15 de febrero de 2007

Artículo inconcluso

Éste iba a publicarse en la revista Forja, de Costa Rica, pero nunca lo terminé. Añádasele el final que se desee. La idea general es que la "inspiración" es conocimiento acumulado y procesado anímicamente, que se resuelve en una obra de arte.


La inspiración, o lo que no es
Rafael Menjívar Ochoa

Desde la antigüedad hasta Dadá, el asunto era sencillo: había seres excepcionales que, de tanto en tanto, recibían la visita de fuerzas o influencias extranaturales y, de la nada, hacían aparecer de entre sus manos la magia de la literatura.
Estos seres excepcionales eran tocados por la divinidad y, aun contra su voluntad, escribían obras en los cuales se traslucía algo del mundo y el pensamiento de los dioses y de la historia, orígenes y pasiones de sus creaturas, los humanos.
La escritura como expresión de la voluntad divina tiene una historia que se cuenta en milenios. La Torah —el Antiguo Testamento de los católicos— es una obra en la que los humanos sólo cumplieron el papel de amanuenses de Dios; de allí la obsesiva búsqueda de generaciones de cabalistas de relaciones numerológicas secretas entre las letras, las palabras y el todo con el mundo real y el divino. Mahoma y Swedenborg viajaron al reino de ultratumba, donde les fueron dictados sendos libros sagrados: a Mahoma, el código ético que es la base del Islam y una tentadora descripción del Más Allá; Swedenborg describió un más allá fatalista en el que todos sin excepción tenían el derecho de ser felices, los santos y los malvados. Los antiguos griegos invocaban a las Musas o a los héroes devenidos dioses para que los auxiliaran en su tarea; a otros, Dios los utilizaba para que sus hijos conocieran cómo debían comportarse o lo que les esperaba más allá del último aliento.
Ya muertos los dioses más antiguos, y los más jóvenes puestos en cuestión por el racionalismo, los escritores eran aún considerados por los demás (y en general por sí mismos) como seres fuera de serie, poseedores de dones negados a la mayoría de los mortales, que experimentan procesos incomprensibles para el común de la gente. Y no poco de su obra fue considerado como una verdad tan evidente como la inspiración misma, aunque nadie quisiera explicarla o describirla, porque la creación estaba más allá de los procesos de la razón.
La estructura que Dante imaginó para el territorio existente del otro lado de la vida, por ejemplo, le dio forma a buena parte de la teología del Renacimiento. Apenas unos años antes, en el mismo siglo XIII, se había inventado el Purgatorio como opción a los mortales que salían del feudalismo, acostumbrados —como en la vida real— a que sólo existía la polaridad: ser dueños o esclavos, estúpidamente ricos o abyectamente miserables, volar al Cielo a través del ojo de una aguja o descender por la ancha boca del Infierno. La historia anterior a la caída de los Ángeles y a la entronización definitiva de Dios, por otra parte, se le debe más a Milton que a generaciones de teólogos y, de no ser por su concurso, muchos demonios y pecados permanecerían en el anonimato.
De algún modo, pues, se consideraba que los escritores estaban poseídos del don de ver más allá de la vida, de la muerte y de las gruesas cortinas que separan a los humanos de los dioses. El sólo hecho de que algo estuviera escrito indicaba la concurrencia de fuerzas sobrenaturales: ¿cómo podía ser de otro modo la tortura del infierno (a veces insoportablemente frío como el de Dante, a veces insoportablemente hirviente como el de Milton), la gloria del Cielo, el esperanzado sufrimiento del Purgatorio, si la literatura era el instrumento natural de los dueños de los hombres?
Esta concepción de la literatura y sus creadores no parte del vacío, aunque sí de consideraciones bien terrenales. El analfabetismo casi total en la época en que se consideró a los escritores como seres excepcionales es un elemento que no debería perderse de vista: escribir, en efecto, era algo fuera de lo común, negado a la amplia mayoría de los mortales por una simple cuestión de estructura social. Y tampoco puede dejar de hablarse de cierto oportunismo de la institución católica al aprovechar las visiones de algunos escritores para mantener en el miedo —esa condición indispensable de la opresión— a quienes no sabían leer. Pero se está hablando de inspiración, no de asuntos terrenales como la condición de las mayorías o los mecanismos del poder.
Como respuesta a quienes eran tocados por la gracia divina surgieron, más acá en el tiempo, los que fueron tocados por la gracia infernal. La diferencia de motivaciones —Dios o el Diablo— sólo tiene que ver con el enfoque que se le daba a la causa originaria de la literatura, no con el método, aunque los poetas malditos franceses construyeron sistemas propios de valores, renegaron de las leyes y costumbres establecidas y, de paso, crearon una de las obras paradójicamente más vitales de la literatura.
Lautreámont, en Los cantos de Maldoror, y Baudelaire, en toda su obra, fueron los encargados de dar el viraje hacia otras formas de inspiración, más tortuosas y dolientes, pero a la vez más humanas. Entre las retahílas heréticas de Lautreámont y la grandeza de Satán cantada por Baudelaire, con la disolvente aportación de Rimbaud, la poesía llegó a niveles inconcebibles cuando Dios era quien mandaba en el alma de los artistas de la pluma. Pero el tema de la inspiración no varió mucho en cuanto a su concepción: espantar al burgués era una actitud, no una concepción de fondo.

DADÁ, MOLINER Y EL DRAE
En los primeros años del siglo, Dadá puso las bases para dar al traste con las ideas de los malditos y declaró que todo es arte, siempre que se haga con intención artística, y éste no sólo es el fuero de gente especial. Desde luego que había harta ironía en tal aseveración; Duchamp lo puso de manifiesto con el orinal de R. Mutt (“La fuente”), y Tzara con su fórmula para escribir un poema (aquélla que decía que debían recortarse palabras de un periódico, revolverlas dentro de un sombrero, sacarlas al azar y pegarlas en un papel; lo que saliera sería un poema a imagen y semejanza de su autor).
Lo que en realidad querían decir era que el arte no es cosa del otro mundo, sino de éste, y que sólo hacía falta el estudio, el talento y el trabajo suficiente para obtener obras de calidad; los dioses bien podían seguir en sus intrigas, incestos y bacanales, que ya los humanos se preocuparían por las artes. Dadá no sólo produjo cosas como el orinal de R. Mutt y los manifiestos de Tzara; dieron obras de la talla de Desnudo bajando una escalera y el poema El hombre aproximativo, de los mismos autores, que plantearon nuevos enfoques para la pintura y la literatura.
Breton intentó, casi en vano, regresar a las motivaciones extraterrenas de la creación literaria, y así lo plantea en Los vasos comunicantes. Los terrenos del sueño, el inconsciente y la fantasía eran la alternativa no sólo a la irreverencia de Dadá, sino, sobre todo, a la prepotencia del positivismo, que dio a Zolá buenos motivos para escribir con un estilo que era de lo menos divino del mundo: una prosa a secas que hablaba de gente a secas, de historias a secas y de tramas tan comunes y corrientes como la vida diaria.
Desde luego que hasta aquí, en general, se está hablando de poesía, un género casi con tantas salvedades como autores existen... siempre y cuando tengan algo que decir. Más parecida a la alquimia que a la química, a la astrología que a la astronomía, la poesía evita las definiciones incluso con más insistencia que sus primos hermanos de la prosa, el cuento y la novela. La poesía es por definición un animal escurridizo: es una suerte de metasemántica en la que nada vale por lo que es, sino por lo que debería ser. Y tampoco esta definición vale para nada, si uno se la piensa bien.
Pero ¿qué es la inspiración?
El Diccionario de la Real Academia Española dice que la inspiración es, en primer lugar, la “acción y efecto de inspirar”, es decir “atraer el aire del exterior a los pulmones”. La segunda acepción es “ilustración o movimiento sobrenatural que Dios comunica a la criatura”. El salto conceptual es inmenso, pero interesante. La tercera es a la que deberíamos adherirnos: “Efecto de sentir el escritor, el orador o el artista aquel singular y eficaz estímulo que le hace producir espontánteamente, y como si lo que produce fuera cosa hallada de pronto y no buscada con esfuerzo.” La palabra “inspirar” tiene algunas acepciones que complementan la anterior: “Infundir o hacer nacer en el ánimo o la mente afectos, ideas, designios, etc.”, y también: “Iluminar Dios el entendimiento de uno o excitar y mover su voluntad”.
Lo que se infiere de las acepciones del DRAE es:
1. Dios inspira actos a los humanos y determina su voluntad.
2. La inspiración artística hace producir obras espontáneamente, y producirlas como si no se hubieran buscado con esfuerzo.
3. Uno puede introducir aire en sus pulmones gracias a la inspiración.
María Moliner, siempre más sensata, luego de repetir en irónicas cursivas la acepción del DRAE, dice que la inspiración es el “estado propicio a la creación artística o a cualquier creación del espíritu: ‘Se me ocurrió en un momento de inspiración’.” También es la “cualidad que da valor artístico a una obra: ‘Es una música correcta, pero sin inspiración’.”
Para Moliner, inspirar es “hacer surgir en alguien ideas creadoras: ‘Dice que aquel ambiente le inspira. El asunto para su drama se lo inspiró un suceso real’.”
Dentro de la lógica del lenguaje, “tomar aire” es la acepción que originó las acepciones menos mundanas. La idea de “tomar aire” antes de ponerse a escribir es más cercana a la realidad creativa del escritor (y en general de cualquier científico o pensador) que la influencia divina o la generación espontánea de ideas, temas y estructuras.
¿Qué es entonces la inspiración? Porque eso de “tomar aire” es a la postre igual de ambiguo que seguir los designios divinos o recibir las ideas de la nada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que la insparacion sea motivo de un
"procedimiento" es algo que si bien,
sea motivo no de analisis pero si de atencion,para nadie es ajeno la libreta eterna de apuntes que acompaña al ingenioso(no siendo este neceseriamente un privilegiado)mas me
imagino una:"imaginacion"que aparte de metodos y practicas solo seran a-
sistentes a una forma mas que peculiar e individual de ver la vida.
Tristan Tzara obedecicio y contensto a una respuesta muy dema-
siado obvia ante una una propuste que le salia de ganga evadia los precepetos mas claros y obligatoriamente "talentosos" y "academicos" y conceptualmemnte reafrmo una idea si bien valida hace 80 AÑÑÑÑOSSS,dio un par de de atajo para invlidos y opurtuinistas de la tecnica, bien se abre un foro sobre arte moderno y ortografia ambos los necesito.
La inspiracion cosa tan preciada y perseguda es hija de la imaginacion
que cda quien sintetie esa idea es lo yuca,bien inspiracion producto de años de trabajo con mis respetos
no lo creo,producto de un metodo,mas lejos aun,de donde aparece y cuando eso si le creo,(0BVIO LA IDE LA HA VENIDO MASCANDO SOLO,LA AJUSTA)pero que la musa divina se la susurre es si y no vos sabras,"señor perdonalos no sabeb lo que,hacen"


Tema harto dificil,mi apreciacion sincera y humilde.


Gracias y Saludos



BONAMPACK