Hablando se entiende la gente

Creo que empiezo a entenderme con Manuel, y me da gusto del bueno. Estaba (él) muy enojado, y todavía me parece que lo está, pero después de algunos exabruptos ha puesto un post bien interesante en su blog. Se puede encontrar aquí.
Estamos de acuerdo en varias cosas, excepto en una: no soy un escrito(r) que quiere ser músico. Quise ser músico entre los 12 y los 22-23 años, más o menos, que fue cuando estudié de eso, para un total de seis años y medio. A los 16 empecé con la literatura, y en algún momento tuve que decidirme por una de las dos cosas. La pregunta fue: ¿me muero si dejo de hacer música? La respuesta fue que no. Si dejaba de escribir sí me moría. Por eso Manuel es músico y yo escritor, y por eso se le va un poco la redacción al final del post y yo no he escrito ningún concierto para guitarra. (Por cierto, Manuel, no te recomiendo el Audition 2; está mejor el 1.5. El 2 tiene bugs bastante aburridos e incómodos, aunque se ve más impresionante. También jala recursos innecesariamente.)
El Salieri de la vida real, insisto, no me preocupa, y más bien me divierte el chisme de que mató a Mozart, del que Manuel habla con propiedad, obviamente, y tiene razón: hay que investigar si uno quiere hablar de eso en serio. La película es otro universo, y allí Salieri es un mediocre, Mozart un niño insoportable y Bach --¡mi ídolo!-- un viejo solemne. Y Milos Forman, en todo caso, un cineasta de lujo.
También me revientan los que dan atole con el dedo, y de ésos sobran; también lo hablé con Manuel en muchas ocasiones, en diferentes estados de ánimo y acerca de diferentes disciplinas, ingeniería química incluida. En La Casa hay varios que vienen de allí, del atole con el dedo, y quizá por eso se sienten bien en un lugar donde las cosas son un poco diferentes, donde no hay maestros ni gente que se la tire de tal, sino compañeros de oficio.
Y, sí, todos encontramos a nuestros maestros cuando los necesitamos y cuando los merecemos. Mi mayor alegría, en ese sentido, es cuando los compañeros dejan el taller --de algún modo hay que llamarlo-- y se van a buscar su rumbo de la mano (o de la yugular o del omóplato o de lo que sea) de sus maestros.
Y, en serio, Manuel, puedes mencionarme por mi nombre. Va a ser más divertido y fructífero. Si es asunto de si me queda o no el saco, juguemos a otra cosa; es obvio cuando hablas de mí, o de mi esposa, como es obvio cuando hablo de ti y de la tuya. Y en vez de hablar de mí o de cualquiera de nosotros podemos hablar de cosas más productivas.
¡Ah, cómo extraño esas pláticas y la cantidad torrencial de coca de dieta que llegamos a ingerir...! Dirás lo que quieras, pero nos divertimos.