Salarrué y el presidente Molina
En el primer párrafo del estudio introductorio a la Narrativa completa de Salarrué (tomo I, DPI, San Salvador, 1999), Ricardo Roque Baldovinos afirma:
La aseveración es muy fuerte, pero está sustentada con una cita hemerográfica, que al pie de la página dice:
Ricardo Roque, como académico que es, sustenta su afirmación en una fuente escrita, publicada y no contradicha, al menos hasta la fecha de la edición del libro. Es lo que un acadámico hace: buscar documentación, manejarla, cotejarla, sustentarla, contrastarla y citarla en el contexto adecuado. En general los cotejos y sustentaciones de los datos obtenidos en un libro --o revista o periódico-- se encuentran en otro libro --o revista, etc.--, y eventualmente en entrevistas con personas cercanas al personaje del que se habla. Si existe una sola fuente de información y no se ha encontrado una contraparte, hay de dos: se arriesga uno a darla por cierta, y que Dios lo ayude, o hace constar que es la única fuente que se halló y que, por el contexto o la calidad de la información o lo que sea, vale la pena mencionarla. Si hay dos fuentes, se indican ambas; si hay más, uno tiende a creer que los datos son ciertos, y si hay fuentes en contra, pues se hace lo que se puede. Ése es el asunto siempre en cosas de investigación: se hace lo que se puede, tenga uno o no toda la información que necesita y todas las fuentes correspondientes, bien checadas, peinadas y contrastadas.
Lo que quiero decir es que Ricardo Roque encontró en un artículo de un semanario una afirmación que le pareció adecuada para comenzar su estudio; el objetivo --supongo, porque no he hablado de eso con él-- fue dar una idea clara de la personalidad de Salarrué. Y está bien: le apostó a esa fuente, y supongo que habrá hallado quien la complementara --de palabra, mediante otros escritos-- o no se hubiera arriesgado a decir que Salarrué se negó a recibir a Molina. La pregunta es de dónde sacó la información su fuente, Ricardo Aguilar, porque al parecer la afirmación no es exacta, y quizá tampoco cierta.
Mi fuente no es académica: es don Tomás, el señor que nos ayuda en La Casa del Escritor con el jardín, quien trabajó con Salarrué desde sus trece años hasta la muerte del escritor; ahora tiene cerca de 60 años. Lo interesante es que don Tomás vivió en Villa Montserrat desde la llegada de la familia Salazar Lardé, en 1961 o 62, hasta que CONCULTURA compró la casa, en 2003. No se movió de allí en más de cuarenta años, e incluso trabajó eventualmente para Aguilar y para el padre de éste, según me cuenta, en cosas de jardinería.
También me cuenta que Salarrué sí recibió al presidente Arturo Armando Molina en 1975, el año de su muerte. No se negó a recibirlo; no era su estilo.
Dice que cierta noche llegaron varios carros con guardaespaldas, que se posicionaron alrededor de la Villa Montserrat --ahora sede de La Casa del Escritor--, y llegó Molina. Saludó, lo anunciaron con Salarrué --imagino que su hija Maya--, subió a su recámara y se quedó conversando con él durante un tiempo indefinido, pero largo. Cuando bajó, ordenó que se instalara un teléfono, para mantenerse en contacto con Salarrué y para que éste no estuviera incomunicado. La anécdota divertida es que, una hora después de que se fuera la comitiva, apareció un guardaespaldas que estaba colocado en el obelisco, a la entrada del Parque Balboa, a una cuadra de la Villa Montserrat. Llegó preguntando si ya se habían ido los demás. Y, sí, lo habían olvidado. Un rato después regresarían por él. Además, la línea telefónica se instalaría al día siguiente, en una época en que uno tenía que esperar meses.
Molina regresaría unas semanas o días antes de la muerte de Salarrué, ocurrida el 27 de noviembre de 1975, y también fue recibido.
¿La reflexión? Debe existir alguna y, con todo el respeto que le tengo a Ricardo (hace algunos posts hablaba de él aquí) me permito un par de observaciones.
Una de ellas es que los académicos en general, y en especial los de las letras, se mueven en un universo de libros y escritos diversos, de los que extraen toda o casi toda la información que utilizan en sus trabajos. Suena lógico: el mundo de los libros se mueve dentro de los libros. El peligro, me parece, es que lo que está escrito no necesariamente tendrá que ver con toda la realidad de la literatura, o de la gente que la hace. Una plática con don Tomás --que allí estuvo todo ese tiempo-- hubiera bastado para enterarse de --al menos-- una versión diferente a la que maneja Ricardo Aguilar. Allí vendría una decisión importante: ¿a quién creerle? ¿A un jardinero que vivió su adolescencia y parte de su adultez con Salarrué o a alguien que era el depositario de la obra del artista? En lo personal, porque lo conozco, confío en don Tomás, y los detalles son tan vívidos que no tengo por qué ponerlos en duda. Igual Ricardo Aguilar tendrá sus fuentes, pero hay algo seguro: no estaba allí. Los únicos testigos fueron Maya --quien murió hace una docena de años-- y don Tomás.
Otra observación es la confiabilidad de los textos que se consultan. Allí el asunto es mucho más espinoso y prefiero no meterme en ese terreno por ahora.
No sé qué tan importante sea el detalle de que Salarrué se haya negado o no a recibir a un presidente de la república. En rigor, me da la impresión de que no es importante por sí mismo, sino por lo que transmite de parte de alguien tan emblemático como Salarrué. Negarse a recibir a Molina mostraba claramente la posición de rebeldía de un escritor moribundo sumido en la pobreza; si se toma ideológicamente, que lo recibiera significaría que daba su brazo a torcer ante un sistema autoritario, y eso lo vuelve casi indigno ante gente que no ve muchos matices en las relaciones entre las personas. Quizá Molina simplemente llegó para enterarse de la salud del enfermo --seguro leyó sus cosas, como cualquier salvadoreño--, conversó con él, se preocupó de que estuviera incomunicado y mandó a ponerle un teléfono. Y Salarrué lo recibió porque lo recibió, conversó con él y le dio las gracias. Tan simple. Y no hay que olvidar algo importante: Salarrué fue empleado público durante una buena parte de su vida.
Hay un "desaire" de Salarrué que recuerdo muy bien, pero creo que nadie lo tomó como tal.
En 1970, antes de que mi padre fuera rector, planeó junto con Ítalo López Vallecillos un homenaje a Salarrué y a Claudia Lars, que incluía la publicación de la narrativa completa del primero (editada por Hugo Lindo, en dos tomos) y de las obras escogidas de la segunda. Cuando mi padre tomó posesión, y antes de que Ítalo se fuera a Costa Rica a fundar EDUCA, se lanzaron carteles, se hizo publicidad, se publicaron artículos y qué sé yo. Sólo se alcanzó a sacar el primer tomo de los libros de cada uno, pero igual se armó el homenaje. (El tomo II de Salarrué acababa de imprimirse cuando se dio la ocupación de la UES, en julio de 1972. Sólo circularon algunos ejemplares. En las ruedas de prensa se presentaba, junto con los poemas de Claudia Lars y las obras de Masferrer y Gavidia, como ejemplo de la propaganda subversiva que se publicaba en la universidad. Dato curioso: el presidente era Molina, quien había tomado posesión el 1 de julio, dieciocho días antes.)
--Salarrué no va a ir --le decía Ítalo a mi padre--. Hay que hacer el homenaje, pero no va a ir. Así es él.
Un día mi padre me llevó al Parque Balboa a comer garrapiñadas y a dar una vuelta por el laberinto y qué sé yo. (Tenía 11 años.) De regreso estacionó el viejo Volvo que teníamos afuera de la casa de Salarrué. Me dijo que lo esperara, con todo y lo que insistí en conocerlo. Me quedé en el carro y vi cómo tocó y entró, se estuvo unos minutos dentro y salió de nuevo. Ni una mirada al viejo.
--Creo que lo convencí --me dijo.
El día del homenaje sólo llegó Claudia Lars, como había anunciado Ítalo. Incluso esperaron durante un rato a Salarrué, por si cambiaba de opinión. Nada.
Esa noche, me dijo don Tomás, se quedó viendo la televisión.
Salarrué moría el 27 de noviembre de 1975. Por entonces, su situación pecuniaria era difícil. Pero sabía sobrellevar la pobreza con dignidad. Unos meses antes se había negado a recibir al presidente de turno, el coronel Arturo Armando Molina, quien a cambio de fotografiarse junto al enfermo, habría intercedido para aliviar sus apuros.
La aseveración es muy fuerte, pero está sustentada con una cita hemerográfica, que al pie de la página dice:
Aguilar Humano, Ricardo: "Salarrué, el nahual de Cuscatlán" en Primera plana, viernes 7 al 13 de junio de 1995.
Ricardo Roque, como académico que es, sustenta su afirmación en una fuente escrita, publicada y no contradicha, al menos hasta la fecha de la edición del libro. Es lo que un acadámico hace: buscar documentación, manejarla, cotejarla, sustentarla, contrastarla y citarla en el contexto adecuado. En general los cotejos y sustentaciones de los datos obtenidos en un libro --o revista o periódico-- se encuentran en otro libro --o revista, etc.--, y eventualmente en entrevistas con personas cercanas al personaje del que se habla. Si existe una sola fuente de información y no se ha encontrado una contraparte, hay de dos: se arriesga uno a darla por cierta, y que Dios lo ayude, o hace constar que es la única fuente que se halló y que, por el contexto o la calidad de la información o lo que sea, vale la pena mencionarla. Si hay dos fuentes, se indican ambas; si hay más, uno tiende a creer que los datos son ciertos, y si hay fuentes en contra, pues se hace lo que se puede. Ése es el asunto siempre en cosas de investigación: se hace lo que se puede, tenga uno o no toda la información que necesita y todas las fuentes correspondientes, bien checadas, peinadas y contrastadas.
Lo que quiero decir es que Ricardo Roque encontró en un artículo de un semanario una afirmación que le pareció adecuada para comenzar su estudio; el objetivo --supongo, porque no he hablado de eso con él-- fue dar una idea clara de la personalidad de Salarrué. Y está bien: le apostó a esa fuente, y supongo que habrá hallado quien la complementara --de palabra, mediante otros escritos-- o no se hubiera arriesgado a decir que Salarrué se negó a recibir a Molina. La pregunta es de dónde sacó la información su fuente, Ricardo Aguilar, porque al parecer la afirmación no es exacta, y quizá tampoco cierta.
Mi fuente no es académica: es don Tomás, el señor que nos ayuda en La Casa del Escritor con el jardín, quien trabajó con Salarrué desde sus trece años hasta la muerte del escritor; ahora tiene cerca de 60 años. Lo interesante es que don Tomás vivió en Villa Montserrat desde la llegada de la familia Salazar Lardé, en 1961 o 62, hasta que CONCULTURA compró la casa, en 2003. No se movió de allí en más de cuarenta años, e incluso trabajó eventualmente para Aguilar y para el padre de éste, según me cuenta, en cosas de jardinería.
También me cuenta que Salarrué sí recibió al presidente Arturo Armando Molina en 1975, el año de su muerte. No se negó a recibirlo; no era su estilo.
Dice que cierta noche llegaron varios carros con guardaespaldas, que se posicionaron alrededor de la Villa Montserrat --ahora sede de La Casa del Escritor--, y llegó Molina. Saludó, lo anunciaron con Salarrué --imagino que su hija Maya--, subió a su recámara y se quedó conversando con él durante un tiempo indefinido, pero largo. Cuando bajó, ordenó que se instalara un teléfono, para mantenerse en contacto con Salarrué y para que éste no estuviera incomunicado. La anécdota divertida es que, una hora después de que se fuera la comitiva, apareció un guardaespaldas que estaba colocado en el obelisco, a la entrada del Parque Balboa, a una cuadra de la Villa Montserrat. Llegó preguntando si ya se habían ido los demás. Y, sí, lo habían olvidado. Un rato después regresarían por él. Además, la línea telefónica se instalaría al día siguiente, en una época en que uno tenía que esperar meses.
Molina regresaría unas semanas o días antes de la muerte de Salarrué, ocurrida el 27 de noviembre de 1975, y también fue recibido.
¿La reflexión? Debe existir alguna y, con todo el respeto que le tengo a Ricardo (hace algunos posts hablaba de él aquí) me permito un par de observaciones.
Una de ellas es que los académicos en general, y en especial los de las letras, se mueven en un universo de libros y escritos diversos, de los que extraen toda o casi toda la información que utilizan en sus trabajos. Suena lógico: el mundo de los libros se mueve dentro de los libros. El peligro, me parece, es que lo que está escrito no necesariamente tendrá que ver con toda la realidad de la literatura, o de la gente que la hace. Una plática con don Tomás --que allí estuvo todo ese tiempo-- hubiera bastado para enterarse de --al menos-- una versión diferente a la que maneja Ricardo Aguilar. Allí vendría una decisión importante: ¿a quién creerle? ¿A un jardinero que vivió su adolescencia y parte de su adultez con Salarrué o a alguien que era el depositario de la obra del artista? En lo personal, porque lo conozco, confío en don Tomás, y los detalles son tan vívidos que no tengo por qué ponerlos en duda. Igual Ricardo Aguilar tendrá sus fuentes, pero hay algo seguro: no estaba allí. Los únicos testigos fueron Maya --quien murió hace una docena de años-- y don Tomás.
Otra observación es la confiabilidad de los textos que se consultan. Allí el asunto es mucho más espinoso y prefiero no meterme en ese terreno por ahora.
No sé qué tan importante sea el detalle de que Salarrué se haya negado o no a recibir a un presidente de la república. En rigor, me da la impresión de que no es importante por sí mismo, sino por lo que transmite de parte de alguien tan emblemático como Salarrué. Negarse a recibir a Molina mostraba claramente la posición de rebeldía de un escritor moribundo sumido en la pobreza; si se toma ideológicamente, que lo recibiera significaría que daba su brazo a torcer ante un sistema autoritario, y eso lo vuelve casi indigno ante gente que no ve muchos matices en las relaciones entre las personas. Quizá Molina simplemente llegó para enterarse de la salud del enfermo --seguro leyó sus cosas, como cualquier salvadoreño--, conversó con él, se preocupó de que estuviera incomunicado y mandó a ponerle un teléfono. Y Salarrué lo recibió porque lo recibió, conversó con él y le dio las gracias. Tan simple. Y no hay que olvidar algo importante: Salarrué fue empleado público durante una buena parte de su vida.
Hay un "desaire" de Salarrué que recuerdo muy bien, pero creo que nadie lo tomó como tal.
En 1970, antes de que mi padre fuera rector, planeó junto con Ítalo López Vallecillos un homenaje a Salarrué y a Claudia Lars, que incluía la publicación de la narrativa completa del primero (editada por Hugo Lindo, en dos tomos) y de las obras escogidas de la segunda. Cuando mi padre tomó posesión, y antes de que Ítalo se fuera a Costa Rica a fundar EDUCA, se lanzaron carteles, se hizo publicidad, se publicaron artículos y qué sé yo. Sólo se alcanzó a sacar el primer tomo de los libros de cada uno, pero igual se armó el homenaje. (El tomo II de Salarrué acababa de imprimirse cuando se dio la ocupación de la UES, en julio de 1972. Sólo circularon algunos ejemplares. En las ruedas de prensa se presentaba, junto con los poemas de Claudia Lars y las obras de Masferrer y Gavidia, como ejemplo de la propaganda subversiva que se publicaba en la universidad. Dato curioso: el presidente era Molina, quien había tomado posesión el 1 de julio, dieciocho días antes.)
--Salarrué no va a ir --le decía Ítalo a mi padre--. Hay que hacer el homenaje, pero no va a ir. Así es él.
Un día mi padre me llevó al Parque Balboa a comer garrapiñadas y a dar una vuelta por el laberinto y qué sé yo. (Tenía 11 años.) De regreso estacionó el viejo Volvo que teníamos afuera de la casa de Salarrué. Me dijo que lo esperara, con todo y lo que insistí en conocerlo. Me quedé en el carro y vi cómo tocó y entró, se estuvo unos minutos dentro y salió de nuevo. Ni una mirada al viejo.
--Creo que lo convencí --me dijo.
El día del homenaje sólo llegó Claudia Lars, como había anunciado Ítalo. Incluso esperaron durante un rato a Salarrué, por si cambiaba de opinión. Nada.
Esa noche, me dijo don Tomás, se quedó viendo la televisión.
3 comentarios:
Insisto en que ay que sentarse a hablar con don Tomás para recopilar algunas de las anécdotas que él conoce acerca de la vida del maestro. Después de todo, él consocio a Sallarué no a través de la recopilación de información en una revista. o en periódicos o con una entrevista; él simplemente convivió con el maestro…
Pues la cuestion con una vida y personaliadad tan singular no sea que
algun momento nos veamos ajenos aun los mas allegados de los detalles
mas intimos y sobretodo de una perso-
na tan polifacitica como Salarrue.
En lo particular a quien tuve el agrado de conocer y platicar y de quien en algun momemento fue mi fuente para comparir con uds. en mi blog(Fallecido por cierto) alguna anecdota fue el Ing.Agui
lar,pues trabajo con mi Papa, padre de Ricardo,(Por cierto como decia en mi blog Salarrue era
mucho mayor que Aguilar,la verdad
a mi no me parecio cosa curiosa la diferencia de edad)El punto en cuestion no despreciamos el testimonio de Don Tomas aun mas confirma una actitud muy propio de Salurre ,ahora bien veo que si cotejamos una informacion de una u otra fuente,curiosamente veremos mas circuntancias que podrian ser maleables de parte de la "ilustrada",
No creo que haya motivacion ulterior en la version de Don Tomas
pero como con Salarrue,se ha dicho tanto y como ud. dice la investigacion de
una sola fuente es dificil darla por cierta,pero me atreveria a decir que lo que ud.dice no es mas
que la confirmacion, que mas que una anecdota es una leccion a una actitud responsoble y de por si muy
adecuada a la altura de una persona de un gran talento.Obviamente habran aspectos que Aguliar desconocio y otros que don Tomas no
conocio y pues en la medida que ambos compartan se acrecentara la parte biografica que de por si como su obra en interensantisima
En el año 1996 hubo una exposicion si no me equivoco de los objetos
personales de Salarrue me llamo una cosa la atencion una sereie de manuscritos ilustrados por el,una bola de cristal, y que escribia entre lineas sobre lo escrito una cuestion diferente,genial una liustracian de una de sus hijas con
una "calaca" entreabriendo una puerta.A ver que dia ud.que esta mas cerca nos relata algo de la faceta de musico,( con las respectivas disculpas y permisos,no vaya a ser que se enoje alguien)entiendo que anduvo algo involucrado en esa area.
Saludos Y Gracias
Creo que, si Molina le hubiera pedido cita a Salarrué, difícilmente lo hubiera recibido; hasta donde sé, era bastante ermitaño, y más --supongo-- cuando estaba en paso de muerte. Me imagino que Molina simplemente llegó y a Salarrué se le hizo de mala educación no recibirlo. Supongo que alguna ayuda económica le habrá dado, o por lo menos ofrecido, pero don Tomás estaba en la parte de abajo y no supo de la conversación, ni de la siguiente. Allí sí la única testigo fue Maya. Y no veo que don Tomás se lo haya inventado o que, como dices, tenga motivaciones ulteriores; no me parece que vaya con su carácter, que es bastante descomplicado. Y obviamente habrá cosas que sepa don Tomás que Aguilar no sabe, em efecto. Era una relación diferente. Lo que don Tomás asegura es que Aguilar llegó apenas tres o cuatro veces mientras Salarrué vivía, y que empezó a llegar más después de su muerte; así estableció una relación con Maya y después con Olga. No lo sé; es lo que dice don Tomás, y habría que verificar o contrastar versiones.
Luego hablo de la música. Es medio complicado el asunto de recuperarla, pero se puede, cómo no. Santiago tiene cosas en cassette, mucho más fáciles de trabajar; nosotros tenemos cosas en acetatos de hace cuarenta o cincuenta años, grabados en casa por el propio Salarrué. El 80-90 por ciento es scratch, y hasta ahora he podido eliminarlo hasta un 30-40 por ciento. Para eso sí hacen falta profesionales del sonido (no de la música, aclaro).
He oído varias piezas en guitarra, cosas cantadas por él y por doña Zélie, y Santiago tiene cosas cantadas por Maya.
No era un músico, eso es obvio. Tampoco tocaba mal la guitarra, y no le faltaba ingenio para componer piezas sencillas, muy en la línea de Mangoré, aunque no tan complejo como Mangoré a la hora de la ejecución.
No sabía de notación musical, así que usaba una especie de tablaturas que en parte él se habrá inventado; hay un par expuestas en La Casa, y el Museo de la Palabra tiene muchas más.
Como pintor no lo termino de captar (igual que no termino de captar cosas como O'Yarkandal). Me parece, como sea, que su gran obra es la literaria, y dentro de ésta hay dos libros sensacionales, que son Cuentos de cipotes y Cuentos de barro (y, como extensión de éste, Trasmallo, quizá no tan afortunado, aunque con unos textos soberbios). Creo que no se le ha estudiado muy bien; todo el mundo se va con la finta del costumbrismo, y no ve la riqueza que hay en esos libros. Quizá después hable de eso también.
Santiago: A ver si la gente del taller de video se avienta a hacer una bonita entrevista. Valdría la pena. Supongo que ya lo estarán leyendo y se les vendrán buenas ideas.
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