2 de noviembre de 2006

The Paris Review

Por allí de 1977, mi padre llegó a casa con un libro recién publicado por Editorial Era, El oficio de escritor. Una maravilla, ni más ni menos: recogía un montón de entrevistas con grandes escritores, entre ellos varios premios Nobel, que hablaban de cómo entendían y hacían su trabajo: Hemingway, Faulkner, Dos Passos, Eliot, Steinbeck, Pasternak, Foster... Las entrevistas habían aparecido en The Paris Review en los años cincuenta y sesenta.
Lo interesante e importante de las entrevistas eran no sólo los autores con los que se hablaba, sino también los entrevistadores. Conocían al dedillo la obra de los entrevistados, y evidentemente la habían estudiado o se habían asesorado lo suficientemente bien como para no preguntar "¿Y a usted qué lo motiva a hacer su trabajo?" (Pagaría para que ningún periodista me hiciera esa pregunta otra vez.)
Por supuesto que nos peleamos el libro: quién lo leería primero, o a qué horas, o quién lo subrayaría de qué color. Fue imposible. Primero, el libro era de él, y no lo soltó en cerca de seis meses, porque leía y releía y volvía a releer cada entrevista y subrayaba con lo que tenía a la mano, fuera del color que fuera. Segundo, porque yo quería hacer lo mismo. Así que compré otro ejemplar, que costaba lo de una hora de cantar en algún bar o peña, y listo, allí estaba la flor de la sabiduría para un muchacho de 17 años que desde hacía uno había decidido que quería escribir. Durante años, y hasta la fecha, sigo leyéndolo, y además por partida doble: desde 2000 tengo aquí el ejemplar de mi padre, subrayado y todo, absolutamente desvencijado y hermoso. El mío lo perdí o lo presté o lo regalé o me lo robaron poco antes de salir de México, en 1998. Recién llegado a El Salvador, a finales de 1999, lo encontré en una librería de usados (creo que en Segunda Lectura) y lo compré sin preguntar el precio, que no sería muy alto.
Lo que me llamó la atención fue las costumbres de algunos de mis ídolos literarios para escribir, y sus ideas acerca de la escritura. Casi nunca coincidían en nada, y a veces hasta entraban en conflicto. Para alguien de 17 años, para quien todo es cierto o mentira, blanco o negro, bueno o malo, como para casi cualquier adolescente, fue una revelación. Gracias a ellos me tocó aprender que lo importante de escribir es escribir, y que uno puede creer lo que quiera y hacer lo que pueda, pero sólo el trabajo, la persistencia y objetivos claros lo pueden llevar a uno a cualquier parte, es decir a escribir. Y de preferencia, y si a uno le da el pellejo, a escribir bien. Una frase que nunca olvidé fue la de Eliot: "No es recomendable violar las reglas antes de aprender a observarlas." (Cito de memoria, aunque tengo el lihro a unos pasos, a mis espaldas.) Siempre la tuve clara, a pesar de que mis primeros trabajos (incluso Historia del traidor...) fueron de lo más experimentales, y que me pasé hasta como los 25 años violando las reglas sin terminar de conocerlas. Aprendí en el camino, pero en serio que lleva más tiempo. Quizá me hubiera evitado problemas de haber creído que el consejo de Eliot era también para mí.
También en El Salvador encontré un libro bastante deteriorado en inglés con una decena de entrevistas de The Paris Review, entre ellas una a Edward Albee (Who's Afraid of Virginia Woolf?) y Jean Cocteau. Hace un par de años le encargué a un amigo que fue a Buenos Aires que me trajera varios libros con entrevistas que no conocía a novelistas, poetas y dramaturgos, y he sido feliz leyéndolas y releyéndolas por enésimas veces. Los libros se los he prestado a varios compañeros de La Casa, que los han devuelto cristianamente.
Lo que no sabía --y nunca se me ocurrió buscar-- es que The Paris Review tiene un sitio en internet (creí que la revista habría desaparecido desde hacía años), y que allí hay unas 100 de las más de 200 entrevistas que ha realizado la revista desde su nacimiento, descargables y en formato PDF. Me enteré al leer en el blog de Jacinta Escudos una nota sobre la muerte de William Styron. Desde luego que ya bajé todo lo que pude, y ya me dedicaré a leer las que no conozco y a ver en inglés las que sólo he leído en español.
Es una lástima que no se ofrezcan algunas bien importantes, me da la impresión que por exigencias de los herederos o los agentes de los entrevistados, y a veces de los propios entrevistados. No están disponibles las de Borges, Cortázar, Paz, Eliot y las de escritores de fama más reciente. Allí están, por cierto, algunos de los últimos Nobel, entrevistados hace algunos años, como Panouk y Pinter.
Una característica es que en general no se entrevista a gente joven; la mayor parte de los escritores tienen cincuenta o muchos más años, es decir: ya están produciendo su obra de madurez o ya prácticamente han cerrado su ciclo como escritores. No ven la literatura como una posibilidad, sino como un oficio al que le han dedicado una larga vida. La revista publica también poemas, ensayos, cuentos, etcétera, y es interesante ver cómo los que muchos años atrás eran escritores que prometían son entrevistados después, ya en la plenitud de su carrera. Cabe pensar que los jóvenes que aprendieron algunos trucos de los maestros en los años cincuenta o sesenta ocuparon después el lugar de sus maestros, y así sucesivamente.
Cincuenta años de sabiduría literaria, pues, en línea. Y, en todo caso, allí se pueden comprar los libros con las entrevistas que faltan. No sé si cuando se publicaron las primeras entrevistas los editores y reporteros se imaginaban que iban a llegar tan lejos; me da la impresión de que no, porque eso nunca se sabe. Lo que sí me parece es que The Paris Review es en sí misma un reflejo de lo que es el oficio literario: aprendizaje y acumulación a través del tiempo.
El sitio se puede encontrar aquí.
Por cierto, de William Styron sólo he leído un libro: Esa visible oscuridad (y vi La decisión de Sophie), que habla de su proceso dentro de una depresión clínica. Cuando tuve la mía, y más bien cuando trataba de salir de ella, fue una guía importante, y un modo de saber lo que me había pasado y lo que me estaba pasando. Por ese libro y por otros, por pláticas con amigos, aprendí varias cosas. La principal es que resulta sencillísimo volver a la depresión; es un camino que se conoce bien, y a veces es preferible a otros dolores, y más bien al miedo a otros dolores. Cargarse de amarguras, mentiras, envidias, tontrías, es el modo más fácil de llegar. Otra, que la depresión no tiene nada que ver con la tristeza, sino con la angustia. Otra, la más importante, es que después de salir uno siente una alegría tan grande de estar vivo otra vez... Y no es que la mayoría de motivos de la depresión desaparezcan, porque uno los trae desde hace muchos años, sino que se aprende a aceptarlos, a saber que "eso" es uno también, que todo pasó hace mucho tiempo y que en todo caso hay consecuencias positivas hasta de lo más terrible. No se trata de una cuestión de olvidar: ése es otro modo sencillísimo de volver a la muerte.

1 comentario:

Aldebarán dijo...

¡Que sitio más fantástico! Gracias a Jacinta y a vos por mostrárnoslo.