Chema Méndez
Entre mis primeros recuerdos está el de un señor gordo y de bigotes, con lentes de estricto carey, que llegaba a casa, se sentaba en una silla haragana y comenzaba a contar cosas divertidísimas. Mi padre, que no llegaba a los treinta años pero para mí era Muy Viejo, se reía y lo miraba con una admiración de niño pequeño, casi tan pequeño como yo.
El señor era José María Méndez, y cada vez que llegaba le pedía a mi padre que me leyera (cuando ya se había ido) uno de sus cuentos que más me gustaba, "Memorias de un desmemoriado", también uno de los primeros de mi vida. Mi padre insistía en leerme también "Tres mujeres al cuadrado", que estaba bien pero no me divertía tanto, y que disfrutaría por mí mismo unos años más tarde, junto con mucho de su obra.
A los 13 o 14 me expliqué por qué la emoción infantil de mi padre al oír a Chema (no le digo así por igualado o por hacerme el mundano; así le decía de niño, y le divertía) contar sus anécdotas interminables (que no recuerdo, aunque sí la sensación). Cuando mi padre era en efecto niño, según me contó, la abuela Carmen, en su obsesión de que sus hijos fueran "alguien", le compraba libros prohibitivos para el salario de chofer y, en lugar de llevarlo al parque como a cualquier hijo de vecina, lo llevaba a dos lugares para que se educara dignamente, y además gratis:
1. A las manifestaciones en favor del Dr. Romero, que terminaban siempre en carrera con la Guardia Nacional detrás. (Los manifestantes llevaban canicas y las arrojaban a los caballos de la Guardia cuando iba a empezar la represión.)
2. A los juicios de Chema Méndez, uno de los penalistas y litigantes más efectivos (aunque no de los más ortodoxos) que ha tenido el país.
Recuerdo que fue rector de la Universidad de El Salvador durante cosa de un año, pero no era lo mismo dirigir la UES que ejercer el derecho, y renunció. Hubo un rector interino, Gonzalo Yánez (gran arquitecto, formado en México; vive allá ininterrumpidamente desde 1972, y tiene obras capitales sobre la arquitectura colonial de Puebla y Tlaxcala), y después siguió mi padre, que tampoco duró demasiado. La última vez que vi a Chema fue en julio de 1972, poco antes de la ocupación militar de la UES.
Cuando regresé a El Salvador me mandó un recado: que le hablara y que fuera a verlo. Me sorprendió que después de 27 años quisiera hablar con alguien que para él seguro seguía siendo un niño, y lo atribuí a que querría noticias de mi padre, quien ya estaba entrando en la recta final de su vida. Por un motivo u otro, tardé más de un mes en llamarlo, y alguien del otro lado de la línea me dijo que no podía verlo, que estaba muy enfermo, sin explicaciones ni preguntas. Un par de llamadas más tuvieron el mismo resultado. Varios amigos me dijeron que había tenido un derrame o algo, y que ya no podía comunicarse con el mundo exterior, aunque por dentro seguía siendo el mismo de siempre. Me dio tristeza y, con dolor, no insistí.
Hace unos dos años (aunque no estoy seguro; soy pésimo para las fechas) CONCULTURA le dio un reconocimiento, junto a otros artistas, por su larga trayectoria. Lo vi en el diario y me dio gusto. Estaba más viejo, mucho más viejo, pero yo también.
Hace un rato leí la noticia de su muerte aquí. No quiero ir a su entierro, porque de seguro irán varios escritores que ya conozco en esas circunstancias; hablarán de sus bondades a toda voz, y de sus defectos y de la calidad que le atribuyen a su obra en susurros cómplices y más bien malsanos; no quiero pasar por eso. Para mí es un asunto personal, muy de infancia, que no quiero compartir con nadie. Ya iré a verlo (por fin) al Cementerio de los Ilustres y platicaré (también por fin) un rato con él, ya de adulto a adulto. De paso veré a la abuela Mina, a don Jorge Arias Gómez (¡qué bien comía!, la abuela Carmen se encantaba con él por eso, y mi madre se alarmaba por el presupuesto familiar cada vez que llegaba a cenar) y a mi hermana María Elena, muerta año y medio antes de mi nacimiento.
(A veces hace falta una hermana mayor.)
El señor era José María Méndez, y cada vez que llegaba le pedía a mi padre que me leyera (cuando ya se había ido) uno de sus cuentos que más me gustaba, "Memorias de un desmemoriado", también uno de los primeros de mi vida. Mi padre insistía en leerme también "Tres mujeres al cuadrado", que estaba bien pero no me divertía tanto, y que disfrutaría por mí mismo unos años más tarde, junto con mucho de su obra.
A los 13 o 14 me expliqué por qué la emoción infantil de mi padre al oír a Chema (no le digo así por igualado o por hacerme el mundano; así le decía de niño, y le divertía) contar sus anécdotas interminables (que no recuerdo, aunque sí la sensación). Cuando mi padre era en efecto niño, según me contó, la abuela Carmen, en su obsesión de que sus hijos fueran "alguien", le compraba libros prohibitivos para el salario de chofer y, en lugar de llevarlo al parque como a cualquier hijo de vecina, lo llevaba a dos lugares para que se educara dignamente, y además gratis:
1. A las manifestaciones en favor del Dr. Romero, que terminaban siempre en carrera con la Guardia Nacional detrás. (Los manifestantes llevaban canicas y las arrojaban a los caballos de la Guardia cuando iba a empezar la represión.)
2. A los juicios de Chema Méndez, uno de los penalistas y litigantes más efectivos (aunque no de los más ortodoxos) que ha tenido el país.
Recuerdo que fue rector de la Universidad de El Salvador durante cosa de un año, pero no era lo mismo dirigir la UES que ejercer el derecho, y renunció. Hubo un rector interino, Gonzalo Yánez (gran arquitecto, formado en México; vive allá ininterrumpidamente desde 1972, y tiene obras capitales sobre la arquitectura colonial de Puebla y Tlaxcala), y después siguió mi padre, que tampoco duró demasiado. La última vez que vi a Chema fue en julio de 1972, poco antes de la ocupación militar de la UES.
Cuando regresé a El Salvador me mandó un recado: que le hablara y que fuera a verlo. Me sorprendió que después de 27 años quisiera hablar con alguien que para él seguro seguía siendo un niño, y lo atribuí a que querría noticias de mi padre, quien ya estaba entrando en la recta final de su vida. Por un motivo u otro, tardé más de un mes en llamarlo, y alguien del otro lado de la línea me dijo que no podía verlo, que estaba muy enfermo, sin explicaciones ni preguntas. Un par de llamadas más tuvieron el mismo resultado. Varios amigos me dijeron que había tenido un derrame o algo, y que ya no podía comunicarse con el mundo exterior, aunque por dentro seguía siendo el mismo de siempre. Me dio tristeza y, con dolor, no insistí.
Hace unos dos años (aunque no estoy seguro; soy pésimo para las fechas) CONCULTURA le dio un reconocimiento, junto a otros artistas, por su larga trayectoria. Lo vi en el diario y me dio gusto. Estaba más viejo, mucho más viejo, pero yo también.
Hace un rato leí la noticia de su muerte aquí. No quiero ir a su entierro, porque de seguro irán varios escritores que ya conozco en esas circunstancias; hablarán de sus bondades a toda voz, y de sus defectos y de la calidad que le atribuyen a su obra en susurros cómplices y más bien malsanos; no quiero pasar por eso. Para mí es un asunto personal, muy de infancia, que no quiero compartir con nadie. Ya iré a verlo (por fin) al Cementerio de los Ilustres y platicaré (también por fin) un rato con él, ya de adulto a adulto. De paso veré a la abuela Mina, a don Jorge Arias Gómez (¡qué bien comía!, la abuela Carmen se encantaba con él por eso, y mi madre se alarmaba por el presupuesto familiar cada vez que llegaba a cenar) y a mi hermana María Elena, muerta año y medio antes de mi nacimiento.
(A veces hace falta una hermana mayor.)
3 comentarios:
Leí la noticia hoy por la mañana y me puso triste. Lástima que ya no pudiste hablar con Don Chema Méndez cuando estaba vivo.
En cuanto a lo de llamarlo por su nombre de pila, pues no me parece igualado ni pretencioso. Simplemente oíste como lo llamaba tu padre. Y es que en eso de tratar a las personas adultas, los niños (y niñas, para ser incluyentes) son bastante libres y a la vez respestuosos. Son los adultos los que consideran que si no se antepone el "Don" o "Licenciado" o "Doctor" se está cometiendo un pecado terrible. Y los niños quedan de maleducados, insolentes o frescos si no lo hacen.
¡Esa triste costumbre de confundir normas de urbanidad con reglas de urbanización! (por la terracería a la inocencia y frescura infantil, digo)
Luego nos cuentas de tus pláticas con Don Chema.
saludos
La semana Santa te ha traido muchos recuerdos eh?
Saludos con resaca.
Bye
bk: Más bien es la vida; la semana santa sólo me dio tiempo para escribirlos.
Aldebarán: Lo que siempre se agradece de una persona es el sentido del humor, y Chema Méndez lo tenía. Los Famas (según la zoología de Cortázar) no permitirían que un niño los llamara por su nombre, sino por su título (doctor, en su caso). Creo que, si alguien necesita el "respeto" (en realidad la sumisión) de un niño, está peor que si necesita la de un adulto.
Tengo otra deuda pendiente en materia de visitas, al cementerio de Santa Tecla. Cuando vaya, por aquí lo voy a reportar.
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