29 de abril de 2006

Gizmo


Se llama Gizmo y su mamá la destinó a morir cuando tenía como una semana de nacida. Era diferente a sus tres hermanos: mucho más pequeña, las patas delanteras cortas, las traseras más largas y ya se le notaba la joroba que tiene ahora.
Lo que hizo Saja (su mamá, pues) fue llevarse a los otros tres gatitos lejos de Gizmo y dejar de alimentarla. Cuando se la llevábamos, volvía a cambiar de lugar a los otros cachorros, y entendimos que se trataba de repudiarla, como Sha de Irán cualquiera. Le preguntamos por qué a un veterinario, y resulta que tiene síndrome de enanismo, y que los felinos pueden ser bastante malditos con eso de las diferencias. Además es estéril, y no hay shampoo ni acondicionador que le arregle el pelo; es bastante alambroso.
Mi hijo Eduardo (que acababa de llegar de México) se dedicó a darle leche con gotero, y la gata creció tanto como pudo (tiene la talla de un gato de seis meses, y ya va a cumplir cuatro años) y aprendió a defenderse casi desde bebé: a los gatos machos les dió, cuando tenía siete meses, por llegar a la casa y a tratar de matarla. Así de simple y así de feo. Primero les huía, luego aprendió a meterse en los jarrones para protegerse. Después aprendió a ahuyentarlos. Mäs tarde, cuando nos cambiamos a Los Planes de Renderos, parece que ella misma mató a alguno, nunca por iniciativa propia, que conste.
Se ha enfermado de muerte tres veces (además de la vez que se cayó en la pila y se estaba ahogando, pero ésa no vale), con infecciones de caballo, y de repente, zaz, estaba sana otra vez y como si nada.
Durante tres años casi no permitió que la tocaran; ahora de vez en cuando busca que alguien le rasque detrás de la oreja, en especial cuando uno está a punto de darle de comer. No entra en la casa, porque los perros (Natasha y Boris; ya hablaré de ellos otra vez) la tienen en la mira. A ella no le importan demasiado, francamente.
Cuando nos pasamos a la casa donde vivimos ahora (como en las tres mudanzas que hemos tenido) fue una odisea agarrarla. La primera vez le hizo serias heridas a Eduardo en la mano. Krisma logró pescarla y la trajimos antes que todo lo demás, la pusimos en un baño con comida y agua y de algún modo se escapó. A los dos días estaba detrás de la ventana, asustada y pidiendo comida; creo que allí se hizo un poco más accesible.
Siempre me han gustado más los gatos que los perros, aunque Natasha es una maravilla y Boris es simpatiquísimo. De los gatos me gusta que tienen su modo especial de querer; son de esos amigos que no necesitan estar demostrando su amistad cada tres minutos, ni siquiera verlo a uno, para ser cuates. Eso sí, no hay que ponerlos a cuidar casas, porque para eso no son, excepto Spooky, un gato persa que tenía en México y que murió aplastado por un carro mientras perseguía a un boxer. Sí, Spooky perseguía al boxer. Heroico, y le costó la vida.
Buena onda Gizmo. Nunca la voy a tener en el regazo para acariciarla mientras veo la tele, pero tampoco los perros que tenemos son demasiado afectos a eso; son chow chow, y ya se sabe que los chow chow funcionan más como lobos que como perros, y ya se sabe que los lobos son otra cosa.
He tenido cada animal raro... Como Wagner, la lechuza; la Comandante Bigotes, una rata blanca, tiernísima conmigo y maldita con todo lo que se moviera; hubo dos hámsters, Joseph y Golda, que tenían personalidades bien particulares; un perro callejerísimo, Nikita, que se creía gato, porque se crió con un gato, y Káiser, que fue mi niñera en la infancia, entrenado por un tío que era del G-2 de la Guardia Nacional. Y otros. Más de los que quisiera, quizá; viven demasiado poco para todo lo que uno los extraña.
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