30 de septiembre de 2007

Final del juego

Yo creo que uno viene a estas cosas por dos motivos principales:
1. La fama, la gloria vana, el oropel vacuo. (Cf. Les Luthiers.) Debe tener su encanto, pero también debe ser harto efímero: uno sabe quién es, se lo oculte o no, y sabe que hay cosas que no se merece, como la adulación. (Si cree que la merece o la necesita, este punto es para usted. Por favor abandone este blog, que se autodestruirá en cinco segundos.) Cuando se apagan las luces seguro será tristísimo.
2. Conocer gente y, si se puede, algunos lugares.
Ambos puntos no excluyen que uno ande trabajando, pero también hay diferentes modos de asumir el trabajo; hay quienes ni siquiera lo consideran un trabajo, ya sea porque se divierten haciéndolo o porque creen que es privilegio de sangre o derecho inmarcesible o alguna tontería así.
El asunto es que me fui muy formalito con la intención de ver al menos una película de todo el festival (por eso llevo colgado el gafetito), aunque fuera la de la clausura. Además, mañana salgo al mediodía de Bayona --Bayonne, pue-- a Toulouse, y tenía que ver cómo me iba a trasladar a Bayonne --Bayona, pue-- sin riesgo de perderme. No hay mucho riesgo: son diez minutos en carro. Pasan por mí a las 11:35.

En esas vueltas conocí a Veronique, la chava con la que estuve en contacto para mi viaje a Biarritz, y quien hizo la coordinación entre el festival, el Belles Latinas y Cénomane. A pesar de esa sonrisa blindada y franca, es la que coordina todos los aspectos del Festival: desde quién me va a llevar hasta el pago de servicios, la elaboración de los planes y lo que se le ponga enfrente. De febrero a diciembre, su trabajo es el Festival de Biarriz. Muy amable, muy efectiva y con todo el festival perfectamente ordenado en la cabeza, según pude notar.
La foto nos la tomó Ángela Mejías, que así se llama la mitad femenina de los fotógrafos que se pusieron a tomarme fotos ayer, según está registrado en un post anterior. La otra mitad es su esposo, Antonio de Bellonio que, como su nombre curiosamente lo indica, es italiano. Ella es española, de Extremadura, y viven en la frontera entre España y Francia.
Cuando Veronique siguió con lo suyo, fui a ver si ya empezaba la película de clausura, El baño del Papa, del uruguayo Enrique Fernandes y César Charlone. Estaban en la premiación de las mejores películas, etc., del Festival. Se me antojó fumarme un cigarro, y allí iba Ángela --que fuma más que yo-- para afuera.
Le pregunté por qué me habían tomado tantas fotos el día anterior. "Nos gusta fotografiar escritores." Así de simple. No me atreví a preguntarle qué les veía, porque la respuesta sería igual de simple, o sea dolorosa. A lo mejor no. No venía al caso, pues.
La plática con ella y su esposo se puso tan interesante que decidí no ver la película, sino quedarme charlando. Los invité a tomar algo en el bar del cine y se echaron sendas copas mientras yo me tomaba mi primera coca cola... híjole... en días. Antonio insistió en pagar, y pagó: "Cuando vayamos a El Salvador, tú invitas."

Y de hecho ambos están en San Salvador: en estos momentos debe haber una exposición organizada por la Alianza Francesa titulada "Retratos de niños" o algo así; por eso fue que comenzamos a platicar la primera vez. Si es así, no se la pierdan.
Como sea, intercambiamos rehenes: ellos me dierom su libro --el que aparece arriba-- y yo les di varios de los míos, y hasta me pareció que debía darles una camisa, para ajustar, o algo.


Aquí aparecemos los tres: Ángela, yo y Antonio detrás de la cámara. Con la maravilla de réflex que tienen, el pobre no sabía qué hacer con mi Cybershot, pero lo hizo muy bien.
Después, la cena de despedida. Mucha comida, buena comida, toneladas de personas. Hasta hace poco se oían voces, un tanto ebrias, desde mi ventana --son casi las seis--; yo huí a eso de la 1:00, luego de algunas pláticas agradables con varios de los asistentes a la parte literaria y cinematográfica. He dormido por pedazos, pero ya llevo 9 horas en total. Más de lo que había dormido en todos los días anteriores juntos. De verdad pega el cambio de horarios.
Ah: El diario de hoy publicó hace un par de días la noticia de que yo había venido al festival. Puede encontrarse en este link.
Y ahora a dormir de nuevo. Ayer a eso de las siete de la noche me dio antojo de chocolate, fui a buscarlo y...
Aquí todo cierra a las siete, excepto los restaurantes y bares. Ni una farmacia, ni una tienda de nada. Veronique me dijo que, si quería comprar un chocolate, debía comprarlo entre las 10 de la mañana --cuando abren los negocios-- y las 12 --cuando cierran para el almuerzo--, y pues le dije que gracias.
Ya hablaremos más tarde de Toulouse. Ojalá haya internet inalámbrico en el hotel o en alguna parte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De nuevo: que el jet lag te sea leve...