28 de septiembre de 2007

Charles de Gaulle. Profesión: aeropuerto

Es cierto: una cosa es volar y otra volar en un 747. ¡Qué poder de animal! Quizá otro día hable de eso; ahora hay temas no tan trascendentes, pero sí más urgentes.
Me di cuenta de que estaba viajando hacia otra cultura a la hora de la cena. Sirvieron una miscelánea de cosas que no tenían nada que ver entre sí (pescado con espinacas, un Danonino, lo que fuera con tal de llenar la bandeja); supongo que la idea era que durara mucho y llenara a la gente para que se durmiera, porque un tirón de nueve horas y media no es así nomás. El asunto fue a la hora de servir el pan.
Una y un sobrecargos repartían las bandejas de comida y listo, uno las abría y hacía lo que tuviera que hacer (comer). Pero había un solo sobrecargo encargado de servir el pan, con una canasta forrada con un mantel muy bonito, bastante solemne en su tarea. Asiento por asiento ofrecía la canasta, agarraban un pan y luego ofrecía al que siguiera.
No es que se tratara de un pan fuera de serie; era un pan mexicano, tan bueno como sólo lo puede ser el pan mexicano (de preferencia el de Puebla). Era la actitud. Era de respeto al pan y al que lo tomaba, de respeto a la tarea de repartir el pan. Me terminé el mío y aún me quedaba comida, así que el sobrecargo me ofreció otro, en el mismo estilo, y lo acepté con gusto.
Eso fue como a la una de la mañana. El desayuno fue a las cuatro y media de la tarde, merced al cambio de horarios, tras un sueño que en mi caso fue azaroso; no me gusta dormir en aviones ni autobuses.
Igual: un desayuno con las cosas más disparadas y alguien ofreciendo unos pequeños bollos de pan, igual que la noche anterior.
No sé qué signifique eso; digo que me llamó la atención. Ya habrá tiempo de enterarse.
Luego del aterrizaje y recoger la maleta, a ver a Thierry y a Alain en la entrada (ya había visto antes a Thierry por los ventanales y nos saludamos y todo). Antes de encender el primer cigarro tras una pila de horas de abstinencia, a sacar los libros y revistas que les traía y, claro, a tomar la primera foto, yo con la versión francesa del Breve recuento de todas las cosas, él con la salvadoreña.

Sí, mucho orgullo de ambos, creo, por una amistad y una relación de trabajo que ya va por los veinte años. Por allí debe haber fotos similares a ésta, tomadas en años diferentes, siendo ambos otras personas --y esencialmente las mismas--, siempre con ganas de seguirle y de platicar.
Le traía también algunas cosas a Carlos Ábrego, y le pregunté si podría llegar al aeropuerto por ellas, para no tener que cargarlas --y quizá que se deterioraran-- de aquí al 16 de octubre, que es cuando planeamos vernos para conocer los viejos sitios de mi padre en París. Me dijo que era difícil, por el trabajo, pero que lo intentaría.

¡Y lo logró! Lo habían mandado a una puerta diferente, y casi por casualidad me vio pasar en uno de los tantos y tan largos pasillos del aeropuerto Charles de Gaulle. Fueron cuatro horas de plática bastante agradable, que incluyó una minuciosa explicación de Alain Mala acerca de mi recorrido por no sé cuántas ciudades y por dos festivales (Biarritz y Belles Latinas), además de las cosas que tengo que hacer con él en Le Mans y con Thierry en Reims.
Alain no aparece en las fotos, injustamente, porque a él le tocó tomarlas. O sea que sí está presente, en calidad de ojo.
En el avión de París a Biarritz quedé al lado de un viejo escocés, con acento de viejo escocés, que igual podía ser maestro de escuela retirado que el agente más peligroso del MI-6. Una plática bien agradable acerca de las bebidas de toda América Latina, y en especial del scotch (que en escocia es simplemente whisky). Me dijo que el whisky es el sol que se embotella en los días bonitos para que haya luz en los días sombríos.
Luego, pasó por mí uno de los choferes del Festival. Simpatiquísimo: él no hablaba palabra de español, y yo poco menos de francés. Así que empezamos a darnos lecciones básicas para entendernos, y terminamos botados de risa. En el hotel donde estoy, que desde luego se llama Windsor, me di un baño y pasó por mí François Delprat, el responsable de la parte literaria del Festival, académico de La Sorbona y especialista en literatura latinoamericana, para irnos a cenar. Él estará mañana en el panel donde se hablará acerca de mis libros publicados en Francia, pero hoy nos dedicamos más bien a cenar y a que me contara cómo funciona el asunto. Conocí también al cuentista y poeta mexicano Fabio Morábito, también invitado, y nos caímos bien. De las formalidades pasamos a las carcajadas. Me gusta eso: me he pasado en medio de carcajadas. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Me dijo el dependiente del hotel --que habla menos español que yo francés-- que no hay más que una computadora en todo el hotel, que sólo la que estaba usando una señora que se queda hasta muy de madrugada chateando y haciendo vaya a saber qué. Encendí la Vaio (que sin duda es verde) en mi cuarto, para estrenar el adaptador y escribir esto en el Word, y resulta que en la habitación hay internet inalámbrico. Lento, pero gratuito. Y aquí estoy, pasaditas las dos de la mañana, casi listo para dormir, pero no sin mandar el reporte de un día larguísimo y lleno de amigos.
Un detalle curioso: aunque lo tengo configurado para que funcione en español, Blogger cambió por su cuenta al francés. Lo dejo así port obvias cuestiones de exotismo.

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