Burócratas de la sinrazón
Los críticos son una fauna particular en el mundo de las artes. Su trabajo no se justifica por sí mismo: está necesariamente subordina¬do a lo que otro tenga a bien crear y poner a disposición del mundo. Llegan sin que los llamen, arquean la ceja y buscan por qué sí y por qué no; hablan de las obsesiones características de un autor sin consultar con éste o con su eventual psicoanalista, de lo que pudo estar mejor pero lástima que haya fallado; al final el nihil obstat, la excomunión o –el peor de los casos– la condes¬cendencia.
La crítica es una negación del arte: trata de explicar y reducir a razones lo que es, si auténtico, resultado de impulsos básicamente irracionales –no ciegos, no llegados en línea directa de ningún infierno– y de un largo y sinuoso proceso de errores y pruebas, trabajo al fin. Un escritor arriesga insomnios y lecturas; trabaja arduo y se muere a cada rato, se ríe; pesca lo que entiende por realidad, lo demuele y de sus restos reconstruye algo nuevo, un monstruo de Frankenstein que sale fuera del laboratorio a hacer de las suyas. Lo único que desea es que el monstruo guste o aterre, que viva el tiempo que el tiempo le conceda.
Los críticos no crean monstruos: los catalogan y dicen si los tornillos del cuello están bien puestos, pero no saben poner tornillos. Tienen razones que la sinrazón no acepta: convierten las obras en el resultado lógico de ciertas vivencias de la infancia, de ciertos patrones religiosos, de las entreguerras. Al final resulta que al autor se le ha inflado en demasía, que sólo era el exponente de una literatura menor, que simplemente estaba sujeto a determinismos que no era capaz de entender, y así qué chiste; sus libros no son para tanto, vistos desde esa perspectiva.
Los críticos de cine (con una o dos excepciones) ocupan un lugar particular en la escala de antipatías de quien esto escribe. Lo que podría ser una disciplina honrosamente subordinada se expresa como oficio de parasitismo: el tiburón se juega el pellejo para conseguir la comida, la rémora sólo se pega y chupa. Si el tiburón muere, si la propia rémora lo debilita y mata, se busca otro y santo remedio.
Paco Stanley, ideólogo de masas si los hay, lo dijo alguna vez: crítico es aquél que conoce todo acerca de las leyes del equilibrio, pero no sabe andar en bicicleta. Y de eso estamos hablando. (1993)
La crítica es una negación del arte: trata de explicar y reducir a razones lo que es, si auténtico, resultado de impulsos básicamente irracionales –no ciegos, no llegados en línea directa de ningún infierno– y de un largo y sinuoso proceso de errores y pruebas, trabajo al fin. Un escritor arriesga insomnios y lecturas; trabaja arduo y se muere a cada rato, se ríe; pesca lo que entiende por realidad, lo demuele y de sus restos reconstruye algo nuevo, un monstruo de Frankenstein que sale fuera del laboratorio a hacer de las suyas. Lo único que desea es que el monstruo guste o aterre, que viva el tiempo que el tiempo le conceda.
Los críticos no crean monstruos: los catalogan y dicen si los tornillos del cuello están bien puestos, pero no saben poner tornillos. Tienen razones que la sinrazón no acepta: convierten las obras en el resultado lógico de ciertas vivencias de la infancia, de ciertos patrones religiosos, de las entreguerras. Al final resulta que al autor se le ha inflado en demasía, que sólo era el exponente de una literatura menor, que simplemente estaba sujeto a determinismos que no era capaz de entender, y así qué chiste; sus libros no son para tanto, vistos desde esa perspectiva.
Los críticos de cine (con una o dos excepciones) ocupan un lugar particular en la escala de antipatías de quien esto escribe. Lo que podría ser una disciplina honrosamente subordinada se expresa como oficio de parasitismo: el tiburón se juega el pellejo para conseguir la comida, la rémora sólo se pega y chupa. Si el tiburón muere, si la propia rémora lo debilita y mata, se busca otro y santo remedio.
Paco Stanley, ideólogo de masas si los hay, lo dijo alguna vez: crítico es aquél que conoce todo acerca de las leyes del equilibrio, pero no sabe andar en bicicleta. Y de eso estamos hablando. (1993)
1 comentario:
Es que lo malo abunda, pues hay críticos acusiosos, descubridores incluso de talentos. La mayoría, sí, es parasitismo. Pero ocupan más tribunas y espacios en los medios de comunicaciones, que los mismos autores.
Y sobre esto de los críticos de cine, me hiciste recordar a Alberto Fuguet, quien confesó que se había cansado de ser tan... criminal en sus críticas para El Mercurio. Saludo.
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