30 de abril de 2006

De cómo dejé de tomar café en abril de 1982. Parte 1

Trabajaba en el periódico El día, de México, hoy virtualmente desaparecido, pero que en esos momentos tenía una sección internacional bastante buena, de la que era subjefe desde enero de 1980. Durante siete meses, entre 1981 y 1982 (no recuerdo las fechas), estuve como reportero de la sección cultural para tener un poco más de tiempo para dedicarme a Salpress, la agencia de prensa fundada por las Fuerzas Populares de Liberación, organización con la que colaboraba desde 1978.
A principios de 1980 había hablado con Hato Hasbún para armarla. Había un montón de cosas que tomar en cuenta: corresponsales, infraestructura, etcétera. Yo no era militante de las FPL; colaboraba cantando en actos de solidaridad, escribiendo cosas, haciendo algunas investigaciones para apoyar trabajos de mi padre, armando contactos y qué sé yo. Todo el mundo creía que yo militaba, y se ponían a hablar conmigo y a contarme cosas que se suponía que yo no debía saber, y menos a mis 20 años de edad. Cuando trataba de decirles que yo de eso no debía saber, ya habían contado demasiado, y ni modo de decirles que estaban metiendo la pata. Al final aprendí a oír, a decir que sí y a olvidarme de lo que escuchaba.
A mí me daba terror la militancia; había empezado en el Partido Socialista Costarricense, y había salido corriendo por no sé qué tonteras que se les ocurrieron. Para ese entonces no era de lo más amigo de hacer amigos, y no creo que hubiera club social o círculo literario, no digamos partido político, en el que hubiera durado mucho. (Como pasó.)
En lo de Salpress, yo iba a ayudar en especial en conseguir información, a concebir la estructura, a dar contactos con periodistas para que publicaran los materiales y algunos detalles más. No tenía idea de cómo iba a funcionar el contacto con El Salvador desde México, cómo iba a ser lo administrativo, lo político, ni era el caso; la idea era armar la agencia, y yo trataría de facilitarlo. Cuando íbamos a lanzarla, a mediados del año, apareció publicada en el periódico Uno más uno información de Salpress que no habíamos generado nosotros: no teníamos ni siquiera un redactor. Se armó el revuelo. A averiguar qué era eso, y resultó que la Resistencia Nacional se había "adelantado" y había lanzado su propia agencia, curiosamente con el mismo nombre. Hasta donde sabía, era un acuerdo en el FMLN que sería de las FPL, y que trabajaría para la unidad. No sería una instancia colectiva.
No recuerdo los detalles, porque ha pasado mucho tiempo. Sé que en casa hubo una reunión con Hato, creo que Joaquín Samayoa (aunque no estoy seguro; él de seguro llegó para octubre), mi padre, alguien más a quien no recuerdo, yo y dos personas de la RN. Estas dos personas iban a explicar que, bueno, se habían adelantado, sí, pero podíamos hacer una agencia en común, bajo términos comunes, etcétera. El director sería Demetrio Olaciregui, un periodista panameño que era corresponsal de UPI, por tener amplia experiencia en periodismo (así era), y él proporcionaría un equipo de profesionales que se harían cargo de lo técnico.
La reunión fue tensa, y los de la RN se exasperaron y se fueron en no muy buenos términos. No recuerdo que nadie de mi lado los haya agredido, pero tampoco era necesario; ya era claro desde antes que no iba a ser agradable. La única vez que se me ocurrió abrir la boca, Olaciregui me cortó en el plan de "tú, niño, no sabes de periodismo y no vas a hablar", y a lo mejor era cierto, pero estaba en mi casa. No creo que haya hablado más para decir que si querían café o algo, pero igual debí decirlo con ironía. E igual ni siquiera empecé a hablar antes de que el otro me diera el parón. (Entre periodistas es más importante la lucha de egos que oír lo que el otro tenga que decir. Por eso a veces me harto del "medio", como le dicen, y me dedico a otra cosa.)
Después de negociaciones en las que no estuve, porque no era mi papel y porque fueron entre las comandancias de las FPL y la RN, en Managua, en octubre llegó Benjamín Valiente Álvarez (Juan Ángel) a trabajar en la redacción de Salpress, y Joaquín Samayoa como director. Una agencia de dos personas. No, yo no era redactor ni nada en ese momento. Mi papel era ayudar a que empezara a funcionar. Y no había nada.
El contacto con El Salvador era mínimo e inseguro, y no había modo de pasar información por teléfono, por télex ni por ningún medio, al menos de manera regular. Lo que llegaba de Managua era obsoleto, porque las agencias de verdad lo traían. Así que nos fuimos el plan B: Benjamín llegaría todas las tardes a El día, copiaría la información de los cables (teníamos catorce agencias, más algunas independientes e institucionales), la procesaría y la distribuiría... incluso a El día. Algo publicaríamos de allí, más para darle crédito que porque no tuviéramos la información. Esto fue hablado con mi jefe y maestro, Carlos Vanella, y él a su vez consultó con la dirección del periódico. Hasta se logró más: como no había dinero, y como El día era una cooperativa, ésta haría donaciones de materiales. Juan Ángel salía no sólo con las notas, sino también con clips, resmas de papel de empaque (o papel revolución, como sabiamente se le dice en México), lápices, plumas y cintas para máquina.
Varias noches por semana me pasaba por Salpress --previsiblemente estaba en Avenida Revolución, por Mixcoac-- para platicar con Benjamín y con Joaquín; a veces llevaba algunos tacos, a veces nos íbamos a cenar por allí, a veces nada.
En enero o febrero llegó el que sería el equipo de Salpress, formado por unas ocho o nueve personas, incluido un nuevo director y (gulp) la responsable política. El primero se presentó como José Ventura; yo lo había conocido un par de años antes como Enrique Salvador Castro, cuando llegó a casa como parte de no sé qué delagación de periodistas que iba a no sé qué evento, y habían querido conocer a mi padre. Me dio dos impresiones: una, que era un tipo que cambiaba de opinión con una facilidad irritante, según lo que pensara su interlocutor; dos, que se preocupaba más por hablar que por oír, o sea que era un periodista de los que no me gustan.
La responsable política se presentó como Antonieta, una señora severa y bastante sólida físicamente hablando. Hablé con ellos y decidí que no, que no me caían bien y que no iba a trabajar más en Salpress. Dije bienvenidos, mucho gusto, y me fui a mis cosas.
La primera y muy sabia decisión que tomaron fue dejar el local en avenida Revolución y pasarse a Insurgentes Centro 125, a una oficina mucho más pequeña pero más céntrica. Fue sabia porque El día estaba en Insurgentes Centro 123, a pared de por medio, y para ese momento era el único medio que publicaba a Salpress. El Uno más uno también, pero a la "otra" Salpress, que sobrevivió algunos meses más y luego se convirtió en la Agencia Independiente de Prensa.
Entre lo primero que hizo Antonieta fue ir a platicar conmigo. La intención era obvia: quería que trabajara en Salpress. En primer lugar yo no quería, porque ella no me caía bien. En segundo, tenía poco tiempo. Estudiaba música por las mañanas, trabajaba por las tardes y cantaba por las noches, además de los ensayos en fines de semana. Y tenía una familia. Además, seguía colaborando con las FPL a través de otras instancias, a través de mi padre y de otras personas. Estaba bien así.
Ella no sabía que yo no era militante, y me dijo que me iba a pedir a la estructura en la que trabajaba. Le dije que no pertenecía a ninguna y se lanzó a convencerme de que militara, que el pueblo, que mi obligación moral y todo lo demás. Como no quería ser brusco (ahora no me molesta tanto serlo, y lo aprendí con ella y con otros como ella), le dije que estaba escribiendo una novela y que no pensaba meterme en más cosas mientras no la terminara. Me dijo que qué bien que fuera escritor, que le gustaría conocer el material, que ella era maestra universitaria de letras, y que cuánto tiempo calculaba para terminarla. "Octubre", le dije por decir algo. Me dijo que estaba bien, que si quería discutiéramos lo que llevaba escrito, y le dije que no, gracias.
Y era cierto. Estaba escribiendo desde hacía unos meses la Historia del traidor de Nunca Jamás y no le encontraba entrada ni salida. Pensaba que me tardaría mucho más, y que ya en octubre se me ocurriría otra cosa.
Antonieta siguió llegando cada semana a platicar conmigo, en el plan de "ganar" mi confianza. Era tan burdo y obvio el asunto que me costaba ser amable. Pepe Ventura llegaba también a dejar la información y me empezaba a hablar de poesía comprometida, de que él también escribía, y me enseñó varios trabajos. Sonreí y le dije que qué bonitos, pero nunca serví para mentir y debió notar que me parecían infames, mucho peores que los míos, que no eran de lo mejorcito que se estaba escribiendo en el mundo, como se ve en algunos ejemplos de este blog.
También iba a menudo a Salpress, a platicar con los compañeros, y les ayudaba con algunas cosas técnicas y qué sé yo; no eran periodistas profesionales, pero se estaban formando rápido y bien. Creo que fueron ellos los que me convencieron de que trabajara en la agencia: Juan Ángel, Rocío, Jorge Sampson (aquí encuentro un artículo de él) y una chava extraordinaria, María, la recepcionista, quien había sido secretaria del arzobispo Romero y debió huir cuando mataron a una compañera; su verdadero nombre era Ana Vicenta. (Si alguien, con esas coordenadas, sabe quién es, por favor avíseme; será un gusto saber de ella.)
"Octubre" se convirtió en "septiembre", que fue cuando terminé la novela. Debí callármelo, pero se lo dije a Antonieta en la visita semanal. Bien, me dijo, cuando quisiera podía empezar a trabajar, y ya tenía al que sería mi responsable político. Suspiré y dije "Bueno".

El título que buscaba

Thierry Davo tiene textos míos que no sólo no tengo, sino que también he olvidado, varios de ellos de los años ochenta. Le di copias en 1986, cuando nos conocimos en persona (nos empezamos a cartear desde finales de 1985 o principios de 1986); llegó a México para que trabajáramos la traducción de Historia del traidor, y en realidad para pasarnos en Guanajuato el fin de año. (Nunca vayan a Guanajuato o San Miguel de Allende en fin de año si no tienen reservaciones.) Había leído el libro, le había gustado, quería traducirlo, no tenía editor pero podía ser divertido. Estuve de acuerdo. (Los originales de la traducción están en casa de mi hija Eunice.)
En los años siguientes le envié algunos textos más, y cada vez que nos hemos visto le doy borradores y apuntes y eso, y le mando todas las versiones de todo por correo electrónico. Si alguien tiene casi todo lo mío, lo que no rompí o sólo son meros apuntes, es él.
A veces me manda frases sueltas con algún comentario. Le pregunto de quién son, porque me llaman la atención, y resulta que están puestas en algún rincón de un libro mío, y no había reparado en ellas, con todo y que yo las escribí... Hay varias muy buenas, si he de ser franco.
Ayer me mandó la portada de mi segundo libro publicado, Algunas de las muertes. En medio de un relajo de cajas y papeles debo tener un ejemplar, pero no apostaría mi vida, y más bien quisiera que no. Es un libro que he tratado de olvidar; la poesía no es para mí, ni yo soy de ella, con todo lo que la disfruto. Lo peor es que, aunque no me lo haya dicho, él sabe que ése es el título que andaba buscando para sustituir el de Maneras de morir, pero me adelanté a usarlo. (Algunas de las muertes se publicó en 1986.) La primera parte del libro, como me lo recuerda en un comentario, tiene también un título bueno: Fragmentos de todo el amor. Me pasé varios años pensándolo, igual que el del libro, que es también el de la segunda parte. (Son poemas escritos entre 1980 y 1984.)
Algunas de las muertes es un libro demasiado visceral, y yo estaba demasiado ligado emocionalmente a él. Allí me di cuenta de que si uno está atado por emociones a un libro, el libro no funciona. Uno lo ve en blanco y negro, y no alcanza a percibir errores que son de manual. Por otra parte, está hecho usando extrañas combinaciones métricas. La mayor parte son endecasílabos, heptas, pentas, alejandrinos y eneas, todos mezclados. Aprendí un montón acerca de la lógica de la métrica, pero creo que aún estaba muy torpe para lanzarme a publicar los resultados; ahora no se me ocurriría publicar el noventa por ciento de lo que está allí, y más bien reciclaría algunas frases para armar otra cosa. Pero no quiero.
Pongo aquí un poema escrito en un estilo que usé bastante. Es un soneto inglés (tres cuartetos, un dístico), en rima asonante, con versos truncos en heptasílabos; es el primero de dos poemas titulados "Réquiem del miércoles" (¡qué buen título para novela negra!). Los escribí cuando mataron en Chalatenango, en 1983, a mi amigo El Negro Hugo; hace poco otro amigo me dijo que El Negro se llamaba Domingo Vargas, un tipo grandote y rarísimo: mezcla de rabia, ternura y una frialdad que podía ser confortante o aterradora, según de qué lado estuviera uno. Jugaba mucho con mi hijo y con mi gato, y los dos lo adoraban.

Hay algo en esta muerte —tan tu muerte—
como de maldición, de cosa seria.
Hay frases por tu viaje de este miércoles
francas y obscenas.
Hay este tu dormir con sobramientos
y el ritual desfilar de acongojados.
Hay el falso dolor, ese veneno
que las almas destiñe. Hay los bagazos
de tu cuerpo, vencido a media tarde
como quien dice siesta
o salud proverbial o me extrañaste.
(¡Y quién hasta el calor tu cuerpo extienda!)
Como reír talvez, o talvez menos.
Como lagarto a medias, si te vieron.

Hay en el libro una pieza arqueológica: un poema que escribí cuando tenía 20 años, quizá el único que sobrevive de esa época. No es para ningún muerto-muerto, como los otros, sino para alguien que se me murió en el amor. Muchos años más tarde la encontraría de nuevo, y volvería a morirse.

Para cuando murieras buscaría el retrato
guardado porque sí y te daría
un nuevo acto de amor sin compromisos
y me iría a dormir en otra parte,
tocaría la puerta y entre el sueño
tu esqueleto fugaz —fuga constante—
me dirá que me vaya, que te has muerto,
que los idos no lloran ni los hombres;
cerraría la puerta y dormido juraría
que nunca ni aquí ni en otra parte
volvería a volver,
que te quedaras en tu tiesto de flores
y si fuera posible que te fueras,
tus huesos a otra muerte,
una mujer sin sangre que te has ido,
ya para qué dormir, amor,
ya para nunca.

Veo lo que están haciendo los chavos de La Casa del Escritor a sus dieciocho años y de verdad que me da vergüenza. Igual no había un tipo que ya había pasado por "eso" diciéndome qué funcionaba y que no, o al menos qué no funcionaba, y tuve que echarme unos diez años solito, en una búsqueda de mí mismo que, después de todo, fue divertida. Me la pasé bien.
Ah: el libro tuvo también consecuencias políticas, cómo no. La segunda parte la escribí para algunos de mis amigos muertos (Hugo, Roberto La Rana, René Bascopé, Benjamín Valiente, mi abuelo Miguel, al que casi no conocí) y los comisarios de siempre me salieron con que eran demasiado "subjetivos", que no ponía énfasis en el legado revolucionario de algunos de ellos (los que eran militantes de las FPL), que debía más bien hacer cosas de tipo... uh... épico, supongo, en la onda de "has muerto pero vivirás para siempre", "tu ejemplo, compañero", etcétera. Y, junto con Historia del traidor, me valió puntos para el jucio popular que me hicieron en la semana santa de 1982. Bien al estilo Padilla, pero en chiquito, y bastó con enviarlos al diablo para que mi vida más o menos volviera a la normalidad. O casi, porque allí entra la historia de la que no hablo aquí, pero que algún día contaré, y que hizo que dejara de tomar café. (Igual me he echado algunas tazas en los últimos 24 años, en especial capuchinos helados. Lo que estaba tomando ese día era un capuchino caliente. Pinche Pávlov.)

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29 de abril de 2006

Gizmo


Se llama Gizmo y su mamá la destinó a morir cuando tenía como una semana de nacida. Era diferente a sus tres hermanos: mucho más pequeña, las patas delanteras cortas, las traseras más largas y ya se le notaba la joroba que tiene ahora.
Lo que hizo Saja (su mamá, pues) fue llevarse a los otros tres gatitos lejos de Gizmo y dejar de alimentarla. Cuando se la llevábamos, volvía a cambiar de lugar a los otros cachorros, y entendimos que se trataba de repudiarla, como Sha de Irán cualquiera. Le preguntamos por qué a un veterinario, y resulta que tiene síndrome de enanismo, y que los felinos pueden ser bastante malditos con eso de las diferencias. Además es estéril, y no hay shampoo ni acondicionador que le arregle el pelo; es bastante alambroso.
Mi hijo Eduardo (que acababa de llegar de México) se dedicó a darle leche con gotero, y la gata creció tanto como pudo (tiene la talla de un gato de seis meses, y ya va a cumplir cuatro años) y aprendió a defenderse casi desde bebé: a los gatos machos les dió, cuando tenía siete meses, por llegar a la casa y a tratar de matarla. Así de simple y así de feo. Primero les huía, luego aprendió a meterse en los jarrones para protegerse. Después aprendió a ahuyentarlos. Mäs tarde, cuando nos cambiamos a Los Planes de Renderos, parece que ella misma mató a alguno, nunca por iniciativa propia, que conste.
Se ha enfermado de muerte tres veces (además de la vez que se cayó en la pila y se estaba ahogando, pero ésa no vale), con infecciones de caballo, y de repente, zaz, estaba sana otra vez y como si nada.
Durante tres años casi no permitió que la tocaran; ahora de vez en cuando busca que alguien le rasque detrás de la oreja, en especial cuando uno está a punto de darle de comer. No entra en la casa, porque los perros (Natasha y Boris; ya hablaré de ellos otra vez) la tienen en la mira. A ella no le importan demasiado, francamente.
Cuando nos pasamos a la casa donde vivimos ahora (como en las tres mudanzas que hemos tenido) fue una odisea agarrarla. La primera vez le hizo serias heridas a Eduardo en la mano. Krisma logró pescarla y la trajimos antes que todo lo demás, la pusimos en un baño con comida y agua y de algún modo se escapó. A los dos días estaba detrás de la ventana, asustada y pidiendo comida; creo que allí se hizo un poco más accesible.
Siempre me han gustado más los gatos que los perros, aunque Natasha es una maravilla y Boris es simpatiquísimo. De los gatos me gusta que tienen su modo especial de querer; son de esos amigos que no necesitan estar demostrando su amistad cada tres minutos, ni siquiera verlo a uno, para ser cuates. Eso sí, no hay que ponerlos a cuidar casas, porque para eso no son, excepto Spooky, un gato persa que tenía en México y que murió aplastado por un carro mientras perseguía a un boxer. Sí, Spooky perseguía al boxer. Heroico, y le costó la vida.
Buena onda Gizmo. Nunca la voy a tener en el regazo para acariciarla mientras veo la tele, pero tampoco los perros que tenemos son demasiado afectos a eso; son chow chow, y ya se sabe que los chow chow funcionan más como lobos que como perros, y ya se sabe que los lobos son otra cosa.
He tenido cada animal raro... Como Wagner, la lechuza; la Comandante Bigotes, una rata blanca, tiernísima conmigo y maldita con todo lo que se moviera; hubo dos hámsters, Joseph y Golda, que tenían personalidades bien particulares; un perro callejerísimo, Nikita, que se creía gato, porque se crió con un gato, y Káiser, que fue mi niñera en la infancia, entrenado por un tío que era del G-2 de la Guardia Nacional. Y otros. Más de los que quisiera, quizá; viven demasiado poco para todo lo que uno los extraña.
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28 de abril de 2006

Comentario sobre Tiempos de locura

Encontré en mi correo un mensaje muy reciente de un post viejo, escrito por mi viejo amigo Anonymous. Dice así, con problemas de acentuación y todo:
Es esencial que en una sociedad como la nuestra se hagan publicaciones y que se de un debate. Pero lastimosamente, lo que aqui encontramos no es "debate", sino mas bien dos egos encontrados peleandose por un trabajo mal hecho. Sento mucho ser duro con la critica pero si este libro no es periodístico, histórico, ni literario entonces ¿que es?. Porque si lo que se pretendía fue una mezcla de todo, no se logró, lastimosamente en nuestro país cualquiera juega con la historia, y esa es una, y solo una, de las razones por las que no logramos avanzar como país.
Supongo que se refiere al post donde hablo del comentario de Carlos Cañas-Dinarte acerca de lo que no puse en el libro y que a él le hubiera gustado que pusiera, y donde dice que me basé en archivos que no existen (los de mi padre) y en pláticas que no existieron. (En en serio: me ha tocado vivir mi vida personal y mi padre no dejó archivos, y no platicamos todo lo que hubiéramos querido.)
Allí no veo "dos egos encontrados peleándose por un trabajo mal hecho"; veo a uno que hizo un trabajo (mal hecho, si es el caso) y a otro que no hizo nada, excepto contar lo que él hubiera escrito. Cuando Carlos haga algo y nos pongamos a ver quién le quedó más bonito habrá una lucha de egos; hasta entonces sólo hay un ego; lo otro es lucirse a costa del trabajo ajeno.
Tiempos de locura es un relato, nada más. Está dicho desde la presentación y la advertencia. Un relato de tipo periodístico acerca de hechos históricos, con una investigación documental bastante intensa y entrevistas con varios de los protagonistas. Un relato.
Lo demás son recursos. Todo el que escribe tiene recursos, pocos o muchos, que usa según le parece conveniente. Los míos son la narrativa, el periodismo y algo le sé a la investigación documental. Me encargaron que escribiera un relato y escribí un relato, con algo de interpretación cuando venía al caso.
De que en El Salvador cualquiera juega con la historia, estamos de acuerdo. Muchos de los que la hacen, por ejemplo. Quizá, como reacción a mi mal trabajo, alguien se aviente por fin a hacer el libro que todos los salvadoreños necesitamos leer para entendernos mejor. Y ya habría dos libros: mi libro malo y el libro bueno de quien sea. Y como ese otro tampoco servirá de seguro (alguien le escribirá algo parecido al autor en su blog), vendrá otro, y otro. Y allí estará la discusión que Anonymous desea, y yo también. Una discusión con fundamentos y sobre todo con obra. Sólo la obra habla (en mi caso, mal); lo otro son... uh... veleidades.
Voy a hacer algo por esta única vez, ya que a Anonymous no le gustó el libro: que me lo traiga y le devuelvo lo que pagó por él. Es bien frustrante comprar algo que uno creyó que era bueno y que le salga algo mal hecho; ya me ha ocurrido, pero a los autores no se les ha ocurrido decirme que me devuelven el dinero, algo que agradecería.
Ahora que, si habla sólo juzgando por lo que dice el post y no ha leído el libro, que vaya a la librería (en La Casita seguro lo encuentra), que lo lea y, cuando lo haya terminado y sepa por qué es tan malo, que venga y yo le devuelvo sus $8.50, que es lo que cuesta.
El nombre de mi corresponsal ya lo sé (Anonymous); con el apellido y un DUI le doy su dinero.

¿Por qué tribulaciones y asteriscos?

Bueno, es que... uh...
Un día se me ocurrió hacer un blog y... De eso hace como año y medio, cómo pasa el tiempo... Porque hasta un par de días antes de hacer el blog no sabía lo que era un blog, y lo vi fue un bonito cuaderno de apuntes, a la vista de todo el mundo pero, con tantos millones de personas en Internet, ni quien lo notara, algo así como "La carta robada", con menos misterio. (Tengo que releer a Poe. Es uno de los pendientes.) Después me di cuenta de que es un modo de dialogar monologando, o monologar dialogando, o algo, y luego ya no me importó y nomás me puse a escribir. Y lo del título...
Había que hacer una presentación, ¿verdad?, y poner algo que en ese momento se me ocurriera y... claro, acababa de leer a García Márquez, Memoria de mis putas tristes. Horrible. Y había cosas pendientes que quería escribir desde antes, así que...
El título del blog, ya sé.
El título se lo piden a uno desde que está llenando el formulario, desde que está en el sign-up. (Qué raro se está poniendo el español.) Me pidieron el título del blog, y los títulos tienen que ser verdaderas declaraciones de principios, porque un blog no es cualquier cosa aunque sea un cuaderno de notas, o aunque sea un monólogo público o un diálogo privado o lo que sea. Ponerle título a los libros es más difícil, como ya comentábamos, pero tampoco era cuestión de poner lo primero que se me ocurriera, nunca de los nuncas. Entonces, a ponerle título al blog.
Necesitaba algo sugerente pero directo, provocador pero que no fuera agresivo, sencillo pero que no fuera bobo, que sonara bien pero no fuera solemne, serio pero que tuviera sentido del humor, con sentido del humor pero que no fuera chusco ni obvio.
Y no se me ocurrió nada.
Lo malo era que había que llenar el cuestionario o no me daban mi blog, y yo lo que quería era empezar a escribir. Se me ocurrió "tribulaciones", y me pareció muy trágico, como quejarse uno de que la vida lo ha tratado mal pero a pesar de todo ha logrado soportar los embates de la vida etcétera. Muy en la onda de "and more, much more than this, I did it my way" (hay una peor: "All by myself", de Eric Carmen), pero juro que fue la primera palabra que se me ocurrió, quizá por el libro de Verne, Tribulaciones de un chino en China, algo así como las tribulaciones de un salvadoreño en El Salvador. O lo de "trials and tribulations", que a pesar de ser un lugar común es bien expresivo si uno se lo piensa bien.
Y los asteriscos, pues... uh... Los asteriscos, ¿no? Uno mira los asteriscos y sabe que... bueno.... son un signo tipográfico de lo más útil, por ejemplo...
Eh...
Son útiles, en serio. Y la forma así como de arañitas, y en ciertas tipografías se ven de lo más monos, con los bordes infladitos o en forma de hojita.
¡Ya sé!
Los asteriscos sirven para hacer llamadas al pie para hacer aclaraciones. Entonces este blog es algo así como llamadas al pie hechas mediante... uh... asteriscos. Y habla de tribulaciones más bien en un sentido... este... no sé, desenfadado, como en el libro de Verne, pero sin olvidar el sentido trágico de la vida, y a la vez la ironía, ¿no?, y la rotundidad (qué palabrota) de... Bueno, de todo.
Entonces, "Tribulaciones y asteriscos". Clarísimo. Un concepto bien profundo, y además bien fácil de entender.
Y, sí, qué diablos, la verdad es que no tengo ni maldita idea de dónde salió el título. Me preguntaron el título, escribí eso y ya.
(Es bonito, ¿no?)

27 de abril de 2006

Los hermanos Castro

Leo con preocupación, por lo que significa, esta noticia publicada en La Jornada de México, en la que Raúl Castro llama a la unidad militar como garantía de que sobrevivirá la revolución cubana a su muerte y a la de su hermano Fidel y a la de todos.
Es un discurso, y en los discursos generalmente el jefe de las fuerzas armadas se refieren a las fuerzas frmadas porque es a las que tienen enfrente, pero de todas maneras: lo que dice es que de la unidad de los militares, no del pueblo, dependerá que lo que han hecho en los últimos 47 años sobreviva.
Raúl, según hace constar la nota, tiene 75 años, y es el heredero natural de Fidel. Fidel cumple 80 años en agosto. Ya no es edad para andar en esos trotes, y no debería serlo. (¡Es de signo leo! Así que así sería yo si fuera el jefe de un país... Quizá por eso prefiero la literatura.) Me imagino que la lógica de que nunca hayan salido del poder es que ellos y nadie más son los adecuados para manejar al país y que no se desvíe la revolución o qué sé yo. Si Fidel logra mantener el asunto con su pura imagen, con su simple presencia, con su influencia personal, cuando muera, el equivalente será el autoritarismo directo, o eso desprendo de lo que dice Raúl, que no es ni de lejos tan carismático como su hermano.
¿Qué hará la gente del aparato de poder cuando muera Fidel? ¿Ir a juramentarse a su tumba o a pedirle consejo, como algunos ante la tumba de Schafik Hándal? Éste hizo un movimiento a su medida; Fidel, a todo un país.
Y el reloj corre en todas partes; sólo cambia la hora.

Demasiadas maneras de morir

Un día, en 2002, estaba escribiendo una novela y no tenía ni idea de qué título le pondría, porque así pasa y porque soy pésimo para los títulos. (Lo digo de envidia. Mientras que me puedo pasar años tratando de ponerle título a un texto, a Krisma le salen rápido y maravillosos. Su libro recién publicado en Barcelona tiene uno que me pone verdaderamente verde: Viaje al imperio de las ventanas cerradas.)
Un día conseguí en una librería de usados un poemario excelente de Hugo Lindo, Maneras de llover. Tiene una característica bien particular (además del título): no es un poemario basado en metáforas, aunque sí en imágenes. Los poemas son absolutamente llanos, en lenguaje igualmente llano, pero deja la sensación de haber leído algo de verdad lujuriante. (Qué palabra más fea. El concepto, sin embargo, es el adecuado.)
Como se trataba de una novela negra, y había muchos modos de morirse, se me ocurrió plagiarme el título ("parafrasearlo", pues) y ponerle Maneras de morir. En el interior, un epígrafe sacado de los textos: "Somos la bestia en su guarida." Sencillo, bonito, ingenioso y sobre todo original. (Bah.)
Cuando la editorial Norma iba a publicar el libro la editora no puso objeciones. De hecho ya estaba en prensa cuando le dije que no se publicaba y no se publicaba; no habíamos firmado contrato y sobre la marcha me había cambiado las condiciones.
Cuando lo iba a publicar Alfaguara, la editora dijo que debía cambiarse el título: como aparcería en Guatemala, iba a sonar feo porque Mario Monteforte Toledo tiene un libro que se llama Una manera de morir. Aun así me resistí un poco, y ya veríamos a la hora de la publicada qué le pondríamos. La publicada no llegó, porque me harté de esperar que se decidieran a imprimirlo y además también empezaron a cambiar las condiciones y a poner unas bien caninas a cambio de nada para mí, y así no juego.
El libro se va a publicar en Guatemala también, en la segunda mitad del año, con otra editorial, y por curiosidad me puse a buscar si había "algo" que se llamara Maneras de morir, no fuera la de malas. (Ya antes había pasado. En su edición francesa, Terceras personas se iba a titular Ils, y resulta que recién se había publicado un libro con ese título, así que se quedó como Tierces personnes, que de todas maneras me gusta más, y creo que a Thierry Davo también.)
Hace un rato agarré Google y me lancé al mar de internet. El primer resultado que me dio fue un texto de Eduardo Galeano que se llama así. Me molestó, porque lo de Galeano no me gusta, y además es un texto chiquitito, que no iba a anular Toda Una Novela.
Y empezaron los verdaderos asegunes.
Aquí encontré un artículo que trata de varias cosas al mismo tiempo, llamado igual, y dije: "Bueno, es sólo un artículo. Mi título se queda." Aquí, otro acerca de una señora llamada Carmen de Burgos: "Maneras de morir". Se siguió quedando. Hasta encontré una animación muy básica pero divertida, titulada también Maneras de morir, y uno no va a dar su brazo a torcer por un par de notas y un juego en Flash. Y un post en uno de los millones de blogs que hay en el universo cercano. Y otro. Y uno acerca de la pena de muerte en Estados Unidos. Y aquí me di cuenta de que una poeta de Neuquén, "la Sra. Irma Cuña", tiene un libro que se llama como el mío, publicado y todo. Pero Neuquén queda muy lejos y...
Y el colmo: otro señor tiene otro libro que se llama igual, publicado en 1991. Había muchos más resultados, pero dejé de buscar.
Suficiente. Me rindo.
Ya tuve una experiencia parecida: cuando escribí y publiqué Los héroes tienen sueño, y durante varios años más, no sabía que Adolfo Bioy Casares publicó en 1954 un libro llamado El sueño de los héroes. Un día lo encontré en una librería de usados, lo compré y no lo he leído de la pura vergüenza. En mi descargo puedo decir que desde Terceras personas me encontraron mucha influencia de él, en especial del Año de la guerra del cerdo, y de Elías Canetti, por el rollo fragmentario. Cuando TP apareció no había leído nada de Bioy, excepto lo que había publicado en colaboración con Borges, y sigo ignorante de Canetti, porque sus libros eran carísimos y había otros que me interesaban más. (Mi ignorancia no sólo es enciclopédica; también llega a la obviadad.)
Ahora no sé qué título ponerle, porque de verdad se lo voy a cambiar. Me pasé meses en hallarle ese y, plaf, a todo el mundo se le había ocurrido antes. Y eso que no menciono otros títulos derivados que hallé, como Ocho millones de maneras de morir, "Demasiadas maneras de morir" y las variantes que se les ocurran.
En la lista de desgracias, está el título de Trece. Lo terminé en 1997, y feliz, porque después de no sé cuántos años de buscarle título había encontrado uno que le quedaba al pelo. Y en 1999 apareció Thirteen days, sobre la crisis de los misiles de 1962, y en español el libro y la película se titularon Trece días. Y Trece se publicó apenas en 2003, o sea que quedé en segundo lugar, y es la historia de trece días...
Otrosí: escribí un poemario que me llevó diez años. En 1996 (aunque lo terminé en 2000) le encontré un título: Cosa personal. Por esos días apareció la telenovela Nada personal, y decidí sostener el título. Inútil. Todo el mundo me decía que remitía a la telenovela, y pos no, no tenía nada que ver.
Le voy a comprar un título a Krisma, a ver si me lo quiere vender barato.

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La paranoia va a hacer que busque todos mis títulos en Google. Ya me di cuenta de que hay algunas referencias con la frase "los años marchitos", pero no he encontrado otro libro que se llame así. Hasta lo encontré en la Biblioteca Cervantes... Hay otra referencia aquí, en un blog en el que se habla de escritores que son periodistas. Aquí se vende en una librería francesa, y los envidio, porque se agotó hace años. Y hasta desapareció EDUCA, la editorial original... (No, nada que ver con que hayan publicado mi libro. Fueron otros problemas, en serio.)

26 de abril de 2006

Irreverencias y JC Superestrella

Con Jesucristo se ha hecho de todo, pero lo más irreverente que he visto se encuentra aquí, en un video.
¡Cuánto tiempo ha pasado desde JC Superstar...!
Treinta y tres años, una cifra significativa para el tema. (Lo del párrafo anterior no era una pregunta, sino una exclamación, pero igual me fui a la base de datos de IMDB para ver.)
Interesante: el actor que hace de Pedro en JC Superstar, Paul Thomas, era actor porno. Siempre lo había sabido, pero no se me había ocurrido buscar las referencias. Antes de ser Pedro sólo había hecho un par de películas XXX; después, más de doscientas, incluidos varios clásicos: Memorias de una pulga, Taboo estilo americano, alguna de Emmanuelle, y a sus casi cincuenta años sigue actuando.
Ted Neeley, es decir Jesucristo, sólo tuvo algunos papeles más. Carl Anderson (Judas) actuó sobre todo en series de televisión, y murió a los 59 años de leucemia. Su mejor papel, además del de Judas, lo tuvo en The Color Purple, de Spielberg, como el reverendo Samuel.
Ivonne Elliman (Magdalena) no siguió en el cine, sino en lo suyo, que es cantar. Entre otras cosas ha sido corista de Eric Clapton, tras su éxito como cantante de música disco en la segunda mitad de los setenta.
Larry Marshall (Simón) también actuó poco en cine después de JC Superestrella, porque --al igual que Elliman-- es cantante, pero él de ópera. Recuerdo con él una versión excelente de la Salomé de Strauss.
El Pilatos de la película, Barry Dennen, tenía una magnífica voz (el único con acento inglés en JC; era obvio: representaba al imperio), y de eso vive: doblaje.
Caifás, o sea Bob Bingham, con una voz de bajo bien impresionante, sólo tuvo un papel más en una película que no sé si quiero ver. Busco y encuentro a un profesor universitario del mismo nombre y a un cantante de blues que bien podría ser él, sin tanto pelo como en la película; lo hacía más por el lado de la ópera. No sé a qué sonará un blues con un registro como el suyo...
A Herodes (Josh Mostel) le han tocado un montón de papeles secundarios (¿qué podía esperarse de Herodes), y Anás (Kurt Yaghjian)sólo volvió a aparecer en una película, Hair, en un papel secundario. (Bien merecido, por intrigoso.)
Los demás, por el estilo, o menos.
¿Moraleja? No sé. Veo que Pedro se ha divertido mucho, pero no quiero sacar conclusiones morales.

¿"Juro por Schafik"?

Cada vez debo ser más de derecha, porque cada vez entiendo menos qué le está pasando a la izquierda institucional y por qué hace las cosas.
Ahora resulta que el 1 de mayo, en lugar de ir a la marcha del Día del Trabajo, para rendir homenaje a los mártires de Chicago (en este último link hay un bonito blues en midi), como cualquier gente más o menos de izquierda (porque hasta los mencheviques, ¿eh?, y gente mucho más a la derecha de ellos), los diputados del FMLN se van a ir a juramentar a sí mismos ante la tumba de Schafik Hándal, como dice esta noticia.
Quizá el FMLN no quiera que se lo identifique con grupos anarquistas (sí, la mayor parte de los obreros de Chicago eran anarquistas) o con doctrinas que no sean marxistas al ciento por ciento --si algo así existe--, sobre todo porque, como usted recordará, Marx y Bakunin se jalaban de sus respectivas barbas en la Internacional Comunista, y el primero estuvo entre los que expulsaron al segundo, ni más ni menos. (Eso sí, Bakunin tiene un trabajo que se llama "Cartas contra el patriotismo de los burgueses" que es una joya. No sé si se encuentre aquí, pero valdrá la pena buscarlo. Allí viene algo de las polémicas con Marx y Engels. Eran sangrientísimas.) Con eso de que buscan cierta pureza de ideales, quizá por allí ande el asunto. Aquí hay una interesante entrevista con José Luis Merino donde se habla del tema, pero curiosamente aquí hay otra con él mismo en la que se dice que, si los diputados del FMLN no pueden cambiar las cosas en la Asamblea, hay que salir a la calle a pelear. Puede ser que aún no lleguen a la parte de la pelea y sólo saldrán a cierta calle y para ciertos asuntos.
Quizá la actitud de los diputados se justifique en el hecho de rendir honor a un viejo luchador social que representa al proletariado --el proletariado que de verdad es de izquierda--, y por eso van a la tumba de Hándal, para jurarle que seguirán sus luchas. Ir a su tumba equivaldrá a honrar a los... uh... proletarios marxistas caídos en la lucha, porque ya quedamos que los mártires de Chicago no. Pero entonces hay un problema de concepto, o van a ver a la persona equivocada, porque Schafik no era obrero, ni mucho menos. Era hijo de comerciantes, estudió derecho un par de años y... bueno... eso de la explotación era para él un asunto teórico, porque que yo sepa nunca tuvo un trabajo para ganarse la vida.
Talvez de allí está pueda desprenderse su aporte: se sacrificó tanto por sus ideales que no trabajó para pagar sus cuentas, y en lugar de perder el tiempo como todos nosotros se dedicó toda su vida, en cuerpo y alma, a dirigir la lucha del pueblo. Eso de ser obrero había que dejárselo --digamos-- a gente como Cayetano Carpio, que por algo --en la verdad oficial-- tenía tantas deficiencias teóricas y terminó como terminó. O sea: la cuestión de clase no funciona como todos pensábamos, sino como realmente funciona: los proletarios no tienen tiempo ni capacidades para hacer lo que deberían hacer los proletarios según Marx (la lucha de clases), y por eso hacen falta los profesionales de... esteee... me falla la teoría: el concepto de "lucha de clases" no existe actualmente en los planteamientos del FMLN, y no sé con qué sustituirlo para no salirme de la ortodoxia.
Como sea, Schafik es de los que servía para eso, y nadie más.
(Lo de que Hándal nunca trabajó lo hizo notar, de manera bien desagradable, mi tocayo Rafael Menjívar, que juro que no es mi pariente, durante la campaña para las elecciones de 2004. Una campaña puerquísima, pero además muy mal hecha; alguna vez dijo que hacía sus propios guiones, y se notaba que eran sus primeros intentos. Pero que Schafik nunca trabajó para comeren algo que no fuera la política era público y notorio. Y hubo otros que se sacrificaron como él: la mayor parte de los demás comandantes guerrilleros también pasaron de ser estudiantes a ser --precisamente-- comandantes. Algunos han trabajado después de los Acuerdos de Paz; otros siguen sacrificándose.)
O a lo mejor...
No sé. No entiendo. Lo del culto a la personalidad funciona mejor cuando el dueño de esa personalidad está vivo, o si tiene una personalidad magnética; pero cuando estaba vivo no le funcionó tanto, si hemos de creerle a los resultados electorales: las únicas dos veces que Hándal se lanzó a cargos públicos mediante elecciones directas, perdió; como diputado llegó por cuota plurinominal. Y no se trata de que perdiera por las "campañas de terror" como la que lanzó mi tocayo; ésas sólo funcionan si tienen bases para funcionar, o quedan en un alarde de ridículo, como está pasando en México contra López Obrador. (Si éste no gana, tendré que retractarme. Lo haré con gusto.)
Me voy a dormir. Al rato tengo que seguir editando un par de videos. Uno de ellos está muy oscuro y no he logrado aclararlo sin que pierda calidad la imagen. En el otro hay un problema en una toma: se ve una computadora en un lugar en el que no puede haber una computadora, y un escritorio donde no debe haber un escritorio. El asunto es que, al acercar, como trabajamos con cámaras de 8mm, el grano de la imagen se abre mucho, y está bien, pero no he logrado igualar las otras tomas.

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(¿Y si nada más se están inventando un nuevo ritual para justificar.... uh... lo que sea? Ir a la tumba de Schafik ese día, a juramentarse, es una declaración de principios. Pero ¿cuáles principios? No los que representa el Primero de Mayo, eso es obvio. Y no veo qué pueda haber de más importante para gente de izquierda, en un primero de mayo, que el Primero de Mayo, y ésa puede ser la declaración de principios. A lo mejor nomás lo harán porque a alguien se le ocurrió que era una buena puntada pero, conociendo a los comunistas --hablo de la gente del PCS, no de la izquierda de manera simplificada--, debieron discutirlo horas y horas y horas antes de que alguien determinara que así se haría y punto. Ya veremos qué tipo de juramento hacen; allí estará la clave.)

25 de abril de 2006

Valeria, versión 1.10


Pues bien, allí está Valeria con un año y diez meses, en semana santa, en foto de Osmín Magaña.
Estamos en el taller de video, y Valeria jugando con el Tigger que le envió su hermana Eunice hace como un año, y que no deja por nada. Tigger es uno de los personajes favoritos de Eunice; debe ser algo genético, aunque en lo personal prefiero a Eeyor (Igor el burro, pues).
La mano es mía, y allí se demuestran dos cosas: que no nací para pianista y que Osmín tiene excelente ojo, porque la escena no debió durar más de un segundo, en lo que iba de la sala a la computadora.
El 11 de junio cumple 2 años. ¡Santa Úrsula Inguarán me ampare! ¡Una géminis en la familia...! (Eunice es libra, mi hijo Eduardo es virgo. Yo soy leo, por si aún no se había hecho evidente. Ascendente escorpión, además. Krisma, God bless her boots, es acuario con ascendente acuario.)
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23 de abril de 2006

Nuestro conde de Montecristo

La ventaja de Edmundo Dantés es que es un personaje de ficción, y podía irle en la vida tan bien como qusiera, o como se lo permitiera Alexandre Dumas. Y Dumas obviamente lo quería, y estaba arrepentido por hacerlo sufrir de manera despiadada durante --al menos-- catorce años, y le dio a cambio una cantidad de conocimientos y de sangre fría y de efectividad y de dinero que ya quisiera cualquier dictador bananero, y hasta más de algún presidente electo democráticamente.
La desventaja de los condes de Montecristo de la vida real es que les va como les va, y que no tienen autores que los cuiden o les pongan abates en la celda de al lado. Aunque también tienen sus recompensas, que en general se remiten a una: cierta inmortalidad, es decir el recuerdo y la admiración por parte de cierta gente, la mayoría pobre y anónima.
Jesús Arriaga, "Chucho el Roto", bien pudo ser un modelo magnífico para que Dumas armara a Dantés, según se lee en su biografía, aunque estoy seguro de que no conoció su caso: murió cuando Chucho el Roto era un preadolescente. Ya vendrá alguien con eso de que "la realidad copia a la ficción", que no me parece acertado, aunque El conde de Montecristo sea cincuenta y tantos años anterior al nacimiento de Arriaga. Lo que pasa es que la vida se repite en muchos de sus aspectos, y la literatura también es vida, nomás que de otro modo. Y no creo que los que metieron a la cárcel a Arriaga leyeran El conde de Montecristo; no les hubiera salido tan bien, y esa gente no pierde el tiempo en literatura.
Recuerdo que durante toda mi infancia oí una radionovela sobre Chucho el Roto, que pasaba a las siete de la noche. Cuando iba a una finca que tenía el tío Juan entre Aguilares y Suchitoto, por el río Chalchigüe, a esa hora todo el mundo, hombres, mujeres y niños, estaban alrededor de la radio, escuchando por enésima vez las gracias y desgracias del tlaxcalteca, su encarcelamiento en San Juan de Ulúa, su venganza, todo. Lo mismo cuando pasaba alguna noche en la playa, con alguna tía en el campo, lo que fuera. Y no había quien no la comentara, como si la escucharan por primera vez. (Había otra que pasaba también y que también era inmortal: "Porfirio Cadena, El Ojo de Vidrio; pero éste era un personaje de ficción, y no me parecía tan interesante.)
Al llegar a México, en 1976, me di cuenta de que allá también pasaban, todas las noches y desde hacía treinta años, la radionovela de Chucho el Roto (y al *Ojo de Vidrio le han hecho secuelas larguísimas que transmiten hasta la fecha). La novela no durará ni siquiera un año, pero ponían el primer capítulo al día siguiente del último. (Ahora casi no oigo radio, así que no tengo idea si la pasan, si no y desde hace cuánto.)
De Chucho el Roto han hecho una cantidad seria de películas, tantas como de El Conde de Montecristo: IMDB reporta unas mudas en 1919 y 1921; otra en 1934, ni más ni menos que con don Fernando Soler en el papel principal, con Polo Ortín (papá del cómico que conocemos, de seguro; no sabía que era de origen peruano), Julián Soler y Domingo Soler. La familia Soler casi en pleno. (Falta don Andrés, que se parecía mucho al abuelo Alfonso.) Otra en 1945, La sombra de Chucho el Roto. Otra 1954. con Luis Aguilar y Elda Peralta (escritora y, si no recuerdo mal, esposa del también escritor Luis Spota) y Clavillazo. Una en 1960 con varios actores interesantes: el gran Carlos Ancira (durante 30 años representó el Diario de un loco, de Gógol), el Chicote, Óscar Pulido, Emma Roldán... Secuelas en 1961 (La caputura de Chucho el Roto) y 1962 (La entrega de Chucho el Roto). En 1969 hubo una telenovela con Manuel López Ochoa, Blanca Sánches, Susana Alexander y con el productor mexicano de todo lo que se filmara en la época, Valentín Pimstein. Recuerdo haber ido al cine Apolo a ver la película con la abuela Mina, reviso y, en efecto, hay dos películas reportadas con López Ochoa: en 1970 (Vida de Chucho el Roto o Yo soy Chucho el Roto y Los amores de Chucho el Roto) y en 1971 (El inolvidable Chucho el Roto).
Encuentro otra de intenciones sospechosas, El tesoro de Chucho el Roto, de 1960, con Ana Berta Lepe y Joaquín Cordero, que más que buenos actores eran gente que daba el taquillazo (la Lepe estaba de verdad lépera), y la maravilla: Chucho el Remendado, de 1952, con Germán Valdés, "Tin Tan", y actores buenísimos, como Andrés Soler y Queta Lavat. (Recuerdo los papeles de Lavat con Pedro Infante y Mauricio Garcés; aquí se ve de lejitos en una de Tin Tan; aquí se ve con poca ropa para la época, y apareció en Dos tipos de cuidado; todavía sigue actuando).
En fin, Jesús Arriaga, un joven que hace ciento y pico de años fue encarcelado injustamente y se convirtió en bandido, sigue por allí, como un Edmundo Dantés de los que no leen novelas clásicas. Y es el producto de la extraña y quizá comprensible admiración de los mexicanos (y otros pueblos) por los bandidos, si no que expliquen la admiración por Pancho Villa el cuatrero, Jesús Malverde el narcotraficante milagroso que el Vaticano jamás canonizará (se puede leer de él aquí, aquí, aquí y aquí) , aunque ya haya peticiones formales; Joaquín Murrieta y hasta Rafael Caro Quintero, cultivador de marihuana que daba trabajo y mantenía en buena vida a varios miles de campesinos. (Aquí se dice que hasta participó en el escándalo Irán-contras y que manejaba un campo de entrenamiento de los antisandinistas en Veracruz; lo que hay que hacer para quedar bien con el gobierno gringo. Si no mata a Camarena, allí seguiría.) Benicio del Toro hizo una película en la que protagonizó a Caro Quintero.
Ya me dio hambre y sueño. En unos minutos voy a averiguar cuál es más fuerte, es decir: si puedo dormirme sin comer.
Na. Voy a comer primero.

22 de abril de 2006

De cuentos, novelas y ensayos

(A propósito del post de "El milagrero" y los comentarios adjuntos.)

Me puedo pasar años escribiendo un cuento. "El campeón", por ejemplo, me llevó como seis o siete años. No le hallaba el final. Le corté la mitad, me inventé algo que no tenía que ver y logré acabarlo. Quizá es el único cuento que he escrito porque quería escribir un cuento. Para "El cubano" usé un capítulo que eliminé de Los héroes tienen sueño porque no venía al caso. Me dio pena desperdiciarlo y quedó lo que quedó.
"Cementerio de carros" lo escribí en cosa de un año (lo que me lleva una novela negra), más los dos o tres años tratando de hacerlo, más otro año corrigéndolo. "Un mundo en el que el cielo cae y cae", mi favorito (dos páginas) me llevó dos o tres años, como en tres o cuatro versiones, y sirvió para la corrección de Los héroes tienen sueño.
No se me ocurren muchos temas para cuentos. Pienso en formato de novela. Los cuentos, para mí, son ensayos que me llevan a algo más; la temática no importa demasiado, sino solucionar asuntos prácticos. Y la poesía también. Y todo lo demás, música incluida.
Hay quien se indigna (poetas y cuentistas en particular), pero mi proceso para escribir una novela es así:
1. Tengo una sensación, después de darle vueltas a una idea, y no sé cómo ponerla en palabras. Escribo un par de poemas hasta que logro centrar esa sensación. Si no, hago música. Cuando siento "eso", paso al punto 2.
2. Busco la forma. No la hallo. (Si la hallo, me salto este paso.) Escribo algunos fragmentos y me pongo a buscar a los personajes, a darles actitudes, a determinar su modo de hablar. De alguno de esos fragmentos saldrá algún cuento. A veces no paso de allí y no llego a la novela. A veces, de esta búsqueda sale algo (como la segunda parte de Breve recuento de todas las cosas, que escribí en 1989, antes de Los héroes.)
3. Escribo una novela negra, que tiene algunas frases, algunos giros, tres o cuatro ideas, que me servirán después. Trato de determinar temas, problemáticas, etcétera, y ante todo formas de narrar, recursos, registro, qué sé yo.
4. Escribo una novela "literaria".
5. Si me trabo, escribo otra novela negra o algún texto "literario" para destrabarme, y sigo con la novela del punto anterior.
Es decir: con unos 18 o 20 libros de literatura escritos, tengo pocos que pueda decir que son "los de verdad"; los demás son ensayos y experimentos.
Mis "novelas novelas" son Terceras personas, Los héroes tienen sueño (sí, ya sé que es negra, pero igual; me preparé muchísimo para llegar a ella, con todo y que el arranque se debió a algo incidental), Trece y Breve recuento de todas las cosas.
Instrucciones para vivir sin piel me sirvió para solucionar problemas de lenguaje y estructura para Breve recuento, y "Espejos" tenía como objetivo verlo desde cierta perspectiva; un cuento, "Fade-out", me sirvió para ciertos ambientes de Trece (la parte relativa a una mulata con la que anda mientras se pasa espiando a la mujer de la ventana); "Cementerio de carros" me destrabó en De vez en cuando la muerte, que a su vez tenía un objetivo para Trece: contar cosas complejas de la manera más fluida posible.
A pesar de que según yo he escrito cinco novelas (el Réquiem para una señora sin canas, de género negro, es también una novela "por derecho propio"), de repente me di cuenta de que tenía un montón de libros para publicar o, peor, publicados, y que también eran novelas o un par de poemarios o un libro de cuentos. Thierry Davo incluirá Historia del traidor, y tendrá razón. Tengo dos etapas literarias: Historia del traidor (mi primera novela publicada) y todo lo demás.
Después, cuando leo los libros ya publicados, veo que no sólo se trata de ensayos, o no se nota que lo sean. Pero hay ideas y cosas que siempre enlazan ciertos libros con otros, y que se repiten en los cuentos y en algunos poemas.
Hay un cuento de Salarrué, La botija, que trata de un tipo bien haragán, que se pasa la vida queriendo hacerse rico fácilmente, y ¿qué más fácil que encontrarse una botija llena de oro en algún campo de labor? Así que se pone a trabajar como jornalero, veinte horas diarias, con el único objetivo de encontrar una botija y poder seguir en la pereza. (El cuento es buenísimo. No se lo pierdan si no lo han leído.)
Me parece que algo así me pasó, con menos ambición. He buscado escribir una novela "con todas las de ley", la novela que quizá no pueda escribir (El idiota, El extranjero, El largo adiós, Solaris), y en el camino he ido haciendo otras cosas como por no dejar. Las cinco de las que hablo, espero, son las que me están preparando no sé para qué. Creo que escribir por escribir se ha convertido, al final, en el objetivo último; ya saldrá lo que salga. Y lo último que hice fue un libro de historia reciente, periodístico, pero con forma de novela... Me niego a creer que la ficción pueda ser desplazada por la realidad, así que no espero dedicarme en adelante a escribir cosas de historia reciente.
O quizá ese libro, a su vez, me lleve a otro, y a otro, y cuando me muera me dé cuenta, borgeanamente, que todo lo que hice fue escribir un solo libro, precisamente el que quería escribir. Y también por allí me encontré con una sorpresa.
Los años marchitos fue mi primera novela policial (1988-89), y la escribí para ver qué se sentía. Después empecé De vez en cuando la muerte (1990-1996), y en el camino, de un capítulo eliminado, salió Los héroes tienen sueño (1990-1991), que andaba "buscando" desde hacía un par de años. Así que decidí que sería una trilogía, con referencias de todas las novelas en las demás, ciertos personajes que serían una constante, qué sé yo.
Años después me di cuenta de que había vacíos en la estructura de la trilogía. En 2002-2003 escribí Maneras de morir (título plagiado de Maneras de llover, de Hugo Lindo, como De vez en cuando la muerte viene obviamente de Serrat; ambos traen sus epígrafes). Sería la última de una tetralogía, entonces. Pero hacía falta "algo" entre ésta y las anteriores. Así que en 2005 escribí Al director no le gustan los cadáveres. Una pentalogía. Hasta ahora la veo más o menos cerrada, pero hay un par de historias que quiero contar, que están prefiguradas en Cementerio de carros, y que veo posibilidades de desarrollar.
Me encantaría ver publicadas las cinco al mismo tiempo; por ahora sólo he visto dos en la misma editorial, y otra en tres editoriales diferentes de tres países, y otra que se publicará en otra editorial (y en otro país) antes de fin de año, y una que espera editor.
Lo malo es que hace falta que uno deje de escribir para ver cuál fue su obra final. Y no creo que deje de escribir mucho antes de morirme. (Ya le pedí a Thierry que, cuando se dé cuenta de que no tengo nada que decir, me lo advierta, de preferencia a gritos. No voy a andar haciendo ridículos después de lo que me ha costado escribir las únicas cinco novelas que tengo. Seis, con el Traidor. Un día, furioso, se me ocurrió empezar a escribir una novela light, para ver si pegaba. Me estaba quedando tan bien --según el objetivo-- que Thierry me dijo que no servía, y la dejé. Y no es que la haya dejado; nada más la estoy escribiendo de otro modo. Pinche Thierry por tomarme tan en serio y por cumplir su papel de amigo. A lo mejor ya sería rico...)

21 de abril de 2006

Y otra sobre Judas

Uno de los traductores del evagelio de Judas llegó a México, y La Jornada publicó una nota interesante con sus puntos de vista. Destaco tres:
...este hallazgo contribuye a la discusión sobre la diversidad de enfoques acerca del papel de la cristiandad. Nosotros presentamos las pruebas, cada quien sabrá si creer o no.
En El evangelio según Judas hay una presentación mística de un mundo espiritual de Jesús y sus discípulos, pero también contiene la parte gnóstica de esta cristiandad. [...] Este nuevo evangelio, junto con otros documentos, aparece como una herencia cultural para el estudio del cristianismo...
...si colocamos los cuatro evangelios desde el primero hasta el más reciente, todos fueron escritos a finales del primer siglo. No pasó mucho tiempo entre uno y otro; cuando los colocamos en orden cronológico descubrimos que hay gran hostilidad hacia Judas y mucha ambigüedad sobre lo que ocurrió entre los discípulos cuando llegamos al evangelio de Lucas... pero la explicación es que el Diablo hizo todo eso.

El milagrero

Hoy me llegó de Alemania un libro bien bonito, en bonita edición, que se llama El milagrero (o su equivalente en alemán). Trae cuentos de gente de Perú, Colombia, El Salvador, Chile Honduras, Dominicana y Ecuador; la noticia se puede encontrar aquí, y ya me dirá quien entienda, porque yo el alemán, más o menos como el copto, el griego (del siglo que sea) y el arameo.
De El Salvador incluyen a tres: Jacinta Escudos, con su cuento "Costumbres prematrimoniales", quizá mi favorito de ella; Horacio Castellanos Moya, con "Hipertenso", y yo, con "Cementerio de carros". La traducción, hasta donde sé, es de Verónica Engeler (al menos la de mi texto), argentina residente en Alemania, según se presentó ella misma por correo electrónico.
Ya me ha tocado compartir varias veces antología con Jacinta y Horacio. Verónica Engeler me contó que encontró "Cementerio de carros" en una antología de autores centroamericanos preparada por Enrique Jaramillo Levi, Pequeñas resistencias 2, publicada en España hace casi tres años; allí se antologa también "Costumbres prematrimoniales". Antes, en 1999, tocó en la revista francesa Meet; allí publicaron un pedazo de mi cuento "Fade-out", que Thierry Davo ha retraducido completo. No encuentro mi ejemplar de Meet, y no recuerdo qué textos se publicaron de Horacio y Jacinta. (Vienen también Álvaro Menen Desleal, Alfonso Quijada Urías, Miguel Huezo Mixco y... ya no me acuerdo. Creo que Manlio Argueta, cómo no.)
En 2002 se publicó otra antología en Alemania, Papayas und Bananen (¡qué título, por san Judas!), de Werner Mackenbach. Werner había leído (en mi caso) el trozo de "Fade-out", le gustó como si fuera el cuento completo. Cuando le dije que no, que era la mitad, le gustó más traducirlo, o eso me dijo. De Jacinta viene "¿Y ese pequeño rasguño en tu mejilla?", un relato muy bueno del libro Cuentos sucios (como "Costumbres prematrimoniales"). No viene nada de Horacio (aunque por El Salvador aparecen también Salvador Canjura, una Claudia Hermández que aparece como guatemalteca y Mauricio Orellana Suárez). En la versión en español, que se llamó Cicatrices y se publicó en Managua en 2004, ya aparece un cuento de Horacio, "Paternidad".
En 2004, en la revista italiana Crocevia, aparece una microantología con Jacinta ("Sin remitente, otro muy bueno) y viene "Cementerio de Carros", que aquí está en la traducción de Attilio Aleotti.
Siempre me ha resultado curioso que me incluyan en antologías de cuentos (hay un par más donde aparecen "Cementerio de carros", "Una luz que nunca se apaga" y "Espejos"). Horacio y Jacinta cultivaron durante un buen rato el cuento. Por mi parte, excepto Terceras personas, que según yo no está formado por cuentos ni por cosas que se le parezcan (o por cosas que sólo se les parecen), no me he dedicado con fervor al género. He escrito más novelas que cuentos en mi vida. (Hablo de los publicables. También empecé con cuentos, y deseché algunas docenas. Y he desechado al menos seis novelas, por malas.)
En fin, contento. El lunes próximo voy a arreglar los libros y revistas donde vienen cosas mías, para gusto del ego. Hace unos pocos años apenas ocupaba unos diez centímetros de anchura con mis obras publicadas completas, y ahora ya me echo un par de anaqueles pequeños. Se siente rico, para qué miento.
Otra cosa es ponerse a leerse a sí mismo. Lo hago de vez en vez, pero sólo cuando siento que soy capaz de ver mis cosas como si yo no las hubiera escrito. Si no, ¿qué chiste?
Voy a seguir revisando el libro. Viene en edición bilingüe.

20 de abril de 2006

Actualización de recuerdos

Por pura curiosidad, y nomás para verlo tantos años después, busqué en Google a Rubén Aguilar Valenzuela, actual vocero del presidente mexicano, Vicente Fox. En su ficha oficial leí algo interesante:
Corresponsal de las agencias NOTIMEX (México) e IPS (Italia) durante la guerra en El Salvador (1980/1981) y fundador y director de la agencia Salvadoreña de Prensa (SALPRESS) (El Salvador / México). En el inicio de los años ochenta participó en las áreas de comunicación del FMLN en El Salvador.
No sé de lo demás, pero no lo recuerdo como fundador de Salpress, a menos que fuera el jefe de los jefes que la fundaron. Recuerdo que la armamos, en la práctica, Joaquín Samayoa, Hato Hasbún, alguien más (que no era Rubén) y yo, bajo la dirección de otra persona (que tampoco era Rubén, y que en ese entonces estaba jerárquicamente por encima de él). El primer periodista que trabajó con Salpress fue Benjamín Valiente Alvarez, asesinado en 1982 o 1983 en Chalatenango, mientras se desempeñaba como reportero de Radio Farabundo Martí. Directores fueron tres: el primero, por una corta temporada. Joaquín Samayoa; luego, uno que se hacía llamar Pepe Ventura (desde hace años lo veo en la directiva de una asociación de artistas llamada UNARTES, y me lo he hallado un par de veces, y si es posible, lo evito), que firmaba mis artículos con su nombre y los cobraba y se quedaba con la lana. Cuando me enteré dejé de escribir cosas que no fueran noticias, y creo que en alguna medida por eso me expulsaron de las FPL, la organización a la que pertenecía Salpress. (No, no fui guerrillero heroico ni nada de eso. Duré siete meses como militante formal.) El tercer director, Ricardo Bracamonte, lo fue hasta la desaparición de la agencia, después de los Acuerdos de Paz.
Podrá decir que estuvo en el grupo de decisión para la creación de Salpress, y se lo creería. O que haya dirigido alguna sede, pero la central estaba en México. Sé que era el jefe de la responsable política, una señora a la que le encantaba ejercer el poder con dolor (para los demás), que llegó cuando la agencia ya estaba instalada. También sé que nunca lo tuve en la máquina de al lado ni supe que escribiera nada para Salpress. Entre la responsable política y Rubén me hicieron un par de cosas que me cuesta olvidar. Baste con decir que, después de una plática con él (la única que pasó del saludo y las generalidades), en un lugar magnífico que se llama El gran premio, dejé de tomar café, y hasta la fecha. Skinner en su más alta expresión. La pura campanita, y yo de perro salivador.
La Wikipedia en inglés recoge parte de su biografía, precisamente la que habla de que fue fundador y director de Salpress; no lo hallé en la Wikipedia en español. El semanario Proceso recuerda su pasado jesuita (sí, fue sacerdote), que no viene en su ficha oficial. Y aquí plantea lo que consideraba una buena estrategia de comunicaciones para Fox, por las fechas en que éste andaba casándose o por casarse con Martha Sahagún, su --entonces-- jefa de comunicaciones.
Ha cambiado físicamente, Rubén. Tenía un pelo largo y canoso que se le veía muy bien. También usaba barba, y se reía en todo momento; parecía que traía la sonrisa por hardware. Ni de lejos se ponía traje.
Los años son los años, pues. También yo usaba el pelo largo, y me lo quité porque el calor salvadoreño es insoportable cuando uno tiene el pelo a media espalda. Me salieron canas también, y aún no he logrado ponerme traje.
(No sé por qué me pongo a escribir estas cosas. Quizá porque estoy cansado después de terminar la página de La Casa del Escritor. Me afecta no dormir toda una noche.)

19 de abril de 2006

Mi Judas favorito

Con la tendencia a la simplificación de las cosas serias, siempre se pone a Judas como némesis de Jesús, y se establece un parámetro interesante: la contraparte del bien divino no es el mal, sino la traición (o ésa es la más baja expresión del mal). Por mí, excelente; me caen mal los traidores... excepto los de Borges, que son terriblemente lúcidos. Los de Dostoyevski también son geniales, y Conrad tiene un par en El agente secreto, cómo no.
Para cierta teología, Judas era parte de un plan divino; su traición no fue una decisión personal, sino algo dictado por Dios, y había de por medio el cumplimiento de una profecía, así que cuidadito con no recibir las veinte o treinta monedas (ya no me acuerdo; igual un mesías cuesta más que eso, o Judas era un pésimo negociador). Judas fue condenado por suicida, no por traidor.
Y está mi favorito: Jesús era Judas, y Judas era un buen tipo que murió en la cruz.
Refraseo: el hijo de Dios era Judas, y Jesús era un buen tipo que murió en la cruz, pero no para redimir a los humanos; de eso se encargaría Judas de la manera más terrible posible, precisamente la traición.
Para quien esté interesado en esta teología perversa, apachurre aquí para leer "Tres versiones de Judas", uno de mis textos favoritos de Jorge Luis Borges. Aquí hay una versión en PDF. Al lado de eso, lo de National Geographic es una "revelación" de lo más light.

18 de abril de 2006

Más sobre Judas

La revista Vértice publicó un pequeño reportaje sobre el evangelio de Judas. Es interesante la opinión y posición de monseñores Urioste y Delgado, dos sacerdotes de buen prestigio en El Salvador (ambos, entre otras cosas, trabajaron con el arzobispo Romero, y son académicos bien formados). En la nota anterior a las entrevistas con ambos hay un reporte de que la iglesia chilena califica de falsificación el documento publicado por National Geographic.
Interesante lo que hace "apócrifo" a un evangelio: la inspiración divina. Hay cuatro inspirados por Dios; hay varias docenas que no. Me pregunto cuántas horas-teólogo se habrán gastado en determinarlo, y cuántas revelaciones habrán hecho falta.
Hay algo en lo que insisto: el fundador de la iglesia católica, Pedro, negó tres veces a Cristo antes de que cantara algún gallo, hace mucho tiempo. Y son sus seguidores los que determinan la santidad de las cosas.
Me voy a hacer el almuerzo. Hoy toca pollo.

15 de abril de 2006

Chema Méndez

Entre mis primeros recuerdos está el de un señor gordo y de bigotes, con lentes de estricto carey, que llegaba a casa, se sentaba en una silla haragana y comenzaba a contar cosas divertidísimas. Mi padre, que no llegaba a los treinta años pero para mí era Muy Viejo, se reía y lo miraba con una admiración de niño pequeño, casi tan pequeño como yo.
El señor era José María Méndez, y cada vez que llegaba le pedía a mi padre que me leyera (cuando ya se había ido) uno de sus cuentos que más me gustaba, "Memorias de un desmemoriado", también uno de los primeros de mi vida. Mi padre insistía en leerme también "Tres mujeres al cuadrado", que estaba bien pero no me divertía tanto, y que disfrutaría por mí mismo unos años más tarde, junto con mucho de su obra.
A los 13 o 14 me expliqué por qué la emoción infantil de mi padre al oír a Chema (no le digo así por igualado o por hacerme el mundano; así le decía de niño, y le divertía) contar sus anécdotas interminables (que no recuerdo, aunque sí la sensación). Cuando mi padre era en efecto niño, según me contó, la abuela Carmen, en su obsesión de que sus hijos fueran "alguien", le compraba libros prohibitivos para el salario de chofer y, en lugar de llevarlo al parque como a cualquier hijo de vecina, lo llevaba a dos lugares para que se educara dignamente, y además gratis:
1. A las manifestaciones en favor del Dr. Romero, que terminaban siempre en carrera con la Guardia Nacional detrás. (Los manifestantes llevaban canicas y las arrojaban a los caballos de la Guardia cuando iba a empezar la represión.)
2. A los juicios de Chema Méndez, uno de los penalistas y litigantes más efectivos (aunque no de los más ortodoxos) que ha tenido el país.
Recuerdo que fue rector de la Universidad de El Salvador durante cosa de un año, pero no era lo mismo dirigir la UES que ejercer el derecho, y renunció. Hubo un rector interino, Gonzalo Yánez (gran arquitecto, formado en México; vive allá ininterrumpidamente desde 1972, y tiene obras capitales sobre la arquitectura colonial de Puebla y Tlaxcala), y después siguió mi padre, que tampoco duró demasiado. La última vez que vi a Chema fue en julio de 1972, poco antes de la ocupación militar de la UES.
Cuando regresé a El Salvador me mandó un recado: que le hablara y que fuera a verlo. Me sorprendió que después de 27 años quisiera hablar con alguien que para él seguro seguía siendo un niño, y lo atribuí a que querría noticias de mi padre, quien ya estaba entrando en la recta final de su vida. Por un motivo u otro, tardé más de un mes en llamarlo, y alguien del otro lado de la línea me dijo que no podía verlo, que estaba muy enfermo, sin explicaciones ni preguntas. Un par de llamadas más tuvieron el mismo resultado. Varios amigos me dijeron que había tenido un derrame o algo, y que ya no podía comunicarse con el mundo exterior, aunque por dentro seguía siendo el mismo de siempre. Me dio tristeza y, con dolor, no insistí.
Hace unos dos años (aunque no estoy seguro; soy pésimo para las fechas) CONCULTURA le dio un reconocimiento, junto a otros artistas, por su larga trayectoria. Lo vi en el diario y me dio gusto. Estaba más viejo, mucho más viejo, pero yo también.
Hace un rato leí la noticia de su muerte aquí. No quiero ir a su entierro, porque de seguro irán varios escritores que ya conozco en esas circunstancias; hablarán de sus bondades a toda voz, y de sus defectos y de la calidad que le atribuyen a su obra en susurros cómplices y más bien malsanos; no quiero pasar por eso. Para mí es un asunto personal, muy de infancia, que no quiero compartir con nadie. Ya iré a verlo (por fin) al Cementerio de los Ilustres y platicaré (también por fin) un rato con él, ya de adulto a adulto. De paso veré a la abuela Mina, a don Jorge Arias Gómez (¡qué bien comía!, la abuela Carmen se encantaba con él por eso, y mi madre se alarmaba por el presupuesto familiar cada vez que llegaba a cenar) y a mi hermana María Elena, muerta año y medio antes de mi nacimiento.
(A veces hace falta una hermana mayor.)

14 de abril de 2006

Para todas sus necesidades revolucionarias...

Sí, ése es el lema de The Che Store, dedicada a la memoria del guerrillero heroico y --no tan de paso-- a un comercio de lo más lucrativo. Además de los pósters con la famosa foto de Alberto Korda, se puede encontrar camisetas (tallas para hombres, mujeres y niños), gorras de béisbol, boinas, ropa militar, mochilas, alfileres, tarjetas postales... Todo lo que un revolucionario pudiera necesitar para... uh... hacer la revolución, supongo.
La imagen del Che Guevara --literalmente "la imagen"-- siempre me provocó problemas. Tenía ocho años cuando llegó a casa la revista Life con las fotos del Che en Bolivia, desde que la CIA comenzó a detectarlo en el Congo hasta la exhibición de su cadáver tras su asesinato en La Higuera. Por supuesto que en casa se hablaba (en voz muy baja) de que habían matado al Che, pero la muerte es, a los ocho años, un asunto de lo más abstracto. Mi padre trató de que no viera la revista, pero también el tío Mauricio (vivía a media cuadra de casa) la compraba, y allá fui a ver qué se escondía debajo de sus tapas. Lo que vi, entre otras, fueron fotos como éstas, y ésta en particular me llamó la atención. Según mi experiencia, los militares de alrededor debían estar golpeándolo o tenerlo esposado o algo, y sin embargo todos, incluido el Che, se veían de lo más tranquilos. Llevé la revista y le pregunté a mi padre por qué.
--Porque está muerto --me dijo.
--¿Está muerto?
--Sí.
--¿Entonces por qué tiene los ojos abiertos? ¿Y por qué se está riendo?
Supongo que me habrá dado la explicación anatómica correspondiente, pero durante años tuve la certeza de que no, de que no estaba muerto, y prefería tener esa convicción porque una muerte con los ojos así, abiertos, y con esa sonrisa debe ser espantosa: al hombre lo derrotaron y sigue riéndose... (¿Qué esperaban de alguien de ocho años? Después he matizado un poco la impresión.)
Desde un par de años antes, de pie en la puerta del negocio de telas que la abuela Mina tenía en la calle Rubén Darío, veía pasar las manifestaciones de estudiantes que llevaban carteles de Marx, Engels, Mao, Stalin, el Che, Ho Chi Minh, Fidel Castro, Trotsky y quién sabe quiénes más (¡ah, la edad de la inocencia!), y de repente se detenían, comenzaban a saltar al unísono y a gritar "¡Che! ¡Che! ¡Che! ¡Che!" con una alegría que contagiaba. Los guardias nacionales los veían con desconfianza, pero rara vez hacían algo más que poner cara amarga cuando comenzaban a insultarlos con cantos, y de verdad que eran insultos irreproducibles (los recuerdo perfectamente, con tonada y todo, y tenía estrictamente prohibido repetirlos). Eran los tiempos de Julio Rivera ("Julión"), un presidente de lo más militar y de lo más raro; hasta simpático era, el pobrecito.
En fin, el Che. Alguna vez tuve una reproducción de la foto de Korda, porque es buenísima; me negué a lo de la camiseta (no me podía quitar de la cabeza la imagen del Che en el lavadero de La Higuera) y me regalaron, ya adolescente, en Costa Rica, una boina roja con una estrellita, que terminó en una cabeza mucho más bonita que la mía, enmarcando una sonrisa que daba gusto.
Luego vino la militancia y sus aledaños, y leer las cosas del Che y ver qué rayos era el dichoso "hombre nuevo" que se suponía teníamos que ser, mujeres incluidas. (Sí, fue una mujer la que me metió en mi primera militancia. No, no hubo nada romántico; era una especie de prima que después se convirtió en una señora insoportable.) Con lo del hombre nuevo comenzaron los problemas, porque me topé con el mensaje que envió desde Bolivia a la Conferencia Tricontinental (reproducido aquí), en el cual decía:
El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.
Y eso del odio está bien como consigna, para darle miedo al adversario, y quizá desde un plano teórico y más bien abstracto (la conciencia --de clase y la otra-- me parece incompatible con la irracionalidad), pero pensar en el odio de verdad, sistemático, tan elaborado y tan profundo, era otra cosa. Porque el odio --pensaba y pienso-- es más que una mala costumbre: se hace vicio, y después no hay otro modo de ver las cosas. Y la parte confrontativa de la revolución tiene que terminarse en algún momento, pero el odio permanece, y se reproduce en los hijos y en los amigos y en las relaciones entre las personas, y qué sé yo.
Me puse a buscar por qué el Che se había ido a Bolivia, precisamente al lugar estúpido donde se fue y en las condiciones en las que se fue, y apenas cuando leí La vida en rojo, de Jorge G. Castañeda, más o menos entendí: lo mandaron allí para protegerlo, en vista de que en el Congo no se la había pasado bien (corrupción en las fuerzas guerrilleras, dice Castañeda) y de que en Cuba ya no podía estar no sólo porque Fidel y él eran personalidades que se habían convertido en excluyentes, sino también porque no tenía mucho que hacer en la isla: sus planes económicos habían fracasado, y se había puesto en marcha otros que descartaban los suyos (y que asimismo fracasarían, lo que son las cosas).
Me puse a pensar: en 1966 y 1967, ¿qué movimientos guerrilleros había en América para que el del Che fuera necesario y no pudiera sumarse a otro?
Me encontré con toneladas de ellos, algunos en fase de formación (de lo cual el Che debía estar enterado; era parte de sus fueros, y además muchos estaban basados en sus teorías). Hasta en Estados Unidos estaban los Panteras Negras, los Panteras Blancas y el Black Power. En México, Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. En Guatemala, el MR-13 (trotskista y todo, pero allí estaba) y las FAR, que era de lo más avanzado de la época, hasta la muerte de Luis Turcios Lima en octubre de 1966 (¿qué tal si el Che lo hubiera sustituido?, pensaba ingenuamente). En El Salvador no había nada, ni en Honduras, pero en Nicaragua ya estaban organizándose los sandinistas, y de Costa Rica ni hablamos porque la Suiza de América y esas cosas. En Panamá el asunto iba por otro lado (Torrijos preparaba su regreso), y en Colombia... ¡Ah, Colombia! Allí las FARC estaban activas desde 1955 (en realidad desde 1953), estaba el Ejército Popular de Liberación y, cómo no, el Ejército de Liberación Nacional, fundado ni más ni menos que por "el otro Che", el sacerdote Camilo Torres. Había dónde escoger, aunque si yo hubiera sido el Che no hubiera escogido el ELN; Camilo Torres había muerto ni más ni menos que en su primer combate (en la mejor tradición martiana: a José Martí le pasó lo mismo), y con los presagios no hay que jugar. Venezuela tenía a Douglas Bravo en activo; en Perú ya habían derrotado a Luis de la Puente, pero en esos días llegó al gobierno Velasco Alvarado, que era del bando de los buenos; en Chile estaba organizándose el MIR, en Argentina los Montoneros, en Uruguay los Tupamaros, y en Paraguay seguía sin pasar nada, porque Stroessner era Stroessner y porque Paraguay siempre ha sido Paraguay, Dios bendiga a Roa Bastos.
Y en Bolivia había una reforma agraria en marcha después de la revolución de 1958, o sea que los campesinos no estaban tan enojados. La Central Obrera Boliviana estaba en su apogeo, consiguiendo más o menos lo que quería sin necesidad de ponerse tan violenta, y el general René Barrientos quizá no estuviera muy contento, pero tampoco era cosa de ponerse a disparar. Allí mandaron precisamente al Che. A un lugar donde lo más difícil para organizar a la gente era la ausencia de gente, y quizá por eso.
Lo demás se puede leer en el Diario de Bolivia, y no es agradable: la preocupación por hacer la revolución social se vio superada por la necesidad de comer, de conseguir baterías para la radio, más las diarreas, más el asma, más el ejército que llegó bien rápido gracias a denuncias de la gente que debía apoyar al movimiento, más el olvido de cosas importantes en no sé qué refugio, más el desconocimiento del terreno.
Etcétera.
Buscaba el aporte del Che y encontraba, claro, su participación en la revolución cubana y un montón de libros escritos o que recopilaban sus artículos y discursos. Lo del hombre nuevo me sonaba a gente fanática, y a mí eso me da miedo, porque ya conocía el caso Padilla y lo de Maiakovski y la censura a Jachaturian por hacer "música burguesa" (¡válgame!) y el realismo socialista, uno de mis fantasmas particulares. Buscaba sus méritos militares y, libro tras libro, fui descubriendo que en realidad en Cuba no había habido una guerra como la que se desató --digamos-- en El Salvador, sino una organización de masas no dependiente de los guerrilleros (después sí, y hasta fusilaron a su jefe), algunas escaramuzas y presiones de Estados Unidos para que Fulgencio Batista se diera por vencido como en cualquier golpe de estado. Acabo de revisar La guerra de guerrillas y lo que encuentro es un manual acerca de qué usar y cómo usarlo en caso de que uno decida armar su propio foco guerrillero, pero ni de lejos con las fundamentaciones de Mao en La guerra prolongada o la lucidez de Giap en Guerra del pueblo, ejército del pueblo, ya no se diga Sun Tzu o Von Clausewitz. Igual uno puede ignorar los fusilamientos de batistianos y no batistianos que él y Raúl Castro organizaron al por mayor en los primeros días del triunfo, porque la guerra es la guerra y la revolución requiere de las frías máquinas de matar, etcétera; igual, cuando se fue al Congo, básicamente se la pasó mirando cómo los guerrilleros africanos se dedicaban a no pelear y a vivir de eso. Y las broncas diplomáticas que causó con la URSS por su acercamiento con China, y con China por su apoyo explícito a la URSS, ambas en momentos inoportunos, y qué sé yo. Lo que veía era a un tipo que lidiaba con la vida y hacía lo que podía en condiciones inéditas, y bien por él, pero no "una guía y un ejemplo", como reza la consigna. Y es la primera vez que escribo esto porque "hablar mal" del Che (es decir: no alabar lo que fuera que hiciese) es ser de derecha, casi agente de la CIA, y a uno no le gusta que le digan así cuando en el fondo de su corazón sigue siendo de izquierda, y quisiera creer que de una izquierda racional.
Entonces, ¿cuál fue --y es-- el encanto del Che? La respuesta es triste: morir. No necesariamente en combate, como Camilo. Sólo morir. Asesinado, de acuerdo, pero eso es incidental. Morir. Y el detalle maestro: morir patético y bello.
Como todos los militares, los militares bolivianos se caracterizaron, en su campaña contra la guerrilla del Che, por su efectividad en acción, no por su sutileza. Además de asesinar al Che a sangre fría (que ya era bastante poco sutil), tenían que cacarear el huevo a todo volumen, y llenaron el mundo de fotos de todo lo que pasó y de todos los participantes en el asunto. (La "maldición" del Che tuvo que ver con eso: a varios los ejecutaron en diferentes países por haber participado en el hecho. Eso no es una maldición: eso es una consecuencia previsible. Otro de los "malditos" se puso contra Bánzer, el sucesor de Barrientos, y murió con el hígado estallado a patadas, literalmente. Eso tampoco es producto de una maldición, sino de la estupidez.)
Si las fotos en los lavaderos no eran suficientes (¡de verdad que el Che parece vivo y burlándose de todos!), si esa mirada desde el otro lado no era suficiente para condenarlos, se les ocurrió publicar ésta, y de allí a Jesucristo ni siquiera hay un paso. Bien para la izquierda organizada, porque les puso un montón de soñadores a la disposición. Mal para los soñadores, porque muchos de ellos (me consta) lo que querían era seguir el ejemplo del Che (o sea morirse, mientras más heroicamente, mejor), y muchos lo lograron.
Interesante: la teoría del foco insurreccional, desarrollada por el Che y por Régis Debray a partir de la experiencia cubana, no logró un solo triunfo en América Latina, y tampoco en el resto del mundo. Mucha gente quedó regada en el camino, alguna a pedazos. Otras opciones estratégicas, más estructuradas, lograron el triunfo, como en Nicaragua, pero en enero de 1990 la revolución se comió a sí misma, con el apoyo sincero de George Bush padre, quien en diciembre había invadido Panamá para capturar a Manuel Noriega. Ambos mensajes quedaron clarísimos para los votantes. En Granada había algo interesante, hasta que los conspiradores de siempre mataron al líder Maurice Bishop, sin más motivo que obtener el poder, y allí fue Reagan con los marines a recoger la cosecha. En El Salvador... bueno... Digamos que los Acuerdos de Paz fueron una maravilla después de doce años de guerra, en nueve de los cuales la guerrilla no tenía muchas intenciones de ganar, sino de negociar, contrario a lo que recomendaban el Che, Mao, Giap y cualquiera que haya escrito sobre la guerra desde Sun Tzu.
Todo esto viene porque hace unos días vi un programa dedicado al Che que pasó en el canal Infinito (sí, a veces veo esas cosas y esos canales, cosas de extraterrestres incluidas), que trataba acerca de cómo el Che se ha convertido en un santo para los habitantes cercanos a La Higuera. Al monumento y la tumba donde descansan sus incompletos restos y los de sus compañeros (aquí hay un tipo que exige su parte en la historia) llegan las ofrendas de gente que le pide a pedirle milagros y favores, intercesiones ante Dios y cosas por el estilo. En el programa una maestra de la escuela donde tuvieron preso al Che dijo algo interesante:
--Yo fui la primera que descubrió que se parecía a Cristo. Lo vi a los ojos y dije: ésos son los ojos de Jesús.
Podrá decirse lo que se quiera, el programa de Infinito podrá ser exagerado (francamente no me lo pareció) y lo del Che no es una traspolación de asuntos religiosos a asuntos de ideología política, sino algo que tenga que ver son la conciencia de clase. Pero pregunte a un admirador del Che qué es lo que admira de él como gente de izquierda, y todo se va a remitir a dos cosas: su participación en la revolución cubana y su muerte heroica, y le hablará de ésta como un católico de los apóstoles mártires de la iglesia primigenia y de su prédica y de todo lo de alrededor. De sus aportes teóricos y prácticos no mucho, porque es un asunto de fe, no de racionalidad. Y qué paradoja: si algo quiso ser el Che era un tipo racional, que arreglaba todo mediante el método científico del marxismo. Y el marxismo será un montón de cosas, pero no es una ciencia, como no es un sistema de creencias; es un método para el análisis de la realidad, nomás que los marxistas (mientras más lejanos en el tiempo de Marx, peor) lo convirtieron en otra cosa.
Pero no se trata sólo de "superechería popular". Años antes de su muerte, Víctor Jara, otro de los iconos de la izquierda (tiene algunas cosas sensacionales) escribió un par de canciones, una dedicada a Camilo Torres y otra al Che. La primera decía:
Dónde cayó Camilo
nació una cruz,
pero no de madera,
sino de luz.
Lo mataron cuando iba
por su fusil.
Camilo Torres muere
para vivir.
Dicen que tras las balas
se oyó una voz.
Era Dios que gritaba
"Revolución".
La otra:
San Ernesto de la Higuera
lo llaman los campesinos.
Selvas, pampas y montañas,
patria o muerte su destino.
Ya podrán hablar de las supercherías "populares", con todo y lo que respeto a Víctor Jara.
En fin, después de darse una vuelta por The Che Store, y se le queda algo de dinero, puede ir a Bolivia bien vestido y seguir paso a paso la ruta del guerrillero heroico, con guía en inglés y todo, y el clímax será la visita al lugar de su ejecución. (Incluye campamento la noche anterior y desayuno muy tempranito. El ejército, el enfrentamiento y las heridas de bala son opcionales.) Puede reservarlo aquí.
(Triste que un hombre de buena voluntad, con todos los aciertos y errores de cualquiera que se arriesgue, termine en eso. ¡San Ernesto de La Higuera! Que San Carlos Mariátegui me ampare.)

Toño Avitia, Pepe el Toro y Vidas errantes (veinte años después)

El 19 de septiembre de 1985, a las 9 de la noche, se iba a estrenar la película Vidas errantes, de Juan Antonio de la Riva. Unos meses antes había conocido a Antonio Avitia Hernández --quien hizo la música de la película; él me invitó a verla-- en un festival de títeres que se realizaba en la ciudad de Pachuca (Hidalgo). Nos hicimos carnales a primera vista. O a primera risa, porque era imposible no reírnos con tantas tonterías que se nos ocurrían y que se nos ocurrieron en los años siguientes.
Toño trabajaba como técnico de luz y sonido con el teatro de Carlos Converso en un espectáculo que se llamaba Pandemónium. Contar cómo llegué y qué hacía allí merecería un blog entero. También iba como invitado, eso sí. La Presidencia Municipal de Pachuca había donado no sé qué cantidad espantosa de pollo a los titiriteros, así como un costal inmenso de naranjas, y eso comimos durante toda una semana en el albergue de El Chico, que cedieron para los actores, técnicos y acompañantes. A mí me tocó cocinar un par de veces, sin bajas sensibles. Pollo a la naranja, previsiblemente. Con cebolla, porque nos habían dado también un saco de cebollas, que se acabó.
El albergue parecía una cárcel sin rejas. En la zona de dormitorios había literas de cemento con colchonetas, tamaño matrimonial, cuatro en cada cuarto, y los cuartos no tenían puertas. El grupo de Carlos Converso llegó en la madrugada, y de repente se empezaron a oír unos gritos desde la primera celda:
--¡Cuarenta y Uno!
--¿Qué pasó, Sesenta y Nueve?
--¡Pepe el Toro es inocente!
Silencio largo.
--¡Cuarenta y uno!
--¿Qué pasó, Sesenta y Nueve?
--¡El tuerto es culpable!
Silbidos y protestas de los durmientes.
El primero era Toño --a quien aún no conocía-- y el segundo era Paco; he olvidado su apellido, pero lo recuerdo perfectamente; era un payaso sensacional, maestro de payasos en la única escuela de payasos que hubo en México, y una vez estuvo en una fiesta de cumpleaños de mi hija, previsiblemente haciéndola de payaso. Divertidísimo.
Y estuvieron gritando hasta las cinco de la mañana.
Por supuesto que todos nos despertamos a las siete u ocho, y ellos seguían dormidos. En venganza armamos una manifestación afuera de su cuarto, con gritos, marchas, carteles y consignas. Una de ellas era:
--¡Pepe el Toro, libertad! ¡Pepe el Toro, libertad!
Y los hicimos levantarse y bañarse con el agua más fría con la que me he topado en esa parte del universo. Mientras se bañaban, pusimos cartelitos en toda su celda (en los focos, dentro de sus maletas, bajo los zapatos, en los títeres) con exigencias para la libertad de Pepe el Toro y para que se reconociera la culpabilidad de El Tuerto.
Poco antes de una función, un argentino sensacional, Jorge, nos preguntó con preocupación verdadera y con una solidaridad que le salió del alma si hacía falta firmar alguna cosa para la liberación de Pepe el Toro, si era un preso político o qué, que podía hablar algunas palabras antes del espectáculo. Le contamos la verdad, que Pedro Infante y todo lo demás (¡no sabía quién era Pedro Infante!) y se rió casi tanto como nosotros. Por supuesto, antes de empezar se paró ante el teatrino y dijo:
--Esta función es en solidaridad para Pepe el Toro, injustamente encarcelado en Lecumberri. ¡Pepe el Toro, libertad!
Maravilloso, y más aún porque Lecumberri no era cárcel desde 1976, y desde 1982 funcionaba allí el Archivo General de la Nación.
Meses después, o años, nos corrieron de una fiesta por cantar una canción que no queríamos cantar. Y los que nos corrieron fueron los mismos que habían insistido en que la cantáramos. Claro que eran las Coplas del magnífico elefante, en versión sin censura. Fuimos a reírnos a un Vips hasta bien entrada la madrugada.
Hubo un día en que Toño me salvó la vida. Quizá no la vida, pero sí buena parte de la cordura. Fue el mismísimo día en que me separé de mi segunda esposa, por segunda y última vez. El único lugar al que se me ocurrió ir con lo que me cabía en el maletín fue su casa, y allí fui. Esa noche conocí a Juan de la Riva, que estaba filmando no recuerdo qué película (me imagino que Monarca) y vivía en casa de Toño, y platicamos de cine un buen rato. Luego me quedé hablando con Toño casi hasta la mañana siguiente (se lo agradezco; él se acuesta tempranísimo) de lo mal que me sentía y de lo triste que estaba. Y estaba físicamente mal. Lo que comía o tomaba (un trago de agua incluso) iba para fuera. No podía dejar de toser. Sudaba y sudaba y sudaba.
--Usté no está triste ni deprimido --me dijo con su acento durangueño, con ese "usté" que es más de confianza que cualquier "tú"--. Usté está encabronado.
Y allí se hizo la luz. Entendí, y un par de días después estaba sano.
Durante unos veinticinco años Toño se pasó escribiendo una obra capital para México, El corrido histórico mexicano, lo mejor que se ha hecho sobre el tema desde los trabajos de Vicente T. Mendoza. (En el proceso de investigación publicó otros libros sobre corridos con temas aledaños.) Por esos días estaba terminándolo, a máquina de escribir porque se resistía a comprar una computadora. Después de buscar varios editores, Porrúa le ofreció publicarlo en varios tomos, que compré antes de salir de México y que traje a El Salvador. Un día que iba a regresar a México, porque en El Salvador ya no tenía mucho que hacer, los regalé... y de eso hace casi cinco años, y sigo en El Salvador.
En fin, regresando en el tiempo, el 18 de septiembre de 1985 armé mi agenda para ir a ver Vidas errantes al Cine Regis, que estaba debajo del Hotel Regis, a un lado de la Alameda Central, en pleno centro de la ciudad de México. Estaba cuidando por unos día a Catía, la hija de mi amigo Humberto Acevedo, quien se había ido de gira de títeres al sureste mexicano, y pensaba encargársela a Nelly y al Papo Méndez --que vivían a dos casas-- en lo que regresaba. (Beto tiene ahora una pequeña editorial. Le he dado Instrucciones para vivir sin piel, para que la publique cuando quiera. Se supone que será pronto, como se ve aquí.)
Y el 19, a las 7:29 de la mañana, fue el terremoto.
El Hotel Regis se derrumbó, estalló una caldera, que a su vez hizo estallar un depósito de gas, y voló toda la manzana, el Cine Regis incluido. Murieron entre 300 y 5oo personas, según recuerdo. A unos pasos se cayó el Hotel del Prado, y a unas cuadras el restaurante Superleche, uno de los más antiguos de la ciudad, que también mató a otra cantidad pavorosa de personas, los habituales del lugar (hacían una paella de antología, por cierto) y los inquilinos del edificio que estaba encima.
Años después vi Pueblo de madera, con música también de Toño Avitia. En video, que encontré por casualidad en un Sanborn's, porque creo que sólo se hicieron dos o tres funciones en cines, y me las perdí. Me pareció muy tierna y muy triste. Y lo es: Juan de la Riva nació y se pasó buena parte de su infancia en un pueblo maderero, construido de madera. Se acabaron los árboles, abandonaron el pueblo y el pueblo desapareció en medio de ninguna parte. Lo que hizo Juan fue reconstruir ese pueblo de su niñez para que al menos quedara en una película. Y Vidas errantes seguía sin exhibirse, al menos en México, porque nadie es profeta, etcétera.
Cuando apareció Nuovo cinema Paradiso, de Tornatore, Toño me enseñó un número de Cahiers du Cinema en el cual se hacía una crítica interesante, y había un párrafo en el que se leía que la película de Tornatore recordaba Vidas errantes, de Juan de la Riva, y que en ésta se había basado evidentemente el director siciliano. (Una de las escenas de cine que aparecen en Cinema Paradiso es de Vidas errantes, en efecto.).
Y seguían sin pasarla, y yo sin verla.
Por fin, hoy, en el canal De película (el 24, según Amnet), pude ver Vidas errantes, veinte años después, y me pareció tan tierna y tan bella --aunque ni de lejos tan triste-- como Pueblo de madera. La producción es barata, porque apenas para Pueblo... tuvo Juan de la Riva un presupuesto más o menos decente para filmar algo. Si me ponen a escoger, el guión es más sólido que el de Cinema Paradiso, y la actuación de José Carlos Ruiz no tiene desperdicio.
Hace tres o cuatro días pasaron también, en el mismo canal, Obdulia, el primer largmetraje de Juan. Otra con un guión excelente, las actuaciones bastante sólidas y una producción baratísima, bien aprovechada. Él y Toño sienten algo de vergüenza por la película, como yo por mi primer libro, pero creo que el trabajo es muy bueno. Me gustan los finales de Juan: no hay finales. La vida sigue, y uno puede ver la siguiente película como si fuera la misma que vio hace unos años, pero vista desde otros ángulos.
Igual lo trataron bastante mal porque se puso a filmar películas como Soy libre, de la cantante Yuri. Dijeron que se había "vendido" a Televisa, pero nadie dijo cómo esperaban que un cineasta de corazón se ganara la vida. Hizo una maravillita que se llama La última batalla, que vi hace años, y me he perdido las demás. (Señores: no lo juzguen por Chilindrina en apuros; es como juzgar a un escritor por traducir best-sellers o por escribir discursos. Hay que comer.)
En Vidas errantes hace su mejor papel mi también amigo Eduardo Ziegler, quien apareció también en Obdulia y Pueblo de madera. Lo conocí en Tlaxcala, en 1985, después del terremoto. Yo daba un taller de creación literaria para estudiantes de la normal de educadoras y él uno de teatro para la normal de maestros. Yo me había llevado a mi hijo Eduardo (tenía como 8 años) y nos aventamos largas pláticas mientras mi hijo trataba de destruir la habitación del hotel, antes de caer fulminado por el sueño, como acostumbraba en ese entonces.
Y me voy a dormir. Son muchos recuerdos para un solo post.
(De veras, ¿qué hacía yo en un festival de titiriteros? Larga historia. De esa historia nació mi hija Eunice, y eso hace que valga la pena todo lo que haya ocurrido antes y después, qué diablos. ¡Y me corrieron de una fiesta por cantar una canción obscena que no quería cantar! Y hacerla de niñera de Catía era divertidísimo; pasó tres o cuatro veces, y salíamos con mi hijo a armar algunos relajos buenos. Y todo ha sido divertido, ya visto desde acá. Me la he pasado bien en la vida, y en ésas sigo, aunque por otros medios, como diría Von Clausewitz.)