6 de febrero de 2007

Otro otro yo


Sandra Aguilar encontró una foto mía que esperaba nadie hubiera visto, porque tiene dos características terribles: estoy contento y no tengo canas. La mandé a una catedrática de la Universidad de Casares, en Argentina, que usa textos míos para sus clases de literatura, Dios se apiade de su alma. Se pueden encontrar aquí la foto y los textos.
La foto fue tomada en Tempe (Arizona, a unas cuadras de Phoenix y de la Arizona State University) por allí de mayo o junio de 1999, en un sótano de la calle Mill donde se toca jazz. (El lugar está mencionado en Instrucciones para vivir sin piel.) Obviamente estoy contento (no sé si le esté permitido a los funcionarios públicos) y, parezca lo que parezca, sólo he tomado coca cola. Había un saxofonista muy bueno, que un par de veces me dijo que si no quería subirme a tocar o a cantar, y pos no, a esos niveles nunca llegué; lo que hacía por entonces era tocar blues y rocanrol de vez en cuando con una banda prestada. Y la banda de jazz sería una banda de bar, pero estaban perrísimos en eso de la jazzeada. A veces tenían como baterista a Dave Cook, un viejito delgado y que parecía a punto del ataque de tos, pero cuando se ponía detrás de su instrumento era un dios. Empezó con la banda de Art Blakey, y tocó con Barney Kessel, Herb Ellis (mi guitarrista favorito de jazz, por cierto) y Sonny Stitt, entre otras. (Había a unos pasos un bar donde se tocaba blues. Uno veía un grupo de vaqueros blancos, con botas texanas y sombreros Stetson, y decía: "Bueno, oír country no estará mal." Hasta que empezaban a tocar, los malditos... Si tenía algún prejuicio, Johny Winter aparte, que es texano y albino, allí se me quitaron.)
Lo de las canas es un poco más complicado. En junio-julio de 2000, con sólo unos pelos blancos en la barba (se ven en la foto), fui a Costa Rica a cuidar a mi padre durante un mes, porque se estaba muriendo. En ese mes me salió, digamos, la tercera parte de las que tengo ahora, no sólo en la barba sino también en la cabeza, que estaba casi intacta. Regresé a El Salvador para arreglar asuntos de trabajo y un domingo, quince días después, me llamó mi madre para que tomara el primer avión, y eso hice. La otra tercera parte me salió de un día para otro, entre la muerte de mi padre, que ocurrió el lunes, y mi despertar del día siguiente. Creí que esas cosas sólo pasaban en los cuentos de Edgar Allan Poe ("Un descenso dentro del Maëlstrom"), pero el día en que murió la abuela Mina, en abril de 2003, cuando me salió el resto, tuve la posibilidad de confirmar que no.
Claro que algunas de las canas han salido por simple edad y deterioro de materiales, pero juro que han sido pocas.
Va un fragmento de Instrucciones para vivir sin piel, que se cocinó por esos días:

El ambiente del desierto tampoco ayuda demasiado. Desde que puso un pie en la escalerilla del avión en Dallas para hacer el trasbordo hacia Phoenix sus manos se resecaron en un instante. Tocó sus codos y los sintió escamosos, y pensó que si jalaba una de esas escamas se abriría un surco en la piel hasta la muñeca o el dorso de la mano y se quedaría con una tira palpitante de tejido entre el índice y el pulgar. Sabe que no es posible, pero la idea le inquieta. No sabría qué hacer si tuviera que enfrentarse con la señora Tal y Tal con un dolor ácido como el que le provocaría arrancarse una tira de piel.
Sonríe –es decir: su boca se estira un poco–: debe comprar crema para que la piel no se quiebre y tome formas similares a las que ve todos los años desde el aire en Nuevo México: cientos de kilómetros de planicies cruzados por caminos paralelos que se ven como quedaría la piel de su brazo si jalara una escama, dos escamas, tres escamas de su codo con la rapidez suficiente para que la piel no ofreciera resistencia.
Pero debajo de su piel no hay tierra ni piedra ni fósiles quemados por el sol y la nieve y las eras, sino grasa y músculos vivos. Se pregunta si sangrará a chorros o sólo aparecerán algunas gotas de sangre que poco a poco formarán una costra uniforme que dejará trozos de desierto en su brazo.
Desvaría: ¿y si nevara en sus brazos?
Piensa en los picos nevados que vio desde el aire y decide que un poco de nieve en la boca, después de besar a la señora Tal y Tal, dejaría latente, apenas adormecida, la sensación de calor en el epitelio. Al pasar el frío, los labios ya no estarían tan frescos, y el calor de besarla otra vez sería terrible por contraste, y entonces la boca le serviría para decir palabras que nunca se ha atrevido a decir, y que ahora mismo no se atreve a pensar, por ejemplo “Estoy aquí porque la amo” o “Estoy aquí porque no tengo otro lugar donde estar” o “Estoy aquí, esperándola, porque verla todos los años, en la misma fecha, en la misma habitación, es tan bello como un infierno lleno de humedad” o por lo menos “He venido porque hay un sótano en la calle Mill donde toca Dave Cook, y después de oír a Dave Cook con su banda sólo se puede volver a la realidad entre los senos de una mujer, y ¿quién mejor que la querida señora Tal y Tal para vivir la experiencia?” Y siente que está a punto de llorar –aunque sonría– pues sabe por qué está allí. Mete la mano en el bolsillo del pantalón, saca el tubo de pomada y se la aplica rápidamente en los labios, con vergüenza.

8 comentarios:

Aldebarán dijo...

Con lo de la foto. sin comentarios ;-)

Me gusta el texto de Instrucciones.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

a) Eres un caballero, me cae.
b) Gracias.

blah dijo...

No te quejes de las canitas!!..pues es bien cierto que los hombres maduran mejor que las mujeres!!

Bueno asi dice la gente!!

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Agradezco el piropo y agradezco a la gente por inventarse cosas para cuando uno llega a la edad de "qué bien te ves". Mi padre decía que había cuatro edades para un hombre:
1. Infancia.
2. Adolescencia.
3. Adultez.
4. Qué bien te ves.
Y no me quejo de las canitas; me las he ganado, cómo no.
Gracias por escribir.

Anónimo dijo...

Por aquello de las casualidades o, mejor, de las melomanías: ¿has escuchado a Kevin Eubanks? Recomendado si acaso no.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Sip. El tipo se las sabe todas, o casi (el que se las sabe todas es Mike Stern). Lo que pasa es que más bien me gusta el bebop, y allí había de dos sopas: Joe Pass, que es perfecto el maldito, y Herb Ellis, que es malditamente bueno. Lo que me gusta de Ellis es que tiene mucha alegría y sentido del humor, como Charlie Parker cuando toca con Dizzie (y como Dizzie siempre). En YouTube hay unos videos extraordinarios, por cierto, que se me ha olvidado poner.
Otro que toca bien y está bien loco es Pat Martino. Siempre tiene algo chuequito en lo que tica que te hace poner la cabeza de ladito y preguntarte si va en serio. Al rato te das cuenta de que sí va en serio, y es sensacional.

Unknown dijo...

Diría que sorry por haber encontrado esta otra prueba de te reís con más frecuencia de lo q te imaginas, y peor todavía, hay un ojo más pendiente de ello, de lo que te imaginas... pero la verdad es que no voy a disculparme, porque no lo siento... digamos que fue algo así como el "DESTINO" el que me condujo hasta esta fotito y pues el Destino es el Destino, jajaja, otra foto más para agregar al mural de Rafael Menjívar, te digo, hay que ponerlo en la Casa del Escritor, jajajaja

Anónimo dijo...

Deberé escuchar algo de Pat Martino... ¿Te gustan los guitarristas fuera del ámbito del jazz? Digamos los que están inmersos en el metal. Hay ahí tipos que tocan de manera casi inhumana. Y que han lactado de la música clásica, desde luego. Si no te gusta el metal (por ejemplo Rhapsody, Adagio, Symphony X, que es de lo más exquisito que he escuchado) olvida este comentario.