30 de septiembre de 2007

El eusquera y otros taxis

Foto tomada aún en Biarritz, en la última caminata por la ciudad.


Cuatro y media de la tarde en Toulouse. Viaje desde Bayonne --Bayona, pue-- en un tren leeeento, como ya me lo había advertido Alain: no creo que pasara de los 150 kilómetros por hora en sus mejores momentos, pero tampoco que haya bajado de los 120, excepto dentro de las ciudades. Fueron tres horas desde Bayo/na/nne, para más de 400 kms. En Bayo/nne/na me estuve como siete minutos y medio; apenas alcancé a tomar algunas fotos desde el carro, como se ve en la de arriba. El chofer era un cuarentón con pinta de surfer rezagado. Le pregunté si era de Biarritz y, no, es de Lyon, luego vivió en París mientras estudiaba la universidad y terminó en el País Vasco, que le gustaba muchísimo. Medio en español, medio en cualquier cosa, platicamos mucho durante los apenas quince minutos que nos tocó estar juntos.
Medio dormí, medio no dormí, en el tren. Se parecía más a un metro, aunque con todo tipo de asientos y combinaciones de posiciones para los asientos, incluidos algunos con mesita, otros individuales, otros individuales pero enfrentados... Había familias con niños jugando, discutiendo y haciendo cosas de niños. A mi izquierda --yo iba en un individual--, una familia que hablaba en eusquera, con un montón de erres y un acento que al principio me sonó lejanamente italiano. La familia estaba formada por una hija de unos 18 años, un hijo de casi treinta, una mamá ceñuda y un papá que se fue varios asientos delante del mío, solo y serio. Cada vez que abría los ojos y me movía, la señora me echaba una mirada de ladito, en el plan de "No te muevas o te fulmino". No entendí qué hablaba con los hijos, porque el euskera a mí no se me da mucho --y menos el del lado francés de la frontera--, pero me imaginé que era algo así como "Qué bueno que terminaste con esa muchacha, era una lagartona", "Pero mamá, si yo tenía 12 años", "Sí, pero desde entonces se le notaba, ¿viste que nunca volvió a llegar al pueblo?", "Deja a mi hermano en paz, mamá", "Y tú también tienes lo tuyo: ¿qué es eso de enseñar el ombligo y pasarte todo el día con esas cosas en los oídos?, te vas a quedar sorda, y además todos van a decir que eres puta como la novia de tu hermano", "No es mi novia, mamá, nu es puta, ya se casó y tiene hijos", "Ésas son las peores", etcétera.
Toulouse es una ciudad como Dios manda --si es que Dios tiene tiempo para andar dando órdenes acerca de las ciudades, descontando Babel, Sodoma y Gomorra--, con congestionamientos en domingo y edificios viejos y hermosos, las calles del centro un tanto angostas, como las calles de cualquier centro de cualquier ciudad grande. Me pusieron en el Hotel Albert 1er, que por fuera es de ésos que están en la lista del patrimonio nacional; las habitaciones tienen un diseño bastante moderno y audaz. Cómodas, en todo caso, y con internet inalámbrico.
Cuando salí de la estación de trenes, lo primero fue fumarme un cigarro en la calle. Está prohibido fumar en cualquier lugar (excepto en las habitaciones del hotel: "También hay disponibles habitaciones de no fumar"), algo que debe ser una tortura constante para los franceses, fumadores compulsivos si los hay. Mientras fumaba y me despertaba, ubiqué varios taxis, que se fueron rápidamente. Terminé el cigarro y caminé al único que quedaba. Una rubia de más de cincuenta años, delgada y fibrosa, me preguntó si quería taxi. Le dije que sí, tomó la maleta y la echó en la cajuela de un pequeño Mercedes. Otra mujer que estaba allí mismo, más o menos de la misma edad, con una ropa rarísima, empezó a insultarla en términos que no supe o no quise terminar de entender; el contexto es que por qué me llevaba a mí y a ella no. La rubia estuvo a punto de romperle algo, pero me vio, puso cara de "el trabajo es primero" y arrancó. Otro taxi iba llegando, frenó, abrió la puerta y le dijo al taxista: "Nos está insultando. No la lleves." Y el tipo se salió del taxi, se puso a escuchar con paciencia los insultos de la mujer, sonriendo, y en unos segundos la de la ropa rara se fue, derrotada. La rubia se fue el camino hasta el hotel diciendo "Mèrde, mèrde", con un sentimiento que daban ganas de llorar.
Me dejó en la puerta del hotel, me dio comprobante del taxi y listo. Ah: el taxi traía un posicionador global. En la pantallita iba enseñando las calles que había al frente, en los alreredores, en donde fuera. Esquemático el diseño, pero impresionante. La rubia sabía dónde estaba el hotel, pero estoy seguro que, de no saberlo, lo introducía en la maquinita y nos llevaba por el rumbo más rápido. Y uno que es provinciano y no ha visto esas cosas cree necesario poner la mención pertinente.
En la recepción estaba una muchacha a la que empecé a hablarle en español. Se puso nerviosísima, pero su vocabulario y su acento son buenos. Igual se desesperó por el par de palabras que no alcanzaba a decir, y le dije que también hablo inglés. "Yo hablo inglés bien", me dijo muy digna, y siguió con el español.
Y ya. Ahora voy a darme un baño y en un rato iré a cenar algo. Se me antoja comida china. Seguro por aquí hay un lugar de comida china.

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Mañana se inaugura el VI Festival Internacional de Poesía, en el Teatro Presidente. En la inauguración estarán Krisma, Jorge Galán y Eleazar Rivera. Creo que nunca había inaugurado gente tan joven, pero lo merecen, cómo no.
En el Festival habrá dos compañeros de La Casa: Luis Hernández y Loida Pineda. Y algunos amigos, como Américo Ochoa, quien vive en Costa Rica, y Lya Ayala, Esta última es una poeta poco conocida, y sin embargo muy buena. Creo que es demasiado tímida, pero vale la pena conocer sus cosas. En la columna de al lado está la dirección a su blog.
De nada.

1 comentario:

El-Visitador dijo...

Mejor memoria de Biarritz: ir a ver un partido de Cesta Punta en la Euskal Jai de Aguilera.