo y se iba. A veces conversaba un rato con Paco Guzmán en voz muy alta (a Paco le encantaba oírse, ya lo dije) y lo mismo: adiós a todos, hasta la próxima.
Antonieta se pasaba más en el control de las personas que en cuestiones que atañen a una responsable política o de línea informativa. En mi caso, después de quitarme a Ricardo Sol como responsable, me puso a uno al que conocíamos como Pedro, un mexicano pequeñito que hablaba de Cayetano Carpio como si fuera Dios, y de Antonieta como su profeta. (Sí, ella era "marcialista", y de las más extremas. Se le quitó al día siguiente de la muerte de Marcial, y se dedicó a hablar bien feo de él. Patético.) Reuniones de colectivo los sábados a las 2 de la tarde. Entre mis compañeros de colectivo estaba el poeta Uriel Valencia, muerto hace un par de años, y Manuelón, un campesino jovencísimo, magnífico amigo, que repartía la información de Salpress junto con su hermano, Luisón. Este último era el único de su unidad que había sobrevivido en la ofensiva de 1981 , en Santa Ana. Se había metido en una alcantarilla y lo habían ametrallado; tenía todo un lado del cuerpo lleno de esquirlas y un par de balas imposibles de sacar. Huyó a México caminando, después de tratar de retomar contacto con la organización. Regresó a El Salvador (tras varios intentos), a pelear a Chalatenango. Un día de 1983 me avisaron que estaba en el DF, de camino a Cuba; una bala le había atravesado la mandíbula y se la iban a reconstruir. Pedí verlo, precisamente a través de gente que tenía que ver con Rubén Aguilar, y no me lo permitieron. Era un gran amigo, y con él y con Manuel nos seguimos llevando aun después de que también (a Manuel) lo expulsaron de la organización y de Salpress.
En fin, la cosa era así: si a uno le gustaba algo y lo disfrutaba, era antirrevolucionario; si uno sufría, era revolucionario, porque significaba un sacrificio que se vivía con estoicismo. Si uno se reía, estaba faltando a la contextura revolucionaria. Había que esperar que no estuviera Antonieta para poder reírse, porque ni siquiera Pepe, que tenía una naturaleza risueña.
Manuel nos pidió que le enseñáramos a escribir a máquina, y después a hacer notas. Lo hicimos, y el tipo aprendía rápido. Pidió ser redactor. No: su tarea era repartir cables, y debía estar consciente de sus limitaciones. O sea: un campesino brillante no puede ser más que campesino.
A María se le murió la mamá y, contra los consejos de todos, regresó a El Salvador a enterrarla, y volvió a los cuatro o cinco días. Agarró una depresión espantosa. Rocío, Jorge, Manuel, Luisón y yo armamos una especie de guardia para cuidarla y estar siempre con ella o cerca de ella. Si había soportado bien el asesinato de Romero y que le cortaran la cabeza a su compañera y la fueran a dejar a la puerta de su oficina, allí reventó todo. Se despertaba gritando, se ponía a llorar en cualquier momento, se ponía en un rincón con los ojos opacos. No se atrevía a ir a su casa, porque vivía sola y quién sabe qué paranoias se le desataron, y se quedaba en Salpress, trabajando compulsivamente. Había una bolsa de dormir para ella que proporcionó Rocío. Tampoco quería comer, y era de obligarla. La mujer estaba mal. Supongo qye tenía que ir a un médico, y me imagino que habrán dicho que no, por cuestiones de seguridad: si alguien sabía todo, absolutamente todo, lo que pasaba por la agencia, era ella.
En las noches había que quedarse con ella en la agencia mientras llegaba Antonieta; entonces nos íbamos. Si ella estaba de viaje (ocurría), alguien se quedaba acompañándola o Rocío se la llevaba a su casa, que fue en lo que quedó al final, cuando Juan Ángel, que era su pareja, se volvió a El Salvador, donde lo mataron. (Pepe Ventura se pasó tratándolo mal por miedoso. Se lo decía a quien lo oyera: que Juan Ángel tenía miedo de irse a El Salvador, que se la había pasado pidiendo irse a El Salvador, pero cuando le dijeron que sí, ya estaba con Rocío y le dio largas. Por supuesto, Pepe andaba detrás de Rocío, y se pasaba toqueteándola, para incomodidad de todos. Agarró una crisis fuerte, aunque pasajera, cuando mataron a Juan Ángel. Según me contaron, en una persecución del ejército, se perdió del resto de la gente y lo capturaron. Apareció descuartizado unos días después.)
Como los demás no tenían dinero, me tocaba invitar a almorzar a María, y lo hacía con gusto, en un lugar que costaba la mitad de lo que gastaba, en la calle de Madrid. Comida pésima, pero daban los frijoles que uno pidiera. Un día de quincena la invité a un lugar más caro y con mejor comida (comer rico lo hace sentor a uno más humano; comprobado) y, como me había dicho que quería aprender más de literatura, le regalé El principito y no recuerdo qué más.
Siguiente reunión de colectivo: además de que llegué tarde (a veces soy patológicamente incapaz de llegar temprano), ¿qué pretendía con María? Evidentemente andaba detrás de ella y, siendo yo una persona casada con una que era también militante, eso era intolerable. Y no hubo modo de salir de allí; si algo no es demostrable son las intenciones, y las mías eran curiosamente sanas.
Lunes: la responsable de María, que era la esposa de Paco Guzmán, empezó a gritarme y a blandir El principito nada más puse un pie en la oficina: ¿qué porquería le estaba dando yo a María? Ella era una mujer fácilmente influenciable, sin una educación sólida, y le daba esas tonterías burguesas que la podían desviar de qué sé yo. Y María presente. No recuerdo qué habré contestado, pero no debió ser agradable, porque siguió la reunión con Antonieta y con mi responsable político y con Pepe y la información atrasándose. Después le dije a María que me disculpara si la había metido en broncas y que, bueno, esperaba que no tuviera más problemas. Después de eso, con sólo saludarla, como todos los días, se hacía un silencio en la sala de redacción y un montón de ojos veían si el tono de alguno de nosotros se salía de margen, si nos mirábamos más fuerte o no sé. Feísimo. Lo raro es que, cuando María se fue para Nicaragua, meses después, varios de ellos mismos se burlaron de mí por no haber hecho nada con ella, porque "se me había ido viva", qué sé yo. Más feo todavía.
Meses antes, cuando apenas empezaban la reuniones de colectivo, me habían hecho preguntas personales, así en seco, que no me parecían convenientes, acerca de mi relación con mi esposa. Las evadí lo mejor que pude, y a la siguiente semana Anonieta se fue a platicar conmigo al diario y me dijo, en lo más cercano que tenía a la ternura, que las FPL era una familia, y que como tal debíamos compartir todo, y eso significaba todo. Que si tenía problemas con mi esposa. Que si mi hijo. Que si cómo me llevaba con mis padres. Que si mis hermanos. Le dije claramente que eran asuntos míos, y me dijo que entre revolucionarios no debía haber secretos. Entonces, contesté, a lo mejor no era revolucionario. Esa frasecita iba a servir durante los siete meses de mi militancia.
Como sea, llegó un momento en que no tenía tiempo para mi vida. Se fue el que estaba como subjefe de internacionales, y me llamaron otra vez, y eso significaba reuniones al mediodía y llegar más temprano y salir más tarde, y hubo no sé qué emergencias en Salpress que requerían de que estuviera más tiempo, más el boletín, más otras cosas de otras instancias de las FPL, y tenía que seguir cantando porque por mi padre ya estaba en Francia negociando lo del acuerdo con México para reconocer al FMLN y me tocaba ayudar más económicamente a la familia, y además invitar a comer a medio mundo (les daban un estipendio al cual llamaban "vilipendio"; no alcanzaba para nada), y además comer yo. Dos o tres veces a la semana no podía irme a casa y me quedaba durmiendo en el despacho de don Hugo Martínez Moctezuma (padre de Hugo Martínez Téllez, quien me dijo que escribiera estas notas), y empezaron las migrañas, y los nervios de punta. Llegó el caso en que mi esposa tuvo que ir a verme un domingo de guardia en Salpress para decírmelo con todas sus letras: o le bajaba al trabajo o hasta allí llegaba. Y tenía razón. Le contesté que no se preocupara, que de todas maneras me iban a expulsar muy pronto. Aunque la información que elaboraba era buena, mis artículos, todo lo demás, siempre quedaba mal. Lo que hablara, lo que no hablara, si tomaba más café o menos café (sí, tomaba un montón de tazas de café), si "sentían que estaba hostil", si había contestado con más o menos interés...
¿Por qué aguanté así tanto tiempo, es decir más de siete minutos? Ni idea. Al principio estaba muy bien, y las cosas se dieron de modo paulatino, y cuando estuve bien metido en esa lógica enferma ya no era una lógica enferma, sino el modo natural de las cosas. Igual estaba seguro de que las cosas iban a cambiar, como en un mal matrimonio. Igual era más importante el trabajo que hacía que las estupideces de los estúpidos de siempre. No sé. Por otra parte, seguía colaborando con otras personas y otras instancias de las FPL, y allí me iba muy bien. Creo que en el fondo sabía que tenía una salida, y que lo que me pasara en Salpress sería provisional y anecdótico.
Y allí viene la otra: ¿por qué, en lugar de contar las cosas desde un punto de vista más distanciado, más analítico, me pongo a hablar de anécdodas desarticuladas? Porque así pasa la vida: anécdotas desarticuladas a las que se les encuentra la lógica sólo mucho después. Uno piensa en los grandes movimientos políticos o religiosos y cree que todo pasó de manera racional y totalmente explicable, y no: los protagonistas podrán dar después los análisis que quieran, pero en el momento están viviendo las cosas, nada más.
Y hay anécdotas que explican mucho más que cualquier análisis. Por ejemplo, los artículos que yo hacía para El nuevo diario, de Nicaragua. Durante meses le pedí a Pepe Ventura que consiguiera ejemplares para verlos; siempre da gusto ver el nombre de uno, y su trabajo, publicados en alguna parte. Me decía que sí, que ya iban a llegar, que los había pedido a la gente de Salpress en Managua.
Como eso no pasaba, le pedí a la gente de la embajada que me consiguiera algunos, y me mandaron un rollote con ejemplares de los últimos meses. Sí, allí estaban mis artículos... firmados por José Ventura. Lo mismo con uno que se publicó en Los Angeles Times, un análisis acerca de que Estados Unidos no buscaba un triunfo militar sino político en Centroamérica. José Ventura traducido al inglés. El colmo fue que por esos días publicó uno en El día, el mismo diario donde yo trabajaba...
Y se acabaron los artículos. Y me metí en más problemas.
El juicio popular fue otra tontería. Además del colectivo, llegó Antonieta, y allí empezó la acusadera. De todo: "objetivamente" yo estaba del lado del enemigo. "Objetivamente" yo era peligroso para la organización. Era un pequeñoburgués y no tenía la disposición de entregarme a la causa. Si no cambiaba mi actitud, habría que tomar conmigo "otras medidas". Pregunté cuáles y me dijo que "las que fueran necesarias". Y después me tocó hablar a mí.
Había llevado los manifiestos de Tzara, porque ya sabía de lo que iba el asunto. Empezaba a hablar y alguien me interrumpía, me acusaba de algo nuevo basándose en lo que acababa de decir, y entonces, cuando me tocaba de nuevo, leía algo de Tzara y les decía que me parecía bastante simpático, como en uno de los manifiestos. Y se fueron poniendo cada vez más agresivos, y yo en mi terreno.
Al final dijeron que, si quería seguir colaborando con las FPL y con Salpress, tenía que cambiar la actitud, o tendría problemas de lo más serios. Que así no me ganaría el derecho de llegar al punto más alto de la militancia: ser enviado a El Salvador a combatir. Y allí sí se me pasó la mano y me diviertí bastante: "Es que yo no puedo regresar a El Salvador a combatir." "¿Por qué?" "Tengo pies planos."
Fue divertidísima la reacción. Como si hubiera escupido la Torah o hubiera escrito los Versos satánicos o me hubiera declarado trotskista. Casi se mueren del shock. Bueno, no todos: Uriel Valencia, a mitad del juicio popular, dijo que él no estaba de acuerdo con lo que estaban haciendo, que se estaban encarnizando conmigo, y que no iba a ser parte de eso, y se fue. Como era viejo y buen amigo de Antonieta no tuvo consecuencias para él. Y soy injusto: Manuel se puso de mi lado y, a su primera defensa, Antonieta le dio un cortón espantoso; de tontito no lo bajó. Él también se rió cuando lo de los pies planos, y lo habrá pagado.
Ese día tenía que tocar con mi banda en la Normal de Maestros, en San Cosme. Todos ellos tenían que ir, porque era un acto en solidaridad con El Salvador. Fue delicioso cantar ese día tres y cuatro y seis canciones, y siete (sólo íbamos a cantar tres, pero nos pidieron más, hasta que el presentador nos bajó), y ver a Antonieta aplaudiéndome en un pasillo después de cada canción. En un cuarto cerrado ella mandaba; en un lugar abierto, no podía alcanzarme.
Fui a casa y me dio migraña. Dormí desde temprano en la noche hasta que fue hora de irme a trabajar, a las cuatro de la tarde. Lunes, historia normal: al trabajo a eso de las doce, regreso a casa a cocinar a eso de las dos, estar con mi esposa y mi hijo, de regreso al periódico. Martes: Vanella trabajaba, así que podía quedarme en casa hasta las cuatro. Miércoles y jueves y los demás días, lo mismo. Manuel llegaba a dejar la información de Salpress, platicábamos un rato, se publicaba lo publicable y lo demás no.
Lunes siguiente: cuando llegué al periódico, Rubén Aguilar estaba en la puerta de Salpress. Tenía semanas de no verlo. Me llamó, con su tono más simpático (tiene la capacidad de ser simpático, en serio) me preguntó que cómo estaba, bien gracias, que cómo me iba, excelente, que si me iba a tomar un café con él a El gran premio, un lugar donde hacen un café magnífico. Allí compraba precisamente mi café, y me lo molían a mi gusto: mitad planchuela, mitad caracolillo, molido medio. Compraba cerca de un kilo a la semana, o sea que tomaba café con consistencia de periodista.
Y nos fuimos al café. Pedí un capuchino caliente (con miel) y él un americano, si mal no recuerdo.
Como Rubén es muy mexicano, y yo estaba aprendiendo, nos pusimos a hablar de cualquier cosa: que del capuchino con miel y sin miel, que el mezclado del café, que si el molido fino vs. el molido grueso... Luego, que qué estaba escribiendo (cuentos, en esa época), que si la familia y que qué había pensado con respecto a Salpress. Esto último coincidió con que llegaba el café. A revolver el café y a esperar que se enfriara mientras contestaba que, en fin, estaba cansado y estaba harto de Salpress, y sobre todo de cierta gente; que lo único que había querido era "hacer algo", y había fallado. En todo caso, seguía trabajando con las FPL, como lo había hecho desde 1978, y eso era lo que importaba, y que iba a tratar de salvar mi relación con mi esposa. (No fue posible. Terminó a finales de 1983.) Primer sorbo al capuchino. Riquísimo.
¿Entonces no había posibilidades de que volviera a Salpress? Sorbo y pausa.
Ninguna. Otro sorbo. Pausa larga.
Qué pena, porque era importante que un periodista como yo, etcétera. Un sorbo cada uno.
Si querían podía esribir algún artículo, siempre que no saliera con el nombre de Pepe Ventura. Risas.
No, es que el problema era otro. El problema era yo.
Ah.
Otro sorbo.
¿Y por qué?
Lo que yo tenía que hacer era buscar regresar a Salpress. Era lo que me recomendaba. Iba a ser difícil, pero valía la pena intentarlo, y para eso había que estar bien en las FPL. No lo iba a lograr con mi actitud actual, así que la cosa era un cambio de actitud. Él sabía que Antonieta era difícil, pero era lo que había, y se podía solucionar lo de Pepe y lo de los chismes. Pero tenía que cambiar de actitud.
Sorbos.
¿Más o menos cómo?
Bueno, por ejemplo dedicándome más a la agencia y a la militancia. Podía, por ejemplo, pasar a trabajar de tiempo completo con la organización. ("Ni por putas", pensé.) Tratarían de darme un poco más de dinero que a los demás, quizá pagarme la renta, y así estaba seguro de que mi nivel de compromiso sería mayor.
Pues no. No por el momento. Estaba demasiado cansado, y quería tomarme una pausa.
Entonces, me dijo --y ya no había sorbos de café, y las pausas se acabaron-- no puedo garantizar tu seguridad.
Ring. En un segundo me sentí en otra parte, no en El gran premio, uno de mis placeres personales, en plena ciudad de México, en la siempre llenísima calle de Antonio Caso.
¿De qué estás hablando?
Hay gente que está muy irritada contigo. Hasta ahora he podido tranquilizarlos, pero, si no vuelves a Salpress, no puedo responsabilizarme de lo que te pase.
¿Como qué gente?
Gente. Hay alguna a la que ni siquiera conoces. (Otro ring.) Es gente sobre la que no tengo control.
Allí estaba uno de los cuatro jefes de las FPL en México diciéndome cosas bien feas, en un aire más desenfadado que preocupado, y yo con medio capuchino junto a mí.
¿Qué me estás diciendo?
Que hay gente a la que le preocupa lo que puedas hablar. Sabes muchas cosas. Si algo se filtra, te van a ver como responsable. Y no se van a arriesgar a que se filtre nada. Así que lo mejor es que regreses a Salpress, a la militancia, cambies tu actitud o no puedo garantizar su seguridad.
La primera vez que hablábamos y se ponía en ese plan.
Me estás amenazando de muerte, ¿verdad?
Yo no. Te estoy diciendo lo que pasa.
Estás diciendo que hay gente que me va a matar si no regreso a Salpress y a la organización.
Si así lo interpretas...
Me paré.
Ustedes son muchos y yo soy uno. Ustedes son muy malos y yo soy bien pendejo. Si quieren joderme, me van a joder, y no tengo modo de evitarlo. Hagan lo que tengan que hacer.
Dejé un billete en la mesa (bastante más de lo que valían los cafés) y me fui al periódico. Ningún imbécil me iba a pagar el café.
Pepe llegó esa tarde a decirme que había malinterpretado a Rubén, que él sólo trataba de ponerme un ejemplo.
Te vas a la mierda, le dije. Ese día y los siguientes no se publicaría nada de Salpress; le dije a Vanella lo que había pasado y estuvo de acuerdo. Me habló alguien más para preguntarme que por qué no se publicaba nada de la agencia, y le dije que sólo iba a aceptar que Manuel llevara el material, y que se iba a dar prioridad a lo que llevaran las otras agencias.
El día mismo de la plática con Rubén me serví una taza de café que se quedó en el escritorio, enfriándose. Lo mismo esa tarde, y mejor fui por una cocacola. En casa igual. Llegué a notar que hacía como un mes que no tomaba café, y dije: "Así duermo mejor." Y dejé de ir a El gran premio Más bien me aficioné a los helados de La especial de París y a los licuados de la fonda que estaba abajo del diario y qué sé yo.
Durante meses no me di cuenta de que no estaba tomando café, hasta que un día llegó mi padre de Francia, le ofrecí un café y me di cuenta de que mi cafetera italiana tenía telarañas por dentro. Le conté lo de Rubén, porque hasta ese momento me lo había callado (¿quién cuenta algo tan ridículo?).
Pendejo Rubén, me dijo. Te hizo un favor.
Y allí quedó.
Hubo más con y alrededor de Salpress, como la vez que, en 1983, ellos, la embajada nicaragüense y la cubana me acusaron de estar a sueldo de Edén Pastora, en colaboración con Rubén Montedónico, un locutor uruguayo que entró a la sección en 1980 y desde el primer momento se lanzó a botarme de la subjefatura, luego de la jefatura, y sólo llegó a jefe cuando ya no quedaba nadie más, por allí de 1985 o 1986.
Para cuando lo de la acusación yo ya era jefe de internacionales de El día. Me llamó la directora, me preguntó qué era eso, que la habían llamado para pedir que me despidiera, y le dije que lo que me enojaba no era que me acusaran de contra, sino que creyeran que iba a aceptar dinero de alguien como Pastora. En ese momento llamó a los agregados de prensa de Nicaragua y Cuba para decirles que ella decidía quién era jefe en el periódico y quién no, y que acusarme de eso la ponía a ella como tonta, y que no era tonta. Exigía que se disculparan conmigo, o de lo contrario no se publicaría nada de Prensa latina ni de Agencia Nueva Nicaragua, y lo mismo iba para Salpress. Y lo cumplimos durante semanas y meses, hasta que, a su modo, cada quién pidió disculpas. Los últimos, por spuesto, fueron los de la embajada cubana; los primeros, los de Salpress, pero no conmigo, sino con la directora. Le dije que no tenía problemas. Ella me dijo que despidiera a Rubén, y no lo hice; tenía como cinco hijos, y que fuera un cretino no significaba que lo iba a dejar sin trabajo. Lo trasladé a la sección de economía, que en ese entonces era como un exilio indigno, pero conveniente.
Y mucho más. Pero para ese entonces ya no tomaba café. Ahora estoy seguro de que empezó el día en que Rubén Aguilar me amenazó de muerte. No porque pensara cumplirlo, porque estoy seguro de que no (le habrá parecido que me iba a asustar como asustaban a otros militantes), sino porque...
No sé. Tampoco me interesa. He tomado algunas tazas de café en estos veinticuatro años (además de los capuchinos helados) y, en fin, han estado bien. Quizá lo que no le perdone sea que me haya quitado un placer tan personal. Y lo que no me perdono es habérselo permitido.
Ojalá funcione diferente ahora que es vocero del presidente Fox. Si no, ya le queda poco tiempo en el cargo.
(Se veía mejor con ropa informal y barba. Caía bien.)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Tu caso es especial eh? Siempre me gusto esa tonada que decia pobrecito mi patron, piensa que el pobre soy yo. Con tu edad, trabajando con gente tan compenetrada en la revolucion y sin desviaciones tan solo por leer el principito, me imagino que fue una etapa de conocer y entender muy "desde adentro" las cosas.
Pero bueno, dicese que de todo se educa un poco el que enteiende.

saludes

Anónimo dijo...

Me referia a "Compenetrada y sin desviaciones"

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

En realidad no es un caso especial; yo era uno de los bien tratados. Los demás, mientras más sumisos, peor les iba.
Tampoco entré mucho; creo que me tocó ser testigo de ciertas cosas y conocer a ciertas personas, algunas magníficas, otras de lo más feas. Gente, pues.
Tenía entre 18 y 24 años para la época de la que hablo. Ahora tengo 46. Me veo y me reconozco, pero ahora sé que hay varios errores que no debo cometer. El principal, soportar gente tonta, del signo que sea. Casi nunca me falla el olfato, pero cuando me falla es estrepitoso. Hace poco me pasó, cosa de año y medio. Todavía me despierto en las noches para golpearme la cabeza con la pared. Pero en fin.

Anónimo dijo...

Intereresante relato. No habia querido leer los 3 detenidamente hasta ahora y creo que fue mejor que los leyera asi, despacio.

"no puedo responsabilizarme de lo que te pase." Que se creia el estupido ese y la dichosa antonieta con lo que es revolucionario y lo que no. Sin duda, la estupidez y la falta de raciocinio han distinguido a la clase politica salvadoreña de ayer, de hoy y veo que de mañana tambien.

Saludos

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Gracias por el comentario.
Hay algo importante: podrá dar la impresión de que aún estoy enojado por esas cosas, pero quizá nunca lo estuve; lo que me dio fue tristeza, y no fue de muy largo alcance.
Y "el estúpido ese" es mexicano, o sea que los vicios de autoritarismo se le contagiaron o de esas estupideces hay en todas partes, que me parece el caso. De la conjunción de estupideces internacionales resultó lo del suicidio de Marcial y el asesinato de Ana María, los altibajos de la izquierda, el asesinato de tanta gente y de tanto signo...
Otra cosa en la que (por suerte) no tenemos la exclusiva, pero sí muy poca experiencia.