9 de enero de 2007

Los héroes tienen sueño


En enero de 1990 (ya conté la historia aquí) comencé a escribir De vez en cuando la muerte, un proceso bien azaroso que me llevaría seis años, cinco de ellos de una aridez abrumadora; 1989 había sido mi año de más trabajo, quizá uno de los más creativos de mi vida, junto con 1998.
En 1986 u 87 había decidido que quería escribir una novela policial, sólo para ver qué se sentía. Me fui a Tlaxcala unas semanas (tenía allá una casa, y podía mandar trabajo por correo), la escribí y quedó espantosa. No había hecho más que trasplantar a los detectives de siempre al ambiente sórdido de siempre y, con Paco Ignacio Taibo II como mal ejemplo, poner algunas vulgaridades en mexicano.
La novela no tenía remedio, pero sí temas interesantes de los que podía jalar algo de hilo. De uno de los temas centrales --el asesinato de un periodista-- pensé hacer la historia del por qué del asesinato, pero no hubo ni para atrás ni para adelante. El segundo o tercer capítulo era el modo en que lo habían asesinado y me pareció bien, pero debía esperar mejor ocasión. Me lancé entonces a escribir una historia sórdida de un periodista de nota roja, ya malacostumbrado a copiar boletines de la policía y de quien le mandara boletines, a medio maquillar conferencias de prensa rutinarias y a perder el tiempo en la redacción; el peor tipo de periodista, pues. Había dos historias: el asesinato de la hija de una ex amante del periodista y la búsqueda de un antiguo asesino serial, que había hecho sensación cuando el periodista en cuestión era un adolescente. Y etcétera; no se trata aquí de contarla toda, sino de decir que al final salió algo diferente a lo que había planeado.
En octubre de 1990, mientras trataba de darle forma a la historia, releí los capítulos eliminados de De vez en cuando y, zaz, vino la revelación. Agarré la escena del asesinato del periodista (que se reproduce en La mancha en la pared, aquí, sólo por no dejar) y escribí una novela completa donde hablaba de la decadencia y desaparición de una sección especial y medio clandestina de la policía mexicana. Había trabajado a los personajes, muy básicamente, desde la novela fallida; luego, me puse a jugar con ellos en un montón de apuntes que tomé durante un año y medio: lenguaje, modos de hablar, caminar, pensar, lo que sea, y cuando cambié el tema los dejé en paz.
Reescribí la escena y todo tuvo sentido. Me senté frente a la computadora (¡usaba computadora desde enero de ese año!) y escribí el primer borrador literalmente de una sentada. En cuatro días estaba terminado. Cuatro días. Nada más. Sólo cuatro. Desde entonces, mi récord para un primer borrador ha sido de seis meses. También fue el título más fácil de encontrar: Los héroes tienen sueño. Sólo después de publicarla (la ignorancia es feliz) me enteré de que Bioy Casares tiene una que se llama El sueño de los héroes, que hasta la fecha no he leído.
Podría presumir de que escribí una novela en cuatro días, como un Mishima cualquiera, pero sería mentira: me pasé un año y medio preparando los personajes y otro año y medio corrigiéndola, porque el lenguaje me costó en serio: ¿cómo hacer hablar estructuradamente a un sicario y que sonara plausible? En algún momento, a finales del año, tuve que sustituir uno de los capítulos; de la parte que quité salió un cuento, "El cubano", que ajusté para que quedara lo que quedó. También lo reproduzco aquí.
Puse como personajes secundarios, en De vez en cuando la muerte, a los policías de Los héroes, y en ambas hay referencias a Los años marchitos. De hecho, el capítulo que quité para convertir en "El cubano" lo sustituí por uno en el que el personaje central secuestra y asesina a un personaje de Los años marchitos. Y más: ajusté al periodista de De vez en cuando la muerte para que fuera el que se asesina en Los héroes. Divertido.
En una novela posterior, Al director no le gustan los cadáveres, cuento la misma historia de Los héroes, con el asesinato del periodista incluido, desde el lado de los rivales de los mismos policías, y desde allí se ve la historia de su destrucción. Y en Cualquier forma de morir aparecen de nuevo, en la misma historia de destrucción, pero desde un ángulo radicalmente diferente. Son cinco historias independientes y nada redundantes, pero el telón de fondo es esa sección especial y su destrucción. De algún modo, al leer las cinco novelas se tiene la visión de una sexta novela "virtual", un poco en la lógica de Terceras personas. En algún momento quise convertir el cuento "Cementerio de carros" en una sexta novela (la historia del Coronel: lo que le ocurre al Loco prefigura lo que le ocurriría a él más tarde), pero hasta ahora me ha gustado el cuento como está y no lo he querido tocar.
La novela estuvo terminada por allí de 1992 y la puse a esperar; tenía cosas más importantes que resolver (una depresión clínica y un matrimonio que se caía a pedazos) que ponerme a buscar editor. Por esos días me llegó una carta de Miguel Huezo Mixco, a través de Sebastián Vaquerano, entonces director de EDUCA. Miguel estaba en el proceso de reintegrarse a la "vida normal" después de más de una década de clandestinidad y montaña. No lo conocía en persona, pero Sebastián le había dado a leer El traidor y Los años marchitos, y le habían gustado.
La carta era conmovedora. Hablaba del desconcierto de reaparecer en el mundo y darse cuenta a la vez de cómo había cambiado y cómo había seguido su marcha. Miguel se dolía de haber dejado la literatura como su prioridad por las tareas políticas, pero se alegraba de que otra gente, como yo, hubiera permanecido más o menos al margen y hubiera continuado con su trabajo. No recuerdo qué le contesté; es difícil responder a esas cosas.
Unos años después, creo que a finales de 1997 o principios de 1998, se comunicó conmigo. Me pedía que le mandara una novela, la que me pareciera mejor, para publicarla en la colección Ficciones de la DPI (ya estaba dirigiendo la DPI). Tenía dos para publicar: Los héroes y De vez en cuando la muerte. A mediados de 1998 llegó a México y lo conocí en persona, y el libro se publicó en octubre. Iba a venir a El Salvador para la presentación, de paso para Costa Rica, pero mi viaje se atrasó hasta diciembre, y a El Salvador llegaría apenas un año después, tras una vuelta por Nicaragua y Estados Unidos, después de 27 años de ausencia.
La publicación de Los héroes es algo que aún agradezco, y más ahora que sé cómo se mueve cierto "medio" literario municipal. Miguel apostó por escritores "de fuera" en su mayoría: Carlos Castro (El libro de los desvaríos), Jacinta Escudos (Cuentos sucios, mi favorito de ella), Horacio Castellanos Moya (Baile con serpientes) y yo, además de Álvaro Menen Desleal, el siempre segregado y (aún) único clásico vivo de El Salvador. No imagino las presiones que debió soportar por tomar en cuenta a "ésos", o sea nosotros. Me llegaron referencias, que me parecieron espantosas, a través de revistas y periódicos. Recuerdo en especial un comentario en el cual se me criticaba por haber escrito acerca de no sé qué: "¿Cómo se atreve a hablar de esas cosas alguien que se ha pasado cómodamente en México mientras aquí hemos sufrido tanto?" Y no fue el único, pero aprendí a sortearlos.
Me gustó que el dibujo de la portada fuera de David Méndez, el mítico "Papo" Méndez, y me impresionó el título: "Silence! On tue!", es decir: "¡Silencio! ¡Estamos asesinando!" (Está en francés porque el Papo vivía en ese entonces en Montreal, y allá exponía. Luego se pasó a Nueva Orleans, donde está ahora.)
Los héroes se agotó en cosa de año y medio, hasta donde sé. Me dicen que en unas semanas volverá a lanzarse, y me da gusto: de las seis novelas negras que he escrito (hay una sexta, pero fuera del "ciclo mexicano"), es la que más me gusta y me llena. Y eso que fue hecha de pedacitos y sobras, en tan sólo cuatro días...

4 comentarios:

Denise Phé-Funchal dijo...

Ahhh genial, me encanta la idea de tomarse el tiempo para escribir, y no vomitar y publicar de una vez... quizá es la lección más grande que me has enseñado, tomarse el tiempo y que el proceso de publicación es natural. Además creo que la parte más interesante de escribir es la pulida, da el chance de que la literatura se convierta en amor y no en pasión de una noche.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Fíjate que no es que uno se tome el tiempo, sino que el tiempo se lo toma a uno. En 20 años publiqué cuatro libros, y nomás. En los diez siguientes llevo como diez (más los que se vayan acumulando), pero son cosas que tienen ya mucho tiempo incubando.
En todo caso, ya ves por qué siempre digo que no destruyan cosas que les parezca que no sirven. Por allí aparecerá algo que se puede convertir en un buen texto.

Ricardo Hernández Pereira dijo...

Tenés mucha razón en eso. De los textos viejos pueden sacarse cosas muy buenas. Ideas que están ahí y con el tiempo las ves diferentes. En esto se requiere paciencia y trabajo. Qué buena onda que estés hablando de tus libros aquí.Se comprende mejor el proceso que eso conyeva.

Unknown dijo...

Has estado muy productivo estos días y no te logro alcanzar! Me encantan estos post. Son tan inspiradores para el proceso de creación, que si bien es distinto para cada uno, también tiene ciertas cosas comunes. He comenzado a analizar la novela desde otros puntos de vista. Y muchas ideas nuevas me vienen a la cabeza, para otros proyectos, o para otros tiempos. Te he hecho caso en no destruir nada... y qué interesante es volver a leer las ideas. Se siente como si otro las hubiera escrito, pero fascinantes proque también te fascinaron en algún momento. Quisiera tener más tiempo para procesar todo lo que pasa por mi cabeza en estos momentos... pero lamentablemente, quizás no sea el tiempo y no tengo la habitación privada(Virginia Woolf). Pero ya vendrá. Por ahora, sembramos no más. Saludos.