Heriberto, sensibilidad y columna
El Suplemento cultural Tres Mil, del Diario CoLatino, publicó el sábado pasado un número dedicado al poeta y amigo Heriberto Montano, muerto el pasado 23 de agosto tras una casi fulminante esclerosis lateral amiotrófica, o "mal de Lou Gehrig". Hay poemas, cartas, artículos y fotos. Puede encontrarse, en PDF, en este link.
Como todas las revistas dedicadas al reciente fallecimiento de alguien, hay mucho sentimiento, que es un poco la idea de los homenajes hechos "al vuelo", y ese sentimiento compensa de algún modo el rigor literario. Es lógico: los textos no pueden pensarse mucho, no pueden ponerse en una gaveta o en un rincón del disco duro a descansar unos meses. El resultado son textos rápidos, aún muy cercanos al autor, es decir con poca elaboración.
Hay dos textos en especial que me sorprendieron, a pesar de tratarse de poemas "de ocasión". Uno puede encontrarse en la página 6, al centro y abajo, bajo el título "A la vida de Heriberto Montano", de Roger Guzmán, por cierto compañero de La Casa. Roger generalmente elabora sus poemas durante semanas, meses y --ahora-- años, y le gusta tener todo el control sobre el texto. Sus poemas son muy viscerales, porque es su intención transmitir esa visceralidad, a veces insoportablemente intensos. Ese poema es fuerte y, aunque está ligado en lo inmediato a la muerte de Heriberto, tiene cosas bien ejecutadas, mucho menos complejas de lo que Roger acostumbra, pero no desmerecen en calidad. Me sorprendió bastante.
El otro texto está en la página cinco y es de Consuelo Hernández, a quien no conozco. Me parece que tiene varios versos que le quitan fuerza al poema, y que podrían eliminarse para bien. Los primeros cinco versos y el terceto que está "suelto", con un espacio de por medio, dicen todo lo que se tiene que decir, y el resultado es notable.
Los comentarios, sobra decirlo, son muy personales, como lo es este blog, y no le estoy diciendo a nadie cómo escribir. Nada más me parece que allí hay dos textos muy buenos, y que a Heriberto le hubiera gustado leerlos, aunque Hernández dice que sí conoció el de ella.
Lo anterior sirva como preludio un tanto disperso a una observación ante un comentario que recibí de un amigo. La idea que me plantea es interesante y debatible.
Me pregunta --palabra más, palabra menos-- que si "enseño" sensibilidad social a los poetas de La Casa del Escritor, y a renglón seguido dice que a veces parece que no escribieran en El Salvador, sino en un país sin los problemas de El Salvador.
La respuesta es sencilla: en La Casa no se enseña nada; se aprende. El "método" es sencillo: plática, lectura de textos, comentario de textos, coca cola de dieta y pan dulce (el domingo pasado tocó galletas rellenas). Hay alguien que coordina el taller (yo en este caso, aunque podría ser otra persona), y lo hace porque tiene más experiencia que los demás, pero de hecho es una dinámica bastante horizontal. Peor todavía: hay compañeros que saben bastante más de y acerca de poesía que yo, y es lógico; mi campo es la narrativa.
Así como no se enseña a escribir, tampoco se enseñan temáticas ni se influye en las temáticas. Cada quién escribe absolutamente acerca de lo que quiere escribir, sea amor, religión, política, ecología o catástrofes cósmicas. Nunca nadie se mete con la temática, ni importa de dónde salieron las ideas, qué las provocó ni el proceso creativo. Importa el texto que está sobre la mesa (o sobre las rodillas o donde quieran ponerlo; eso tampoco se enseña), y sobre él se trabaja. La idea es entrar en la lógica del texto y ver qué tan efectivo es, o qué lo haría más efectivo. Se habla de preposiciones, sonidos, adjetivación, orden de los versos, lo que haga falta. O nada, porque hay textos realmente muy buenos, y es lógico: la mayoría ha pasado ya por un largo proceso de elaboración. A veces se habla de por qué está bien, qué recursos usa, lo que sea, y allí está ese "aprendizaje sin enseñanza": en la experiencia del texto mismo, en la valoración del trabajo ajeno y en la confrontación con el otro.
(Entre paréntesis: hace unos días encontré un verso que necesitaba para un poema que empecé hace veintisiete años. He estado haciendo notas y reconstruyendo cosas que eran bastante imprecisas y/o malas. Termine o no, quede bien o no, es algo que les debo a los compañeros.)
El asunto es bien sencillo: igual que e Harry Potter, en La Casa no hay aprendices de poetas: hay poetas que aún deben desarrollar lo que ya traen. Sería una falta de respeto cuestionar cosas que no sean estrictamente técnicas; allí no se llega a lucirse a costa de los textos ajenos, sino a ver los textos ajenos como si fueran propios. Ante todo se respeta el trabajo que ha llevado elaborar un poema, y uno entiende que hay niveles y que puede haber un excelente poema de un compañero nuevo que no desmerece la calidad del de un "veterano". Cada quién en su lugar y en su momento; la idea es evolucionar constantemente.
Cuando un compañero (o compañera, para ser correctos) termina una "unidad" (un poemario bien estructurado, digamos) abandona el taller y va por su cuenta. Algunos siguen llegando, pero sus textos --salvo excepciones-- no pasan por la crítica colectiva, aunque tienen todo el derecho de comentar los textos ajenos. Generalmente sus textos son comentados con compañeos que ya terminaron su unidad, conmigo o con amigos de mayor experiencia que llegan de vez en cuando. Es todo un rollo del que hablaré después.
¿Se enseña sensibilidad social en La Casa? Pues no. Cada quién sabe para qué usa su sensibilidad. Roger, por ejemplo, desde un principio dijo que él quería hacer panfletos, y que los haría bien. Y en ésas anda, aunque no hace panfletos, sino poemas acerca de cosas que le preocupan. Las preocupaciones de los demás son también muy personales, y no sería correcto meterse con ellas. Es como tratar de cuadricular el arcoiris: se puede, pero algo se jode en el paisaje. O sea que cada quién hace lo que le parece bien y correcto.
¿Cómo se escribe o se debería escribir en El Salvador? Lo ideal sería que bien, más allá de las temáticas. No veo que un poema "social" tenga más valor que un poema de amor sólo porque uno nació en un lugar y no en otro. Si sólo los alemanes pueden escribir sobre ciertos temas, y los salvadoreños sólo acerca de otros, mejor me dedico a otra cosa. Sería aburridísimo saber de antemano de qué va a tratar lo que escribo, y más aún escribir con machote.
Allí está la respuesta y pasamos a mi columna de esta semana en Centroamérica 21, que es precisamente la número 21, y el número dela revista también. Puede encontrarse en este link, y también a continuación:
El crimen: ser o dejar de ser
Rafael Menjivar Ochoa
Los órganos del estado tienen como misión fundamental dar coherencia a la sociedad, y son –o deben ser– neutrales con respecto al complejo tejido de clases, grupos e individuos que la integran. Por eso las instituciones se mueven en márgenes estrechos, y por eso existen –o deben existir– puertas y candados legales que garanticen su funcionamiento más allá de preferencias o ideologías.
En una democracia representativa, los gobiernos son administradores incidentales del aparato de estado. Siempre se supone que existe una alternancia en el poder, o los mecanismos para que exista, y dependerá de los electores ejercerla o no.
Lo importante es que los aparatos de estado están diseñados para administrar los asuntos de toda la sociedad, de cada uno de sus grupos e individuos, según leyes y regulaciones generales y particulares que se suponen bien codificadas y encuentran su base en la Constitución Política. Ése es uno de los candados más importantes para la preservación de la coherencia del estado: la Constitución. Ninguna ley secundaria puede pasar por encima de ella, ignorarla o interpretarla si no es en términos estrictos y también preestablecidos.
El gobierno en turno no sólo trabaja –o no debería– para ciertos sectores sociales, ideológicos, gremiales, etcétera. Gobierna para todos los que vivan en el territorio en el que tiene jurisdicción. Esto incluye a patrones, desempleados, trabajadores públicos y privados, vendedores ambulantes, etcétera, pero también a sectores marginales, disidentes y alternativos. También debe gobernar para quienes se mueven en los márgenes de la legalidad, como delincuentes y criminales.
Aunque suene contradictorio, no se trata de que gobierne “contra” ellos, sino “para” ellos, por el simple hecho de que forman parte humana y activa de la sociedad, y porque, del modo que se quiera, son producto de ella. La prueba la constituyen las propias leyes e instituciones: códigos penales y civiles, juzgados especializados, instituciones penitenciarias, una policía con divisiones y atribuciones, abogados defensores y fiscales, órganos de regulación de la función pública...
La criminalidad no es algo excepcional; está prevista, así como los mecanismos para evitarla y combatirla. No es una excepción, sino parte del entramado social, y hay márgenes “tolerables” contra los que el aparato de estado se encuentra listo –o debería– para actuar. No es algo deseable; simplemente es.
El cada vez más grave problema de la criminalidad en El Salvador podría atribuirse a la ineficacia de los últimos gobiernos y a la falta de un plan estratégico efectivo. Algo habrá de cierto, pero el asunto parece más profundo.
La premisa básica sobre la que funcionaron –o más bien no han funcionado– los planes Mano Dura y Súper Mano Dura, y últimamente la Ley Antiterrorista, es que la criminalidad es ajena a la sociedad: elementos externos tratan de romper un orden que básicamente funciona bien. Peor aún: los problemas sociales y las disidencias políticas, a partir de cierto punto –un punto bastante pantanoso– son parte de esa criminalidad.
La concepción es una extensión de la que manejaban los gobiernos de la guerra: grupos manejados y financiados desde el exterior amenazan la integridad nacional. Y la guerrilla podía tener todo el apoyo exterior que se quisiera –como lo tuvo el sistema–, pero sus raíces y su combustible estaban dentro del país.
El problema es que el combate a la criminalidad se da desde la represión, no desde la búsqueda y corrección de los factores que la provocan, y que la simple represión no logrará encarar. El endurecimiento de penas, las leyes de excepción, la violencia excesiva, generan irritación social, que derivará en índices más altos de criminalidad, pero también de disidencia social y política.
Esta concepción punitiva, que ve el crimen y la disidencia –identificada con el delito– como algo externo, explica en cierta medida la ineficacia de ciertos tramos del sistema legal, como la actuación de la Policía Nacional Civil y la Fiscalía: lo que buscan no está allí, y lo que encuentran no tiene que ver con lo que buscan.
Lo que hay, en ocasiones, es un estado de guerra de una sociedad contra sí misma, no una sociedad que busca el equilibrio, como cualquier sociedad.
Por un motivo u otro, el tema ofrece réditos políticos a los partidos, se coloquen éstos del lado en que se coloquen; en semanas anteriores hubo escaramuzas preelectorales que dejaron cartas al descubierto. El riesgo, entonces, es tener a una sociedad rehén del sistema de justicia que debería protegerlo, y que el crimen –o lo que se coloque en su lugar– pase a formar parte de las costumbres del estado y sea un arma política, no ese lado oscuro previsible, pero no necesario.
Como todas las revistas dedicadas al reciente fallecimiento de alguien, hay mucho sentimiento, que es un poco la idea de los homenajes hechos "al vuelo", y ese sentimiento compensa de algún modo el rigor literario. Es lógico: los textos no pueden pensarse mucho, no pueden ponerse en una gaveta o en un rincón del disco duro a descansar unos meses. El resultado son textos rápidos, aún muy cercanos al autor, es decir con poca elaboración.
Hay dos textos en especial que me sorprendieron, a pesar de tratarse de poemas "de ocasión". Uno puede encontrarse en la página 6, al centro y abajo, bajo el título "A la vida de Heriberto Montano", de Roger Guzmán, por cierto compañero de La Casa. Roger generalmente elabora sus poemas durante semanas, meses y --ahora-- años, y le gusta tener todo el control sobre el texto. Sus poemas son muy viscerales, porque es su intención transmitir esa visceralidad, a veces insoportablemente intensos. Ese poema es fuerte y, aunque está ligado en lo inmediato a la muerte de Heriberto, tiene cosas bien ejecutadas, mucho menos complejas de lo que Roger acostumbra, pero no desmerecen en calidad. Me sorprendió bastante.
El otro texto está en la página cinco y es de Consuelo Hernández, a quien no conozco. Me parece que tiene varios versos que le quitan fuerza al poema, y que podrían eliminarse para bien. Los primeros cinco versos y el terceto que está "suelto", con un espacio de por medio, dicen todo lo que se tiene que decir, y el resultado es notable.
Los comentarios, sobra decirlo, son muy personales, como lo es este blog, y no le estoy diciendo a nadie cómo escribir. Nada más me parece que allí hay dos textos muy buenos, y que a Heriberto le hubiera gustado leerlos, aunque Hernández dice que sí conoció el de ella.
Lo anterior sirva como preludio un tanto disperso a una observación ante un comentario que recibí de un amigo. La idea que me plantea es interesante y debatible.
Me pregunta --palabra más, palabra menos-- que si "enseño" sensibilidad social a los poetas de La Casa del Escritor, y a renglón seguido dice que a veces parece que no escribieran en El Salvador, sino en un país sin los problemas de El Salvador.
La respuesta es sencilla: en La Casa no se enseña nada; se aprende. El "método" es sencillo: plática, lectura de textos, comentario de textos, coca cola de dieta y pan dulce (el domingo pasado tocó galletas rellenas). Hay alguien que coordina el taller (yo en este caso, aunque podría ser otra persona), y lo hace porque tiene más experiencia que los demás, pero de hecho es una dinámica bastante horizontal. Peor todavía: hay compañeros que saben bastante más de y acerca de poesía que yo, y es lógico; mi campo es la narrativa.
Así como no se enseña a escribir, tampoco se enseñan temáticas ni se influye en las temáticas. Cada quién escribe absolutamente acerca de lo que quiere escribir, sea amor, religión, política, ecología o catástrofes cósmicas. Nunca nadie se mete con la temática, ni importa de dónde salieron las ideas, qué las provocó ni el proceso creativo. Importa el texto que está sobre la mesa (o sobre las rodillas o donde quieran ponerlo; eso tampoco se enseña), y sobre él se trabaja. La idea es entrar en la lógica del texto y ver qué tan efectivo es, o qué lo haría más efectivo. Se habla de preposiciones, sonidos, adjetivación, orden de los versos, lo que haga falta. O nada, porque hay textos realmente muy buenos, y es lógico: la mayoría ha pasado ya por un largo proceso de elaboración. A veces se habla de por qué está bien, qué recursos usa, lo que sea, y allí está ese "aprendizaje sin enseñanza": en la experiencia del texto mismo, en la valoración del trabajo ajeno y en la confrontación con el otro.
(Entre paréntesis: hace unos días encontré un verso que necesitaba para un poema que empecé hace veintisiete años. He estado haciendo notas y reconstruyendo cosas que eran bastante imprecisas y/o malas. Termine o no, quede bien o no, es algo que les debo a los compañeros.)
El asunto es bien sencillo: igual que e Harry Potter, en La Casa no hay aprendices de poetas: hay poetas que aún deben desarrollar lo que ya traen. Sería una falta de respeto cuestionar cosas que no sean estrictamente técnicas; allí no se llega a lucirse a costa de los textos ajenos, sino a ver los textos ajenos como si fueran propios. Ante todo se respeta el trabajo que ha llevado elaborar un poema, y uno entiende que hay niveles y que puede haber un excelente poema de un compañero nuevo que no desmerece la calidad del de un "veterano". Cada quién en su lugar y en su momento; la idea es evolucionar constantemente.
Cuando un compañero (o compañera, para ser correctos) termina una "unidad" (un poemario bien estructurado, digamos) abandona el taller y va por su cuenta. Algunos siguen llegando, pero sus textos --salvo excepciones-- no pasan por la crítica colectiva, aunque tienen todo el derecho de comentar los textos ajenos. Generalmente sus textos son comentados con compañeos que ya terminaron su unidad, conmigo o con amigos de mayor experiencia que llegan de vez en cuando. Es todo un rollo del que hablaré después.
¿Se enseña sensibilidad social en La Casa? Pues no. Cada quién sabe para qué usa su sensibilidad. Roger, por ejemplo, desde un principio dijo que él quería hacer panfletos, y que los haría bien. Y en ésas anda, aunque no hace panfletos, sino poemas acerca de cosas que le preocupan. Las preocupaciones de los demás son también muy personales, y no sería correcto meterse con ellas. Es como tratar de cuadricular el arcoiris: se puede, pero algo se jode en el paisaje. O sea que cada quién hace lo que le parece bien y correcto.
¿Cómo se escribe o se debería escribir en El Salvador? Lo ideal sería que bien, más allá de las temáticas. No veo que un poema "social" tenga más valor que un poema de amor sólo porque uno nació en un lugar y no en otro. Si sólo los alemanes pueden escribir sobre ciertos temas, y los salvadoreños sólo acerca de otros, mejor me dedico a otra cosa. Sería aburridísimo saber de antemano de qué va a tratar lo que escribo, y más aún escribir con machote.
Allí está la respuesta y pasamos a mi columna de esta semana en Centroamérica 21, que es precisamente la número 21, y el número dela revista también. Puede encontrarse en este link, y también a continuación:
El crimen: ser o dejar de ser
Rafael Menjivar Ochoa
Los órganos del estado tienen como misión fundamental dar coherencia a la sociedad, y son –o deben ser– neutrales con respecto al complejo tejido de clases, grupos e individuos que la integran. Por eso las instituciones se mueven en márgenes estrechos, y por eso existen –o deben existir– puertas y candados legales que garanticen su funcionamiento más allá de preferencias o ideologías.
En una democracia representativa, los gobiernos son administradores incidentales del aparato de estado. Siempre se supone que existe una alternancia en el poder, o los mecanismos para que exista, y dependerá de los electores ejercerla o no.
Lo importante es que los aparatos de estado están diseñados para administrar los asuntos de toda la sociedad, de cada uno de sus grupos e individuos, según leyes y regulaciones generales y particulares que se suponen bien codificadas y encuentran su base en la Constitución Política. Ése es uno de los candados más importantes para la preservación de la coherencia del estado: la Constitución. Ninguna ley secundaria puede pasar por encima de ella, ignorarla o interpretarla si no es en términos estrictos y también preestablecidos.
El gobierno en turno no sólo trabaja –o no debería– para ciertos sectores sociales, ideológicos, gremiales, etcétera. Gobierna para todos los que vivan en el territorio en el que tiene jurisdicción. Esto incluye a patrones, desempleados, trabajadores públicos y privados, vendedores ambulantes, etcétera, pero también a sectores marginales, disidentes y alternativos. También debe gobernar para quienes se mueven en los márgenes de la legalidad, como delincuentes y criminales.
Aunque suene contradictorio, no se trata de que gobierne “contra” ellos, sino “para” ellos, por el simple hecho de que forman parte humana y activa de la sociedad, y porque, del modo que se quiera, son producto de ella. La prueba la constituyen las propias leyes e instituciones: códigos penales y civiles, juzgados especializados, instituciones penitenciarias, una policía con divisiones y atribuciones, abogados defensores y fiscales, órganos de regulación de la función pública...
La criminalidad no es algo excepcional; está prevista, así como los mecanismos para evitarla y combatirla. No es una excepción, sino parte del entramado social, y hay márgenes “tolerables” contra los que el aparato de estado se encuentra listo –o debería– para actuar. No es algo deseable; simplemente es.
El cada vez más grave problema de la criminalidad en El Salvador podría atribuirse a la ineficacia de los últimos gobiernos y a la falta de un plan estratégico efectivo. Algo habrá de cierto, pero el asunto parece más profundo.
La premisa básica sobre la que funcionaron –o más bien no han funcionado– los planes Mano Dura y Súper Mano Dura, y últimamente la Ley Antiterrorista, es que la criminalidad es ajena a la sociedad: elementos externos tratan de romper un orden que básicamente funciona bien. Peor aún: los problemas sociales y las disidencias políticas, a partir de cierto punto –un punto bastante pantanoso– son parte de esa criminalidad.
La concepción es una extensión de la que manejaban los gobiernos de la guerra: grupos manejados y financiados desde el exterior amenazan la integridad nacional. Y la guerrilla podía tener todo el apoyo exterior que se quisiera –como lo tuvo el sistema–, pero sus raíces y su combustible estaban dentro del país.
El problema es que el combate a la criminalidad se da desde la represión, no desde la búsqueda y corrección de los factores que la provocan, y que la simple represión no logrará encarar. El endurecimiento de penas, las leyes de excepción, la violencia excesiva, generan irritación social, que derivará en índices más altos de criminalidad, pero también de disidencia social y política.
Esta concepción punitiva, que ve el crimen y la disidencia –identificada con el delito– como algo externo, explica en cierta medida la ineficacia de ciertos tramos del sistema legal, como la actuación de la Policía Nacional Civil y la Fiscalía: lo que buscan no está allí, y lo que encuentran no tiene que ver con lo que buscan.
Lo que hay, en ocasiones, es un estado de guerra de una sociedad contra sí misma, no una sociedad que busca el equilibrio, como cualquier sociedad.
Por un motivo u otro, el tema ofrece réditos políticos a los partidos, se coloquen éstos del lado en que se coloquen; en semanas anteriores hubo escaramuzas preelectorales que dejaron cartas al descubierto. El riesgo, entonces, es tener a una sociedad rehén del sistema de justicia que debería protegerlo, y que el crimen –o lo que se coloque en su lugar– pase a formar parte de las costumbres del estado y sea un arma política, no ese lado oscuro previsible, pero no necesario.
2 comentarios:
Pues a mi la "sensibilidad social" me la "enseñaron" desde niño, por cierto fue mi padre y en la adolescencia a lo sumo, luego caminé solito en mi "sensibilización social", cada quien ha aprendido una sensibilidad diferente por lo que ésta es relativa. Yo escribo sobre lo que me da ganas escribir, y trato de hacerlo lo mejor posible a través del aprendizaje que adquiero domingo tras domingo en el taller. Si quiero escribir sobre temas relacionados a la "sensibilidad social", pues lo hago y ya lo he hecho y si quiero escribir sobre "las piedras", también lo hago. No veo por qué en un taller literario deba "enseñarse" sensibilidad, debe en todo caso aprenderse "literatura". Es una cuestión de hacer lo que a uno le gusta:escribir,trabajar y respetar el trabajo haciéndolo lo mejor posible.
Me encanta la forma en que describes lo que se hace en la Casa. Es lo que hacemos y de eso se aprende.
Un abrazo, los extraño.
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