18 de noviembre de 2006

De la objetividad y otros imposibles

El asunto parece ser sencillo: uno se levanta en la mañana, recoge el periódico de debajo de la puerta, se prepara un café y se dispone a leer las noticias antes de ir al trabajo. Allí viene todo lo del mundo, desde el agujero que hay que tapar en cierta calle en las afueras de la ciudad hasta la última matanza de Kósovo, pasando –desde luego– por la sección deportiva y la muchacha tan bonita en la primera página de la sección de espectáculos.
Cuando uno lee el periódico espera mucho más que pasar el tiempo: espera saber. No es fácil definir lo que espera saber; los periódicos son a estas alturas más que medios de comunicación: se han convertido en símbolos tan concretos y significantes como la corbata, e igualmente indescriptibles.
Si uno fuera un tanto cínico, diría que el periódico es un sustituto industrial de la vecina de dos casas más allá, la que se pasa enterándose de la vida y milagros de todos los del barrio. La vecina y el periódico cumplen, cada uno a su modo, con una función informativa quizá tan vieja como la humanidad, y hasta habría ventaja para la vecina; lo que cuenta –y que con regocijo llamamos chisme– tiene que ver con el entorno inmediato del informado, que conoce a los protagonistas de lo que se le informa.
Si uno se lo piensa seriamente, ¿qué necesidad tiene de saber lo que ocurrió en otros puntos de la ciudad, del país y hasta del planeta –o en la casa de al lado– antes de darse un baño e ir a la oficina? Quizá el asunto no vaya más allá que la gana de estar bien enterado y tener un tema de conversación a la hora del almuerzo; quizá uno cree que, en efecto, la información es poder, y que es bueno manejar toda la que se pueda, por si las dudas.
Los motivos para leer el periódico no importan demasiado; hacerlo es un hecho incontrovertible. Allí está puntual, todos los días, nuestra ración diaria de información, y uno hojea el periódico, lee completo lo que más le interesa, valora las fotos y algo le queda de la publicidad, esa fábrica de sueños. Un poco más tarde, luego de pensárselo durante el trayecto, uno llega al trabajo con la convicción de saber un poco más de ese mundo tan lejano que, sin embargo, tiene en las manos durante algunos minutos.
Lo que sí importa, y mucho, es lo que uno desea leer en el periódico: la verdad.
Hay un cierto sentido mágico que convierte la palabra escrita en algo más que información. Uno lee el periódico como enfrenta un acto de fe, con la intención de creer que lo que está escrito allí es absolutamente cierto, y que el mundo que se le presenta en fotografías y letras de molde es el único real. Con el mismo ánimo uno compra siempre el mismo diario, porque es el único que tiene lo que uno realmente necesita saber, lo cual significa en realidad que encuentra lo que uno desea leer.
El diario que es la competencia del que uno lee no necesariamente dirá mentiras, pero hay cosas que a uno le molestan: el enfoque, hay menos fotos, y uno lo abre siempre con desconfianza o con una frialdad que no le dedicaría al de todos los días.
Lo cierto es que esa fe en un medio de prensa no es del todo gratuita: hay una serie de profesionales –de la información, de la impresión, de la distribución– que se dedican día y noche, literalmente, a que llegue a casa antes del café de la mañana, y hasta allí todo va bien: uno puede estar seguro de que la información que lee es básicamente como se la presenta, y que tendrá un tema de plática confiable a la hora del almuerzo.
Los periódicos, por su parte, se hacen publicidad de diversos modos, ofreciendo mayores o menores atractivos, precios especiales, útiles regalos que orillan a los lectores a suscribirse. Pero fundamentalmente todos los periódicos esgrimen principios que valen más que una vajilla o un sorteo, y son los pilares éticos de cualquier medio de comunicación que se precie: agilidad, veracidad, objetividad.
La agilidad es una condición básica en el periodismo: si no está diseñado y realizado de manera ágil (es decir económica y tan exhaustiva como sea posible), nadie lo leerá. En un diario está siempre presente la lucha contra el tiempo, desde su elaboración hasta su lectura. En rigor, debería bastar con una rápida lectura a los encabezados para enterarse de lo que ocurrió el día anterior. Se parte del supuesto de que el lector promedio no leerá todo el contenido del diario, sino sólo lo que le interese, y a lo demás le dará una ojeada.
Por una parte, el aspecto gráfico ayudará al lector a encontrar fácilmente lo que busca y a presentarle de manera atractiva todo lo demás. Los tipos de letra son importantes, y buscan ayudar a que el lector se deslice por ellas y llegue lo más lejos que se pueda en poco tiempo. Por otra, se diseña un estilo de cabeceo y de estructura de la nota destinados a que, en rigor, sea suficiente con leer poco volumen de texto para enterarse de la mayor cantidad de información. En un periodismo ideal, debería bastar con leer el encabezado para saber qué ocurrió, y el cuerpo de la nota serviría sólo para ampliar lo que se sabe desde la primera ojeada.
Lo de la veracidad es un tanto más complejo. Un diario debe publicar hechos ciertos y nada más, al menos en lo que corresponde a la parte informativa; si se lee el directorio, uno se enterará de que los periódicos no se hacen responsables de las opiniones de los columnistas ni de la calidad de lo que se anuncia en los espacios pagados. Los motivos más obvios son los jurídicos: en cualquier momento la empresa puede enfrentar una demanda. El motivo de fondo es más sencillo: no se puede sobrevivir demasiado en el mercado contando mentiras a los lectores… a menos que lo que busquen los lectores sean mentiras.
Es el caso de los semanarios de hechos insólitos, ésos que “informan” acerca de ovnis, fantasmas, personas terriblemente flacas o gordas, de caníbales, vampiros y gente que transmigra a cuerpos que no le corresponden. Este género tiene más que ver con la literatura fantástica que con el periodismo. Su objetivo, más que informar, es ofrecer un mundo alterno donde todo es posible, incluso la esperanza, y a nadie le importa que la mayor parte de “noticias” se hayan inventado, en medio de carcajadas, en una redacción donde la ética tiene otras medidas.

MÁS ALLÄ DE LAS IDEAS
La objetividad es el aspecto del que los periódicos suelen vanagloriarse, y en el que el lector confía más. Según los principios de la objetividad, el periódico es sólo un canal entre los hechos y quienes se interesan por ellos. La visión final de los hechos, en rigor, debe coincidir prácticamente en todo con la realidad, con un importante añadido: la noticia estará contextualizada y se presentará de modo sencillo y claro.
Para echarle una ojeada al tema de la objetividad es necesario concentrarse en la figura que cumple directamente la misión de informar, es decir el periodista. Éste, según los principios que se enseñan en la escuela, debe ser un observador imparcial, un testigo: su posición personal o ideológica no debe influir en el enfoque que le dé a la noticia. La información no es un asunto personal.
Lo que se busca es que el lector, a partir del material que se le presenta, forme un juicio propio con respecto a un hecho. En teoría se intenta no influir en la posición que el lector asuma ante un hecho determinado, a la vez que se le ofrecen elementos de juicio para que desarrolle una posición propia. De entrada existen obstáculos que hacen que tal “objetividad” se vea comprometida.
El primer obstáculo es el más obvio: el reportero quizá posea un vasto conocimiento respecto de un tema en particular, pero no tiene absolutamente todos los elementos de juicio que le darían, de manera ideal, una visión de la realidad más allá de las creencias, convicciones o sentimientos. En otras palabras, nadie conoce lo suficiente acerca de un tema para colocarse por encima de los hechos, y por tanto para ser objetivo.
El segundo obstáculo parece simple, pero dista de serlo: la necesidad de priorizar la información para presentarla “de un cierto modo” al eventual lector. Ese “cierto modo” no tiene que ver sólo con la línea editorial del medio para el se escriba, ni siquiera con las preferencias del periodista, sino con las necesidades técnicas propias del periodismo.
A la hora de escribir una nota informativa, existe una priorización basada en la importancia o gravedad de los hechos: lo más importante o grave –según esquemas convencionales, pero aceptados universalmente– debe colocarse en primer lugar; la información “menos importante” o “menos grave” se irá colocando consecutivamente, según el grado de importancia o gravedad. De manera esquemática, hay criterios para medir la importancia de la información:
  • Los hechos son más importantes que las declaraciones.
  • Los hechos actuales son más importantes que los hechos futuros o pasados.
  • Las declaraciones son más importantes sólo en el caso de que puedan provocar hechos más trascendentes que los hechos existentes.
  • Los hechos deben ubicarse en la nota según sus efectos: pérdidas personales (muertos por encima de heridos), daños materiales, posibles consecuencias, declaraciones y reacciones (según el rango o importancia institucional de los declarantes).
  • Si las reacciones se traducen en hechos (motines, protestas), se ubicarán por encima de las declaraciones.
Pero siempre estará la espada de la línea editorial pendiente sobre las cabezas de los que buscan la objetividad. Aun siguiendo al pie de la letra el esquema, hay cosas que quedan por determinarse, y usualmente los criterios son ideológicos.
Por ejemplo, están los criterios del periódico para medir la importancia de los declarantes. Si es un presidente de la república el asunto es fácil, porque por su rango está por encima de cualquiera; no lo es a la hora de priorizar entre un arzobispo y un secretario de estado: ante declaraciones análogas de ambos funcionarios sobre –digamos– la educación, en el contexto de un estado laico, colocar a un arzobispo antes de un secretario de estado implica una toma de posición acerca del tema, en la medida en que la segunda información tendrá un carácter de réplica por un simple orden de los factores. Ese tipo de decisiones no ocurre al azar.
El simple aspecto gráfico (colocar una nota en determinada posición de la plana, el puntaje del encabezado, las fotos con las que se ilustre) lleva de entrada a orillar al lector a determinadas conclusiones.

CADÁVERES EXQUISITOS
Hay otro que parece ser un falso obstáculo, pero no lo es: uno de los principios más importantes de la nota informativa es agradar al lector, a fin de generarle la necesidad de leer hasta el final. La información deberá estructurarse de modo que la lectura continúe hasta el final y habrá que seducir a través de elementos gráficos, como tipografía, fotos, cartones, etcétera. El hecho de buscar la complicidad del lector significa que la presentación de la nota informativa se basará en criterios técnicos que en rigor la alejarán otro poco de la objetividad.
El extremo de este fenómeno se encuentra en la nota roja, el ejemplo por excelencia para traspolar cualquier cosa. Tomemos el asesinato, que es la carne de la que se nutren los periódicos amarillistas, que tienen en el universo un lugar tan importante como los semanarios de hechos insólitos, las revistas de modas y los medios políticos y académicos más respetados.
Los tipos de asesinato que puedan cometerse tienen un rango más o menos limitado, y las razones son obvias: el propio cuerpo humano es limitado y las formas de destrucción están acomodadas a dichas limitaciones. Los modos de cometer un asesinato son relativamente pocos: herida de bala o arma blanca, defenestración, aplastamiento, ahorcamiento, asfixia, veneno y no muchos más. Los motivos en general están bien establecidos: robo, celos, locura, desamor, negocios y el catálogo está casi completo. Una publicación periódica que se dedique a la nota roja y al mismo tiempo quiera ser objetiva estará en problemas: en poco tiempo habrá agotado las combinaciones posibles de motivos y métodos y se encontrará ante la repetición infinita de hechos y hasta de frases, algo mortal –si de eso se trata– para cualquier publicación.
Ante este problema, los editores y reporteros deberán buscar nuevos “enfoques” para presentar hechos que en lo básico son similares a una muchedumbre de hechos anteriores. Estos enfoques se buscan a través de la contextualización del hecho principal: quién es el asesinado, quién lo asesinó, cuáles fueron las motivaciones de los implicados, las trayectorias de éstos, detalles “pintorescos”, el rumbo de las investigaciones policiales, etcétera. El simple ánimo de “agradar” al lector mediante diferentes enfoques de la información, que básicamente es siempre la misma, con énfasis en alguno de sus aspectos, conllevará un manejo de la información más allá de cualquier objetividad posible. En la nota roja este fenómeno es más que evidente; en la información política es más sutil, pero no menos importante.
La propia contextualización de la información trae consigo elementos que hacen de la objetividad una buena intención. Por ejemplo, el hecho de que por definición sea imposible contar con todos los elementos relativos a un tema hace que la contextualización sea parcial: los datos que se den harán que la nota se recargue hacia cierto lado. Esto en el supuesto de que la línea editorial de una publicación no exija que, en efecto, la información se recargue hacia cierto lado, que es lo que en realidad ocurre.
Esto es: aun si se cumplen todos los requisitos para lograr la objetividad en la presentación de la información al lector, siempre habrá una línea editorial que seguir, destinada a un cierto grupo de lectores y con la intención de encauzar a éstos hacia las posiciones que, precisamente, dieron razón de ser al periódico. Porque un periódico siempre representa un proyecto de país, de vida, y su objetivo es ligar el pasado con el futuro a través de lo que se publica hoy, y solamente hoy.

UN MUNDO IDEAL
Al intentar una demostración de los números naturales a partir de sí mismos, Gödel llegó a varias conclusiones interesantes. Una de ellas es que hay verdades que es imposible demostrar, y que no por ello dejan de serlo. Otra es que los fenómenos no pueden demostrarse a partir de los elementos propios de dichos fenómenos, es decir: una demostración no puede ser autorreferente.
En Breve historia del tiempo, Stephen Hawking habla de la imposibilidad de llegar a una teoría total del universo. Una teoría así es imposible por el simple hecho de que estará planteada por humanos, que son parte integrante del todo. Explicar el universo requeriría de explicar ya no la naturaleza de las cosas, seres y fenómenos que existan más allá de nuestra atmósfera, sino de los propios humanos, esto es: un desciframiento de la naturaleza humana, de eso que llamamos psique y que por comodidad hemos separado del alma, y de la relación de éstas con el cuerpo y con otros cuerpos y almas. En pocas palabras, es imposible que un humano hable “objetivamente” de las cosas humanas, como lo es establecer una demostración de los números naturales a partir de ellos mismos.
El periodismo apuesta siempre al futuro a partir de ideas y elementos actuales. Para una publicación, existe una verdad que no puede demostrarse, porque siempre se encuentra en el futuro, y generalmente se la identifica con un mundo mejor… dentro de parámetros sujetos a una comprobación también futura. Si no existe un planteamiento para ese mundo mejor, un periódico no tiene razón de ser.
Mientras exista la idea de que las cosas pueden cambiar, no habrá objetividad posible, porque dicha idea determinará el modo de plantear la información más allá de los aspectos técnicos y de las reglas del oficio periodístico. O, por lo menos, no existirá la objetividad en el sentido que se le desea dar: presentada sin filtros ni tendencias, en su estado más puro, para que el lector pueda llegar a su propia posición, que no necesariamente será la misma de la publicación. Porque un lector deberá estar de acuerdo con una publicación en especial y su proyecto de mundo ideal, o simplemente no lo comprará.
La pregunta debe entonces plantearse de otro modo: ¿es deseable la objetividad periodística, o llegar lo más cerca que lo permitan las condiciones en que se trabaja? Y la respuesta ya no será tan clara, o estará llena de peros que tendrán que ver con el carácter humano del periodismo, con los sueños de quienes escriben y leen y con las ideas que siempre, en sí mismas, llevan su propia contradicción.

Publicado en Forja, San José, Costa Rica, 1999.

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Hace poco, durante un taller de periodismo que armamos en La Casa del Escritor, descubrimos que, desde cierto punto de vista, la información sí puede ser "objetiva" (en el sentido más estricto del término) e incluso imparcial, dependiendo en mucho de la técnica que utilice el reportero pero, sobre todo, del lugar que adopte ante los hechos. Quizá hablemos de eso después. Aun así, lo anterior me parece válido para medios de comunicación que ante todo defiendan una posición ideológica, en general la mayoría.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El principio de incertidumbre de Heissenberg dice que no se puede saber a ciencia cierta la posición y trayectoria de un cuerpo, siempre tenemos que renunciar un poco a algo, a la posición o a la trayectoria. Ni siquiera en las cosas más exactas como la física el ser humano es capaz de ser objetivos, cognoscitivamente no somos capaces...

No somos grandes, tenemos bastantes errores de "fabricación", la objetividad es físicamente imposible y eso es aún más latente en otras actividades...

Ahhhhhhhh

Me voy!