Misoginia, curas y otras asociaciones
Un motivo bastante probable para que se impidiera el matrimonio a los sacerdotes católicos fue la preservación de los bienes de la iglesia; si tenían esposa y descendencia, asegurar el futuro de la familia era un prioridad previsible y necesaria, y eso minaría el poder económico de la institución y podría dispersar su cohesión.
Lo interesante es que es apenas en el año de 1123, tras el primer concilio laterano (aquí está una reseña de la Wikipedia y aquí otra de la Enciclopedia Católica, casi textual con respecto a la anterior) que se prohíbe a los sacerdotes católicos casarse y tener concubinas (a los obispos les estaba vedado desde antes), y es cuando se establece el artículo de castidad, que se reiteraría en los concilios siguientes. Tanto es así que se prohíbe a los sacerdotes mantener a mujeres en su casa, con salvedades más o menos estrictas; permanecer en conventos femeninos y, en fin, tener contacto personal con mujeres. Los matrimonios existentes se anulan y se castiga a quienes los contraigan.
En otras palabras, durante más de mil años los sacerdotes católicos fueron hombres que dedicaban su vida al ministerio, pero llevaban una vida familiar como cualquier herrero, comerciante o profesor. De un día para otro, de jure, la iglesia católica derivó en una sociedad cerrada de hombres solos, y así ha sido durante casi mil años. Quizá para muchos el celibato y la castidad, por los motivos que sea, resulten cómodos y convenientes; pero, si los humanos son humanos --y los sacerdotes lo son--, no siempre podrá esperarse que todo lo que salga de allí o se encierre allí sea sano.
Por ejemplo, la recomposición de la historia. Más de mil años después de la vida y muerte de Cristo, se le atribuye a éste, como dogma de fe, la castidad y el celibato, cuando a lo mejor era un hombre como todos los hombres judíos de su tiempo, y María Magdalena fuera mucho más que una seguidora como tantos y tantas. (María Magdalena o quien fuera.) Punto a favor de Dan Brown, Saramago, Irving Wallace y Kazantzakis.
O, por ejemplo, la atracción hacia el sacerdocio (minoritaria o no) de personas que algún problema de relación tenían con las mujeres, de atracción a los hombres o que precisaban de una cierta protección institucional para desarrollar sus costumbres amorosas, sexuales o sentimentales. Sin contar con que, además de la protección, el sacerdote suele ser el centro de muchas comunidades, un terreno fértil para la caridad, pero también para la cacería.
Un hecho sintomático es la terrible misoginia que campea en la teología tradicional católica. El extremo (que ya se ha citado en este blog) es el Malleus Maleficarum, el manual para la persecución de brujas en la Alemania del siglo XV. A lo largo de sus páginas hay decenas de citas de algunos de los grandes teólogos en las cuales se respira un desprecio y un odio hacia las mujeres que, a la luz de cualquier pensamiento actual, resulta aterrador, sobre todo cuando uno se entera de que el Malleus fue sancionado ni más ni menos que por el papa Inocencio VIII, y por lo tanto todo lo que se dijera en él adquiría carácter dogmático. (En la entrada de la Wikipedia se registra que el papa nombró cardenal a su propio nieto cuando éste tenía 13 años de edad. Y desde hacía siglos estaba prohibido que tuviera nietos...)
Entre otras cosas perversas, en el Malleus se registra que el demonio entra en el mundo a través de las mujeres, que éstas tientan a los hombres para perderlos, que tienen el infierno entre las piernas (¡es casi textual!, ¡no me estoy inventando nada!) y que sólo de los hombres puede espararse lealtad y, sobre todo, amor sincero. Luego se pone a recomendar métodos de tortura, como arrancar trozos con ganchos, introducir cosas por donde se pueda y otras linduras. Se dice que a su amparo fueron ejecutadas entre 600,000 y 9,000,000 de personas. La última cifra suena excesiva, pero hay algo cierto: casi todas esas personas que pasaron por las garras de la Inquisición eran mujeres.
Hay gente que sonríe con picardía cuando se habla de los curas de pueblo que tienen varias sobrinas y una docena de ahijados que curiosamente se parecen a él; si se lo ve bien, es normal que un hombre con todos los atributos busque pareja, compañía o lo que sea, pero en esos casos --que no son pocos-- el sacerdocio es una patente de corso y a la vez un modo de evitar las responsabilidades que cualquier otro mortal tiene hacia sus esposas, amantes e hijos. Igual están los que dejan el ministerio, se casan y no se andan con cosas; descubren que ese lado del sacerdocio no es para ellos, y toman una decisión.
Un fenómeno frecuente, según me cuentan amigos que han pasado por el seminario e incluso se han ordenado, es el de la homosexualidad, que para los católicos no existe si no se ejerce, y allí está la castidad como escudo para evitar que los sacerdotes sigan sus necesidades y pequen. En lo personal, conocí a un sacerdote en activo que vivía en la misma casa que otro sacerdote en activo, y eran evidentemente una pareja. Fuera de casa se trataban con cierta distancia; en casa, el otro sacerdote se comportaba como una señora, hablaba con mi amigo como si fuera su señora y a veces hacía berrinches y protestaba porque no le ponía atención o no había recogido no sé qué en el baño. No, no lo estoy inventando. No, no voy a decir nombres; ambos son académicos reconocidos, son gente productiva y se llevan bien. Y son gente de edad mucho más que adolescente, por lo que ya sabrán lo que hacen y lo que no. ¿Por qué me dejaron ver ese lado de su relación? Quizá porque soy ateo y porque sabían que no iba a echarlos de cabeza, y algo más importante: no tenían muchas oportunidades de mostrarse como pareja, porque su círculo era más bien cerrado; siempre, en algún momento, se necesita no sólo de testigos, sino del conocimiento y la aceptación de alguien, y no sería yo quien los reprobara. (Debo decir que con la señora no me llevaba bien. A veces sobreactuaba.)
Hay una obra interesante, el Libro del amigo y del Amado, de Ramón Lull (aquí se encuentran algunos fragmentos), que se muestra como una obra de amor a Dios y de un modo de "enamorarlo". Cuando lo leí por primera vez, hará unos diez o doce años, me pareció que era un libro de amor a secas, dedicado a una persona en particular, con el amor que un alguien de carne y hueso le puede tener a otro alguien de igual calidad, no a un Dios. Lo más cercano que encuentro es el Cantar de los cantares, de una belleza profana y poco acorde con lo que pueda decir el dogma. Salomón le escribió a la mujer a la que amaba, y me da la impresión de que Lull lo hizo pensando en el hombre al que amaba; a un Dios se le habla de otro modo.
Y está el problema que siempre se ha sabido, pero contra el que rara vez se toma medida alguna, porque allí está el resto de esa sociedad de hombres solos para proteger a los suyos: el de la pederastia. En los últimos años tuvo alguna difusión, pero rápidamente se acalló todo lo que se pudo, mediante tratos en efectivo, algunas condenas morales mínimas y la minimización de los hechos por parte del Vaticano. El hecho de que éste haya denunciado tan abiertamente a Marcial Maciel, el fundador de la Legión de Cristo, es un hecho inédito, y ojalá que no sea aislado.
En un comentario a uno de los posts anteriores, alguien pregunta de qué sirve saber todo esto. No tengo una respuesta para eso. La mía, la personal, la que me doy a mí mismo, es que no me da confianza una sociedad de hombres solos que ha durado tanto tiempo, que tiene tanto poder y que históricamente ha servido como órgano represor del pensamiento, entre otras muchas cosas. Hay demasiadas muertes arbitrarias de por medio --por las que nadie ha pedido siquiera disculpas--, durante demasiados siglos, y demasiado juego político profano para que quiera acercarme; anoche, para no ir más lejos, vi un programa acerca de las ligas del Vaticano con la logia masónica Propaganda Dos, la relación con fraudes monetarios y el asesinato de varias personas, y otro acerca del secuestro de Aldo Moro. Qué sé yo. Podría citar varias decenas de cosas, e igual habrá alguien que diga que no, que son hechos aislados y que todo está cambiando. No me lo parece.
Hay algo cierto: cuando un sacerdote se pone a hablar acerca de cómo debe funcionar una familia, cómo se debe educar a los hijos, cómo se debe llevar una pareja, me pongo a oír otra cosa o paso la página del periódico. ¿Qué va a saber él de eso? Y, si lo sabe, ¿con qué autoridad moral me lo va a decir?
Y por suerte se acabó la gripe; creo que después de ésta me gané un boleto a alguno de los lugares con los que lo amenazan a uno cuando va a misa, especialmente si es creyente. (Por eso no voy a misa ni soy creyente.)
¿Qué pienso de la iglesia popular, de la teología de la liberación y todo eso? Nada en especial. Mi vocación es la literatura, y pienso poco en otros temas. (Ahora, por ejemplo, debo resolver si un cuento que escribí hace unos días será un cuento o lo convierto en una novela. Es decir: si lo hago engordar o lo pongo a crecer, respectivamente. También estoy revisando materiales de gente de La Casa del Escritor, textos ya terminados, y estoy preparando el plan para el año próximo. Es necesario darle un giro al proyecto. Y tengo varios libros pendientes para leer. Y tengo que arreglar un par más para su publicación o reedición. Y hay un artículo que debo escribir esta semana para la revista Cultura, y preparar el informe semestral, y el jueves y viernes tenemos unos recitales y vamos a armar una comida para varios poetas. Y mañana es mi descanso, e iremos con Valeria a dar una vuelta en lo que Krisma sale del trabajo, y nos comeremos una rica pasta con camarones en un lugar que ya sabemos. Eso sin contar con la música que estoy armando, un funk al más viejo y tradicional estilo, que ya pondré por aquí. Y tengo un par de temas para este blog, que no deja de ser literatura. Nunca ha sido otra cosa.)
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Acerca del caso Maciel, aquí hay una nota acerca de los abusados por el fundador de la legión de Cristo.
Lo interesante es que es apenas en el año de 1123, tras el primer concilio laterano (aquí está una reseña de la Wikipedia y aquí otra de la Enciclopedia Católica, casi textual con respecto a la anterior) que se prohíbe a los sacerdotes católicos casarse y tener concubinas (a los obispos les estaba vedado desde antes), y es cuando se establece el artículo de castidad, que se reiteraría en los concilios siguientes. Tanto es así que se prohíbe a los sacerdotes mantener a mujeres en su casa, con salvedades más o menos estrictas; permanecer en conventos femeninos y, en fin, tener contacto personal con mujeres. Los matrimonios existentes se anulan y se castiga a quienes los contraigan.
En otras palabras, durante más de mil años los sacerdotes católicos fueron hombres que dedicaban su vida al ministerio, pero llevaban una vida familiar como cualquier herrero, comerciante o profesor. De un día para otro, de jure, la iglesia católica derivó en una sociedad cerrada de hombres solos, y así ha sido durante casi mil años. Quizá para muchos el celibato y la castidad, por los motivos que sea, resulten cómodos y convenientes; pero, si los humanos son humanos --y los sacerdotes lo son--, no siempre podrá esperarse que todo lo que salga de allí o se encierre allí sea sano.
Por ejemplo, la recomposición de la historia. Más de mil años después de la vida y muerte de Cristo, se le atribuye a éste, como dogma de fe, la castidad y el celibato, cuando a lo mejor era un hombre como todos los hombres judíos de su tiempo, y María Magdalena fuera mucho más que una seguidora como tantos y tantas. (María Magdalena o quien fuera.) Punto a favor de Dan Brown, Saramago, Irving Wallace y Kazantzakis.
O, por ejemplo, la atracción hacia el sacerdocio (minoritaria o no) de personas que algún problema de relación tenían con las mujeres, de atracción a los hombres o que precisaban de una cierta protección institucional para desarrollar sus costumbres amorosas, sexuales o sentimentales. Sin contar con que, además de la protección, el sacerdote suele ser el centro de muchas comunidades, un terreno fértil para la caridad, pero también para la cacería.
Un hecho sintomático es la terrible misoginia que campea en la teología tradicional católica. El extremo (que ya se ha citado en este blog) es el Malleus Maleficarum, el manual para la persecución de brujas en la Alemania del siglo XV. A lo largo de sus páginas hay decenas de citas de algunos de los grandes teólogos en las cuales se respira un desprecio y un odio hacia las mujeres que, a la luz de cualquier pensamiento actual, resulta aterrador, sobre todo cuando uno se entera de que el Malleus fue sancionado ni más ni menos que por el papa Inocencio VIII, y por lo tanto todo lo que se dijera en él adquiría carácter dogmático. (En la entrada de la Wikipedia se registra que el papa nombró cardenal a su propio nieto cuando éste tenía 13 años de edad. Y desde hacía siglos estaba prohibido que tuviera nietos...)
Entre otras cosas perversas, en el Malleus se registra que el demonio entra en el mundo a través de las mujeres, que éstas tientan a los hombres para perderlos, que tienen el infierno entre las piernas (¡es casi textual!, ¡no me estoy inventando nada!) y que sólo de los hombres puede espararse lealtad y, sobre todo, amor sincero. Luego se pone a recomendar métodos de tortura, como arrancar trozos con ganchos, introducir cosas por donde se pueda y otras linduras. Se dice que a su amparo fueron ejecutadas entre 600,000 y 9,000,000 de personas. La última cifra suena excesiva, pero hay algo cierto: casi todas esas personas que pasaron por las garras de la Inquisición eran mujeres.
Hay gente que sonríe con picardía cuando se habla de los curas de pueblo que tienen varias sobrinas y una docena de ahijados que curiosamente se parecen a él; si se lo ve bien, es normal que un hombre con todos los atributos busque pareja, compañía o lo que sea, pero en esos casos --que no son pocos-- el sacerdocio es una patente de corso y a la vez un modo de evitar las responsabilidades que cualquier otro mortal tiene hacia sus esposas, amantes e hijos. Igual están los que dejan el ministerio, se casan y no se andan con cosas; descubren que ese lado del sacerdocio no es para ellos, y toman una decisión.
Un fenómeno frecuente, según me cuentan amigos que han pasado por el seminario e incluso se han ordenado, es el de la homosexualidad, que para los católicos no existe si no se ejerce, y allí está la castidad como escudo para evitar que los sacerdotes sigan sus necesidades y pequen. En lo personal, conocí a un sacerdote en activo que vivía en la misma casa que otro sacerdote en activo, y eran evidentemente una pareja. Fuera de casa se trataban con cierta distancia; en casa, el otro sacerdote se comportaba como una señora, hablaba con mi amigo como si fuera su señora y a veces hacía berrinches y protestaba porque no le ponía atención o no había recogido no sé qué en el baño. No, no lo estoy inventando. No, no voy a decir nombres; ambos son académicos reconocidos, son gente productiva y se llevan bien. Y son gente de edad mucho más que adolescente, por lo que ya sabrán lo que hacen y lo que no. ¿Por qué me dejaron ver ese lado de su relación? Quizá porque soy ateo y porque sabían que no iba a echarlos de cabeza, y algo más importante: no tenían muchas oportunidades de mostrarse como pareja, porque su círculo era más bien cerrado; siempre, en algún momento, se necesita no sólo de testigos, sino del conocimiento y la aceptación de alguien, y no sería yo quien los reprobara. (Debo decir que con la señora no me llevaba bien. A veces sobreactuaba.)
Hay una obra interesante, el Libro del amigo y del Amado, de Ramón Lull (aquí se encuentran algunos fragmentos), que se muestra como una obra de amor a Dios y de un modo de "enamorarlo". Cuando lo leí por primera vez, hará unos diez o doce años, me pareció que era un libro de amor a secas, dedicado a una persona en particular, con el amor que un alguien de carne y hueso le puede tener a otro alguien de igual calidad, no a un Dios. Lo más cercano que encuentro es el Cantar de los cantares, de una belleza profana y poco acorde con lo que pueda decir el dogma. Salomón le escribió a la mujer a la que amaba, y me da la impresión de que Lull lo hizo pensando en el hombre al que amaba; a un Dios se le habla de otro modo.
Y está el problema que siempre se ha sabido, pero contra el que rara vez se toma medida alguna, porque allí está el resto de esa sociedad de hombres solos para proteger a los suyos: el de la pederastia. En los últimos años tuvo alguna difusión, pero rápidamente se acalló todo lo que se pudo, mediante tratos en efectivo, algunas condenas morales mínimas y la minimización de los hechos por parte del Vaticano. El hecho de que éste haya denunciado tan abiertamente a Marcial Maciel, el fundador de la Legión de Cristo, es un hecho inédito, y ojalá que no sea aislado.
En un comentario a uno de los posts anteriores, alguien pregunta de qué sirve saber todo esto. No tengo una respuesta para eso. La mía, la personal, la que me doy a mí mismo, es que no me da confianza una sociedad de hombres solos que ha durado tanto tiempo, que tiene tanto poder y que históricamente ha servido como órgano represor del pensamiento, entre otras muchas cosas. Hay demasiadas muertes arbitrarias de por medio --por las que nadie ha pedido siquiera disculpas--, durante demasiados siglos, y demasiado juego político profano para que quiera acercarme; anoche, para no ir más lejos, vi un programa acerca de las ligas del Vaticano con la logia masónica Propaganda Dos, la relación con fraudes monetarios y el asesinato de varias personas, y otro acerca del secuestro de Aldo Moro. Qué sé yo. Podría citar varias decenas de cosas, e igual habrá alguien que diga que no, que son hechos aislados y que todo está cambiando. No me lo parece.
Hay algo cierto: cuando un sacerdote se pone a hablar acerca de cómo debe funcionar una familia, cómo se debe educar a los hijos, cómo se debe llevar una pareja, me pongo a oír otra cosa o paso la página del periódico. ¿Qué va a saber él de eso? Y, si lo sabe, ¿con qué autoridad moral me lo va a decir?
Y por suerte se acabó la gripe; creo que después de ésta me gané un boleto a alguno de los lugares con los que lo amenazan a uno cuando va a misa, especialmente si es creyente. (Por eso no voy a misa ni soy creyente.)
¿Qué pienso de la iglesia popular, de la teología de la liberación y todo eso? Nada en especial. Mi vocación es la literatura, y pienso poco en otros temas. (Ahora, por ejemplo, debo resolver si un cuento que escribí hace unos días será un cuento o lo convierto en una novela. Es decir: si lo hago engordar o lo pongo a crecer, respectivamente. También estoy revisando materiales de gente de La Casa del Escritor, textos ya terminados, y estoy preparando el plan para el año próximo. Es necesario darle un giro al proyecto. Y tengo varios libros pendientes para leer. Y tengo que arreglar un par más para su publicación o reedición. Y hay un artículo que debo escribir esta semana para la revista Cultura, y preparar el informe semestral, y el jueves y viernes tenemos unos recitales y vamos a armar una comida para varios poetas. Y mañana es mi descanso, e iremos con Valeria a dar una vuelta en lo que Krisma sale del trabajo, y nos comeremos una rica pasta con camarones en un lugar que ya sabemos. Eso sin contar con la música que estoy armando, un funk al más viejo y tradicional estilo, que ya pondré por aquí. Y tengo un par de temas para este blog, que no deja de ser literatura. Nunca ha sido otra cosa.)
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Acerca del caso Maciel, aquí hay una nota acerca de los abusados por el fundador de la legión de Cristo.
5 comentarios:
Rafael:
No necesito fingir (nunca lo he necesitado), estoy un poco más allá de la gran puta, es decir, ebrio.
Siempre estoy pendiente de tu blog, es decir, de éste.
Al Maleficarum (perdoname si no lo escribo como debe ser, porque estoy adivinando en este teclado de mierda) aterricé por culpa de Lovecraft y del resto del "círculo".
Me da pena decirte que "tuve acceso" a ciertos libros "bonitos" (eso dije luego de leerlos), pero en general, no puedo estar en desarucuerdo con tu "post" (lo digo así, por cualquier pendejo y demás desagradecidos).
Te escribiré algo, quizá el miércoles, porque hay muchas cosas que podrían interesarte sobre este tema. Hoy no me pidás nada, hermano, que ni yo me exijo mucho. Sólo digamos que estoy ebrio!
Por cierto, y esto es sólo por curiosidar, qué opinás de Sherlock Holmes??? Hoy... No, ayer, nació Conan Doyle.
Gracias por todo, tengo planeado leer el jueves tu última novela.
Hola. Espero que los dioses (o quienes se encarguen de eso) hayan sido benévolos con la cruda.
Sherlock Holmes me parece uno de los personajes mejor armados y más complejos de la ficción. Y, como dices, superó con mucho a su autor, y más: superó las historias de su autor, que a veces son mecánicas y todo eso, y se salvan porque Holmes es grande.
Hay un libro bien bueno, de Leblanc, que se llama Arsenio Lupin contra Herlock Sholmes. Sí, así se llama, quizá por cosas de derechos de autor. Es una chulada: el mejor detective persigue al mejor ladrón, y el que lo escribe es el autor del mejor ladrón. El final es muy bueno. Y está uno que se llama Marx y Sherlock Holmes, de Alexis Lecaye, que trata de la Comuna de París. Notable. (Veo que hay otro de este autor donde habla de Holmes con Einstein, pero n lo conozco.)
Ya me removiste la hormona policial.
Hay un error en el apunte.
El Concilio Laterano en el s.XII establece algunas reglas nuevas y simplemente reafirma otras pre-existentes, entre las cuales, la disciplina de la celibacía ---ojo, que no es doctrina.
En realidad, la disciplina de la celibacía es acordada por la Iglesia en el Concilio de Elvira (300 al 306 d.C.). Por lo tanto, la Iglesia ha requerido el celibato durante 1700 años, no durante 900, como decís.
Fuente:
Wikipedia.
Saludos,
Nop. Chécate la documentación. Desde el de Nicea (325, creo) hasta el cuarto de Constantinopla (870), los concilios incluyeron no sólo a la iglesia católica, sino también a las iglesias "orientales" y "ortodoxas". Allí se da una ruptura; se desconoce y destituye al patriarca y creo que expulsan a otras iglesias. Una parte de las discusiones era, precisamente, lo del celibato, que las otras iglesias rechazaban, porque no entendían que un hombre de Dios no tuviera esposa, etcétera, lo cual se me hace lógico: ¿cómo puede hablar de cosas de la vida alguien que la vive debajo de una tiara y detrás de un misal, sin esposa que lo espere a cenar ni hijos a los cuales educar? Es un contrasentido, digo yo. (Esto último no lo dijo ningún concilio; nada más estoy pensando en letras. En realidad fue la pelea de siempre: sutilezas ideológicas más bien bobas que se hicieron inmensas. Cosas del poder, pues.)
Hasta el primer laterano, el celibato era prácticamente opcional, y sólo los obispos (es decir los obispos, arzobispos, cardenales y papas) estaban impedidos de contraer matrimonio, ni siquiera de mantener la castidad. Obviamente la presión fue cada vez mayor, y desde el primer laterano se hizo obligatorio y se tomaron medidas punitivas cada vez más fuertes; parte de la persecución contra los franciscanos en el siglo XIII, cuando se creó la Inquisición, tuvo que ver con eso.
El concilio de Elvira no dijo lo que dices: sólo prohibió tener relaciones sexuales y casarse con judíos (o judías, me imagino) y herejes (y herejas, claro). Y paganos, dice la Wikipedia aquí.
Perdón. Quería hacer un preview y equivoqué el botón. Sigo.
Sí había un artículo de celibato, pero no de castidad, y tampoco se prohibía la convivencia "por la libre", que es lo que muchos curas hacen hasta la fecha.
Lo del celibato asociado a la castidad, me parece, tiene que ver con el presupuesto (especialmente católico, o inicialmente católico) de que sólo se puede tener relaciones sexuales después del matrimonio, y por lo tanto uno que se casa es casto.
Dice la Wikipedia: "The practice of married clergy fell out of favour around the time of the Council of Elvira and it was made law in the 800's." (Ahorita no quiero buscar la referencia de concilio. Por allí anda.) Insisto: sólo los obispos no podían casarse, se extendió de facto a los demás ministros y después se convirtió en ley en el primer concilio laterano.
Algo importante: los concilios de Elvira y Cartago no se consideran ecuménicos. Las leyes, como tales, comienzan a emitirse en el de Nicea y, hasta el cuarto de constantinopla, se la pasaron peleando para ver quién mandaba a quién o quién se salía primero. Quizá el tercero y el cuarto lateranos fueron los primeros "verdaderos" concilios católicos. Salvo mejor opinión, claro.
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