14 de abril de 2006

Toño Avitia, Pepe el Toro y Vidas errantes (veinte años después)

El 19 de septiembre de 1985, a las 9 de la noche, se iba a estrenar la película Vidas errantes, de Juan Antonio de la Riva. Unos meses antes había conocido a Antonio Avitia Hernández --quien hizo la música de la película; él me invitó a verla-- en un festival de títeres que se realizaba en la ciudad de Pachuca (Hidalgo). Nos hicimos carnales a primera vista. O a primera risa, porque era imposible no reírnos con tantas tonterías que se nos ocurrían y que se nos ocurrieron en los años siguientes.
Toño trabajaba como técnico de luz y sonido con el teatro de Carlos Converso en un espectáculo que se llamaba Pandemónium. Contar cómo llegué y qué hacía allí merecería un blog entero. También iba como invitado, eso sí. La Presidencia Municipal de Pachuca había donado no sé qué cantidad espantosa de pollo a los titiriteros, así como un costal inmenso de naranjas, y eso comimos durante toda una semana en el albergue de El Chico, que cedieron para los actores, técnicos y acompañantes. A mí me tocó cocinar un par de veces, sin bajas sensibles. Pollo a la naranja, previsiblemente. Con cebolla, porque nos habían dado también un saco de cebollas, que se acabó.
El albergue parecía una cárcel sin rejas. En la zona de dormitorios había literas de cemento con colchonetas, tamaño matrimonial, cuatro en cada cuarto, y los cuartos no tenían puertas. El grupo de Carlos Converso llegó en la madrugada, y de repente se empezaron a oír unos gritos desde la primera celda:
--¡Cuarenta y Uno!
--¿Qué pasó, Sesenta y Nueve?
--¡Pepe el Toro es inocente!
Silencio largo.
--¡Cuarenta y uno!
--¿Qué pasó, Sesenta y Nueve?
--¡El tuerto es culpable!
Silbidos y protestas de los durmientes.
El primero era Toño --a quien aún no conocía-- y el segundo era Paco; he olvidado su apellido, pero lo recuerdo perfectamente; era un payaso sensacional, maestro de payasos en la única escuela de payasos que hubo en México, y una vez estuvo en una fiesta de cumpleaños de mi hija, previsiblemente haciéndola de payaso. Divertidísimo.
Y estuvieron gritando hasta las cinco de la mañana.
Por supuesto que todos nos despertamos a las siete u ocho, y ellos seguían dormidos. En venganza armamos una manifestación afuera de su cuarto, con gritos, marchas, carteles y consignas. Una de ellas era:
--¡Pepe el Toro, libertad! ¡Pepe el Toro, libertad!
Y los hicimos levantarse y bañarse con el agua más fría con la que me he topado en esa parte del universo. Mientras se bañaban, pusimos cartelitos en toda su celda (en los focos, dentro de sus maletas, bajo los zapatos, en los títeres) con exigencias para la libertad de Pepe el Toro y para que se reconociera la culpabilidad de El Tuerto.
Poco antes de una función, un argentino sensacional, Jorge, nos preguntó con preocupación verdadera y con una solidaridad que le salió del alma si hacía falta firmar alguna cosa para la liberación de Pepe el Toro, si era un preso político o qué, que podía hablar algunas palabras antes del espectáculo. Le contamos la verdad, que Pedro Infante y todo lo demás (¡no sabía quién era Pedro Infante!) y se rió casi tanto como nosotros. Por supuesto, antes de empezar se paró ante el teatrino y dijo:
--Esta función es en solidaridad para Pepe el Toro, injustamente encarcelado en Lecumberri. ¡Pepe el Toro, libertad!
Maravilloso, y más aún porque Lecumberri no era cárcel desde 1976, y desde 1982 funcionaba allí el Archivo General de la Nación.
Meses después, o años, nos corrieron de una fiesta por cantar una canción que no queríamos cantar. Y los que nos corrieron fueron los mismos que habían insistido en que la cantáramos. Claro que eran las Coplas del magnífico elefante, en versión sin censura. Fuimos a reírnos a un Vips hasta bien entrada la madrugada.
Hubo un día en que Toño me salvó la vida. Quizá no la vida, pero sí buena parte de la cordura. Fue el mismísimo día en que me separé de mi segunda esposa, por segunda y última vez. El único lugar al que se me ocurrió ir con lo que me cabía en el maletín fue su casa, y allí fui. Esa noche conocí a Juan de la Riva, que estaba filmando no recuerdo qué película (me imagino que Monarca) y vivía en casa de Toño, y platicamos de cine un buen rato. Luego me quedé hablando con Toño casi hasta la mañana siguiente (se lo agradezco; él se acuesta tempranísimo) de lo mal que me sentía y de lo triste que estaba. Y estaba físicamente mal. Lo que comía o tomaba (un trago de agua incluso) iba para fuera. No podía dejar de toser. Sudaba y sudaba y sudaba.
--Usté no está triste ni deprimido --me dijo con su acento durangueño, con ese "usté" que es más de confianza que cualquier "tú"--. Usté está encabronado.
Y allí se hizo la luz. Entendí, y un par de días después estaba sano.
Durante unos veinticinco años Toño se pasó escribiendo una obra capital para México, El corrido histórico mexicano, lo mejor que se ha hecho sobre el tema desde los trabajos de Vicente T. Mendoza. (En el proceso de investigación publicó otros libros sobre corridos con temas aledaños.) Por esos días estaba terminándolo, a máquina de escribir porque se resistía a comprar una computadora. Después de buscar varios editores, Porrúa le ofreció publicarlo en varios tomos, que compré antes de salir de México y que traje a El Salvador. Un día que iba a regresar a México, porque en El Salvador ya no tenía mucho que hacer, los regalé... y de eso hace casi cinco años, y sigo en El Salvador.
En fin, regresando en el tiempo, el 18 de septiembre de 1985 armé mi agenda para ir a ver Vidas errantes al Cine Regis, que estaba debajo del Hotel Regis, a un lado de la Alameda Central, en pleno centro de la ciudad de México. Estaba cuidando por unos día a Catía, la hija de mi amigo Humberto Acevedo, quien se había ido de gira de títeres al sureste mexicano, y pensaba encargársela a Nelly y al Papo Méndez --que vivían a dos casas-- en lo que regresaba. (Beto tiene ahora una pequeña editorial. Le he dado Instrucciones para vivir sin piel, para que la publique cuando quiera. Se supone que será pronto, como se ve aquí.)
Y el 19, a las 7:29 de la mañana, fue el terremoto.
El Hotel Regis se derrumbó, estalló una caldera, que a su vez hizo estallar un depósito de gas, y voló toda la manzana, el Cine Regis incluido. Murieron entre 300 y 5oo personas, según recuerdo. A unos pasos se cayó el Hotel del Prado, y a unas cuadras el restaurante Superleche, uno de los más antiguos de la ciudad, que también mató a otra cantidad pavorosa de personas, los habituales del lugar (hacían una paella de antología, por cierto) y los inquilinos del edificio que estaba encima.
Años después vi Pueblo de madera, con música también de Toño Avitia. En video, que encontré por casualidad en un Sanborn's, porque creo que sólo se hicieron dos o tres funciones en cines, y me las perdí. Me pareció muy tierna y muy triste. Y lo es: Juan de la Riva nació y se pasó buena parte de su infancia en un pueblo maderero, construido de madera. Se acabaron los árboles, abandonaron el pueblo y el pueblo desapareció en medio de ninguna parte. Lo que hizo Juan fue reconstruir ese pueblo de su niñez para que al menos quedara en una película. Y Vidas errantes seguía sin exhibirse, al menos en México, porque nadie es profeta, etcétera.
Cuando apareció Nuovo cinema Paradiso, de Tornatore, Toño me enseñó un número de Cahiers du Cinema en el cual se hacía una crítica interesante, y había un párrafo en el que se leía que la película de Tornatore recordaba Vidas errantes, de Juan de la Riva, y que en ésta se había basado evidentemente el director siciliano. (Una de las escenas de cine que aparecen en Cinema Paradiso es de Vidas errantes, en efecto.).
Y seguían sin pasarla, y yo sin verla.
Por fin, hoy, en el canal De película (el 24, según Amnet), pude ver Vidas errantes, veinte años después, y me pareció tan tierna y tan bella --aunque ni de lejos tan triste-- como Pueblo de madera. La producción es barata, porque apenas para Pueblo... tuvo Juan de la Riva un presupuesto más o menos decente para filmar algo. Si me ponen a escoger, el guión es más sólido que el de Cinema Paradiso, y la actuación de José Carlos Ruiz no tiene desperdicio.
Hace tres o cuatro días pasaron también, en el mismo canal, Obdulia, el primer largmetraje de Juan. Otra con un guión excelente, las actuaciones bastante sólidas y una producción baratísima, bien aprovechada. Él y Toño sienten algo de vergüenza por la película, como yo por mi primer libro, pero creo que el trabajo es muy bueno. Me gustan los finales de Juan: no hay finales. La vida sigue, y uno puede ver la siguiente película como si fuera la misma que vio hace unos años, pero vista desde otros ángulos.
Igual lo trataron bastante mal porque se puso a filmar películas como Soy libre, de la cantante Yuri. Dijeron que se había "vendido" a Televisa, pero nadie dijo cómo esperaban que un cineasta de corazón se ganara la vida. Hizo una maravillita que se llama La última batalla, que vi hace años, y me he perdido las demás. (Señores: no lo juzguen por Chilindrina en apuros; es como juzgar a un escritor por traducir best-sellers o por escribir discursos. Hay que comer.)
En Vidas errantes hace su mejor papel mi también amigo Eduardo Ziegler, quien apareció también en Obdulia y Pueblo de madera. Lo conocí en Tlaxcala, en 1985, después del terremoto. Yo daba un taller de creación literaria para estudiantes de la normal de educadoras y él uno de teatro para la normal de maestros. Yo me había llevado a mi hijo Eduardo (tenía como 8 años) y nos aventamos largas pláticas mientras mi hijo trataba de destruir la habitación del hotel, antes de caer fulminado por el sueño, como acostumbraba en ese entonces.
Y me voy a dormir. Son muchos recuerdos para un solo post.
(De veras, ¿qué hacía yo en un festival de titiriteros? Larga historia. De esa historia nació mi hija Eunice, y eso hace que valga la pena todo lo que haya ocurrido antes y después, qué diablos. ¡Y me corrieron de una fiesta por cantar una canción obscena que no quería cantar! Y hacerla de niñera de Catía era divertidísimo; pasó tres o cuatro veces, y salíamos con mi hijo a armar algunos relajos buenos. Y todo ha sido divertido, ya visto desde acá. Me la he pasado bien en la vida, y en ésas sigo, aunque por otros medios, como diría Von Clausewitz.)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pepe el Toro, infaltable en la lista de películas llorables de Arbolario. Difícil de entender la idiosincrasia salvadoreña, y mucho menos la mexicana, sin ella. O por lo menos para la generación de mis padres y la mía.

La aseveración anterior puede parecer reduccionista. Me imagino que mi amiga Blue diría que México es mucho más que eso. Y estoy de acuerdo con ella. Pero lo melodramático y lo sentimentaloide tiene bastante de pegajoso. ¡Qué le vamos a hacer!

Igual, sé que generalice, pero luego podemos entrarle a discutir los matices.

saludos

Anónimo dijo...

MMM... increible... las cosas que pasan y la gente que se preocupa por hacerlas... mientras que nosotros consideramos esas peliculas solo como "de antaño", esas que mis papas quieren ver o que vieron en estreno en el país yque consideran importantes... y auqnue ssigamos viendolas como los aburridos blanco y negro sin efectos especiales, aun nos hacen llorar.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Uno de mis actores favoritos (con todo y que es de la época de los actores "levantacejas" es Arturo de Córdova. Hizo películas sensacionales, como El esqueleto de la señora Morales, Un extraño en la escalera y un personaje sensancional en una mala película española que se llamó Las tres perfectas casadas. Hizo también una muy buena versión de El conde de Montecristo, de los papeles más convincentes que he visto para ese personaje. Y sin efectos especiales, desde luego. Arturo de Córdova tenía una voz privilegiada, y hay una (El hombre que logró ser invisiblez) que se avienta a pura voz. ¡Sensancional! Y otra que es maravillosa: Una limosna, por el amor de Dios.
Las de Andrés Soler siempre son buenas, cómo no. De Pedro Infante he visto hasta hartarme. Hay una (la de Martín Cotona) en la que cantan Andrés Soler y Mantequilla en una cantina. Tomando en cuenta que están el Piporro y Pedro Infante, que eran cantantes muy buenos, es de lo más divertido y heterodoxo que se pueda oír. Es la canción de "Con el tiempo, con el tiempo, / se ha de resecar el mar. / Con el tiempo, con el tiempo, / de mí te has de enamorar..." Y en Vuelven los García la Pavón trabaja muy bien, y me encanta su nombre: Juan Simón.
Las primeras de Cantinflas no tienen desperdicio, y las de Tin Tan, y un montón...
Mi película favorita de todos los tiempos (Quién le teme a Virginia Woolf) es en estricto blanco u negro, con todo y que es de 1967. No me la imagino en Technicolor...

Anónimo dijo...

Con todas esas películas viejas y actores y actrices de antaño que mencionaron recuerdo ese festival de películas de Joaquín Pardavé que vimos hace como un mes. Pasaron El ropavejero, Los hijos de Don Venancio. y otra que no sé el título, en la que Pardavé se lleva a un niño y no deja que lo críe su madre, que es una "mujer de la mala vida". Al final, en su lecho de muerte, la mujer descubre que su hijo se ha convertido en un médico.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

¡Sí, cómo no! El ropavejero era una de mis favoritas, junto con Trece fantasmas (la primera) y una de terror que habían traducido como Sangre en el faro. Sin descontar Mary Poppins y El mago de Oz y un par más, claro. Y las de Tintán.