Los abuelos Menjívar
Pues bien. ellos son (no eran: son) mis abuelos paternos: Carmen y Alfonso. El abuelo era mecánico, y trabajó como chofer desde los 15 años hasta los 70, poco más o menos. Comenzó transportando café en Santa Ana, de las fincas a los ingenios de los Regalado y los Álvarez en los viejos camiones Mack sin dirección hidráulica (tenía una fuerza extraordinaria, con todo y su 1.50 de estatura); luego fue chofer de don Tomás Regalado durante 37 años, hasta el suicidio de éste, ocurrido tras el asesinato de su hijo Ernesto, secuestrado por "El Grupo", que se convertiría en el Ejército Revolucionario del Pueblo. Su hijo menor, Miguel Regalado, también se suicidó. Unos días antes de hacerlo estuvo en casa (Ernesto y Miguel habían sido compañeros de juegos de mi padre, con todas las diferencias de clase), platicando con mi padre en el estudio. Le entregó un libro de poemas que se había publicado, en una edición de lujo empastada en tela: el heredero de la fortuna de los Regalado era poeta...
Cuando secuestraron a Ernesto Regalado, en 1971, el jefe de la Policía Nacional acusó públicamente a mi padre y a mi abuelo de estar involucrados, pues entre los responsables había un Carlos Adalberto Menjívar, que no era pariente nuestro. El viejo Regalado se lo creyó y dijo: "Que maten a esos hijueputas." Tuvieron que esconderse durante una semana, porque el asunto iba en serio y don Tomás estaba más que dolido por la supuesta traición de alguien a quien le había confiado su vida y la de sus hijos durante tantos años. Mi padre habló con Miguel y luego fue a hablar con el viejo, y todo se solucionó.
El abuelo era un tipo callado, y le gustaba jugar chivo, un juego de dados de reglas complicadísimas. Cada vez que se ponía a jugar con otros mecánicos, se metía un par de dados en la boca y usaban otro par. Más de una vez les cayó la policía y se los llevó presos. El abuelo me contaba que seguían el partido en las bartolinas, y que también el carcelero jugaba con ellos.
En 1943 se fue al Canal de Panamá, como estibador. Silver roll, obviamente. Hay una historia familiar muy linda por allí, que algún día contaré en alguna parte. (Ya está escrita; falta ver dónde ponerla.) Regresó en 1945, y además de algún dinero traía cosas para vender y muy pocas para regalar. Para la familia llevó un extractor de jugo de naranja, que nunca se usó y en algún momento debió venderse también. Mi padre me contaba que lo pusieron en un lugar muy visible de la casa, como un trofeo, pero que las naranjas se las comían así nomás, a mano. Fue en casa de los Regalado donde probó su primer jugo de naranja, a los 15 años, ya desaparecido el extractor. Me dio que su primera impresión fue que, bueno, el jugo no estaba mal, pero extrañaba chupar el bagazo y todo lo demás.
La abuela era una mujer extraordinaria. Hija de Ercilia Larín, quien quedó embarazada de un primo y fue sumariamente expulsada de la familia, sin que nadie de los Larín volviera a buscarla o a saber de ella. La abuela fue su segunda de sus cinco o seis hijos. Como la bisabuela no podía hacerse cargo de todos, los dio como hijos de casa. La abuela la conoció cuando tenía unos quince años, y la bisabuela estaba ciega, sola y en la miseria absoluta. Entonces se trazó dos objetivos: reunir a todos sus hermanos de madre y padre (eran como 12 o 14) y vengarse de los Larín. Se quitó su primer apellido y se dejó el segundo, Choto. El plan de venganza fue de lo más particular: toda su descendencia iba a estudiar.
Para el abuelo, las mujeres debían ser amas de casa y los hombres mecánicos, y de hecho el tío Juan aprendió el oficio. Para la abuela, todos debían estudiar, y eso significaba todos. Mis dos tías son maestras --la abuela también tenía sus limitaciones--, mi padre era economista, y no dejó de joderlo mientras no sacó un doctorado (después estudiaría otro en México, más el honoris causa que le dieron a los 36 años en la Universidad del Atlántico, en Colombia); el tío, con los pocos recursos de toda la familia, estudió agronomía en el Tecnológico de Monterrey. Regresó anémico y con un título, y luego sacó una maestría en Costa Rica y Chile. Y todavía se ocupó de que varios nietos estudiaran carreras, pagadas no sé cómo, porque de verdad eran pobres como ostras, de las que no tienen ni tendrán perlas. La idea contra los Larín era demostrarles que su descendencia podía llegar a ser "algo" sin necesidad de recurrir a lo que por sangre les habían quitado. (No digo que esté de acuerdo; digo que así pensaba la abuela.)
En 1977 la abuela se cayó de unas escaleras y se fracturó la cadera. En lugar de la depresión que suele darle a la gente cuando le pasa algo así, se dedicó a andar por la vida con muletas haciendo planes para veinte años después. Seguía haciendo planes para veinte años después cuando murió, a los 87, en enero de 1995, a causa de una neumonía. El abuelo vivió como pollito sin dueño durante un rato más, ya con rastros de demencia senil, que en su caso era una demencia de lo más pacífica; murió a los 91 en 1997.
La foto me la regalaron la última vez que los vi, en 1981, en México. Hablé con ellos por teléfono varias veces. Aún no he ido a sus tumbas, que sé dónde están, en qué zona de Jardines del Recuerdo; quizá no quiera terminar de despedirme.
Los diplomas que aparecen en la foto son de mi padre, del tío Juan y de mis primos René y Sonia. Son pruebas de que la venganza se consumó.
Cuando secuestraron a Ernesto Regalado, en 1971, el jefe de la Policía Nacional acusó públicamente a mi padre y a mi abuelo de estar involucrados, pues entre los responsables había un Carlos Adalberto Menjívar, que no era pariente nuestro. El viejo Regalado se lo creyó y dijo: "Que maten a esos hijueputas." Tuvieron que esconderse durante una semana, porque el asunto iba en serio y don Tomás estaba más que dolido por la supuesta traición de alguien a quien le había confiado su vida y la de sus hijos durante tantos años. Mi padre habló con Miguel y luego fue a hablar con el viejo, y todo se solucionó.
El abuelo era un tipo callado, y le gustaba jugar chivo, un juego de dados de reglas complicadísimas. Cada vez que se ponía a jugar con otros mecánicos, se metía un par de dados en la boca y usaban otro par. Más de una vez les cayó la policía y se los llevó presos. El abuelo me contaba que seguían el partido en las bartolinas, y que también el carcelero jugaba con ellos.
En 1943 se fue al Canal de Panamá, como estibador. Silver roll, obviamente. Hay una historia familiar muy linda por allí, que algún día contaré en alguna parte. (Ya está escrita; falta ver dónde ponerla.) Regresó en 1945, y además de algún dinero traía cosas para vender y muy pocas para regalar. Para la familia llevó un extractor de jugo de naranja, que nunca se usó y en algún momento debió venderse también. Mi padre me contaba que lo pusieron en un lugar muy visible de la casa, como un trofeo, pero que las naranjas se las comían así nomás, a mano. Fue en casa de los Regalado donde probó su primer jugo de naranja, a los 15 años, ya desaparecido el extractor. Me dio que su primera impresión fue que, bueno, el jugo no estaba mal, pero extrañaba chupar el bagazo y todo lo demás.
La abuela era una mujer extraordinaria. Hija de Ercilia Larín, quien quedó embarazada de un primo y fue sumariamente expulsada de la familia, sin que nadie de los Larín volviera a buscarla o a saber de ella. La abuela fue su segunda de sus cinco o seis hijos. Como la bisabuela no podía hacerse cargo de todos, los dio como hijos de casa. La abuela la conoció cuando tenía unos quince años, y la bisabuela estaba ciega, sola y en la miseria absoluta. Entonces se trazó dos objetivos: reunir a todos sus hermanos de madre y padre (eran como 12 o 14) y vengarse de los Larín. Se quitó su primer apellido y se dejó el segundo, Choto. El plan de venganza fue de lo más particular: toda su descendencia iba a estudiar.
Para el abuelo, las mujeres debían ser amas de casa y los hombres mecánicos, y de hecho el tío Juan aprendió el oficio. Para la abuela, todos debían estudiar, y eso significaba todos. Mis dos tías son maestras --la abuela también tenía sus limitaciones--, mi padre era economista, y no dejó de joderlo mientras no sacó un doctorado (después estudiaría otro en México, más el honoris causa que le dieron a los 36 años en la Universidad del Atlántico, en Colombia); el tío, con los pocos recursos de toda la familia, estudió agronomía en el Tecnológico de Monterrey. Regresó anémico y con un título, y luego sacó una maestría en Costa Rica y Chile. Y todavía se ocupó de que varios nietos estudiaran carreras, pagadas no sé cómo, porque de verdad eran pobres como ostras, de las que no tienen ni tendrán perlas. La idea contra los Larín era demostrarles que su descendencia podía llegar a ser "algo" sin necesidad de recurrir a lo que por sangre les habían quitado. (No digo que esté de acuerdo; digo que así pensaba la abuela.)
En 1977 la abuela se cayó de unas escaleras y se fracturó la cadera. En lugar de la depresión que suele darle a la gente cuando le pasa algo así, se dedicó a andar por la vida con muletas haciendo planes para veinte años después. Seguía haciendo planes para veinte años después cuando murió, a los 87, en enero de 1995, a causa de una neumonía. El abuelo vivió como pollito sin dueño durante un rato más, ya con rastros de demencia senil, que en su caso era una demencia de lo más pacífica; murió a los 91 en 1997.
La foto me la regalaron la última vez que los vi, en 1981, en México. Hablé con ellos por teléfono varias veces. Aún no he ido a sus tumbas, que sé dónde están, en qué zona de Jardines del Recuerdo; quizá no quiera terminar de despedirme.
Los diplomas que aparecen en la foto son de mi padre, del tío Juan y de mis primos René y Sonia. Son pruebas de que la venganza se consumó.
4 comentarios:
Saludos Rafa. Mi abuela murio hace dos años. Tenia 98 años cuando murió. Es una dicha que todavia puedas tener a tus abuelos vivos.
Por cierto. Ya agregue un diccionario literario a mis links para que no me agarres desprevenido. Cuidate.
Bueno... Vivos físicamente no están; murieron en 1995 y 1997. La abuela Mina murió hace casi tres años, y el abuelo Miguel murió en 1980. Eso sí, conocí a la bisabuela Dionisia, madre del abuelo Alfonso, y dicen que al bisabuelo Jacinto, su padre, pero a él no lo recuerdo.
La dedicatoria de la foto me conmovió.
La escribió la abuela, que llegó a segundo de secundaria, la más estudiada de los "Larín alternos". Y no era una muy buena secundaria...
El abuelo Alfonso llegó a segundo de primaria. Lo repitió varias veces: tenía que trabajar y lo dejaba a medio camino. Cuando uno le preguntaba por qué no había pasado de allí, contestaba que estaba enamorado de la maestra, y que lo corrieon cuando ya era adolescente, porque ya era peligroso.
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